La “nación” y la “conciencia nacional” imperialistas (XX)
XX – La “nación” y la “conciencia nacional” imperialistas
Iñaki Aginaga y Felipe Campo
I
El proceso histórico por el que los Estados
opresores llegaron a establecer su imperialismo condiciona su ideología al
respecto. El constitucionalismo inglés: ideológica, histórica y
sociológicamente considerado, adopta una forma concretada, encarnada y
determinada políticamente – en sus fundamentaciones y hasta en sus ficciones –
en correspondencia con la estructura de poder real que lo constituye. Se remite
siempre a la mediación y la continuidad históricas y sociológicas de las
instituciones políticas precedentes, que en consecuencia – y a diferencia del
imperialismo franco-español – son formalmente mantenidas.
En cuanto a la terminología, en Inglaterra y su Imperio los términos y los conceptos de Pueblo, Nación y Estado no existieron con el sentido, el valor y la función que tuvieron en el Continente, y se adoptaron y adaptaron en consecuencia para dar lugar: en la ideología dominante de las post-guerras mundiales y en el subsiguiente vocabulario oficial de las Naciones Unidas (oficialmente creadas, desde las primeras palabras de su Carta, por “Nosotros, los Pueblos de las Naciones Unidas”), a la substitución del término “Nación” – que había quedado asimilado al de “Estado” – por el de “Pueblo”, el cual había sido ya invocado y falsificado por la “revolución francesa”; logrando sólo la transferencia semántica de los equívocos. De este modo, el “Estado” se comió al Pueblo como ya se había comido a la Nación. Las implicaciones ideológicas y estratégicas son de tal magnitud, que la confusión y la recuperación de los términos y los conceptos se extienden a todos los campos; contando con la aportación, la colaboración y la complicidad de los partidarios Pnv-Eta de “la vía institucional y la lucha armada”.
(En cualquier caso el imperialismo no aceptará
nunca a los Pueblos, Naciones o Países sojuzgados, se llamen como se llamen. No
son los cambios de nombre los que lo harán cambiar de actitud; ni tampoco lo
harán los monstruos ideológicos que se esconden tras denominaciones tales como
“Pueblo de pueblos”, o “Nación de naciones”. En realidad los Nacionalistas
españoles y franceses transfieren a los Pueblos oprimidos su propia
inexistencia como Pueblos, en la dimensión que es postulada por el Estado
imperial. Tendremos ocasión de exponerlo oportunamente en este capítulo.)
Tras una brutal ocupación militar y despojo
(tanto material como de sus instituciones nacionales), el País de Gales fue
sometido bajo dominio inglés por el Rey Eduardo I de Inglaterra mediante una
guerra de conquista a gran escala (1282-3), e incorporado a Inglaterra: primero
por el Estatuto de Rhuddlan (1284), y después formalmente por las “Actas de
Unión” en 1536 y 1543. Según quedó establecido en la primera de esas Actas, el
Inglés tenía que ser la lengua única de los tribunales de País de Gales, y
quienes utilizaban la lengua galesa no recibirían cargos públicos en los
territorios del rey de Inglaterra.
Eduardo I, “Martillo de los Escoceses” (‘Malleus Scotorum’), inició también la conquista del Reino de Escocia en 1296 con la sangrienta toma y saqueo de la ciudad de Berwick, dando lugar así a la Primera Guerra escocesa de Independencia. A partir de ese momento el control de Escocia se mantuvo mediante campañas militares, atroces crueldades (entre ellas, la ejecución de William Wallace) y una administración por medio de colonos ingleses y colaboracionistas escoceses.
Tras la victoria escocesa de Bannockburn (1314), la Declaración de Arbroath (1320), escrita en Latín desde la Cancillería de Escocia y firmada por medio centenar de nobles, confirmaba el status de Escocia como Estado independiente (y no como tierra feudal sometida a los reyes de Inglaterra, según Eduardo I había pretendido insistentemente obtener), y afirmaba el derecho de Escocia a defenderse militarmente si era injustamente atacada. En la mencionada Declaración, además de reafirmar que Escocia siempre había sido independiente (en realidad durante más tiempo que Inglaterra), y de denunciar que Eduardo I de Inglaterra la había atacado injustamente y cometido atrocidades, se hacía la afirmación más sorprendente: que la independencia de Escocia era la prerrogativa del Pueblo escocés, más que del Rey de los Escoceses. De hecho se afirmaba que la nobleza elegiría a otro para ser rey, si el que entonces había se mostraba incapaz de mantener la independencia de Escocia:
“Sin embargo, si él renunciara a lo que ha comenzado, tratando de hacernos a nosotros o a nuestro Reino súbditos del Rey de Inglaterra o de los Ingleses, nos esforzaríamos de inmediato para expulsarlo como nuestro Enemigo y un subvertidor de su propio Derecho y el nuestro, y haríamos Rey nuestro a algún otro hombre que fuera bien capaz de defendernos; porque, mientras cien de nosotros permanezcamos vivos, nunca seremos sometidos, en ninguna condición, al señorío del Inglés. En verdad, no es por gloria, ni por riquezas, ni por honores por lo que estamos luchando sino sólo por la libertad, a la que ningún hombre honesto renuncia sino con la vida misma”. (De la Declaración de Arbroath, 1320.)
Ocho años después y por el Tratado de Edinburgh-Northampton (1328),
redactado en francés y no en inglés, la Corona inglesa reconocía el Reino de
Escocia como plenamente independiente; y la frontera entre Escocia e
Inglaterra, tal como estaba establecida antes de la invasión inglesa.
En tiempos en los que la teocracia afirmaba el
principio de la autoridad real por delegación divina, la Declaración de
Arbroath implicaba un rechazo frontal de semejante superchería, y era un claro
ejemplo práctico del principio fundamental de que son los Pueblos los que preceden
políticamente y constituyen jurídicamente los Estados y los Gobiernos, Y NO A
LA INVERSA; una afirmación que los poderes totalitarios e imperialistas, y los
ideólogos a su servicio, han tratado siempre de ocultar, combatir y negar. Era
la misma idea que los Infanzones de Obanos habían establecido en el Reino de
Nabarra veintitrés años antes, en 1297, según aparece en el “Acto de federación
de la Junta de Infanzones con las Buenas Villas” del Reino: ‘Pro libertate patria, gens libera state’; es decir: Permaneced
preparados, gentes libres, para que la patria sea libre.
(Frente al gobierno despótico del rey consorte,
el capeto Felipe I de Nabarra tras su matrimonio en 1284 con la Reina Joanna I
de Nabarra, “Los navarros, no obstante, se dirigen con preferencia a la reina
doña Juana, viendo en Felipe tan sólo al marido de su ‘señora natural’”. [José
María Lacarra; ‘Historia política del Reino de Navarra’.] Desde 1285, y
a la muerte de su padre, el rey consorte era también el rey Felipe IV ‘el
Hermoso’ de Francia.)
Esta tarea general ideológica en contra de la
aceptación/existencia de los Pueblos sojuzgados como Pueblos de pleno derecho,
que hace un momento comentábamos, se prosigue también actualmente, cuestionando
incluso que estas Declaraciones sean una muestra de la existencia de Naciones y
una afirmación de la soberanía popular, como ciertamente lo son; y ello basado en
el simple argumento de que “las definiciones cambian con el tiempo”. “El
significado atribuido a palabras equivalentes a nación durante los periodos
antiguos y medievales era a menudo completamente diferente al que tienen hoy”,
nos dicen. “Al que tienen hoy”, según lo pretenden los Estados-Naciones
imperialistas, por supuesto, los cuales niegan por definición la existencia de
las Naciones y los Pueblos que ellos han sometido; pero esto es algo que a
nadie debería sorprender.
“Somos comprados y vendidos por el oro inglés,
/ tal hatajo de granujas hay en una Nación.” (De un poema de Robert Burns sobre
la operación de Unión de Escocia con Inglaterra.)
“Una chusma escocesa es la peor de su clase:
por cada Escocés a favor, hay 99 en contra.” (De un informe de Daniel Defoe,
actuando como agente y espía a sueldo de Inglaterra, sobre las manifestaciones
populares en contra de dicha Unión.)
Finalmente, el “Reino de Inglaterra” ( =
Inglaterra + País de Gales) pudo o intentó dar apariencia de continuidad
histórica en el establecimiento de su “Reino Unido”. Haciendo uso de una
profusión de sobornos y gracias al trabajo de espías y agentes provocadores,
así como a la imposición de la ley marcial (y no precisamente de “referéndum”) en
Edimburgo y otros lugares por el Parlamento de Escocia ante el temor de
levantamientos populares contra su “asentimiento parlamentario”, fue “aprobada”
en 1707 aquella “Acta de Unión” de Escocia con Inglaterra que creaba el “Reino
Unido de Gran Bretaña”. En 1800 se aprobaba el “Acta de Unión” con Irlanda para
formar el “Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda”. (Sin embargo, los Ingleses
nunca incorporaron Escocia, Eire o Bengala en Inglaterra.)
A diferencia de todo ello, el
“constitucionalismo revolucionario” francés, y su imitación española, recurren
a la evacuación y discontinuidad, negación o ruptura de esas Instituciones
políticas precedentes cada vez que lo han necesitado: ni en plena ocupación de
guerra pudieron ni entendieron los Nacionalistas franceses y españoles seguir
un procedimiento semejante respecto de las Instituciones legales, estatales y
democráticas del Pueblo Vasco y del Reino de Nabarra.
El imperialismo francés formalizó la
incorporación del Reino de Nabarra tras la ocupación militar con un Edicto de
Unión (1620) nulo de pleno derecho; aunque reconociendo hasta 1789 y 1830 que
Nabarra (no “Baja Nabarra”, que nunca fue un Reino ni reputado como tal) no era
Francia. En cambio en España, donde el despotismo oriental y la transición al
totalitarismo moderno a la francesa se extendieron y consolidaron con la ruina
de las libertades comuneras y la liquidación de los derechos nacionales de los
Reinos circundantes, los Españoles no llegaron ni a eso: tuvieron que suponer
la existencia de un “Reino de España” que – completo y vergonzante engendro
histórico indocumentado – no tenía proceso ni acto ni acta ni partida de
nacimiento ni aguas bautismales ni padres conocidos para dar forma a su propia
“legalidad”, cuya impresentable iniquidad no podían confesarse ni a sí mismos.
El imperialismo español y francés: sus correspondientes Estados, en plena posesión del monopolio de la violencia, no necesitan de vulgares, banales y convencionales consideraciones y procedimientos históricos, sociológicos, jurídicos o políticos para lograr y justificar sus constituciones: tanto real y primaria, así como formal y secundaria. El Nacionalismo y el totalitarismo son su realidad. Para “justificarlos”, substituyen la historia real y la sociedad concreta por la producción ideológica, hipostática, abstracta, metafísica, mitológica, mística, romántica, imaginaria, finalista, esencialista, substancialista y constructivista de la “nueva” sociología, historia y derecho del “ente nacional” supremo y transcendente: la “Nación” imperial, consistente en “la arquitectura formada por un Estado y el país dominado por él” (S. Weil), englobando así a todos los sujetos dominados por su Estado imperial. Esta “Nación” fue hecha dogma y axioma por los ideólogos del imperialismo francés. Una producción, por cierto, deliberadamente funcional, equívoca, ambivalente, variable, multiforme, transformable y proteiforme. La consideración comparada demuestra que no hay nada parecido en la formalización jurídica de los procesos constituyentes de Suiza, Alemania, los USA, Suecia, Austria etc.
Hispania ha sido siempre una noción-convención
geográfica; y “el Imperio hacia Dios” que ahora llaman “España” no ha sido
nunca un Pueblo ni un Reino sino un agregado de Pueblos y Estados ilegalmente
anexionados y retenidos por la violencia y el terror dentro de un fraudulento
“Reino de España” del que sólo escaparon Andorra, Portugal, y los ‘disjecta
membra’ de Nabarra y Catalunya, anexionados a Francia.
La historia real que funda “democráticamente”
los Imperios de Francia y de España no empezó en 1789 con la Revolución, ni en
1975 con “la transición y el pacto constituyente”. Es una historia de violencia
y terrorismo, agresiones, pillaje, opresión y crímenes de guerra, contra la paz
y contra la humanidad, con doce siglos de ocupación, desmembramiento,
despotismo, absolutismo, fascismo, colonialismo y genocidio. El régimen que han
impuesto tiene por origen, fundamento y “legitimidad” las sucesivas y
criminales agresiones y la destrucción: contra el derecho nacional e internacional
contemporáneo, de la independencia del Reino de Nabarra y de sus residuos
forales.
De esa manera, y través del agitado período
1795-1841, los Gobiernos españoles evitaron formalmente todo acto o proceso de
anulación, unión o anexión de “los Reinos de Hispania/España”, dando
supuestamente por constituido el Reino que trataban de imponer, y por
inexistentes las realidades nacionales y estatales que trataban de suprimir:
“Si a esta paz [Tratado de Basilea, 1795] siguiese la unión de las Provincias [Vascas] y el resto de la Navarra sin las trabas forales que las separan y hacen casi un miembro muerto del Reino, habría V.E. hecho una de aquellas grandes obras que no hemos visto desde el Cardenal Cisneros o el gran Felipe V. Éstas son las épocas que se deben aprovechar para aumentar los fondos y fuerza de la Monarquía. Las aduanas de Bilbao, de San Sebastián y de la frontera serían unas fincas de las mejores del reino. Las contribuciones catastrales de las tres provincias, aun bajándolas mucho, pasarían a doscientos mil duros, según mis cálculos. Se puede creer que no bajarían de siete mil hombres las tropas que podríamos sacar de allí. Hay fundamentos legales para esta operación: ellos han faltado esencialmente a sus deberes; cuesta su recobro a la Monarquía una parte de su territorio, y tenemos fuerzas suficientes sobre el terreno para que esto se verifique sin disparar un tiro ni haber quien se atreva a repugnarlo. Medítelo V.E.: no lo consulte con muchos porque se correría riesgo,” etc. (De la carta que Francisco Zamora: “auditor general del ejército de Navarra y las Provincias Vascongadas”, dirige al valido de Carlos IV, Manuel Godoy, instándolo a sacar provecho, en contra de nuestro País, de las consecuencias de la Guerra de los Pirineos o “de la Convención” [1792-1795] y de la Paz de Basilea.)
“[...] y se dice que las Provincias escriben con disgusto porque no han podido realizar su proyecto con los franceses para quedar independientes de España, que eran todas sus ideas y empeños [...]. Se dice que habiendo comprobado nuestro Ministro lo inútil de los auxilios de las Provincias para la defensa de su terreno y su adhesión a los franceses, y los perjuicios causados al Estado en gente y dinero, trata de evitar en lo sucesivo iguales daños, y establecer en las tres Provincias exentas el gobierno y las leyes de Castilla; y aunque por de contado lo sentirán los preocupados con los fueros y privilegios, el tiempo les demostrará las ventajas y la felicidad que resultará a las Provincias, sus naturales y habitantes; como advierten y conocen los que no están enfatuados con los privilegios y fueros.” (Ibidem; citado en ‘La Separación de Guipúzcoa y la Paz de Basilea’; F. de Lasala.)
La convicción pedante del espía borbónico –
semejante al incurable optimismo de belicistas y conquistadores de todos los
tiempos – no pudo evitar que no un tiro, sino tres guerras, con sus horribles
postguerras de violencia, represión, destrucción y terrorismo, fueran
necesarias para consolidar la ocupación militar imperialista hasta llegar a la
actual situación. Para el fascismo y el imperialismo, el Reino de Nabarra es el
nombre de un campo de football. Pero el Estado constituido históricamente en
torno a la Corona de Pamplona sigue siendo el único Estado del Pueblo Vasco,
que jamás ha aceptado ni reconocido ningún otro.
Según Yves Person “El pueblo francés parece
haber tenido de siempre un cierto malestar en definir su identidad y en
aceptarse como tal. Lo ha remediado mediante una fuga constante hacia un
universalismo que además él ha decidido reducir a sí mismo”. “La voluntad del
genocidio cultural parece marcar a los pueblos latinos, y entre éstos,
completamente en cabeza, a Francia.” “La potencia del genocidio francés reposa
ante todo sobre el mito de la universalidad de la cultura francesa.” “En
consecuencia ellos se sorprenden de que el mundo entero no se les una de buen
grado, y sufren crisis neuróticas de rabia cuando tropiezan con una lengua más
fuerte, como el Inglés. El drama es que este mito asesino ha sido aceptado sin
ninguna crítica y difundido con formidable eficacia por nuestras Escuelas
Normales. Aunque creyéndose a menudo de izquierda, la masa de nuestros maestros
se adhiere siempre al objetivo de travestir en universalismo las pretensiones
nacionalistas de los Franceses.” Ellos “han trabajado para destruir las
solidaridades colectivas, y con ellas las culturas nacionales de las colonias.”
Ellos han formado así entre los Pueblos dominados por Francia “una burguesía
desarraigada bien decidida a consagrarse” “a la destrucción de sus propios
valores nacionales, los cuales se le había enseñado a despreciar”. (Yves Person, ‘Impérialisme linguistique et colonialisme’; Les Temps
modernes, nº 324-325-326, août-septembre 1973.)
Los Franceses no pueden ver a los demás sino
como seres inferiores, susceptibles como mucho de ser rehechos a imagen de
ellos mismos. Para este País pretendidamente modelo, arrogante y pretencioso,
incluso su lengua es “la más lógica” y será la lengua universal... La infernal
repetición de mitos que se alienta constantemente en ‘La Isla de los Pingüinos’
hace problemática la idea de una sociedad futura mejor.
La ideología Nacionalista plantea
inmediatamente la identidad romántica, dogmática, esencialista, constructivista
y mística de Francia unida a lo universal, el bien absoluto, la razón, el
pensamiento del mundo, la esperanza de los Pueblos, el razonamiento abstracto y
cartesiano, la obra de civilización, el humanismo, el universalismo, la
justicia, la libertad, los derechos humanos y la democracia. Nada en todos esos
atributos podría contradecir el Nacionalismo francés: expresión de la
superioridad de la raza, de la lengua y de la cultura francesas. Una vez que el
etnocentrismo nacionalista ha quedado convertido en universalismo, vaciar el
mundo y poner a Francia en su lugar era la única tarea a realizar. Ello se
reduce a hacer de todas las personas humanas seres civilizados, o sea
franceses, siempre que sean capaces de llegar a serlo; y a liberar a todas las
personas humanas, es decir: dominar a todos los Pueblos, explotarlos,
exterminarlos, e incorporarlos a Francia en nombre de la libertad y la
democracia.
Además – imaginan – esto es lo que ellos mismos
quieren “en el fondo” (muy en el fondo) de sí mismos. Porque ¿quién no querría
pertenecer al Pueblo superior que va a convertirse en el amo material y
espiritual del mundo, y que un día – por desgracia alejado – se confundirá con
la especie humana? Como ha escrito Domenach, a pesar de los medios “a veces
atroces” que han servido para reducirlas, “las nacionalidades conquistadas por
Francia se han unido a ella. Y no sólo las élites, a causa del prestigio de
París y de una civilización que fue la más grande del mundo, sino también los
pueblos, y con un entusiasmo que sustituyó la violencia del hecho con la
adhesión del corazón”. (“A espaldas de su propia y libre voluntad”, sin duda).
Es el derecho de libre disposición en versión francesa. Como antes hemos
indicado, el romanticismo imperialista forma parte, muy significativa, del
romanticismo nacionalista en general. El humanista-cristiano-personalista-nacionalista
finge creer lo que quiere creer, y espera bien que los demás quieran creerlo
también.
La ignorancia y – correlativamente – el
desprecio de los demás son el fundamento ideológico del imperialismo. Para el
Nacionalismo dominante, las Naciones que él reduce o quiere reducir a su merced
no valen nada. Su raza es inferior o degenerada; su economía, miserable; su
historia, inexistente; su territorio, tierra sin dueño; su “política”, tiranía
o anarquía; sus costumbres, inmorales, degradantes y crueles; su “cultura”,
trivial, pueril y perniciosa; sus “lenguas”, jergas, chapurreados, barboteos,
jerigonzas, galimatías y dialectos (sin lengua). En realidad ésos no son
Pueblos o Naciones, lo que excluye todo derecho de libre disposición;
perteneciente éste solamente a los verdaderos Pueblos, a los Pueblos nobles,
fuertes, completos, acabados y adultos, capaces de historia y de civilización.
No se debería abandonar esos poblados y esas tribus a su triste condición sino
sacarlos de ahí (por la fuerza si fuera necesario), someterlos, darles el lugar
que les corresponde en la civilización y, si es posible, liquidarlos para
instalar ahí la raza superior. Además, débiles de cuerpo y de espíritu como
son, carentes de razón y de voluntad, no sabrían encontrar las fuerzas y la
voluntad necesarias para proseguir la locura de una resistencia seria y
prolongada, que se podría sofocar mediante algunas expediciones de pacificación
o algunas matanzas correctamente llevadas a cabo, consolidadas por una
ocupación militar y civil bien organizada.
A decir verdad estos “poblados” conquistados han comprendido rápidamente dónde está su interés, y ellos mismos piden ser ocupados y colonizados. Sería inconcebible que pudieran rechazar durante mucho tiempo la oportunidad que se les ofrece; que pudieran rechazar la aportación de la civilización y del progreso que los Pueblos superiores extienden en su expansión a través del mundo. En su inmensa mayoría los Aborígenes son sumisos, leales y agradecidos; con la excepción sin embargo de algunos malhechores irreductibles, manipulados además por el extranjero, que intentan tomar el lugar de los Franceses. Para los Nacionalistas franceses, los Pueblos vencidos no valían de todos modos gran cosa, y llegar a ser Franceses era lo mejor que les podía suceder. Si acaso la realidad llega a desmentir estos prejuicios; si la resistencia acaba ensombreciendo este cuadro idílico, el furor Nacionalista-imperialista será proporcional a su decepción.
He aquí algunos ejemplos tomados de la literatura socialista que muestran el Nacionalismo francés. Según Engels:
“Estas gentes [francesas] exigen ahora, puesto que las victorias alemanas les han hecho el regalo de una república (¡y qué república!), que los Alemanes abandonen inmediatamente el suelo sagrado de Francia, de lo contrario: guerra a ultranza. Ellos continúan imaginando como antaño que Francia es superior, que su suelo ha sido santificado por 1793 y que ninguna de las ignominias realizadas después por Francia podría profanarlo, y que la palabra hueca ‘república’ es sagrada.” (De una carta de Engels a Marx; Londres, 7-Septiembre-1870.)
“En términos generales, un movimiento internacional del proletariado sólo es posible entre naciones independientes. El poco internacionalismo republicano que había en los años 1830-48 se agrupaba alrededor de la Francia que iba a liberar Europa. ‘De ahí se intensificó el chovinismo francés’ hasta tal punto, que todavía estamos obstaculizados a cada paso por la [supuesta] misión de Francia como libertador universal, , y con ello su derecho de primogenitura para ocupar el primer lugar (lo cual es visto como una caricatura en el caso de los Blanquistas), nos hacen la vida imposible todos los días. [...]).
“También en la International, los Franceses consideraron este punto de vista como claramente obvio. Sólo los acontecimientos históricos podrían enseñarles – y a otros varios también – e incluso deben enseñarles diariamente, que la cooperación internacional sólo es posible entre ‘iguales’; e incluso un ‘primus inter pares’ puede existir en el mejor de los casos para una acción inmediata.
“Por lo tanto, mientras Polonia siga repartida y sojuzgada, no puede haber desarrollo ni de un poderoso partido socialista dentro del propio país, ni de relaciones internacionales genuinas [...]. Todo campesino y obrero polaco que despierta de su sopor para participar en el interés común queda confrontado ante todo con el hecho de su sojuzgamiento nacional; ése es el primer obstáculo que él encuentra en todas partes. Su eliminación es el requisito principal para cualquier desarrollo libre y saludable. Los socialistas polacos que no ponen la liberación del país a la vanguardia de su programa me recuerdan a esos socialistas alemanes que se mostraron reacios a exigir la derogación inmediata de la Ley Anti-Socialista, y la libertad de asociación, reunión y prensa. Para poder luchar, primero hay que tener un terreno, luz, aire y libertad para moverse. De lo contrario, nunca se llega más lejos que a un parloteo.” (De una carta de Friedrich Engels a Karl Kautsky; Londres, 7 de febrero de 1882.)
Marx escribió a Engels sobre la “camarilla Proudhonista” de París, que:
“[...] declara que las nacionalidades son un absurdo, [y] ataca a Bismarck y Garibaldi. Como polémicas contra el chauvinismo,sus acciones son útiles y explicables. Pero como creyentes en Proudhon (a losque pertenecentambién mis buenos amigos de aquí, Lafargue y Longuet), que piensan que toda Europa debe y querrá permanecer tranquilamente sentada sobre su trasero esperando a que los caballeros de Francia hayan abolido la pobreza y la ignorancia – ellos son grotescos”. (Carta de 7 de Junio, 1866.)
Tal vez el mejor ejemplo que, en retrospectiva,
pueda mostrarse sobre el ridículo al que han podido llegar algunos sesudos y doctrinarios
“marxistas”: fanáticos del desarrollo económico prevaleciendo siempre y
necesariamente sobre la que ellos despectivamente llamaban “cuestión nacional”,
sea la primera frase con la que Lenin comienza el capítulo 8 de su obra citada,
el cual titula: “El utópico Karl Marx y la práctica Rosa Luxemburg”. Y lo mejor
de ese ejemplo es que Lenin, al traerlo a colación cuando lo escribió en 1914,
no podía saber lo cerca que estaba de realizarse (aunque fuera de forma
parcial) lo que Rosa Luxemburg planteaba irónicamente como el colmo del
desatino y del absurdo, a saber: la independencia de Irlanda. Y es que Luxemburg
despreciaba los deseos de independencia nacional de la “atrasada” Polonia, la
cual según ella debía por el contrario alegrarse de estar dominada por naciones
más avanzadas que la harían progresar, y – en una lamentable y obstinada actuación
que objetivamente favorecía al imperialismo – se negaba por tanto a que su
independencia figurara como objetivo en el programa de los socialistas; al
igual que – “de toda evidencia” según ella – Irlanda debería sentirse encantada
de estar bajo “el progreso británico”. Y es así: debido a su propio fanatismo,
como ella misma deja para la posteridad un monumental recuerdo de su ignorancia
y falta de prudencia y de visión correcta de la realidad, que Lenin
involuntariamente registró al escribir:
“Llamando a la independencia polaca una ‘utopía’, y repitiéndolo hasta la náusea, Rosa Luxemburg exclama irónicamente: ¿Por qué no plantear también la demanda de independencia de Irlanda?” (Lenin; obra citada.)
Dos años después de escribirse tales palabras,
el Levantamiento de Pascua de Abril-1916 fue el inicio, por desgracia trágico,
de la independencia de Irlanda (que – para admiración de Lenin – se adelantaba
incluso a la Revolución de Octubre-1917); y otros dos años después llegarían
las “imposibles y utópicas” independencias de Finlandia, Lituania, Estonia, Letonia,
Checoslovaquia y Polonia. Unas independencias del Imperio ruso-zarista que el
nuevo imperio ruso soviético-bolchevique intentó revertir, sobre todo a partir
de 1939-40, tras el Tratado de No-Agresión entre Alemania y la URSS – el pacto
Hitler-Stalin – y sus protocolos secretos para el reparto de la Europa del
Este: nuevo reparto de Polonia y Guerra de Invierno contra Finlandia en 1939, y
anexión en 1940 de los tres Estados Bálticos (los “territorios bálticos”, según
son denominados por el actual imperio ruso kagebista-putinista).
La lucha de los Pueblos por su libertad nacional es la mayor fuerza revolucionaria de la Historia. El imperialismo es la lucha de clases a nivel internacional. El derecho de autodeterminación de los Pueblos: derecho de independencia incondicional e inmediata contra el imperialismo, preside y subordina la problemática toda de la violencia, de la paz y de la política en general. Sin el derecho de autodeterminación de los Pueblos: “primero de los derechos humanos fundamentales y condición previa de todos ellos”, la paz mundial, los derechos humanos y la democracia son sólo palabras en la panoplia de mistificación ideológica puesta al día por el Nacionalismo, el totalitarismo y el imperialismo modernos.
II
En opinión de Rivarol “la lengua francesa es la lengua universal”. Según Druon, “parece ser que ninguna otra lengua ha concitado tanto amor, fervor, adhesión y abnegación hacia sí misma”. “Es la lengua más hermosa del mundo”, afirmaba el charlatán, cobista y filólogo Léon Zitrone ante un aprobador, unánime y encantado parterre de estetas y lingüistas reunidos – así lo creen los Franceses – en el País más hermoso del mundo, en la Ciudad más hermosa del mundo, y en las inmediaciones de la Avenida más hermosa del mundo. Los Franceses “confiesan que ellos no están dotados para las lenguas”; pero las confesiones de los Franceses sobre esa limitación esconden siempre la creencia en su propia inteligencia superior. En efecto, ¿por qué aprender? “Mientras esperamos el día feliz en que el mundo entero hablará francés”, como decía Zola... El problema es que los Franceses, al igual que los Españoles, no se contentan con esperar.
Sin embargo, lo que más caracteriza al
Nacionalismo francés no es la convicción de la superioridad de su raza, de su
lengua o de su cultura. Obviamente esta convicción es la banalidad misma,
presente en todos los “grandes” Países de este mundo y entre no pocos de los
pequeños. Todos ellos se creen superiores a los demás; reclaman por tanto
derechos particulares que corresponden a esta superioridad; y cuando –
desconcertados – constatan que algunos no comparten esta creencia, se ven
llevados entonces a tomar las medidas “defensivas y de estricta justicia” que
se imponen para remediar el intolerable estado de cosas que resulta de ello.
Ahora bien, lo que sí caracteriza a los
Nacionalistas franceses, y hace de ellos un caso único en la Historia de la
Humanidad, no es exactamente que se creen superiores: es que ellos creen que
los demás también lo creen. El Nacionalista anglo-sajón se inquieta de ser
“respetado sin por ello ser amado”. El Nacionalista español maldice la Leyenda
Negra y a los Franceses, los Ingleses, los Judíos o los franc-masones, “que
odian y denigran a España”. El Nacionalista alemán no se sorprende ya del papel
de villano que le está reservado desde la Guerra Franco-Prusiana; finalmente
ello no le importa o se adapta: él “sabe” lo que él vale, y lo hace saber a su
manera. En cambio el Nacionalista francés, por su parte, cree ser el objeto de
una admiración y de una envidia universal y sin límites. Su sorpresa y su
indignación no son sino más grandes cuando descubre que existen por el mundo
gentes lo bastante perversas como para no verlo como él se ve a sí mismo.
Demasiado imbuidos de la superioridad que ellos
mismos se atribuyen, como para poder percibirse detestados, los Franceses no
pueden concebir que el mundo entero no los admire, los envidie y los ame:
incluso los Países que han conquistado y colonizado. Son incapaces de entender
que puedan existir gentes normales que no quieran ser o convertirse en
Franceses; es por esto por lo que son incapaces de prever y de “preparar” los
movimientos de liberación nacional, los cuales tratan siempre mediante la
violencia a ultranza. Ellos tienen para los Españoles los mismos sentimientos y
el mismo desprecio que los Alemanes tienen para los Franceses, los Gitanos y
otros; pero creen además que son amados por los Españoles. Ellos tienen hacia
éstos “la condescendencia, la simpatía, la gentileza, el afecto y la admiración
divertida” que los señores, los amos y los colonialistas han mostrado siempre
hacia sus inferiores: los siervos, los esclavos y los colonizados.
Francia: el Reino-República-Imperio francés, se
remite al primitivo Pueblo y Reino de los Francos acrecentado con las sucesivas
“adquisiciones, anexiones, uniones, reuniones y adhesiones”, que fueron el
resultado de las continuas guerras de agresión, expansión y conquista
realizadas contra todos los pequeños Estados circundantes del Continente e
Islas adyacentes, además de sus anexiones de Ultramar; todo lo cual fundó su
Imperio: el Estado “de Francia y de Nabarra” hasta 1830, en el que universal y
francés se identifican. En él, la guerra y el terror deshicieron toda oposición
estratégica. El monopolio de la violencia y el Terror se hizo absoluto. En consecuencia
el Gobierno francés afronta todos los problemas: políticos o individuales, por
el recurso inmediato, sin contemplaciones, límites ni paliativos, a la
represión armada. Este procedimiento ha fracasado repetidamente durante el
siglo precedente pero sigue aplicándose, puesto que es el único que responde a
la naturaleza del régimen.
El Pueblo francés pasó del feudalismo al absolutismo “brutalmente forzado por la corrupción y por el uso de una atroz crueldad”.
“Durante todo este período, fue mirado por los otros Europeos como el pueblo esclavo por excelencia, el pueblo que estaba como ganado a disposición del Soberano.” “Durante la Fronda y bajo Mazarino, Francia, a pesar del desamparo público, ha respirado moralmente. Luis XIV la ha encontrado plena de genios brillantes que él ha reconocido y animado. Pero al mismo tiempo él ha continuado, con un grado de intensidad mucho más elevado, la política de Richelieu. Él ha reducido así Francia, en muy poco tiempo, a un estado moralmente desértico, por no hablar de una atroz miseria material.” “El régimen de Louis XIV era ya verdaderamente totalitario. El terror, las denuncias asolaban el país. La idolatría del Estado, representado por el soberano, fue organizada con una desvergüenza que era un desafío para todas las conciencias cristianas. El arte de la propaganda era ya muy bien conocido, como lo muestra la ingenua confesión del jefe de la policía de Liselotte referente a la orden de no dejar aparecer ningún libro, sobre cualquier tema, que no contuviera el elogio a ultranza del rey. Bajo este régimen, el desarraigo de las provincias francesas, la destrucción de la vida local, alcanzaron un grado bien elevado.” En los Países conquistados, “para los cuales los Franceses eran extranjeros y bárbaros, como para nosotros los Alemanes”, los Franceses aplicaron “el terror, la Inquisición y el exterminio”. (Simone Weil; ‘La necesidad de raíces [L’Enracinement]: preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano’.)
La revolución francesa produjo el prototipo de dictadura
y totalitarismo modernos. Éste consistió en la reducción y sumisión de los
órganos legislativo y judicial, y en el “perfeccionamiento y consolidación del
‘poder ejecutivo’, de su aparato burocrático y militar”:
“‘Este poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa máquina de Estado, con su ejército de funcionarios que ascendían a medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de soldados, este pavoroso organismo parásito: que recubre como una membrana el cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos sus poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, con el declive del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a derribar.’
“La primera Revolución Francesa desarrolló la centralización, ‘pero al mismo tiempo’ incrementó ‘el volumen, las atribuciones y el número de servidores del Poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta maquinaria del Estado’. [...].
“‘... Finalmente la república parlamentaria viose obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del Poder del gobierno. Todas las revoluciones políticas no han hecho sino reforzar esta máquina en lugar de destruirla. Los partidos que luchaban alternativamente por el poder, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el principal botín del vencedor.’
“Repartirse el botín, instalarse en los puestos lucrativos, repartirse las sinecuras administrativas; esta redistribución del ‘botín’ se hacía de arriba abajo, a través de todo el país, en todas las administraciones centrales y locales”. (V. Lenin; ‘El Estado y la Revolución’. Citas de K. Marx, ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte’.)
Los clásicos no
podían imaginar hasta qué punto estas cifras y realidades resultarían
ridículas, puestas al lado de las actualmente desarrolladas y establecidas.
“Dos son las instituciones más característica
de esta máquina de Estado: la burocracia y el ejército permanente.” Ambas se
encuentran unidas “por mil lazos” a las clases que detentan el poder y las
riquezas en la sociedad civil. La unión del capital industrial y bancario
resulta en el monopolio del capital financiero, “oligarquía financiera que
envuelve en una apretada red de relaciones de dependencia todas las
instituciones económicas y políticas sin excepción”.
La organización constructivista del poder
político, la inaudita centralización y la concentración funcional y territorial
del Estado, la ausencia de separación – general y territorial – de poderes, el
sacrificio de los derechos humanos y las libertades individuales, la sociedad
civil como dependencia pasiva de una administración arrogante y todopoderosa
ante la cual no hay réplica ni defensa posible, el servilismo, el corporatismo
y la corrupción, y la ley formal al servicio de la ley real: he aquí los
elementos que constituyen la realidad cotidiana de la sociedad francesa, y que
una inmensa empresa ideológica de propaganda, mistificación e intoxicación
ocultaba e idealizaba, exaltando en su lugar “la patria de los derechos
humanos, donde pobres y ricos, débiles y poderosos, son iguales ante la Ley y
la Justicia, y donde la ley es la misma para todos” etc.; funcionales estupideces
que la más mínima experiencia diaria se basta para desmentir.
La idolatría del Estado, que había germinado
con el absolutismo del Antiguo Régimen, alcanzó su máximo desarrollo con la
República, que a su vez había acabado con el absolutismo tradicional. “La
nación lo sustituyó. La nación, es decir: el Estado.” “Pero para ellos Francia
no era ni la nación soberana, ni el rey; era el Estado francés.” Se trataba
únicamente del Estado: totalitario y basado en la Dictadura Terrorista y
proto-fascista de los Comités municipales y coloniales de Salvación Pública del
“Nuevo Régimen”, la cual finalmente se integró y desarrolló en bonapartismo y
burocratismo. “El Estado, bajo la Convención y el Imperio, se hizo cada vez más
totalitario.” (S. Weil; obra citada.)
“El golpe parlamentario se había convertido en
un golpe militar, y el hombre fuerte ahora era Bonaparte: ‘La Revolución’ dijo
Bonaparte ‘ha terminado’. Y a continuación añadió: ‘yo soy la Revolución’. ‘La
Revolución está a salvo bajo mi vigilancia; yo mismo soy un producto de la
Revolución.’ Primer Cónsul, Primer Cónsul Vitalicio con poderes dictatoriales...
un rey en todo excepto en el nombre. [...] Haciendo una serie de reformas
políticas, económicas y legales, él estableció los fundamentos de una nueva
Francia. [...] Toda la sociedad francesa se mantuvo bajo su mirada. Instauró un
fuerte Gobierno centralizado y una burocracia estrechamente estructurada. [...]
Gobernó con mano de hierro, aplastando a todo aquél que se atreviera a hablar
en su contra, convirtiendo el Parlamento y las elecciones libres en una farsa.
[...] La Francia de Napoleón era un Estado policial, con una vasta red de
espías. ‘Si se iba a un salón, había un espía; si se iba a un burdel, había un
espía; si se iba a un restaurante, había un espía, en todas partes había espías
de la Policía: todo el mundo podía oír lo que se decía. Era imposible
expresarse a no ser que Napoleón lo quisiera. La prensa estaba bajo su yugo: él
controlaba la prensa. En 1799 había unos 60 ó 70 periódicos en París, y sólo 4
en 1814.’ [...] Era tan poderoso como cualquiera de los reyes Borbón que lo
habían precedido. Lo único que le faltaba era una corona, y finalmente decidió
que quería una. [...] Con el Papa santificando la coronación de Napoleón como
Emperador, era Dios el que confirmaba que los cambios ocurridos durante la
Revolución quedaban establecidos para siempre.” (D. Grubin; ‘Napoleon’.)
En “Francia” y en “España”, la transición desde
el absolutismo y el despotismo oriental al imperialismo “moderno” del Nuevo
Régimen se realizó buscando que, mediante la manipulación fraudulenta y la
falsificación de los nuevos principios de “la revolución, los derechos humanos,
el contrato social y la soberanía nacional”, pudiera lograrse el medio de
atribuir nueva e inmaculada legitimidad “democrática”: pasada, presente y
futura, a la conservación y el desarrollo de la obra del Antiguo Régimen. Todo
ello ocultando, completando o suplantando los verdaderos fundamentos de la
realidad histórica, política y social, a saber: los crímenes de guerra, contra
la paz y contra la humanidad, el pillaje económico general, y la empresa
sistemática de destrucción de Pueblos, Naciones y Estados por el Nacionalismo
imperialista franco-español.
Así pues, se trataba ante todo de un esfuerzo
por ocultar los fundamentos del régimen imperialista, impuesto por siglos de
violencia, guerra y ocupación militar, terrorismo, represión y deportación. Se
trataba por tanto de distorsionar y arruinar, en la teoría y en la práctica, el
derecho internacional de independencia, libre disposición o autodeterminación
de todos los Pueblos sojuzgados: primero de los derechos humanos fundamentales
y condición previa de todos ellos; un derecho sin el cual las pretendidas
“libertad y democracia” invocadas por los legistas y propagandistas encargados
de la manipulación no son sino farsas ideológicas al servicio del imperialismo.
Era y es la tarea prioritaria de los ideólogos y políticos de los Partidos
Nacionalistas en el poder.
La continuidad in-temporal, inter-temporal y trans-temporal del Imperio se realiza teleológicamente por extensión, proyección o retroyección de su esencia: tanto hacia adelante como hacia atrás. La “democracia” se remite a las “votaciones en el estado de derecho”. El “estado de derecho” se remite al “imperio de la ley”: ley que han hecho ellos para que la sufran quienes han quedado atrapados dentro de la “nación” imperial. La “nación” imperial se remite a la mitología histórica y social por petición de principio, y vuelta a empezar. ‘C’est le retour à la case départ’. Los embaucadores del Nacionalismo imperialista practican incansablemente la fuga ideológica en círculo (vicioso).
Para el concepto nacional “de tártaro origen”: importado y funcionalmente adoptado y adaptado por los ideólogos del imperialismo francés, la conciencia histórica del Nacionalismo dominante se fabrica por una adecuada combinación funcional y tautológica de recuerdo y olvido. Los ideólogos del Nacionalismo español lo tomaron tal cual de su traducción francesa, limitando su aportación a la dosis suplementaria de metafísica y misticismo tradicional que el mercado ideológico local necesitaba. “Francia no es Dios”, admitía la comentarista cristiana “crítica” – aunque Nacionalista – de la historia de Francia, Simone Weil; pero “España es un hecho divino”, “una cosa como de Dios”, según aseguran algunos teólogos y políticos españoles, que no temen la blasfemia o la herejía cuando sirven a su Imperio de ellos como valor supremo y absoluto. Profetas y testigos civiles, militares o eclesiásticos no han faltado ni faltan para certificarlo.
Esto es justamente lo que algún “eminente” teórico establecía como base de su artificial “ente nacional/Estado-nación” producto del imperialismo, a saber: “una adecuada combinación de memoria y olvido”. Renan lo expresó de forma transparente:
“El olvido y – yo diría incluso – el error histórico [entiéndase: la distorsión/falsificación deliberada y sistemática de la historia] son un factor esencial de la creación de una nación; y de este modo, el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad. [...] Ahora bien, la esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan muchas cosas en común [aunque ello consista en que unos han sido criminales y verdugos, y otros las víctimas de ellos], y también en que todos hayan olvidado muchas cosas”. Etc. (E. Renan, ‘¿Qué es una nación?’; 1882.)
Efectivamente, la “nación” a la española y a la francesa necesita que los Pueblos sojuzgados olviden lo mucho que tienen “en común” con ella. Su Estado imperialista y terrorista: que unilateral y criminalmente inició la agresión cuando le convenía e impuso por la violencia la destrucción del Estado y los derechos humanos fundamentales e inherentes del sojuzgado Pueblo Vasco, una vez ganada la guerra, declara “la paz” también cuando le conviene, impone su ley del más fuerte: su derecho positivo (‘might is right’: “las leies quel vencedor [im]pone al vencido, y con ellas nuestra lengua”, según lo explicaba Nebrija a la reina Isabel I de Castilla en el Prólogo a su Gramática), exige la aceptación del nuevo status quo al que llama “convivencia”, y espera así que la oposición: desarmada y aterrada (y finalmente incapaz y/o corrompida), olvidará sus monstruosos crímenes contra inocentes e indefensos niños y ancianos, mujeres y hombres, y que aceptará la situación resultante de las guerras de agresión y conquista, de los bombardeos sobre ciudades y aldeas, de la angustiosa opresión, discriminación y exclusión del Pueblo sojuzgado, y del exilio, la confiscación, el pillaje y el genocidio; a todo lo cual sus Agentes metropolitanos y Colaboracionistas indígenas llamarán a partir de ahora “democracia y suelo ético”.
En definitiva, una vez agotadas finalmente las coartadas y supercherías tradicionales que “justificaban” el imperialismo sobre el “derecho divino, eclesiástico, humano, natural, histórico, dinástico, dogmático” y otros, los ideólogos del constitucionalismo “revolucionario” francés y los de su epígono español (que buscaban el medio ideológico de preservar en la nueva situación los logros de la anterior obra del absolutismo y el despotismo asiático) lograron atribuir la nueva e inmaculada fundamentación que estaban buscando para el Nuevo Régimen, sobre la continuación del Antiguo y mediante la recuperación, falsificación y adaptación del nuevo concepto de “nación”.
El Estado “tratará de dar a sus súbditos el sentimiento de pertenecer a una comunidad de la que él asumirá necesariamente la dirección: de ahí la creación de la nación”. “La palabra misma ‘nación’ había cambiado de sentido. En nuestro siglo no designa ya el Pueblo soberano sino el conjunto de poblaciones que reconocen la autoridad de un solo Estado; la arquitectura formada por un Estado y el país dominado por él”; una vez que el procedimiento por el que se ha llegado a esa dominación ha sido convenientemente “olvidado”.
Finalmente, los ideólogos del imperialismo español tuvieron que recurrir al mito variable y multiforme, hecho dogma y axioma, de la “nación” a la francesa. La “nación” a la francesa precede y escapa a toda consideración histórica y sociológica real; cuestión ésta segunda y derivada para la ideología dominante.
Con la “nación” a la francesa: “puro mito y dogma, introducción de la Santísima Trinidad en la ciencia política, construcción metafísica extraña a la realidad concreta, pura ficción carente de sentido una vez desaparecida la circunstancia histórica que la originó”, la historia y la sociología se establecen dogmática y mitológicamente, se deducen “tautológicamente” por simple truísmo, se desarrollan por extensión, proyección y retroyección, y se demuestran por petición de principio. El concepto de “nación” fabricado a tal efecto recupera ese término, mientras substituye el concepto real de Nación a fin de que se ajuste a lo deseado. Y si – como es el caso – el concepto no corresponde a la realidad (y mientras ésta va siendo transformada por el terrorismo republicano o monárquico), puede fabricarse entretanto un nuevo concepto que corresponda. Ni aun así han logrado españoles y franceses que el truco funcione.
El único objeto y razón de ser de esta operación: que establecía el nuevo paradigma ideológico del Nacionalismo imperialista francés y español, era – y sigue siendo – crear una pretendida “realidad nacional y democrática” que ocultara, falsificara y suplantara la realidad política, histórica y social del “nuevo” imperialismo, o sea: su origen, continuidad y fundamento que habían sido establecidos en el Antiguo Régimen, y que a la vez encubriera la dictadura militar y burocrática; atribuir base “nacional” a una realidad política artificial carente de ella; y justificar la dictadura burocrática, militar y nacionalista. Se aseguraba así la ideología de la transición del Antiguo al Nuevo Régimen, mientras el terrorismo y el constructivismo republicanos (o monárquicos) se ocupaban de la transformación práctica de la realidad para adaptarla al verdadero proyecto: permanente, inmanente y subyacente, de “la nación modelo francesa” (o “española”) sobre la que Marx había ironizado:
“‘Ayer’ – escribía Marx el 20 de Junio de 1866 – ‘hubo en el Consejo de la Internacional un debate sobre la guerra actual. [...]. El debate se ha concentrado, como era de esperar, sobre ‘la cuestión de la nacionalidad’ en general y la actitud que adoptamos hacia ella. [...]. Los representantes de la ‘Joven Francia’ (no trabajadores) pusieron por delante el anuncio de que todas las nacionalidades e incluso las naciones eran ‘prejuicios anticuados’. [...]. El mundo entero debe esperar a que los Franceses estén maduros para una revolución social. [...]. Los Ingleses se rieron muchísimo cuando comencé mi discurso diciendo que nuestro amigo Lafargue y los otros, que han liquidado las nacionalidades, se habían dirigido a nosotros en ‘Francés’, es decir: en una lengua que nueve décimas partes de la audiencia no comprendía. También sugerí que por negación de las nacionalidades él [Lafargue] parecía, de forma completamente inconsciente, entender la absorción de ellas por la nación modelo francesa’.” (Citado por V. Lenin; ‘El Derecho de las Naciones a la Autodeterminación’.)
Pero atribuir equívoca base “nacional y democrática” a una estructura de dominación que carecía manifiestamente de ella presentaba aún mayores dificultades que atenerse a las fundamentaciones tradicionales: basadas en las conquistas bendecidas por la mistificación eclesiástica-dinástica-religiosa, e impuestas sobre Estados que eran sin embargo formalmente mantenidos como diferentes. Es por ello que la conciencia nacional real: ya sea permanente, aparente o subyacente, de los Gobiernos y los Países dominantes (la cual resiste bien a las huecas o delirantes extravagancias de sus ilusionistas), no puede ser francamente admitida ni aparecer formalmente; lo que produce el desdoblamiento ideológico, como vamos a ver a continuación.
Toda la ideología del moderno Nacionalismo
imperialista francés y español, desde hace más de doscientos años, consiste en
el esfuerzo – significativamente reiterativo – mantenido por una conciencia
falsa, enferma o desgraciada: inherente a la mala fe, y empeñado en evitar o
falsear los términos de un problema sin solución teórica. Por supuesto, la
penosa y siempre fallida búsqueda y recuperación-mistificación de ideas, para
su adaptación a la realidad del imperialismo, permitían ganar tiempo mientras la
violencia, el terrorismo y el constructivismo adaptaban en la práctica esa
realidad a la permanente y subyacente vulgaridad de sus ideas.
Conseguir la noción imposible – por
contradictoria – de la “nación” que compagine las postuladas unidad y
conciencia nacionales del imperialismo, con la realidad de los Pueblos
sojuzgados, es la tarea siempre fallida de los ideólogos profesionales del
imperialismo; es la eterna y reveladora búsqueda infructuosa de una identidad
trucada y perdida. Con nulo índice de éxito, a juzgar por la abnegada,
infatigable, insistente, una y múltiple producción de sus apologistas. Esto
provoca un choque entre su conciencia nacional auténtica, y la ficción
ideológicamente creada. La conciencia nacional y política que corresponde al
imperialismo de Españoles y Franceses se desdobla por eso en conciencia real
auténtica, por una parte; y (mala) conciencia falsa, por otra. Ambas se
acumulan en la ideología dominante. Pero, como resultado de esa acumulación y
de ese choque, la conciencia nacional del imperialismo francés y español
resulta forzosamente en una conciencia desgraciada, enferma o dolorosa,
disociada y culpable; en un agregado y una combinación de ignorancia, falsedad,
cinismo, hipocresía, mentira y mala fe, incapaz de asumir el contenido
auténtico de la realidad social e histórica subyacente. Conciencia dual cuyos
componentes: formalmente contradictorios pero ideológicamente operativos, se
complementan, alternan o suceden según las circunstancias, los casos y las
necesidades del momento y la ocasión.
En el complejo ideológico establecido por el
imperialismo, los conceptos efectivos y operativos de Nación, Estado o Derecho:
del más estable clasicismo, se auxilian y encubren tras el ilusionismo
ideológico con el que se pretende ocultar y servir la realidad del Imperio
según las legitimaciones propias de cada época; y ambos elementos coexisten en
la ideología dominante. De este modo los modernos mitos constitutivos de la
Nación y el Estado: “igualdad”, “derechos humanos”, “ciudadanos libres” etc.,
substituyeron a los antiguos: bulas papales, derechos divino y dinástico etc.,
y la historia y la sociedad reales desaparecieron. La retroyección substituyó a
la memoria histórica de los Pueblos; y los símbolos y las representaciones
prefabricados suplantaron al conocimiento sociológico. En el vacío resultante
emerge la producción ideológica del modelo de nación: funcional, ideal,
fantástico, imaginario, romántico, abstracto, místico, dogmático y
retroactivado, que las condiciones propias del “nuevo” imperialismo necesitan.
En el mundo ideológico al revés del
Nacionalismo imperialista, la idea, el símbolo y la representación dominan y
substituyen a la realidad. Para el Nacionalismo español y francés la esencia
nacional precede a la existencia; pero, a falta de una existencia real que
corresponda a la esencia, la misma esencia se hace metafísicamente
indeterminable e indefinible. La idea de “nación” se destruye y construye de
antemano para que corresponda tautológicamente al pie forzado del Imperio
respectivo. Sin embargo, legiones de ideólogos Nacionalistas bien pagados: obsesionados
por lograr un concepto ilusorio y formal de “nación” que cumpla esos requisitos
pero que al mismo tiempo no corresponda a los Pueblos conquistados, no han
podido encontrar todavía la idea milagrosa y presentable que comprenda o
enmascare la realidad tras el truísmo, a pesar de sus denodados esfuerzos por
desechar, seleccionar y acumular las notas que lo permitan.
Enjambres de “intelectuales” e ideólogos buscan
incansablemente y se debaten vanamente en la búsqueda de una identidad que no
existe; en la ímproba tarea de descubrir la idea milagrosa que corresponda a la
realidad del Imperio y que a la vez la oculte. Hace dos siglos que la rebusca
se prosigue. A los doscientos treinta años de la proclamación unilateral (1791)
de que “La Soberanía es una, indivisible, inalienable e
imprescriptible. Ella pertenece a la Nación,” (“francesa”) la investigación e
imposición de esa forzada identidad nacional sigue estando de máxima
actualidad. Pero es lo propio de las “teorías” sin remedio el no satisfacer ni
a sus propios genitores y adictos. El repetitivo esfuerzo de cada nuevo
candidato, la incesante reiteración de tales tentativas para “amejorar, aclarar
o completar” la obra de los predecesores: consecuencia y exponente de su
inevitable fracaso, son reveladores.
Infinidad de “biólogos, lingüistas e
historiadores” españoles y franceses subordinan la verdad y el conocimiento
simple o científico a la propaganda imperialista y fascista. Sacrifican el
método, los datos y los hechos científicos cada vez que les conviene. Encubren
y falsifican el origen, la naturaleza y el fundamento del régimen al que
sirven.
“Sociólogos y juristas” españoles y franceses
no han “descubierto” todavía el fundamento real de sus esperpénticas
Constituciones, ni penetrado “el gran misterio del Derecho”, ni apercibido
siquiera el papel de la violencia imperialista-totalitaria (es decir: ejercida
para la violación de los derechos humanos fundamentales de los Pueblos que
mantienen sojuzgados) del régimen político al que sirven. Cuando reclaman “la
consideración a que sus méritos científicos les hacen acreedores” pretenden
jugar y ganar a todo a la vez: al igual que el régimen que los produce, emplea
y financia, quieren jugar a la vez al fascismo, al imperialismo, la ocupación
militar, la libertad, la no-violencia y la democracia.
Los “historiadores” españoles, que acusan a la
Administración local “autónoma” de su propio Gobierno de falsificar la
historia, son los mismos que no descubrieron nunca quién arrasó Gernika. Y si
lo descubrieron, se guardaron muy bien de acusar al invicto Caudillo de falsificar
la historia en versión simultánea; mientras tanto, los aterrorizados testigos
de vista respondían (a quien aún se atrevía a hacer preguntas): “dicen que
dicen que hay que decir que han sido los rojos”. Si hacen esto con la historia
contemporánea y ante la vista del mundo entero, cualquiera puede colegir lo que
han hecho y lo que son capaces de hacer con la moderna o la medieval.
El Nacionalismo imperialista tiene dificultades
insuperables para inventar una forma presentable de su propia idea identitaria
de “nación”, y los baldíos esfuerzos e impresentables resultados de sus
ideólogos y legisladores no hacen sino confirmar lo desaforado del empeño: no
hay duda de que sin el imperativo categórico nacionalista, sin la necesidad de
dominar ideológicamente a los Pueblos ocupados, y fuera de objetivos
ideológicos pre-establecidos, nadie se aplicaría a la ingrata tarea de
fundamentar tal mistificación histórica y social, ni a nadie se le vendría a la
cabeza embarcarse en semejante carabela.
En cualquier caso, nadie piensa realmente en
fundar – nadie podría fundar – de tal modo una auténtica conciencia nacional.
La idea efectiva de “nación” que fundamenta la conciencia nacional española y
francesa, y que opera realmente sobre ella, es extremadamente simple y tradicional.
Se remite a la idea de “la unidad nacional, racial, lingüística y cultural” que
ha quedado artificial y falsamente ilustrada, verificada y fijada desde la
primera infancia: mediante la pintura abstracta de los murales y mapas
monocolores (con la Península pintada toda en amarillo, o “el Hexágono” pintado
todo en rosa), dentro de los muros de las escuelas civiles, militares y
religiosas y demás centros de condicionamiento e intoxicación ideológicos de
masas. Esos simples fetiches gráficos: que preceden a las leyes del código
civil o de la nacionalidad, han hecho por dicha idea más que todos los
productos auxiliares de la ‘intelligentsia’ Nacionalista.
En su estado puro, o corregida y apuntalada por A. Towianski y E. Renan (para extenderse también a los alógenos afrancesados/españolizados: los Renegados “voluntariamente” incorporados y adoptados por la “nación modelo”), esa idea de “nación” imperial e imperialista es común a Nebrija y al cardenal Cisneros, a Sarkozy y a Valls, a Ortega y Gasset y a los Primo de Rivera, al General Franco y al General De Gaulle, al Cardenal Gomá, al Obispo castrense Sebastián y a su padrino el Papa Wojtyla, a todos los Fascistas españoles y franceses (ya sea en la versión tradicional del Partido del Movimiento, o en la del Partido Nacional-socialista obrero Español-PsoE), a Domenach, Taguieff y a Lanzmann, a Aznar, González, Redondo y a Zapatero, al General Galindo y al último Guardia Civil.
III
La ideología dominante ha puesto a punto una
cronología histórica original en la que el tiempo – como la guerra y la paz –
empieza, acaba y se detiene según conviene al fascismo y al imperialismo. Para
los ideólogos del imperialismo “lo que importa es el futuro y no el pasado”;
pero la historia, el pasado, el presente y el futuro de que hablan empiezan y
acaban en cada caso y circunstancia según y cuando el poder político decide: ¡para
eso es el poder político! La “revolución” francesa y la “transición” española implicaban
supuestamente según ellos “pase de página, borrón y cuenta nueva, tabla rasa,
punto cero del proceso político”; pero entendían que ello no implicaba la
anulación sino la confirmación y la intangibilidad de los fundamentos del
“Antiguo Régimen”. El “punto cero” empieza siempre para el imperialismo a
partir del endose, el reconocimiento y la aceptación de todo el pasado y el
presente de sus criminales conquistas.
Para llevar a
cabo sus conquistas, los
conquistadores no se han sometido nunca ni han cumplido otras normas que las
que ellos mismos han impuesto por la guerra y el monopolio de la violencia. El
imperialismo destruye “naturalmente” los Pueblos: su libertad, su identidad,
sus caracteres raciales, lingüísticos y culturales; si tales resultados no se
dieran, entonces no habría imperialismo ni problema imperialista a resolver. Si
el imperialismo no atacara la integridad de las Naciones oprimidas, en tal caso
no habría imperialismo ni necesidad de oponerse a él. Si el imperialismo
produjera libertad, desarrollo nacional, lingüístico, cultural y económico,
entonces el imperialismo no sería el imperialismo, y no habría Pueblo tan loco
como para rechazar las ventajas de semejante régimen. Sin embargo esta evidente
realidad supera al parecer la capacidad de comprensión de los imperialistas, y para
ellos queda todavía por explicar por qué entonces se da el problema, es decir:
por qué los Pueblos sojuzgados insisten en combatir el Nacionalismo
imperialista, y en rechazar la “nación” y la “conciencia nacional”
imperialistas.
La
explicación que los
ideólogos del imperialismo proponen radica precisa
y “lógicamente” en una supuesta alienación mental o, cuando menos, ideológica
de los Pueblos sojuzgados. Pero los ideólogos del “marxismo” franco-español:
que denuncian sin descanso el “idealismo y fetichismo” de los demás, deben todavía
explicar el fundamento material y social – por no mencionar el moral – de la presencia y la
dominación de ellos y de sus ideas entre los Pueblos sojuzgados (que fueron impuestas
como resultado de agresión, guerra y ocupación militar), en lugar de poner otra vez patas arriba infrastructura y
suprastructura mediante la ideología, al igual que sus antepasados
conquistadores hicieron a sangre y fuego.
Sin embargo, y por el contario, es a los
Pueblos sojuzgados: que han sido privados de su libertad y padecen las
consecuencias políticas, ideológicas, económicas, demográficas, culturales y
lingüísticas de la dominación foránea, a quienes con inaudita desvergüenza esos
ideólogos del imperialismo exigen el cumplimiento de unas condiciones de
perfección e integridad nacional que precisamente el imperialismo ha destruido;
unas condiciones que el imperialismo no ha cumplido nunca y que ha destruido
donde existían. La legitimidad de la oposición al imperialismo queda así
condicionada – según las exigencias de los teóricos “marxistas” del
imperialismo franco-español – a la ausencia de las consecuencias que son
inevitables e inherentes al propio imperialismo.
Pero descalificar la oposición al imperialismo debido a las consecuencias del imperialismo; a la falta de plenitud de las características nacionales que el imperialismo ha destruido, es decir: debido a una carencia que es consecuencia de la acción del propio imperialismo sobre los Pueblos sojuzgados al haber sido éstos privados de libertad y haber padecido sus consecuencias económicas, demográficas, culturales y lingüísticas; y “exigir”, en fin, una tal perfección e integridad nacionales que precisamente el imperialismo ha destruido, es lo mismo que exigir, como condición para oponerse a él, que el imperialismo no haya existido. Lo cual, aunque sea un imposible y un absurdo lógico, es perfectamente coherente con la ideología y la acción del imperialismo, a las que – como ya se ha explicado en el Capítulo IX ‘Imperialismo, fascismo e ideología’ – le traen sin cuidado esas cuestiones.
Más aún, la división del trabajo entre los distintos ideólogos fascistas – en uso de sus monopolios de la violencia y de su libertad de expresión a sentido único, históricamente adquiridos – les permite la “descalificación” simultánea y complementaria por causas diferentes e incluso contradictorias. En efecto, la historia del imperialismo y el colonialismo muestra sobradamente las características eminentemente variables e instrumentales de sus “argumentarios”; y así, se ha pretendido que si los colonizados son de color, “la Nación, la Libertad, la Democracia y el derecho de autodeterminación” tienen por condición de existencia y vigencia el hecho de que sus sujetos sean blancos; pero si los colonizados son blancos, entonces los citados principios tienen por condición que sean negros o incoloros. Si son campesinos, sería necesario que fueran proletarios o burgueses “modernos”; pero si son burgueses o proletarios, entonces deberían ser nómadas, labradores o ganaderos. Si son paganos o herejes, deberían ser católicos vaticanistas; y si son católicos vaticanistas, que sean “marxistas-leninistas”. Si son pacíficos o desvalidos, es preciso que demuestren su viabilidad, su fuerza vital y su capacidad para imponerse por la violencia y la guerra, al igual que hacen los grandes Pueblos históricamente dominantes; pero si resisten (por débilmente que lo hagan), entonces es preciso que renuncien “a toda violencia venga de donde venga”, es decir: que acepten el monopolio de la violencia de los demás. Si invocan Pueblos, Estados y derechos multi-seculares, deben olvidar el pasado y mirar el presente y el porvenir, que son lo que cuenta; en cambio si – mirando el presente y porvenir – afirman el vigente derecho de autodeterminación de todos los Pueblos, entonces resulta que deben respetar la constitución de “una comunidad social y política que hunde sus raíces en una Historia milenaria”, según la escriben y falsifican los agentes del Nacional-imperialismo y fascismo de España y de Francia, es decir: ocultando y negando que esa Historia está constituida por siglos de agresiones y conquistas; y afirmando por el contrario que las fronteras impuestas mediante la agresión, la ocupación, el desmembramiento y la anexión imperialistas de nuestro Pueblo y Estado deben ser aceptadas.
El hecho de que, según los estándares imperialistas, los Pueblos sojuzgados sean “descalificados” – sucesiva o incluso simultáneamente – por ser paganos, cismáticos, ortodoxos o mahometanos, campesinos, burgueses, fascistas o comunistas; o debido a sus “deficiencias” raciales, lingüísticas o culturales, económicas, geográficas, demográficas o políticas, ello sólo depende de las circunstancias: si fueron o fueran de otra manera, esto es cosa que no ha afectado ni afectará a la determinación del imperialismo de terminar con ellos. El hecho de que sus ideólogos consigan engañar con esa basura a una población indefensa, a sus cómplices (o sea: sus aliados o víctimas que forman la burocracia liquidacionista Pnv-Eta), y a sus servicios prefabricados de la Administración “autónoma” local, indica de por sí los efectos de la intoxicación ideológica en las condiciones del imperialismo y el fascismo. Y que deba ser necesario tratar de tales inepcias y dislates, indica ya el estado de alienación mental de una sociedad víctima del imperialismo.
Hoy el “impedimento” más utilizado por la propaganda imperialista, cuando se trata de negar o cuestionar la existencia y los derechos del Pueblo Vasco asentado sobre sus propios Territorios históricos, es la presencia en nuestro País de la colonia española implantada por la gran colonización de los años 50 y 60 del siglo pasado. Sin embargo, tal inmigración no había llegado en los años ni en los siglos anteriores, y su ausencia no impidió ni la agresión permanente contra el Pueblo Vasco y su Estado ni la ideología al servicio de esa agresión; ni tampoco las impediría ahora, de no darse la situación actual. Ciertamente, algunos de los datos más recurridos ahora para discutir/negar la existencia del Pueblo Vasco no se daban en 1950, 1936, 1834, 1812, 1795, 1789, 1620, 1512 ó 1199; sin embargo la guerra, la ocupación y el terror no se detuvieron entonces por ello, ni esperaron a que esos datos se dieran para realizar las agresiones. Sólo los últimos “ingenuos” pueden creer todavía que el Nacionalismo imperialista español y francés dejaría de serlo, y que cambiaría de actitud hacia el Pueblo Vasco y su Estado el Reino de Nabarra, si los datos de ahora: cualesquiera que éstos sean, fueran diferentes de lo que son.
La cuestión es, pura y simplemente, que las “ideas generales” que establecen lo que – según la ideología imperialista – debe entenderse por “Pueblo”, “Nación” o “derecho de autodeterminación”, no corresponderán nunca a los Pueblos sojuzgados, puesto que esas ideas se fabrican, modifican y recuperan absolutamente para que no les correspondan, y se corrigen si es que lo hacen. Incluso su pretendida correspondencia con el propio modelo español o francés, es una afirmación tan vacía como todos los truísmos y peticiones de principio en que están basadas su “nación” y su “conciencia nacional” imperialistas.
En todo caso, cualquier condición que en este
aspecto se satisficiera, sólo tendría por consecuencia el cambio funcional,
esto es: el aumento de las condiciones exigidas por parte de los agentes
ideológicos del imperialismo. Si las mismas
condiciones que el imperialismo franco-español exige a sus presas – para su realización
como Pueblo, Nación o Estado sujeto de derecho de autodeterminación – se
erigieran en norma universal y se aplicaran a los demás, entonces no quedaría en el mundo País ni independencia capaces de
pasar la prueba; no quedarían en el mundo Nación o Estado sin descalificar,
Francia y España a la cabeza. Y a la inversa: si las características actuales de Pueblo
Vasco – cuyo valor como nacionales los imperialistas niegan – las tuviera el
Imperio español o el francés, o cualquier otro, tales características serían la
base ideológica de su propio concepto formal de Nación. La esencia y la
existencia nacionales de España y de Francia contradicen todas las condiciones
e incorporan todas las “taras” que ellos respectivamente exigen y achacan a otros;
sin que ello perjudique el empeño de sus ideólogos, que prefieren desviar la
vista y la atención de sus víctimas hacia el corral ajeno.
El imperialismo no pretende tratar científica o
democráticamente los problemas de los Pueblos. Cualquiera que sea el disfraz
con que pretenda encubrirse, al abrigo de sus monopolios de violencia y
propaganda de masas, su único objetivo y razón de ser es la dominación Nacionalista
y la destrucción de la democracia, la libertad y la existencia de los Pueblos
sojuzgados. La propaganda del imperialismo Nacionalista español y francés de
hoy es relativa y formalmente diferente de lo que era hace cien años, de la de
los años treinta y de la de los años sesenta; pero su método y objetivos
básicos no han cambiado lo más mínimo. Lo que los partidos y los agentes
ideológico-políticos españoles y franceses difunden ahora en los Territorios
ocupados del Pueblo Vasco y de su Estado, el Reino de Nabarra, es lo que su
propaganda ha difundido siempre: en Cuba, en Argelia, y en todas partes donde
el Nacionalismo imperialista español y francés ha dejado su repugnante
impronta. A saber, las “poblaciones” (nunca Pueblos) oprimidas: salvajes
sanguinarios, agresivos, xenófobos, desprovistos de razón, incapaces de
progreso; razas, lenguas y culturas de tipo inferior, están condenadas a ser
sojuzgadas, expoliadas, explotadas, asimiladas y destruidas por las razas
superiores, portadoras de cultura y civilización.
“La política colonial es la hija de la política industrial. [...]. La fundación de una colonia es la creación de un mercado de salida. Las colonias son, para los países ricos, una colocación de capitales de las más ventajosas. Francia, que rebosa capitales [...], tiene particular interés en considerar este lado de la cuestión. Las colonias abren al país francés unos mercados ilimitados. Pero para que este objetivo económico sea alcanzado es preciso no contentarse sólo con simples instalaciones comerciales. [...]. Señores, hay un segundo punto, un segundo orden de ideas que debo igualmente abordar [...]: es el lado humanitario y civilizador de la cuestión. [...]. ¡Señores, tenemos que hablar más alto y con más honestidad! Es necesario decir abiertamente que en efecto las razas superiores tienen un derecho hacia las razas inferiores. [...] Repito que hay para las razas superiores un derecho, porque hay un deber para ellas. Ellas tienen el deber de civilizar a las razas inferiores. ¿Y existe alguien que pueda negar que hay más justicia, más orden material y moral en el África del Norte desde que Francia ha hecho su conquista? [...] Estos deberes a menudo han sido desconocidos en la historia de los siglos precedentes, y ciertamente cuando los soldados y los exploradores españoles introducían la esclavitud en América Central, no estaban cumpliendo con su deber de hombres de raza superior. Pero en nuestros días, yo sostengo que las naciones europeas están cumpliendo con largueza, grandeza y honestidad este deber superior de civilización.” “Si Francia quería seguir siendo un gran país capaz de ejercer sobre los destinos de Europa toda la influencia que le pertenece”, ella tenía que “llevar, a todas partes donde puede hacerlo, su lengua, sus costumbres, su bandera, sus armas y su genio”. “Hoy en día son Continentes los que nos anexamos, es la inmensidad la que se reparte.” “Todas las parcelas del dominio colonial de Francia, todos estos restos deben ser sagrados para nosotros.” “Es indispensable establecer la colonización sobre la dominación”, clamaba Jules Ferry ante la Cámara en Julio de 1885.
El humanista-republicano-oportunista-socialista Jean Jaurès admiraba a Ferry: “este hombre notable” “que desde hace 30 años había desplazado bruscamente el centro de gravedad de Francia hacia países lejanos”, y que tenía por objetivo nada menos que “organizar la humanidad sin dios y sin rey”. (Mientras tanto en la Comuna, “como Alcalde de París durante el asedio, él sacó una fortuna de la hambruna mediante chanchullos”, señaló Marx.)
En consecuencia, “este hombre notable” declaraba a la Cámara, ya en 1881: “Hemos enviado al Sur fuerzas imponentes, con el fin de reducir las poblaciones árabes, el espíritu árabe, mediante la única demostración que ellos entienden: la de la fuerza. Hemos querido hacer ver a estas tribus bárbaras e insumisas lo que es un ejército francés.” Sería demasiado largo describir aquí cómo se hizo la demostración. “Los Franceses, en pocos años, han cometido más crueldades que los Turcos en doscientos años”, decía el diputado Roger a la Cámara ya en 1834. Y desde 1847 Tocqueville informaba: “A nuestro alrededor las luces se han apagado, el reclutamiento de hombres de religión y hombres de derecho ha cesado; es decir, hemos hecho la sociedad musulmana mucho más miserable, mucho más desordenada, más ignorante y más bárbara que lo era antes de conocernos”. (Informe sobre el proyecto de ley sobre créditos extraordinarios solicitados para Argelia, 1847.)
Los ideólogos imperialistas no sólo niegan la existencia de los Pueblos sojuzgados: necesitan también alterar y desdoblar la propia idea de la Nación dominante; en consecuencia, sacrifican, disfrazan, falsifican y disuelven formalmente la idea nacional de España y de Francia. España y Francia son lo que haga falta para que los demás no sean. Es así como los Españoles han atomizado y desintegrado su propia estructura territorial en numerosas “regiones autónomas”: comprometiendo de ese modo su propia viabilidad como nación, por la necesidad de devaluar y neutralizar el auténtico derecho INTERNACIONAL de autogobierno o autodeterminación (self-government/self-determination) de los Pueblos y Estados que aún mantienen sojuzgados en el interior de sus fronteras imperialistas. Con ese “truco”, el derecho internacional de autodeterminación o independencia de todos los Pueblos: contradictorio e incompatible con el imperialismo, queda así en apariencia anulado/substituido; situando en su lugar y a su mismo nivel como sucedáneo el falso “gobierno autonómico” interno de sus propias “regiones autónomas”.
Es
decir: el Nacionalismo imperialista entiende que puede perseguir sus criminales
fines y ejercer sus “derechos” mediante la guerra, la conquista y el monopolio
de la violencia, en violación de los derechos humanos fundamentales y – ante
todo – del derecho internacional de autodeterminación o independencia de los
Pueblos a los que él agrede, y que ello es ya intocable; pero que, en cambio, estos
Pueblos que él ha sometido bajo su dominación sólo pueden perseguir sus lícitos
fines y ejercer sus derechos – lo cual es considerado y denominado como el único
“nacionalismo” – mediante la sumisión a las condiciones y límites que el
régimen imperialista les marca. Es así como el Nacionalismo imperialista
entiende “el derecho” que todos tienen: “incluidos los nacionalistas” de los
Países ocupados, a ejercer y perseguir sus propios derechos. Es decir: se trata
del “derecho” – o sea, la obligación – a comportarse como la nación dominante
quiere que se comporten.
O,
dicho de otra forma: el imperialismo pretende que los derechos del Pueblo que
él ha ocupado “se respetan sin perjuicio de la unidad constitucional”, es
decir: supeditados al derecho INTERNO (doméstico) de la nación ocupante. Pero, dado que el Pueblo y el Estado ocupados no son parte de la nación y el Estado
ocupantes sino que “tienen, bajo la Carta, un estatuto jurídico separado y
distinto del territorio del Estado que lo administra” [UNGAR 2625 (1970)], de
ahí se sigue que los derechos fundamentales de los Pueblos y Estados sometidos –
y ante todo su derecho INTERNACIONAL de autodeterminación o independencia – son
EXTERNOS E INCOMPATIBLES con el criminal “derecho” imperialista de la nación y
el Estado ocupantes, y por tanto NADA tienen que ver con su derecho positivo
doméstico ni están supeditados a él.
La
negativa o incapacidad para reconocer las Naciones y los Estados que ellos
mantienen ocupados, impide a Españoles y Franceses reconocer y asumir
abiertamente su propia conciencia nacional real. Por lo tanto, ya sea como consecuencia
bien de la definitiva libertad de los Pueblos que ellos están sojuzgando, o de
la definitiva liquidación nacional de ellos, esta disyuntiva: o bien Libertad
nacional de esos Pueblos, con su consecuencia de democracia real y progreso
general; o mantenimiento del imperialismo y sus crímenes, con su consecuencia
de marasmo estructural y sistémico general, se establece fatalmente para
Españoles y Franceses como condición para la libertad de su propia idea
nacional: la cual está mantenida como rehén de su Nacionalismo imperialista, y
también como condición para la recuperación de la realidad de su propia
historia, que ellos se ocultan a sí mismos porque les revela la realidad y la
historia negadas de los Pueblos y Estados que ellos mantienen oprimidos.
Sin
la necesidad de combatir ideológicamente la Resistencia nacional de los
Pueblos, y de esconder la realidad del imperialismo, el concepto simple y
auténtico que funda la conciencia nacional de España y de Francia aparecería
sin equívocos ni disfraces, y sin desdoblamiento de su conciencia nacional por
efecto de la interacción entre la ideología de la realidad y la ideología de la
ilusión; con el consiguiente ahorro de la extravagante y delicuescente retórica
metafísica que la propaganda y la guerra psicológica del Nacionalismo
imperialista imponen; ya sea en Madrid o París, en Ankara, Moscú o Pekín.
Es por ello que, cuando y donde hizo falta, los imperialistas que eran integristas Nacional-católicos se hicieron cismáticos (o “marxista-leninistas”), como ya habían anunciado que lo harían, y siguen dispuestos a hacerse cualquier cosa si sus verdaderos y permanentes valores y objetivos Nacional-imperialistas lo hacen necesario. Los “republicanos y socialistas” españoles se han hecho ya legitimistas-constitucionalistas monárquicos de la monarquía franquista, reformistas burgueses, y todo lo que el Nacionalismo imperialista español necesita.
Las “contradicciones entre los Partidos constitucionalistas” no engañan a nadie. Según ve que van las cosas por el mundo, el Nacionalismo español invoca los principios del Nacional-catolicismo, el Nacional-sindicalismo, el Nacional-socialismo, el falangismo, el fascismo, el socialismo, el castrismo o el marxismo-leninismo: sucesivamente o todos a la vez; y pasa del imperio alemán al imperio soviético o al imperio americano con la misma facilidad. Fascistas e imperialistas son ideológicamente superiores a todos en materia de política, moral o derecho: tienen todos los principios que les hacen falta, y son todo lo que les conviene. Los dirigentes fascistas poseen en el más alto grado el cinismo y la hipocresía institucionales, que les permiten afrontar sin vergüenza alguna la opinión pública prefabricada por los monopolios de violencia y propaganda.
IV
La
“historia” con que describen la historia real los ideólogos del imperialismo y
el fascismo no es una rama de las ciencias sociales; es una historia
interminable de falsedades y mentiras, ordenadas a la glorificación y
exaltación del Terrorismo, el Nacionalismo, el Imperialismo y el Colonialismo,
en donde ciencia y conocimiento se encuentran siempre subordinados a la
propaganda, la censura y la represión totalitarias.
Es
evidente que con esa forma de presentar la historia: ciertamente grata a todo
régimen imperialista y totalitario actual, la idea de cualquier reparación o
retribución de crímenes es innecesaria. Para el imperialismo, lo único que hay
que hacer es seguir el modelo de Renan: “la esencia de una nación consiste en
que todos los individuos tengan muchas cosas en común, y también en que todos
hayan olvidado muchas cosas”. Pero, naturalmente, los Pueblos sojuzgados – y
eventualmente los demócratas-resistentes metropolitanos – no tienen que
olvidarse de nada ni reconciliarse con la opresión despótico-asiática; lo que
tienen que hacer es combatir el imperialismo y el fascismo, afirmando el
derecho de libre disposición, es decir de independencia, de los Pueblos
oprimidos por el régimen imperialista. Y, por su parte, los Fascistas y
Renegados tampoco necesitan ninguna “reconciliación”, puesto que el pasado y el
presente son la criminal empresa de dominación con la que ellos están
vitalmente identificados y a la que nunca han renunciado ni renunciarán: la
empresa de un criminal Nacionalismo-Imperialismo, que ellos sostienen y que los
sostiene.
Según
la ideología imperialista de servicio, en su Estado ideal e imaginario las
relaciones y las fuerzas políticas se constituyen y desarrollan según procesos
“naturales”. La geografía política se superpone a la geografía física; el
Estado y su ley se presentan como vínculos “naturales”; y hasta los cuerpos
armados que constituyen las fronteras políticas se convierten en “guardianes”
y, finalmente, aparecen como simple prolongación de las “fronteras naturales” y
se confunden con los montes, los árboles, los ríos y las gentes que, según el
lugar y la conveniencia, las conforman. De este modo, las fronteras no serían
construcciones políticas sino “naturales”. Los Pirineos son una “evidente
frontera natural” cuya esencia y quintaesencia, no obstante, se han decantado,
fijado y determinado por la guerra y la ocupación; a pesar de ello, “en ambos
lados de los Pirineos hay Catalanes, y sobre todo Vascos”. El río Bidasoa es
una “evidente frontera natural” en Behobia; pero evidencia y naturalidad se
quiebran y dejan bruscamente de serlo unos 190 metros antes de llegar al puente
de Endarlatsa.
Con las fronteras y los datos políticos “naturales” pasa lo mismo que con el “derecho natural” en general: cada cual encuentra en ellos lo que él mismo ha puesto de antemano. No es extraño que el Nacionalismo francés haya recurrido siempre a tales fundamentaciones, por lo menos desde que otras justificaciones empezaron a dar muestras de insuficiencia y agotamiento ideológicos. El Nacionalismo español se lo ha puesto a sí mismo todavía más fácil: España no es sólo la tierra de María Santísima, es también el hábitat predilecto del “derecho natural”, la reserva “iusnaturalista” de Occidente y de toda la humanidad. Todo lo cual es una completa falsificación, como vamos a ver a continuación.
El erudito canonista y Papa Inocencio IV, que en 1252 promulgó la Bula ‘Ad extirpanda’ en la que legitimaba y regulaba el uso de la tortura por la Inquisición como medio de obtener la confesión de los herejes (los cuales debían ser tratados como criminales a los que había que obligar a realizar revelaciones “al igual que se hace con los ladrones y desvalijadores de bienes materiales para que acusen a sus cómplices y confiesen los crímenes que han cometido”), y que decretó la condena a muerte para los herejes relapsos (los cuales, hipócritamente, eran “relajados al brazo secular” para la ejecución de su asesinato, y así la Iglesia mantenía sus manos lavadas como Pilatos), confirmó también que él, como Vicario de Cristo, podía obligar a los Pueblos no-cristianos a aceptar su dominio, a menos que éstos se sometieran al mandato divino del papado y recibieran la predicación del evangelio. Éste era el contexto ideológico-mental establecido – teórico pero muy real – cuando fue convocado el Concilio de Constanza, en cuya variada agenda figuraba el poner fin a importantes conflictos, entre los cuales estaba el que mantenían los Caballeros Teutónicos con Polonia y Lituania.
Como es sabido, el Concilio de Constanza (1414-1418) ordenó la quema en la hoguera de Jan Huss junto con sus escritos, lo que se realizó el 6 de Julio de 1415, y la de su discípulo Jerónimo de Praga un año más tarde, ambos previamente “interrogados”, torturados y finalmente condenados como herejes. Pero aparte de ello, durante sus sesiones se produjo un hecho de gran relevancia teórica cuya importancia iba a pasar desapercibida para aquella audiencia, más allá de provocar probablemente su asombro. Nos referimos a las tesis presentadas allí por los representantes de Polonia.
El eminente jurista Paweł Włodkowic, quien precisamente desde 1414 era rector de la Universidad de Cracovia, había sido enviado al Concilio junto con Stanisław de Skarbimierz (autor éste de ‘De bellis justis’, “Acerca de la guerra justa”: primer trabajo dedicado específicamente al tema; y de ‘De rapina’, “Acerca de la rapiña”) como miembros de la delegación encargada de defender los intereses de Polonia, en el sentido de conseguir que se pusiera fin tanto a las Cruzadas que el Estado Monástico de la Orden Teutónica realizaba contra Lituania, aliada de Polonia, así como a las conversiones forzosas de los Pueblos bálticos paganos. En el desarrollo de su cometido ante el Concilio, Włodkowic escandalizó a la audiencia al criticar al Estado Monástico por sus guerras de conquista de los Pueblos no-cristianos nativos de Prusia y Lituania, y al cuestionar por tanto la legitimidad de esa política de agresión que hasta entonces venía realizándose con las bendiciones de la Iglesia.
Precursor de las modernas teorías de los derechos humanos, este autor polaco fue el primero en establecer el concepto de coexistencia pacífica entre las Naciones. A este respecto, presentó al Concilio su Tratado sobre la [supuesta] potestad del Papa y el Emperador sobre los infieles: su ‘Tractatus de potestate papae et imperatoris respectu infidelium’. En él establecía la afirmación de que las Naciones paganas y cristianas podían y debían coexistir en paz. Y frente a él se alzó la acusación presentada por la Orden Teutónica, de que Polonia albergaba y defendía activamente a paganos: un pretexto para el expansionismo teutónico sobre los autóctonos Pueblos bálticos de Prusia y Lituania que, tras la conversión al cristianismo de Jogaila de Lituania en 1386 (en adelante Vladislao II Jaguellón de Polonia), era ya formalmente falso aunque los Caballeros Teutónicos siguieran utilizándolo.
Como consecuencia, el Concilio rechazó la solicitud de los Teutónicos para una nueva Cruzada, y así los criminales intereses de su Orden fueron desatendidos. De hecho, aquel encuentro significó un punto de inflexión en las agresiones teutónicas. No tanto porque los “padres conciliares” quedaran convencidos por las avanzadas teorías de aquellos representantes de Polonia, las cuales naturalmente no podían ni querían comprender y mucho menos aceptar (si es que acaso no las juzgaban suficientemente perversas como para que sus autores acompañaran a Huss en aquella tarde de Julio de 1415), como por el hecho de que cinco años antes, en 1410, Vladislao II, al frente de una coalición lituano-polaca, había infligido al Estado Monástico la tremenda y decisiva derrota de Grunwald (o de Tannenberg, en la historiografía germana), una de las mayores batallas de la Europa medieval, de la cual la Orden nunca pudo reponerse; y en consecuencia la Iglesia ya no tenía tan claro quién iba a ganar.
Lamentablemente, tras la victoria de Grunwald, Vladislao II se retrasó unos días en ponerse en marcha para tomar Marienburg: capital e imponente plaza fuerte de los derrotados Teutónicos, dando a éstos tiempo para reorganizarse, resistir el asedio, y evitar su expulsión total de aquellas tierras que habían usurpado ciento ochenta años antes a los originarios Pueblos Prusianos y Lituanos mediante bulas, “cruzadas” y conquistas realizadas al Este del río Elba con el pretexto de la “conversión de aquellos paganos”: el ‘Ostsiedlung’ o colonización del Este. De este modo, el trabajo fundamental: expulsar a los ejércitos y fuerzas de ocupación teutónicos, quedó sin hacer, y esto le permitió al Estado Monástico consolidarse y poder continuar bajo diversas estructuras político-militares germánicas que se auto-denominaron con el corónimo “Prusia”, tomado de los autóctonos Pueblos Bálticos Prusianos o Prutenos que aquellos invasores germánicos habían sometido y que finalmente exterminaron. (Se formaron así a continuación la Confederación de Prusia, la Prusia real o Prusia occidental, y la Prusia ducal/Reino de Prusia o Prusia oriental.)
De esta manera se hizo posible que, “de forma natural”, aquellos colonos campesinos germanos no se integraran en los Pueblos – fundamentalmente polacos y lituanos – entre los que se habían asentado sino que continuaran en su interior como refractarios cuerpos germánicos organizados bajo la protección de sus ejércitos de ocupación, que tras haber sido derrotados no fueron definitivamente expulsados. Lo hicieron primero en torno a la citada Marienburg, y después – una vez que ésta fue cedida a Polonia en 1457 a cambio de dinero durante la Guerra de los Trece años – en torno a Königsberg; lo cual fue una fuente constante de desgracias: de pretextos para guerras y de guerras que llegan a la Segunda Guerra Mundial.
Tras acabar la Primera Guerra Mundial, pudo comprobarse que de nada les había servido a los “dirigentes” europeos la lección de la horrible carnicería que supuso la Gran Guerra, y en 1919 el Tratado de Versalles cometió el grave error de permitir la continuidad de la situación colonial anterior, la cual volvería a dar sus envenenados frutos en la siguiente Guerra Mundial. Así se expresaba el Conde de Brockdorff-Rantzau: Ministro de Asuntos Exteriores del “nuevo” Estado Alemán, ante la Conferencia de París – previa al Tratado de Versalles – al exponer sus “razones” para oponerse al Proyecto de Tratado de Paz que puso fin a la Primera Guerra Mundial (mientras establecía las condiciones para la Segunda). Según él (al igual que pocos años después repetiría el mismo Hitler), el derecho de autodeterminación de los Pueblos: falsificado y presentado como la “celebración de un plebiscito o referéndum” bajo las condiciones de la ocupación militar y la colonización de siglos, era el mecanismo para legitimar y ampliar la colonización germánica:
“El derecho de las naciones a disponer de sí mismas
[= derecho de autodeterminación de los Pueblos] no debe ser un principio
solamente aplicable en detrimento de Alemania. Bien al contrario, debe valer en
igual medida en todos los Estados, y ser aplicado especialmente allí donde una
población de raza alemana desea su reunión al Imperio Alemán. [...].
“[A pesar de ello, el Proyecto de Tratado de Paz
establece que] Casi toda Prusia occidental, salvo algunos distritos (Kreise) del Este y del Oeste, debe ser anexionada a Polonia. Incluso una
parte de Pomerania debe ser arrancada de Alemania sin la menor justificación
etnográfica. [Sin embargo] Prusia occidental es un antiguo territorio alemán;
la Orden de los Caballeros Teutónicos la ha marcado para todos los tiempos con
carácter alemán. [...]. La cesión de la mayor parte de Prusia occidental
separaría enteramente a Prusia oriental del Imperio Alemán. [...].
“[Del mismo modo] Prusia oriental, con una población alemana de aproximadamente un millón y medio de habitantes, debe ser territorialmente separada del Imperio Alemán y, económicamente hablando, debe ser entregada completamente a manos de los Polacos. Está destinada a quedar empobrecida y eventualmente a acrecentar Polonia. Alemania nunca podrá consentir esto.
“En la parte meridional de Prusia oriental se invoca la presencia de una población que no tiene el Alemán como lengua materna, para pedir que en esta región se celebre un plebiscito (Artículos 94 y 95). Sin embargo esta región no está habitada por una población indiscutiblemente polaca. El hecho de que en ciertas regiones persista una lengua no alemana no puede ser tomado en consideración, puesto que casos similares pueden observarse en las unidades estatales más antiguas: pueden mencionarse los Bretones, los Galeses y los Vascos. La frontera actual de Prusia oriental ha sido fijada hace aproximadamente quinientos años. [...]. Esta población jamás ha manifestado, aparte de un grupo de agitadores extranjeros, la petición de separarse de Alemania, y por consiguiente no hay razón para modificar la situación gubernamental y económica de este territorio.” Etc. [‘Papers relating to the Foreign Relations of the United States, The Paris Peace Conference, 1919.’ Traducido del original en Inglés por el autor de este artículo. Véase esta cuestión tratada más en detalle en el texto: “‘Gure Esku Dago’, o la falsificación del derecho de autodeterminación (II)”, publicada en esta página el 20-Marzo-2021.]
Como es bien sabido, todas aquellas regiones y poblaciones “marcadas para todos los tiempos – como si fueran ganado – con carácter alemán” por el imperialismo y el colonialismo teutónicos, son hoy felizmente parte de los Pueblos a los que pertenecían: Checos, Polacos o Lituanos (excepto la región de Königsberg en la Prusia Oriental, que Rusia se anexionó tras la Segunda Guerra Mundial simplemente por “derecho” de conquista y que renombró como Kaliningrado). Por lo demás, es llamativa la velada advertencia dirigida por el Ministro alemán a los países oponentes de Alemania en la Conferencia de Paz (o sea a Inglaterra y Francia), a los que confusamente y sin mencionarlos alude como “las unidades estatales más antiguas” y a quienes, tras indicar inmediata y sorpresivamente: “pueden mencionarse los Bretones, los Galeses y los Vascos”, les recuerda su propia dominación sobre esos Pueblos y Estados (una realidad extensible a España), para “justificar” así el similar “derecho” de Alemania a mantener sus antiguas conquistas en Prusia.
En cuanto a los antiguos Prusianos, fueron sometidos y liquidados; lo cual, por cierto, era el designio expansionista e imperialista del Duque polaco Conrado I de Mazovia. Fue éste quien, repelido siempre por aquéllos, dio lugar a que se produjera todo el daño, ya que acabó solicitando al Emperador y al Papa que proclamaran cruzadas contra los Prusianos así como a los Caballeros Teutónicos que le dieran su ayuda militar; cosa que éstos hicieron tras garantizarse “derechos de ocupación”· mediante la Bula de Oro de Rímini dada por el emperador en 1226, la cual fue confirmada por el papa en la Bula de Oro de Rieti (1234). De ello vino todo lo demás, que a día de hoy ha llevado a la actual ocupación rusa de Prusia Oriental (Kaliningrado), y como consecuencia al conflicto latente que acecha tras el Corredor de Suwalki: el cual estorba para el expansionismo Nacional-imperialista ruso exactamente del mismo modo que el Corredor de Danzig estorbaba para el expansionismo Nacional-imperialista germano, y que podría conducir a su mismo resultado.
Los sufrimientos que los Caballeros Teutónicos causaron a los Pueblos a los que agredieron, y que finalmente sus propios sucesores en Bohemia-Moravia, Polonia y “Prusia” recibirían de vuelta: al padecer tras la Segunda Guerra Mundial la mayor limpieza étnica de la historia, son inenarrables. A partir del 10 de Mayo de 1945 y con “la llegada de la paz”, entre doce y catorce millones de colonos germanos fueron expulsados de aquellas tierras que sus antepasados habían usurpado con falsos e inicuos títulos que se las cedían “para su eterna y absoluta propiedad” [Bula de Oro de Rieti: ‘Pietati proximum’, 1234], despojados de todo de la noche a la mañana, y más de medio millón fueron asesinados: simplemente por ser germanos y hablar alemán en el momento y lugar “equivocados”. Todo ello bajo la “distraída” mirada de los vencedores Aliados, y para regocijo del Renegado georgiano y Rusificado Stalin (una desgracia también para el pueblo ruso), junto con su banda criminal al frente del “nuevo” Imperio ruso en aquel entonces “soviético”: el traicionado aliado de Hitler para el reparto de la Europa del Este. Dicha banda, tras la repartición de Polonia con los Nazis, había hecho ya inmediatamente desde 1940 su particular genocidio de oficiales e intelectuales polacos en el bosque de Katyn. Son las desgracias que inevitablemente acarrea el criminal Nacionalismo imperialista y colonialista.
Pero volviendo al mencionado autor polaco Włodkowic, a lo largo de su carrera política, diplomática y universitaria él expresó la opinión de que un mundo guiado por los principios de paz y respeto mutuo entre las Naciones era posible; y de que las Naciones paganas tenían derecho a la paz y a la posesión de sus propias tierras sin tener que verse asediadas e invadidas con el pretexto de su paganismo, como Lituania – aliada de Polonia – lo había sido y lo estaba siendo a manos de la rapiña teutónica. Sin embargo, y por desgracia, el imperialismo no es susceptible de ser detenido sólo por teorías bienintencionadas, si además no intervienen fuerzas reales capaces de una resistencia ideológica y política – y eventualmente militar – de nivel estratégico, según los momentos históricos y las situaciones concretas.
En aquellos tiempos, la negativa a admitir cualquier tolerancia sobre distintas opciones teológicas (que es lo que significa ‘hairesis’, ‘hairetikós’: hereje/herético) era total por parte de una Iglesia ensoberbecida y todopoderosa. En aquellos momentos ésta no podía ni imaginar que llegaría un tiempo en que su poder totalitario sería cuestionado y desalojado de Países enteros, y el Concilio de Constanza lo demostró quemando en la hoguera a quien se hubiera atrevido a hacerle oposición mediante la formulación de distintas opciones teóricas: por impecables y caritativamente cristianas que éstas fueran, y ya estuviera vivo (Jan Huss y Jerónimo de Praga), o muerto (sentencia ‘post mortem’ a ser quemado en la hoguera, dictada contra los restos del reformador inglés John Wyclif que había muerto sin cargos en 1384, treinta años antes de la sentencia). Poco importaba que ello provocara levantamientos y desastres: las cinco Cruzadas (1420-34) convocadas por el Papa Martín V contra los Husitas: los Checos de Bohemia seguidores de Huss, comenzaron poco después de la Primera Defenestración de Praga (1419); y, aunque fueron sometidos, la protesta de éstos (Protestatio Bohemorum, condenando la ejecución de su líder espiritual en los más duros términos) y la subsecuente represión contra ellos, tendrían continuidad en la Reforma que realizaron los también denominados Protestantes, y en las Guerras de Religión que desde 1524 asolaron Europa.
Como es sabido, los instrumentos ideológico-políticos que la Iglesia proporcionaba (Bulas, Excomuniones etc.) estuvieron siempre destinados a favorecer la posición de los presuntos ganadores, de los poderosos agresores que la apoyaban a ella misma: ya fueran Teutónicos/Germanos en Lituania y Bohemia, o Franceses/Españoles en Occitania, Al-Andalus, América y Nabarra. Para todos ellos hubo Bulas que justificaban y reforzaban su dominación sobre los débiles, a quienes la Iglesia ayudaba a oprimir con el pretexto de herejías e incluso de herejías inexistentes, como en el caso del Reino de Nabarra, y que ni siquiera eran reconocidos como sujetos de derechos.
Por el contrario, aquellas ideas de coexistencia pacífica entre las Naciones, al margen totalmente de su religión, que propugnaba la Escuela de Cracovia: impecablemente cristianas y presentadas al Concilio de Constanza por Włodkowic-Skarbimierz, simplemente fueron ignoradas y olvidadas. Re-aparecerían más de un siglo después, tras la Reforma de Lutero, como si fueran originales; pero sin embargo lo harían en forma y contenido ya recuperados por y compatibles para la Contra-Reforma de la Iglesia Católica y para el poder establecido sobre los Pueblos dominados por su aliada, la Monarquía Hispano-Católica, en la llamada “escuela de Salamanca”.
Bajo tales condiciones, el supuesto “Derecho de gentes”, el “Derecho Internacional” o el concepto de “causa de guerra justa” de dicha escuela (“La única causa justa es la que tiene por objeto responder proporcionadamente a una injuria”. Por tanto una guerra no era lícita por “la diversidad de religión” o “el deseo de ensanchar el imperio”. Francisco de Vitoria; De iure belli, 1539) no alteraron en absoluto la situación ya establecida, ni hicieron que fueran revisados los nulos e inicuos títulos esgrimidos por la Monarquía Hispánica para la conquista, el saqueo, la destrucción y la “incorporación” como propios de Estados: ya fueran éstos “infieles” (Al-Andalus), paganos (América, mediante las Bulas de Donación o “Alejandrinas” de 1493, que el Papa Alejandro VI concedió a solicitud y conveniencia de dicha Monarquía), o cristianos (Reino de Nabarra, mediante otras Bulas concedidas de forma semejante en 1512-13 por el Papa Julio II); ni tampoco impidieron que continuara la explotación, opresión/esclavización y genocidio de esos Pueblos: resultado efectivo al que se llegó, a despecho del marchamo de progresismo que se atribuyó a dicha Escuela.
De hecho, tras “tranquilizar” hipócritamente su propia conciencia con la primera parte en la que exponía los títulos no-legítimos para la conquista de América (‘Relección primera sobre los Indios recientemente descubiertos. De los títulos no legítimos por los que los Bárbaros del Nuevo Mundo pudieron caer bajo el dominio de los Hispanos’, 1538-39), la misión del fraile dominico Vitoria consistió en encontrar “argumentos y títulos legítimos” en favor de las Potencias a las que él se debía: la Monarquía Hispano-Católica y la Iglesia, de forma que la actuación de ambas sobre otros Estados pudiera quedar justificada. Unos argumentos desvergonzados, especiosos, pretenciosos, hipócritas y cínicos, basados en un intratable y egoísta fanatismo cristiano, y en un racismo y superioridad/santidad hispano-céntricos sobre los que no podemos extendernos aquí. Sirva para ello la siguiente cita:
“[...] Sin embargo, lo que Vitoria realmente hizo fue fortalecer las justificaciones para la creación de un imperio español, al centrarlas en las concesiones papales sobre obligaciones religiosas así como en las ‘obligaciones universales derivadas de una [supuesta] ley natural Euro-céntricamente construida’. Según el razonamiento de Vitoria, los nativos del Nuevo Mundo tenían que permitir a los Españoles ejercer los derechos de la ley natural de España, lo que incluía el derecho de viajar y comerciar libremente, y ganar utilidades de las cosas que los nativos mantenían supuestamente en común [es decir: ‘los derechos de la ley natural de España’ consistían en poder moverse libremente por los Países de otros y extraer/robar materias primas y sobre todo metales preciosos que les pertenecían a los naturales, pero que Vitoria muy oportunamente declaraba que eran ‘comunes’], y tenían que permitir a los misioneros predicar [allí] el evangelio. La conclusión de Vitoria, que habría agradado sobremanera al Rey, era que si los infieles violaban cualquiera de estos derechos y obligaciones de la ley natural [según él la establecía], entonces España podía proteger sus derechos, ‘defenderse’, y hacer una guerra justa y legal contra los nativos.
“En consecuencia, si bien Vitoria aparentemente rechazó en las dos primeras conclusiones de su análisis la autoridad exclusiva del Papa para otorgar derechos a España en el Nuevo Mundo, y la Doctrina del Descubrimiento, con la tercera creó un enorme vacío que podía llenar España a discreción. Su argumento de que los nativos estaban obligados por los derechos de una ley natural de los Españoles, Euro-céntricamente definida, constituía una amplia excusa para invadir e involucrarse en una ‘guerra justa’ contra cualquiera de las naciones nativas que osaran oponerse a los Españoles. Así, Vitoria limitaba las libertades de la ley natural de los Indios Americanos al permitir que los derechos de la ley natural de España prevalecieran sobre los derechos de los nativos. El régimen jurídico diseñado por Vitoria resultó, al final, tan destructivo para la soberanía, la propiedad y los derechos humanos de los nativos como la anterior definición de la autoridad del Rey basada exclusivamente en las concesiones papales.” (Robert J. Miller & Lisa LeSage & Sebastián López Escarcena; ‘The International Law of Discovery, Indigenous Peoples, and Chile’. Traducido del original en Inglés por el autor de este texto. Hay versión en Español de los propios autores bajo el título: ‘La Doctrina del Descubrimiento y los Pueblos indígenas en Chile’.)
La “escuela de Salamanca” estaba totalmente supeditada y al servicio de los poderes despóticos establecidos y de la Contra-Reforma Católica, que pocos años después quedaría fijada en el Concilio de Trento (1545-63). Su “aportación” teórica: referida a tesis y principios genuinos del derecho internacional que habían sido expuestos ciento veinte años antes por los mencionados autores de la Escuela de Cracovia, consistió en su plagio, recuperación, manipulación y falsificación al servicio de la hierocracia/teocracia pontificia, y del despotismo asiático del Emperador y la Monarquía Hispano-Católica, y estuvo destinada al reforzamiento de la Contra-Reforma, la opresión universal sobre las conciencias, el sojuzgamiento de los Pueblos libres, y la destrucción de sus Estados. Todo ello sobre la afirmación de un pretendido “derecho natural” que, mediante las manipulaciones de Vitoria, se había convertido en un instrumento que, por la concesión del Papa, les permitía hacer a los Hispanos todo lo que dichas Potencias querían hacer, y en particular “el derecho de viajar y comerciar libremente, y ganar utilidades de las cosas que los nativos mantenían supuestamente en común, y tenían que permitir a los misioneros predicar el evangelio”. ¿Cómo podrían negarse ante tanta bondad y generosidad? ¡He ahí el latrocinio, el genocidio y horrendos crímenes contra la Humanidad perfectamente justificados e incluso santificados!
Frente al verdadero espíritu tolerante y democrático de la Escuela de Cracovia, las manipulaciones y falsificaciones ideológicas de la “escuela de Salamanca” proporcionaron el fundamento teórico sobre el que se basó el “derecho internacional” clásico que a partir de entonces establecieron las Grandes Potencias imperialistas y colonialistas europeas para saquear el Mundo entero, con su inicua afirmación de la legitimidad de la “Doctrina del Descubrimiento”, el “derecho de conquista”, y de su jus ad bellum, jus in bello, jus post bellum. Esto es: la afirmación de su derecho absoluto y terrorista a la rapiña y el asesinato mediante la guerra, en la guerra y en la postguerra.
y V
Es sabido que un poder político establecido, en gran medida por el solo hecho de estarlo, aparece como evidente, necesario y “natural”. Su base y estructura políticas parecen estar dotadas de una “realidad” socio-geológica y pre-política que “escapa” al conocimiento y la actividad propiamente históricos, sociológicos, políticos y jurídicos. En ese contexto, las “evidencias” que ofrecen las ciencias sociales se presentan como revestidas de la misma “necesidad objetiva” que se postularía si se tratara de o si fueran ciencias naturales.
Por ello, la ideología de ese poder trata de representar la política – al igual que la producción e intercambio de bienes – “como encerrada en leyes naturales, eternas, independientes de la historia”. “Es decir, los órganos del poder o la violencia organizada armonizan hasta tal punto con las condiciones de vida (económicas) de los humanos, o se presentan ante ellos con una superioridad aparentemente tan abrumadora, que éstos los experimentan como fuerzas naturales, como el entorno necesario para su existencia. Por consiguiente se someten voluntariamente a ellas. (Lo cual no quiere decir en modo alguno que estén de acuerdo con ellas.)” (Georg Lukács; ‘Historia y consciencia de clase’.)
Pero, aparte de ilusiones, alucinaciones o juegos de manos ideológicos, el Estado dominante (con mucha más razón el Estado imperialista) “de ningún modo constituye por tanto ‘el entorno-ambiente natural del hombre’ sino simplemente un hecho real cuyo poder efectivo debe ser tenido en cuenta, pero que no puede pretender ningún derecho intrínseco a determinar nuestras acciones.” “Por consiguiente, se trata de ver en él [Estado] una simple constelación de poder con la cual, por una parte, hay que contar en los límites de su poder y solamente en los límites de su poder efectivo; y cuyas fuentes de poder, por otra, deben ser estudiadas de la manera más precisa y más amplia, a fin de descubrir los puntos donde este poder puede ser debilitado y minado. ‘Y los puntos de fuerza, o más bien de debilidad del Estado, se encuentran precisamente en el modo como éste se refleja en la conciencia de los humanos’. Así pues, la ideología [que sustenta ese Estado imperialista] no es en este caso mera consecuencia de la estructura económica de la sociedad sino que es también la condición de su tranquilo funcionamiento.” (Georg Lukács; Ibid.)
Como ocurre con cualquier empresa de agresión y
dominación contra la libertad de los Pueblos y la integridad e independencia de
sus Estados en general, no hay problema teórico o científico para establecer la
naturaleza histórica y sociológica de la dominación imperialista del Pueblo
Vasco. Este Pueblo, con una personalidad bastante más antigua y caracterizada
que la de sus voraces vecinos, ha manifestado en toda su existencia la
preocupación constante por su libertad. “Una fiera independencia había sido
siempre la característica de los Vascos desde su aparición en la historia”,
reconoce Atkinson. Era más de lo que el despotismo asiático español, el
absolutismo francés y el totalitarismo pontificio podían tolerar. Es por medio
de la violencia más determinada como esta libertad les ha sido arrancada por
estos nuevos recién llegados, que no soportaban y que no soportan la libertad
para ellos mismos; mucho menos para los demás.
Para estas Naciones predadoras, es preciso que
el Pueblo Vasco desaparezca lo antes posible y por todos los medios. Siendo su
existencia maldita, es necesario incluso que él haya desaparecido ya
ideológicamente de antemano; es necesario que no haya existido jamás, para que
Francia y España pueden existir en su supuesta esencia, que precede y
trasciende la historia y la sociedad.
Ocultar y falsear la realidad es objetivo
normal de toda ideología totalitaria. Para liquidar a los Pueblos es muy
necesario liquidar su memoria histórica y todo conocimiento de ellos mismos.
Día tras día, durante decenas y centenares de años, los monopolios de
propaganda y adoctrinamiento, los “Servicios Públicos” y “la Educación
Nacional” (desde los Jardines de Infancia a la edad adulta): al abrigo de
cualquier contestación y de todo recurso crítico, han estado fabricando la
consciencia política de las poblaciones sometidas. Sería evidentemente
imposible enumerar la suma incalculable de basura, mentiras y contrasentidos
que una ideología de esta calaña ha podido transmitir a esas poblaciones,
ocupando todo el espacio ideológico e incluso mental, de manera a impedir que
pueda manifestarse cualquier oposición. Es de este modo como el imperialista
Estado totalitario ha sido instaurado mediante la violencia ideológica en la
idea, tras haber sido preparado e impuesto por las armas en el hecho.
Cuando Louis XIV de Francia y III de Nabarra,
en la cima de su poder, ordenaba destruir – o re-copiar “haciendo cortes” – los
archivos referentes a los levantamientos campesinos del “Gran Siglo” y a su
implacable represión, estaba fabricando de ese modo la historiografía oficial,
de la cual Pórshnev denuncia la teleología y la retroyección al servicio del
mito hegemónico de la gran burguesía francesa bajo la Monarquía absoluta. Al
mismo tiempo, estaba acomodando la historia a los esquemas, los prejuicios, los
postulados y los “axiomas” que sirven al Nacionalismo de esa misma clase social
y de su Estado imperialista. Es cierto que la escuela soviética de historia no
ha retrocedido tampoco ante este tipo de operación; y ella ha hecho ya, en
materia de teleología y retroyección, lo mismo que la “ciencia burguesa” en su
conjunto. Si tenemos en cuenta que la URSS comenzó formalmente su existencia en
1922, la obra de A. Rybakov en once tomos intitulada: ‘Historia de la URSS
desde la Antigüedad a nuestros días’, quedará probablemente para siempre
como el mayor monumento a la manipulación ideológica de la Historia mediante
retroyección de la realidad de facto. (Debemos estar agradecidos a
Espilondo por haberse atrevido a denunciar, en el siglo XXI, las fechorías de
una “burguesía vasca” que no ha sido invitada y que no es reductible a la sopa
académica moscovita.)
Para su ideología Nacionalista, la “nación”
francesa es Dios y el Estado francés es su profeta: derecho, moral y todo
poder provienen de él. Fuera de él no hay salvación. Tras haber agotado los
recursos del derecho divino, natural, histórico u otros para justificar su
dominación, la ideología del Nacionalismo imperialista franco-español plantea,
en primer lugar, el “moderno” concepto de “nación”; y a continuación, el fundamento democrático
y no-violento del régimen así constituido. Bien entendido: estos “hechos”,
estas nociones y estos valores están constituidos de forma irracional,
pre-lógica y para-lógica, sin necesidad de presentar la menor
justificación/demostración.
La “demostración” queda establecida, en el
mejor de los casos, apoyándose sobre lo que se pretende probar. Además ¿qué
utilidad tiene el demostrar? Se demuestra aquello que puede ser puesto en duda;
pero ¿quién podría poner en duda “la evidencia”, es decir: el conjunto de
dogmas, mitos, creencias, postulados y axiomas construidos y transmitidos por
el poder total? “La República una e indivisible por petición de principio”, de
la que hablaba Larzac, no vale más que el mito de la “nación”; pero a pesar de
todo se ha mantenido en uso tan bien como ésta. La presencia efectiva del poder
político institucionalizado y sus “evidencias”; las imágenes, los complejos,
las intuiciones y las emociones, los símbolos, la costumbre, los prejuicios y el
condicionamiento de las masas: secularmente impuestos mediante la violencia a
ultranza y por los monopolios de propaganda sobre una población aterrada e
impotente, son suficientes para hacer que todo eso sea operativo. (La identidad
mística y esencialista del Poder constituido está cada vez más desprovista de
historia y de sociología confesables.)
El mapa-fetiche colgado en la pared de todas
las escuelas de “Francia” y de “España” ha hecho más, para fundar la
“conciencia nacional” desde la primera infancia, que todo conocimiento concreto
o abstracto. Es para que la “representación” hexagonal del Imperio francés
continúe intoxicando las conciencias, por lo que el Nacionalismo francés sigue
aún aplastando a los Pueblos y exaltando como hechos gloriosos y héroes a los
crímenes y criminales como Napoleón que lo fundaron. Y es para evitar que la
“representación” – compacta, a pesar del “mordisco” portugués – del Imperio
español fuera “desmembrada”, por lo que el General Franco desencadenó la gran
carnicería de los Pueblos reales, y organizó el régimen terrorista y
totalitario que se ha convertido en su prisión. Sus últimas palabras, tanto en
su testamento político (según consternada lectura que de él realizó ante la
televisión el “Carnicerito de Málaga” al dar la noticia de su muerte), así como
las que el Borbón nombrado por él “a título de rey” ha reconocido – en reciente
entrevista para la TV francesa – haber recibido de él en su lecho de muerte,
instaban obsesivamente al “mantenimiento de la unidad de España”; dato éste que
para el Nacionalismo francés es indudablemente mucho más importante que quede
grabado en la opinión pública, sin que importe la repugnante y corrupta vida
personal y pública del sujeto entrevistado.)
Sería ilusorio creer que el simple recordatorio
de los hechos históricos o sociológicos podría cambiar gran cosa. A veces,
teóricos Nacionalistas han tomado ellos mismos conciencia de la naturaleza y
los horrores de las conquistas, y de las consecuencias materiales y morales del
totalitarismo y la expansión de españoles y franceses sobre los otros Pueblos,
la cultura y la civilización. Simone Weil ha percibido bien la crueldad y las
atrocidades proverbiales de las fuerzas armadas del Reino de Francia; la
Cruzada que ha asociado a los ‘Roys de France’ y los Papas para llevar
el terror, las masacres, la Inquisición, las hogueras, la devastación, el
exterminio y la ruina al Languedoc; la anexión de Bretaña, que – realizada
contra todo derecho – la ha sumido en la desesperación; la destrucción del
Estado de Borgoña; las agresiones y las guerras de conquista de Flandes, Alsacia y el Franco-Condado; o las consecuencias que – en retorno y bajo la forma de Napoleón – le han llegado a Francia desde Córcega “después de haber conquistado, colonizado, corrompido y podrido las gentes de esta Isla”.(Una desgracia, por cierto, semejante a la que – tras haber sojuzgado a Georgia – le llegó también a Rusia en la forma de los “alógenos rusificados” que denunciaba Lenin, con personajes tales como Stalin y Beria.)
“Los Pueblos resisten desesperadamente a la
conquista”, nos dice. Ella ha expuesto la relación entre las conquistas y la
corrupción, y la represión atroz en el interior de un Reino cuyo Pueblo “fue
visto por los otros Europeos como el Pueblo esclavo por excelencia, el Pueblo
que estaba a la merced de su soberano como el ganado”. Ella ha percibido el
terror, el hambre, las masacres, la deculturación, el aburrimiento, la sombría
uniformidad y la humillación causados por ese Estado. Ella ha descrito este
Estado “que es idénticamente ese Estado inhumano, brutal, burocrático y
policiaco”; esta máquina “que, como dice Marx, no sólo ha subsistido a través
de todos los cambios sino que ha sido perfeccionada y aumentada por cada cambio
de régimen”. Cuando los revolucionarios se desembarazaron del Antiguo Régimen,
a la vez que conservaban sus inicuos “logros”, “la soberanía nacional apareció
manifiestamente como una ilusión”.
Según expone Weil, “El pasado no es sino la
historia del crecimiento de Francia, y está admitido que este crecimiento es un
bien en todos los aspectos.” “Las conquistas que ella ha hecho y perdido pueden
en rigor ser objeto de una cierta duda, al igual que las de Napoleón; pero jamás
las que ha hecho y conservado.” Sin embargo, esto es exactamente lo que ella
misma hace a continuación: su visión humanista-mística-espiritualista se
resuelve finalmente en una apología indignada, romántica, pretenciosa y
chauvinista del Nacionalismo francés; una apología dedicada a la sacralización
y exaltación del Estado francés y de su misión “universal”, inseparable del
hecho criminal consumado y de la negación imperialista de la libertad de los
Pueblos. Tanto es así, que en un momento dado ella cree necesario remarcar que,
con todo, “Francia no es Dios”. ¡He aquí algo que es tranquilizador para el
resto del mundo!
En realidad (según quedó ya expuesto en el capítulo sobre “imperialismo e ideología”) son ésas unas ideas apologéticas en las que sus mismos propagandistas no creen, o no creen ya: su política y sus mismas afirmaciones lo prueban ampliamente. Las fábulas románticas y las funcionales mentiras sobre el carácter no-violento y la misión civilizadora del régimen que – mediante ocupación militar permanente–España y Francia han establecido sobre el Pueblo Vasco y su Estado: el Reino de Nabarra,tienen sus límites en la estructura misma de dominación y producción-explotación de clase, de la que su Nacionalismo imperialista es la forma internacional.
Ningún orden totalitario moderno podría sobrevivir si sus dirigentes creyeran verdaderamente y – sobre todo – pusieran en práctica ellos mismos lo que sus ideólogos inventan y predican para que se lo crean los demás. Los Nacional-socialistas españoles y franceses, y sus hijuelas “de izquierda”, son actualmente los grupos que, bajo la protección de sus ejércitos de ocupación, están encargados de elaborar e implantar la ideología más elaborada que pueda preservar el imperialismo de Francia y de España, y abortar la peste de la Libertad de los Pueblos.
Sólo la explotación inmediata y total del
monopolio de la Violencia criminal puede destruir: de una vez y de forma irreversible,
la base social del problema y, junto con ella, la libertad y la independencia
de la Nación y el Estado sojuzgados, los derechos humanos fundamentales, y la
democracia y el derecho de autodeterminación y legítima defensa de todos los
Pueblos. En su búsqueda sin alternativa de la solución final, los “grandes”
Estados imperialistas y genocidas – en nuestro caso España y Francia – tendrán
que realizar nuevos esfuerzos y cometer nuevos crímenes, antes de terminar de
una vez por todas con la especie maldita de los Pueblos libres sobre el planeta
Tierra.
*
Frente al Nacionalismo imperialista de España y
de Francia que sojuzga nuestro País, el Movimiento de Resistencia y Salvación
nacional del Pueblo Vasco se constituye sobre la afirmación de dos principios
fundamentales que, basados en el importante vector ideológico, jurídico y
político que representa el derecho internacional, expresan y posibilitan la
unión de todos los sectores progresistas y democráticos de nuestro Pueblo.
Estos dos principios son:
1/
Afirmación del derecho internacional de independencia, libertad, LIBRE
disposición, autogobierno o autodeterminación del Pueblo Vasco. Un derecho que
es fundamental, de costumbre, inherente, originario, inmediato, incondicional,
continuo, permanente, inalienable, irrenunciable e imprescriptible para todos
los Pueblos sojuzgados bajo un régimen imperialista y foráneo, y “piedra
angular de la democracia”; que es la misma cosa que la libre disposición o
independencia nacional inmediata de todos los Pueblos contra/frente a cualquier
dominación o intromisión política extranjera contraria a su libertad nacional;
que ha sido reconocido – no constituido – en la Carta y por el Derecho
Internacional de las Naciones Unidas: mediante numerosas y relevantes
Resoluciones de su Asamblea General, como el primero de los derechos humanos
fundamentales Y LA CONDICIÓN PREVIA DE TODOS ELLOS; y cuyo corolario y
aplicación práctica consiste, como requisito ineludible para su realización, en
la exigencia de evacuación incondicional e inmediata de todas las fuerzas de
ocupación y de todo el aparato de sojuzgamiento imperial-colonialista de las
Potencias ocupantes: España y Francia, fuera de los Territorios históricos del
Pueblo Vasco y de su Estado; y
2/ Afirmación de la continuidad, vigencia, y actualidad de nuestro propio Estado histórico, constituido sobre una confederación de Repúblicas, Condados y Señoríos Vascónicos libérrimamente reunida en torno al Reino de Pamplona: “el Reino de los Vascos”, al que sucedió el Reino de Nabarra, el cual sigue siendo en la actualidad el único Estado del Pueblo Vasco, al que jamás ha renunciado ni ha admitido ni reconocido nunca ningún otro. Su necesaria consecuencia implica EL NO-RECONOCIMIENTO Y LA DENUNCIA constantes e incesantes de los Estados ocupantes: el Reino de España y la República francesa, y de sus regímenes totalitarios de ocupación militar, como criminales, imperialistas, colonialistas y fascistas.
Simultáneamente, es preciso mantener un BOYCOTT TOTAL a toda colaboración con quienes, por rechazar en la teoría o en la práctica uno o ambos principios fundamentales arriba mencionados, forman objetivamente parte del imperialismo; especialmente los social-imperialistas de todo pelaje que, disfrazados de “progres, socialistas, comunistas” etc. (en cualquiera de sus desdoblamientos o hijuelas), esgrimen “argumentos” con esas falsas etiquetas “progresistas” para negarse a denunciar de forma inmediata el régimen fascista franco-español de ocupación militar de nuestro País; lo que equivale a apoyarlo.
Como es incuestionable, quienes entre nosotros – sean cuales sean su origen y apellidos o pretendida ideología – rechazan asumir total o parcialmente esos principios que establecen nuestros derechos nacionales, y afirman por el contrario el “derecho de imperialismo” y de ocupación militar de nuestro Pueblo y Estado, quedan absolutamente desenmascarados como los imperialistas y fascistas que son: partidarios de que continúe la ocupación militar imperialista de nuestro País y de nuestro Estado por el Reino de España y la República francesa. Ahora bien, ¿qué colaboración puede haber con estos agentes? ¿Puede alguien honesta y cuerdamente creer – inconfesables intereses o desquiciadas alucinaciones puestas aparte – que es posible hacer una política anti-imperialista con el concurso de imperialistas y fascistas? Está claro que no.
Así pues, mientras el imperialismo franco-español no retira de nuestro País sus fuerzas de ocupación (dado que ellas CONSTITUYEN el elemento esencial y fundamental de su dispositivo estratégico de dominación, sin el cual todo su sistema se desploma), y puesto que no es posible hacer una política anti-imperialista junto con los quinta-columnistas y agentes al servicio de ese imperialismo franco-español infiltrados entre el Pueblo sojuzgado, el corolario y la aplicación práctica de estos dos principios implica mantener un BOYCOTT TOTAL:
– a toda colaboración con cualquier persona individual o colectiva que total o parcialmente, en la teoría o en la práctica, rechaza expresamente – o se niega a asumir públicamente – uno o ambos principios fundamentales citados, puesto que esa persona forma objetivamente – algunos incluso de forma subjetiva y confesa – parte del imperialismo; y
– a toda participación, tanto en las instituciones del régimen imperialista, colonialista y fascista franco-español y especialmente en sus monopolios jurídicos o “parlamentos”: Parlamento francés y Cortes Generales españolas (establecidos a lo largo de los siglos mediante la ocupación militar y el Monopolio de la Violencia criminal y el Terror de guerra y de Estado, e imprescriptibles e incontables crímenes constitutivos),que criminalmente conculcan esos principios desde su constitución real y primaria, y que expresa y constitucionalmente – valga la redundancia – los niegan por su “Constitución” formal y secundaria; así como en sus “elecciones generales” totalitarias que “legitiman” todo ello.
Por
tanto, es preciso denunciar con toda contundencia a la burocracia mafiosa-liquidacionista
Pnv-Eta, así como a sus satélites y asociaciones “sociales y culturales” auxiliares
que le dan cobertura y evitan ante todo denunciarla. Todos ellos son pretendida
y falsamente abertzales que desde hace más de cuarenta años reconocen a los
Estados ocupantes: el Reino de España y la República francesa, y a sus criminales,
imperialistas, colonialistas y fascistas regímenes totalitarios de ocupación
militar, como los regímenes y “los Estados” propios, no-Nacionalistas,
no-violentos, legítimos y democráticos.
El
Pueblo Vasco está perdido si no es capaz de comprender que esas burocracias y sus
auxiliares indígenas constituyen desde hace casi medio siglo una trampa mortal,
puesto que son el disfraz y el sostén locales que hacen posible la continuidad
del régimen criminal, imperialista, colonialista y fascista franco-español de
ocupación militar al que todos ellos llaman “democracia” etc.; y que la primera
tarea para su propia liberación consiste en desembarazarse de dichas burocracias.
El
Movimiento Vasco de Resistencia y Salvación nacional hace un llamamiento al
Pueblo Vasco para que denuncie y desenmascare a estas burocracias de traidores
e impostores: agentes del régimen franco-español de ocupación militar, cuya
vida consiste en conseguir o aspirar a conseguir ser pagados con cargo a los
presupuestos generales de los Estados ocupantes, por tanto con los impuestos de
nuestro Pueblo, a cambio de traicionarlo e integrarlo en los Estados
totalitarios de España y de Francia. Y para ello, es preciso en primer lugar dejar
de votarlos mediante un BOYCOTT TOTAL a las “elecciones” totalitarias española
y francesas.
DERECHO DE AUTODETERMINACIÓN O INDEPENDENCIA NACIONAL INCONDICIONAL E INMEDIATA DEL PUEBLO VASCO / EUSKAL HERRIA!
REINO DE NABARRA: EL ESTADO DEL PUEBLO VASCO / EUSKAL HERRIA!
¡Ejército de ocupación ni con música!
¡España ni con república! ¡Francia ni con monarquía!
¡BOYCOTT TOTAL A LOS IMPERIALISTAS Y FASCISTAS, Y A SU RÉGIMEN FRANCO-ESPAÑOL DE OCUPACIÓN MILITAR! – ALDE HEMENDIK!
¡¡¡VIVA EL PUEBLO VASCO LIBRE!!! – GORA EUSKAL HERRI ASKEA!!!
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