Consolidación del Franquismo: la transición intra-totalitaria española (VII)


EUSKAL HERRIA Y EL REINO DE NABARRA, O EL PUEBLO VASCO Y SU ESTADO,, FRENTE AL IMPERIALISMO FRANCO-ESPAÑOL



VII – Consolidación del Franquismo: la transición intra-totalitaria española


Iñaki Aginaga y Felipe Campo


La “transición a la democracia”: que los Franceses supuestamente realizaron por “la toma de la Bastilla y la gran revolución”, y que los Españoles hicieron por un decreto de Arias Navarro – “el Carnicero de Málaga” – y el “pacto constituyente” que lo siguió, es el principio de una historia que tiene tantos principios y tantas peticiones de principio como la ideología dominante necesita. En cualquier caso, esa pretendida “transición a la democracia” no anula, obviamente, la historia despótica que la precede, funda y constituye: la cual no puede cómodamente evacuarse y vaciarse como sus actuales herederos querrían hacer.

Cuando en 1977 los restos de la antigua oposición española se rindieron – esta vez sin reservas – a “los Nacionales”, incorporándose a continuación a la organización y las funciones del “nuevo régimen” transitivo del mismo Franquismo que había acabado con ellos, la lucha de clases había terminado ya en España. Este final oficial y efectivo de la lucha de clases interna en España: aceptado por los Nacional-socialistas y los Nacional-comunistas españoles, era la condición negativa para la incorporación de esa “oposición” al Fascismo español.

A cambio, su “reconciliación nacional”, y el apoyo de los vencidos a la Unión sagrada del Nacionalismo imperialista español de los vencedores en su común lucha de clases internacional contra los Pueblos sojuzgados; a la común oposición de todos los Nacional-imperialistas contra el movimiento de liberación de los Pueblos; y a la irremediable contradicción entre el “orden jurídico-político” imperialista y fascista, por un lado, y por el otro el derecho democrático de autodeterminación e independencia de los Pueblos y Estados sojuzgados: Vascos y Catalanes entre otros, eran para todos ellos la condición positiva. Al igual que ha ocurrido en otros lugares, la recuperación de los Nacional-socialistas y los Nacional-comunistas españoles por el Franquismo, y su reconversión en Nacionalistas monárquicos y franquistas a secas, se realizó rápidamente, sin dificultades, y a plena satisfacción de todos.

Como se ha indicado, a despecho de las fantasmagorías de una burocracia republicana española en el exilio: políticamente autista e incapaz, la evolución política en la España de la post-guerra había puesto finalmente de manifiesto no el hundimiento – que esa burocracia había estado pregonando – del fascismo en el poder sino el de la oposición del bando derrotado. Esta evolución había tenido por fundamento diversos factores, a saber: profundas modificaciones en las estructuras conflictivas del sistema social; el desplazamiento constante de la relación de fuerzas en favor de los detentadores del poder; la regresión, sumisión, liquidación o extinción de la oposición española; y el reconocimiento y la homologación del régimen fascista por las “grandes” Potencias: antes divididas y finalmente reunidas en su interés por estabilizar, consolidar y “legitimar” los logros históricos y las instituciones del Franquismo en España y sus Colonias.

Tras el final de la Guerra de agresión fascista de 1936-39, y una vez que la derrota militar había sido asumida por los vencidos, la acumulación estratégica de fuerzas políticas para lograr un frente común anti-franquista se había demostrado imposible. Siendo la idea Nacionalista-unitaria que de España tenía el régimen franquista también la misma y propia de los pretendidos anti-franquistas españoles, los residuos de la oposición española se opusieron siempre, en consecuencia, a toda redistribución territorial del poder político en favor de las Naciones dominadas por el Nacionalismo imperialista español, rechazando por tanto las aspiraciones de independencia de Vascos y Catalanes; lo que llevó a aquéllos a supeditar una vez más la acción contra el Fascismo y su régimen de ocupación militar al mantenimiento absoluto de la estructura unitaria del Estado español.

Finalmente el Ejército español: que desde 1812 – con ocasión de la crisis del régimen despótico asiático español y su reacción terrorista contra la revolución Nacionalista Francesa, a la que después imitó – había quedado constituido como “clase” política real y columna vertebral de España, operó su propia decisiva reforma, a saber: la “transición”, conservando su propia dictadura. Era la transición intra-totalitaria desde el Primer Franquismo al Segundo actualmente reinante, que aportó la “democracia”, es decir: la auto-reforma y la consolidación del régimen Franquista bajo el protectorado de las Potencias hegemónicas – integrantes del sistema de dominación imperialista y terrorista internacional – y de sus satélites. Todo el régimen fascista español pasó a ser “democrático” de la noche a la mañana, contando con la complicidad de la “oposición socialista y comunista” española en la implantación de la superchería.

(El actual apoyo sin reservas de los quinta-columnistas “de izquierda” españoles y franceses a los fascistas confesos de siempre, en el mantenimiento de la “unidad” totalitaria de sus respectivos Estados imperiales, revela definitivamente y sin posibilidad de camuflajes la naturaleza del social-imperialismo.)

Según el monopolio de propaganda fascista, esa “transición pactada” española implicaba “borrón y cuenta nueva, salto de página, tabla rasa, punto cero del proceso político”; pero todo ello a partir del mantenimiento de los fundamentos intangibles e inamovibles de su Estado imperialista despótico-oriental, absolutista o fascista. Lo que la “transición” suponía en realidad era la conservación de los fundamentos del régimen político, dando apariencias de democracia electoral y parlamentaria a la continuidad de la dictadura bajo las innovaciones formales; con el reconocimiento, la homologación y la participación de las Potencias Occidentales. El resultado es esta vergüenza o desvergüenza política: el único régimen instituido por el Eje que subsiste en la Europa de la “dimensión humana”, que se dice ejemplo y modelo de democracia para todo el mundo, con el obsceno reconocimiento – ya durante la propia dictadura personal del General Franco – y el apoyo de las “Democracias Occidentales” y la “Unión Europea” (UE).

De este modo, en virtud del “pacto que nos hemos dado entre todos”, es decir: el “pacto” que imponían los franquistas para que lo sufriéramos los demás, el imperialismo y el fascismo conservaban intacta la dominación, el saqueo y el latrocinio establecidos durante siglos de violencia, guerras y conquistas criminales; y los vencidos, oprimidos y despojados conservaban su condición de tales. Era la “reconciliación” con el imperialismo y el fascismo. “Consenso, elecciones y asambleas constituyentes” eran mecanismos destinados a ensanchar la base y la clientela de la nueva “Constitución” formal y la constitución real de siempre: basada en agresión, guerra y crímenes imprescriptibles secularmente realizados contra el Pueblo Vasco y su Estado, el Reino de Nabarra; mientras el tradicional “bi-partidismo” a la española restauraba la “alternancia” en el acceso a la gestión, las sinecuras, los enchufes, y los beneficios y las prebendas administrativas.

A partir de ahí, la reconciliación nacional entre Españoles “republicanos, socialistas, comunistas” y franquistas se realizó sin problemas por la declarada “finalización” de la lucha de clases nacional-interna, junto con la Unión Sagrada en la lucha de clases internacional-externa contra los Pueblos y Estados sojuzgados, y por la incorporación del Nacionalismo de los vencidos al Nacionalismo vencedor. La conservación de la herencia colonial, y el reparto por turnos de los beneficios y las tareas – administrativas y represivas – derivados de su mantenimiento, esto es: la gestión de su empresa imperialista y colonialista, junto con la correlativa exacerbación de la lucha de clases internacional y el odio xenófobo y racista contra los Pueblos sojuzgados, constituyeron – y siguen constituyendo – la piedra angular de las preconizadas incorporación y “síntesis histórica de los contrarios” (Santiago Carrillo), y permitieron consolidar la dominación Nacionalista española sobre los Pueblos y Estados sojuzgados, que la nueva Guerra de 1936 y la subsiguiente contra-revolución fascistas habían restablecido.

El Pacto de Múnich (1962) había sido la escenificación de ese “contubernio” de reconciliación y síntesis Nacionalista española, establecidas sobre la base de mantener el Estado unitario y fascista contra los sojugados Pueblos y Estados de Vascos y Catalanes. Ello fue hecho posible gracias a la siempre negada traición y liquidación de los principios y la política nacionales del Pueblo Vasco, junto con el Gobierno Vasco en el exilio, que los burócratas de los partidos “nacionalistas vascos” Pnv-Anv realizaron a sus espaldas en dicho pacto.

A pesar de las calumnias y los ataques de esas burocracias contra quienes denunciábamos aquella operación y preconizábamos el no-reconocimiento del régimen imperialista-fascista español como democrátifco, su miserable traición y sus mentiras acabarían finalmente revelándose sin disimulo posible por su apoyo a la transición intra-totalitaria de 1977, a la que dos años más tarde se unió también la burocracia del Eta. Encerraron así al Pueblo Vasco en una trampa en la que esos sinvergüenzas-desaprensivos y/o cretinos-lunáticos – pero todos ellos cobrando del régimen – lo tienen metido desde entonces hasta el día de hoy.

Esta trampa consiste en ocultar que esos pretendidos “abertzale vascos moderados y radicales”: que forman la burocracia Pnv-Eta y sus satélites (Ea-Ehbildu-Sortu-Geroa bai etc.), están reconociendo que el régimen fascista franco-español que ocupa militarmente nuestro País no es tal sino que es legítimo y democrático; que el Pueblo Vasco no existe como tal, con su derecho internacional, inherente e imprescriptible de autodeterminación o independencia de todos los Pueblos sino que forma parte de “los pueblos español y francés” que son los únicos que hay, como afirman las “Constituciones” y leyes, la jurisprudencia, la propaganda y los partidos españoles y franceses: todos legítimos y democráticos en nuestro País; que no tiene Estado propio sino que su Estado: legítimo y democrático, es el “Reino de España” o la “República francesa”; y que por tanto no hay base político-jurídica para reivindicar su independencia ni la de su Estado histórico y actual: el Reino de Nabarra.

La transición intra-totalitaria española tenía por finalidad la conservación del Estado unitario imperialista español, y ante todo el mantenimiento del control y la estabilidad del orden político y de su monopolio de la Violencia criminal y el Terror: establecido como resultado de todas las guerras de agresión y conquista realizadas contra el Pueblo Vasco. De un Franquismo a otro, el proyecto de reforma, adaptación y modernización del régimen fascista español – consecuencia del acuerdo de la vanguardia franquista con las Potencias Occidentales – fue preparado e implementado por el Gobierno del General Franco y su estructura militar, y por la oligarquía financiera, Nacional-imperialista y clerical que lo sostenía. Fue impuesto bajo el monopolio franquista de Violencia criminal, Terror y propaganda con el propósito de preservar las estructuras de poder del régimen, y de conservar los logros e instituciones del fascismo en España y sus Colonias. Fue diseñado, avalado y financiado: por decisión y bajo vigilancia y con asistencia “técnica” del Cia y el Fbi, de modo a asegurar la selección y promoción de los partidos conservadores, cerrando el paso a toda fuerza política o ideológica democrática. La garantía política y financiera de la operación corría a cargo de los Servicios Secretos – americanos, británicos, germanos, israelitas y vaticanos – de propaganda, espionaje, represión, subversión, terrorismo, corrupción y asistencia “técnica”, junto con los servicios auxiliares de partidos, sindicatos, fundaciones, empresas financieras y multinacionales, publicaciones “científicas y culturales”, Ong “humanitarias”, clero secular y órdenes eclesiásticas, y demás satélites institucionales – legales o clandestinos – dependientes de ellos.

Todos los partidos y sindicatos de la “oposición” oficial al Franquismo renovado: elegidos para asegurar la continuidad del Franquismo en España y sus Colonias, fueron creados, seleccionados, diseñados, financiados, recuperados, promocionados y aprovisionados con la contribución ideológica y financiera masiva de los millones de dólares de la Potencia hegemónica y sus satélites y dependencias, y son piezas integrantes de su sistema de dominación. Todos ellos encontraron su sitio según el guión y el organigrama transitivos confeccionados por el verdadero artífice político-administrativo de nuestro tiempo: los Gobiernos y los Servicios Secretos franquistas y occidentales. Los tupidos filtros del Cia y el Fbi no fueron obstáculo a la recuperación de los signos y despojos de los partidos “republicanos” – pasados a “los Nacionales” – que sirvieran para disimular la superchería.

En la práctica, sin la confianza del Cia y sus aliados y satélites (y del propio Gobierno español, que decidía administrativamente en última instancia), el reconocimiento o la tolerancia estaban cerrados a todo grupo político. Los “republicanos” y el PsoE del exilio habían desaparecido de la oposición política sobre el terreno. Y los demás grupos quedaron descartados cuando los Gobiernos, los Servicios Secretos y las Fundaciones Occidentales concentraron su apoyo económico y político exclusivo y excluyente en fabricar y afianzar un nuevo Partido transitivo: el actual Falange-PsoE, surgido en 1974 del Congreso de Suresnes como complemento del partido franquista tradicional. Se sacrificaba así a toda la oposición que se había manifestado realmente frente al Franquismo; lo cual, por sí solo, la hacía sospechosa para los Agentes del “cambio controlado”.

La cuestión decisiva: “saber quién manda aquí”, no ofrecía dudas para nadie. Todo postulante individual o colectivo sabía que debía pasar por las horcas caudinas del Ejército español, y sabía muy bien que la primera exigencia y condición absoluta de ese Ejército no era la marginación de los comunistas nacionales sino la garantía y el amejoramiento del estatuto unitario del Imperio español. La más leve desviación en el terreno del Nacionalismo imperante encontraría la inmediata reacción de las fuerzas armadas; y la simple sospecha o desconfianza de éstas sería el fin – cuando menos político, ya sea individual o colectivo – de los responsables o irresponsables implicados. Mediante esa exigencia absoluta se reforzaba y confortaba también todo el conjunto de sectores e intereses que apoyaban el régimen franquista, puesto que, como ocurre en otros sistemas totalitarios, la opresión nacional – en nuestro caso contra los Pueblos Vasco y Catalán – era y sigue siendo el punto más débil del dispositivo estratégico de dominación imperialista y fascista. Ahora bien, como se ha expuesto, ocurría que su propio Nacionalismo le impedía a la “oposición” española el utilizar esa debilidad para combatir el Fascismo. (En cualquier caso, entre la “transición” y el putsch endo-castrense de 1981 desaparecieron los últimos temores a este respecto, en el interior de una clase político-militar que no podía ya sublevarse contra nadie, realizar un golpe de Estado y acceder al poder, porque todo eso ya lo había hecho muchos años antes y desde entonces estaba ella en el poder.)

Con el hundimiento, la sumisión y la desaparición de la antigua oposición, los “republicanos, ácratas, Nacional-socialistas y Nacional-comunistas” españoles renunciaban apresuradamente a “la revolución democrática” y “el régimen transitorio sin signo institucional definido”: que tan ardientemente habían mantenido en el pacto de Múnich como señuelo para conseguir que la burocracia golpista Pnv-Anv aceptara liquidar el Gobierno Vasco en el exilio, y juraban precipitadamente fidelidad sin reservas a la Monarquía Pretoriana instaurada por el General Franco; convirtiéndose así en artífices de la reconciliación Nacionalista española, y en garantía del orden constitucional y la unidad del Imperio. “Ya no quedan Rojos: todos se han pasado a los Nacionales”. Obtenían a cambio rehabilitación, reconocimiento y gratificante reinserción en los organismos auxiliares de gestión, propaganda y recuperación de un “nuevo” régimen cuya adaptación había llegado a ser tan posible como necesaria; tanto más necesaria por cuanto que, de los malditos rojo-separatistas, todavía quedaban vivos y coleando los malditos separatistas. Todo ello venía atado y garantizado por la conservación de los fundamentos del régimen político bajo las innovaciones formales, y ante todo del monopolio de la criminal Violencia imperialista y fascista: establecido como resultado de la guerra y nunca puesto en cuestión desde entonces.

En estas circunstancias, los restos de la clandestinidad y el exilio: aterrados por sombrías anticipaciones de soledad y aislamiento, abandonados por sus presuntos aliados, vaciados de su base original, y renovados y encuadrados por sucesivas aportaciones y transfusiones del Partido del Movimiento Nacional, dieron su reconocimiento simple y cualificado al régimen que los había vencido y que no podían ya rechazar ni modificar en su substancia. Finalmente, aquellos “revolucionarios” – al igual que todos los “Socialistas y Comunistas” del Este y el Oeste – dejaron oficialmente de serlo para en este caso hacerse, como casi todos los antiguos “republicanos”, legitimistas monárquicos y reformistas burgueses; pero siguen siendo los mismos Nacional-imperialistas totalitarios españoles que siempre han sido. De esta forma, podían todos ellos seguir persiguiendo a las personas y a los Pueblos libres como siempre han hecho, que es lo único que saben hacer.

El Franquismo transitivo legalizó al Pnv y al Partido “comunista” de España (PcE) para fines marginales; pero no hizo igual con los escuálidos restos del PsoE: el Gobierno de Franco se los quedó a precio de saldo (al igual que la Monarquía), y a continuación decidió excluir a su burocracia histórica en el exilio. Establecido el objetivo, fueron la agencia Cia y los otros “Servicios” y Gobiernos Occidentales: que desconfiaban incluso de esa burocracia, quienes dirigieron y financiaron la que llamaron “lamentable escisión” de Suresnes, donde los falangistas excluyeron a la burocracia oficial del PsoE en el exilio y tomaron directamente el mando.

Los dirigentes del PcE esperaban de ellos – según decían – que tengan hacia la unidad de acción con el Partido Comunista una mejor actitud que los ejecutivos de Toulouse, que viven todavía en el año treinta” y “siguen manteniendo una línea anti-comunista e imaginando el futuro como un retorno al pasado”, con una Comisión Ejecutiva “alarmada por la eventualidad de que llegue a cuajar una dirección del interior rival de la emigrada y llamada a reemplazarla”.

La “nueva” Falange-PsoE no se molesta ya en esconder – tras una retórica en la que no creen ni sus portavoces – la ideología y los objetivos del Nacionalismo español puro y duro. Nada van a cambiar esos Nacional-socialistas o sus hijuelas Social-imperialistas (PcE y Falage-PsoE-bis), que han reemplazado la auténtica lucha de clases a nivel internacional contra el Nacionalismo imperialista español, por el apoyo sin fallas a su régimen Fascista-Nacionalista de ocupación militar sobre el Pueblo Vasco y su Estado: el Reino de Nabarra. La retórica marxista y las citaciones de Marx, Engels, Lenin e Iglesias (senior) dejaron paso hace tiempo a las de Primo de Rivera (junior), y a sus llamamientos a mantener “la unidad de la patria”, establecida en petición de principio sobre los Pueblos sojuzgados:

“[...] pero ante cualquier cuestionamiento de la integridad territorial de España no hay ningún matiz: la mera idea de una España sin Catalunya, y vice-versa, es la de una España y una Catalunya mutiladas.” Etc. (Del discurso televisado de P. Sánchez, secretario general de Falange-PsoE, en apoyo de la supresión de la “autonomía” de Catalunya decretada por el Gobierno de España formado por el Partido franquista tradicional; 27-Octubre-2017.)

“[...] lo que se va a encontrar el secesionismo y la xenofobia que ahora mismo está liderando las principales instituciones catalanas es la unidad de todos los demócratas, de las fuerzas que defendemos el orden constitucional y singularmente el principal partido del país y el segundo, [...]. El secesionismo tiene que ser consciente de que se va a encontrar con un muro, con el muro del Estado social y democrático de derecho, [...]. Tenemos que defender el bien jurídico que es la ‘Constitución’ frente a responsables públicos que lo que están haciendo es valerse de su institución y de su posición política para violentar el orden constitucional. Por tanto, ya le anuncio que nosotros estamos trabajando en una modificación del código penal para adecuar el delito de rebelión a la España del siglo XXI, a la España de 2018, y ante efectivamente hechos tan inauditos como el que ha ocurrido en nuestro país durante estos últimos meses. [...]. Si el Gobierno [del Pp] presenta esa modificación del código penal, el partido socialista la apoyará. También le diré [bis], el artículo 155, y la respuesta digamos conjunta y pactada que tenemos que dar a través del artículo 155 si es que se produce esa eventualidad, ésa la tiene garantizada; [...]. Es evidente que la ‘Constitución’ es un bien jurídico que debe ser defendido.” Etc. (Pedro Sánchez en “Los Desayunos de TVE”, 16-Mayo-2018.)

Abolida la lucha de clases interna por los renovadores del Franquismo, la antigua “revolución Nacional-sindicalista” de Falange es la actual involución Nacional-socialista de Falange/PsoE. De hecho, el PsoE actual es un pot-pourri de “Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista” (FET y de las JONS), junto con colorantes varios, diseñado y cocinado por el Cia como “oposición” oficial incorporada al partido franquista tradicional. La Falange Española (“por Dios, por la Patria y el Rey; por Dios, por España y por Franco”) cumplía así su “misión histórica en lo universal”, colonizando y substituyendo los escuálidos y burocráticos restos del PsoE del exilio.

Al PcE no hizo falta colonizarlo, y se incorporó él sólo al nuevo Franquismo transitivo: sus burócratas e intelectuales aceptaron las exigencias de Madrid y Washington, y obtuvieron la bendición y el visto bueno de la burguesía, el capitalismo y el Franquismo en el poder. En cuanto a los revisionistas anarco-sindicalistas, empezaron a descubrir y manifestar que, después de todo, nada importante los separaba de los “sindicatos verticales” franquistas.

La esperanza del PcE: consistente en atraer a los restos del PsoE, se invirtió, y fue el grueso de la “movida” comunista, castrista y católico-progresista – et alii – la que pasó al nuevo Partido que había quedado “renovado” en Suresnes como Falange-PsoE. La legalización fue el regalo envenenado que le esperaba al PcE: al abandonar la revolución democrática y aceptar “la transición”, Carrillo cortó también la rama que lo sostenía. Desde luego rompió el aislamiento del partido,  pero no tenía ya nada que aislar; y, para hacer de comparsa del Segundo Franquismo, el PcE no le hacía maldita la falta a nadie. Finalmente Carrillo y sus fieles, expulsados del PcE en 1985, cogieron el último tren del Franquismo tradicional, se apuntaron al PsoE en 1991, y pasaron sin más al basurero de la historia, convertidos en panegiristas y firmes valedores de la legalidad y la estabilidad del nuevo Franquismo.

Un proceso de descomposición similar aguardaba al PsoE, tras haber ejercido como auxiliar “socialista” del Franquismo y reverso de Ap/Pp desde la “transición”, hasta que todo ello fue demasiado evidente incluso para el último despistado (los seguidores fanatizados, o los ignorantes sin remedio y de mala fe, han de ser dejados a un lado). Nuevos grupos Nacionalistas y social-imperialistas españoles de recambio: orientados expresamente a la provocación y la recuperación política de los Pueblos y Estados sojuzgados pero por desgracia nunca liquidados (actividades posibles gracias a la traición e incapacidad de la burocracia liquidacionista Pnv-Eta y sus satélites, constantes valedores de esos grupos), surgieron en su lugar, una vez que esa función de provocación-recuperación no quedaba cubierta por parte de un PsoE ya agotado en su cometido.

Con la transición intra-totalitaria española quedaba claro que se había pasado desde una postulada revolución democrática hacia lo que Claudín cautamente había denominado “una situación más o menos democrática con más o menos libertad”. “Si no se impone la salida que convencionalmente hemos llamado ‘italiana’, se impondrá la ‘alemana’ u otra peor”, escribía Claudín. Quienes no veían bien qué podría ser la “otra peor”, han podido completar su perspectiva en los últimos cuarenta y cinco años, en pantalla gigante y cinemascope. La realidad ha revisado al alza tan sombrías perspectivas. Era el abandono de la revolución “más o menos” democrática, y la sumisión e incorporación al régimen establecido por el General Franco. Era, en tres palabras: la salida española, que significaba simplemente la continuidad del régimen Franquista.

Así pues, el cambio en el tratamiento de la oposición por el poder establecido ha sido total: el Despotismo y el Imperialismo primitivos imponían su poder político reprimiendo la oposición de los tiempos heroicos del Liberalismo, el Socialismo y los Movimientos de Liberación Nacional. En cambio, el Imperialismo y el Fascismo actuales fabrican su “oposición”: la inventan, reinventan, recuperan, incorporan, condicionan, provocan, corrompen, financian, informan, fomentan, organizan, alimentan y dirigen según conviene a su propia dominación y represión contra los Pueblos sojuzgados; lo cual permite desvirtuar los eventuales excesos de esa “oposición”, que en consecuencia quedan fatalmente reducidos a un nivel infrastratégico. Los partidos y sindicatos de la “oposición” oficial española al poder franquista establecido son productos, imitaciones, falsificaciones y marionetas de los Servicios Secretos de intoxicación ideológica y espionaje del imperialismo y el fascismo, y están diseñados para la represión contra los Pueblos sojuzgados. Su “estrategia” está en realidad dictada: directa o inmediatamente, por el poder establecido. Subvenciones y donativos aseguran su dependencia de una ayuda financiera sin la cual no pueden subsistir.

El Ejército del Segundo Franquismo abandonó mucho lastre en materia de fe y costumbres, represión sexual y moralismo clerical, a fin de adoptar armas más modernas y efectivas de dominación ideológica; pero su Nacionalismo no ha hecho sino concentrarse y endurecerse, al verse reducido a la custodia de los restos próximos de un imperio colonial otrora inmenso: adquirido y conservado por medio de la Violencia criminal y el Terror, y perdido por causa de la destrucción sistemática de las fuerzas productivas, la resistencia de los Pueblos, y la emergencia de las nuevas Potencias comerciales e industriales.

Sin fuerzas armadas, el imperialismo está desprovisto de expresión política. Es su violencia específica, lo cual es la naturaleza misma de las fuerzas armadas, y no las declaraciones e inauguraciones de sus burocracias “políticas” auxiliares: PpsoE-PcE junto con el batiburrillo de sus hijuelas Nacional-social-imperialistas de todo plumaje (“ciudadanos/ciudadanas-unidos/unidas-podemos-sumar-más-país”), lo que constituye la realidad del movimiento político del Imperialismo Nacionalista franco-español. Son el Ejército, la Guardia Civil, y las Compañías Republicanas de Seguridad: brazo militar armado del Nacional-fascismo y el Nacional-socialismo español y francés, su violencia “revolucionaria”.

Con la “transición”, la internalización de externalidades políticas se realizó también rápidamente, es decir: los que estaban fuera se encontraron dentro; y los aspirantes a la descentralización, más centralizados que antes. Los agentes del Nacionalismo imperialista y fascista español se pretenden ahora “demócratas no-violentos”; pero son los mismos fascistas de siempre, más peligrosos todavía que antes. Son franquistas y falangistas travestis que conservan el poder que ya tenían, al módico precio de un cambio de nombre homologado por ellos mismos y por sus socios internacionales. Opus-deístas, tecnócratas y demás “demócratas orgánicos” del Franquismo: base real de la Democracia Cristiana española, prepararon la logística de la reconversión y el reagrupamiento general de la Reacción y el Fascismo continentales.

El mundo entero respaldaba o aceptaba una operación que la incapacidad, la realidad o la irrealidad de la “oposición” española presentaba como la única posible y deseable. El campo quedaba libre para las grandes maniobras de reforma y consolidación de la dictadura militar. Se hacían posibles, de este modo, la adaptación a las nuevas condiciones generales, la incorporación de nuevas técnicas de represión, condicionamiento e integración sociales, la dosificación de la “democracia”, y la superación de los métodos propios de las grandes crisis sociales: ya sean bélicas o revolucionarias, ausentes desde largo tiempo en el conjunto occidental.

El régimen del General Franco realizaba así su “transición democrática”. Rehabilitado, legitimado, confirmado, reconocido y consolidado, logró su triunfo definitivo sin solución de continuidad, sin tocar siquiera a su estructura de clase ni a su “clase” política real: fuerzas armadas, burocracia y servicios administrativos, todos poblados de demócratas de siempre o milagrosamente convertidos a la democracia de la noche a la mañana. Para llegar a este “Pacto del Olvido” en 1975, la “oposición” española y sus títeres periféricos se habrían podido ahorrar – y nos habrían permitido ahorrarnos – la Dictadura de 1923, la República, la guerra de 1936 y la post-guerra franquista; y con todo y con eso, la democracia no podría estar ahora peor de lo que está.

Su milagrosa transfiguración lo transformó en el modelo envidiado – siempre imitado pero nunca igualado – por todas las dictaduras del mundo; y en parangón, inspiración y referencia de la nueva Europa. Un solo partido de oposición real: portador de la crítica, la denuncia y la exigencia democráticas, habría bastado entonces para poner en evidencia la falacia y la verdadera naturaleza de la operación, ofreciendo así la condición primera para convertir la crisis del Franquismo en revolución democrática. Pero tal partido no existía, y su base social menos todavía. Selección, cooptación y promoción de los partidos conservadores habían cerrado el paso a toda fuerza política o ideológica democrática. El Partido Único Nacionalista, y un bi-partidismo “de pega”, aseguraban la alternancia “de pega” y la corrupción al servicio del poder real. El régimen franquista conseguía así renovarse mediante una transición-farsa. “China no es más democrática, pero sí es un Estado de derecho en mayor medida que Rusia, porque ejerce la alternancia en el poder, aunque limitada. Los pactos de la transición española dieron a la élite franquista garantías de que no sería machacada.” (M. Jodorkovski, entrevistado por P. Bonet para un destacado Diario del monopolio mediático de “la transición” española, 20-Septiembre-2014.)

A despecho de las confusiones conceptuales del Sr. Jodorkovski sobre la democracia, ni China ni Rusia son Estados democráticos sino imperialistas y por tanto criminales. Ambos son Estados que mantienen a Pueblos sojuzgados mediante Violencia criminal y Terrorismo de Estado, y violando sus derechos de autodeterminación o independencia: primero de los derechos humanos fundamentales y condición previa de todos ellos; lo cual es la antítesis de la democracia. El establecer los mecanismos de “votos y mayorías” como sinónimo de “democracia” es un error teórico fundamental: un engaño desarrollado por los ideólogos del imperialismo y difundido por sus monopolios mediáticos de confusión e intoxicación ideológica de masas. Lo analizamos en el siguiente Capítulo XXIII: Fundamentación ideológica actual del Estado imperialista: “democracia, ‘Constitución’ y Estado de derecho”.

En realidad fue la élite franquista la que exigió y obtuvo de la “oposición” Nacional-social-imperialista: los Nacional-socialistas y Nacional-comunistas españoles de Falange-PsoE y PcE, garantías de que seguirían machacando impunemente a los Pueblos sojuzgados, a cambio de permitirles su inserción en las tareas y los beneficios del régimen fascista transitivo español. Es lo que todos ellos han seguido haciendo “democráticamente” hasta hoy mismo gracias a la cobertura ideológico-política que, desde 1977 hasta el día de hoy, les proporcionan también los Colaboracionistas y Cómplices indígenas “vascos”: integrantes de la mafia burocrática-liquidacionista que, desde el Pnv oficial hasta el Eta (junto con todos sus satélites y multi-onomásticos desdoblamientos formales: Ea-Ehbildu-Sortu-Geroa bai etc.), participan tanto en mantener la farsa de “la transición” como  si fuera democracia y genuina democracia por añadidura, así como en toda la corrupción en la que ella consiste.

El “bi-partidismo” y la “alternancia” de los partidos: modelo tradicional de la “democracia a la española”, son un viejo truco largamente practicado por la Monarquía Borbónica en sus sucesivas Restauraciones, que aseguraban la corrupción al servicio del poder real. En esas circunstancias, los “conflictos entre partidos” se reducen al reparto de las prebendas y beneficios – legales e ilegales – que reportan los servicios auxiliares del poder político real. Estos partidos políticos son “organizaciones que no se ocupan más que de la caza de empleos, y que modifican su programa concreto en función de los votos a captar. En España, al menos hasta estos últimos años [1919], los dos grandes ‘partidos’ se sucedían en el poder según el principio de una alternancia consentida, bajo la manta de elecciones ‘prefabricadas’ desde lo alto, para permitir a los partidarios de estas dos formaciones aprovecharse de las ventajas que procuran los empleos administrativos. En las antiguas Colonias españolas, las sedicentes ‘elecciones’ y las sedicentes ‘revoluciones’ no tienen otro objetivo que el de apoderarse del plato de mantequilla en que esperan encontrar subsistencia”. Con una salvedad: todas estas organizaciones son natural y sinceramente Nacionalistas, su apoyo al imperialismo colonialista español no falla nunca. Es en las organizaciones indígenas institucionalistas armadas y desarmadas “vascas” donde el colaboracionismo, la complicidad y la traición se confunden con la corrupción burocrática y corporativa en la caza al enchufe político-administrativo.

El Partido Único Nacionalista español de ahora es el Movimiento Nacional en versión franquista tradicional: Falangista y Nacional-sindicalista antes, Nacional-socialista ahora. Funcionalmente ordenado a semejanza de aquel sistema tradicional de las restauraciones monárquicas españolas, el actual “bi-partidismo” Pp-PsoE es un avatar funcional del partido franquista, que es el único que hay. Accesoriamente, asegura la ordenada distribución de las prebendas, los enchufes y la corrupción administrativamente organizada. La continuidad familiar de la clase política española,  su filiación y parentesco, y sus vínculos patrimoniales/matrimoniales, clericales y corporativos, ponen de manifiesto que sus figurantes de ahora, nombrados y educados en el serrallo franquista, han heredado individual y colectivamente los cargos y las funciones de sus padres, parientes y compinches: militares, falangistas, cardenales, obispos, opus-deístas y demás ralea.

Detrás de cada “demócrata tradicional o Nacional-socialista” español de hoy se esconde – individual y colectivamente – un franquista “de antes”. El Pp y el PsoE son las dos caras y las dos ramas del Partido Nacionalista español fascista y terrorista. La identidad profunda del Nacionalismo español, tanto en su vertiente Tradicional así como en la Nacional-socialista, ha sido puesta en evidencia por el supremo revelador: la continuidad de la oposición y la resistencia espontáneas del Pueblo Vasco. En cuando a la identidad profunda del Partido Nacionalista francés: absolutamente fijada desde la Revolución Nacionalista y Terrorista francesa, no ha necesitado siquiera revelador. (La magnificada farsa que – gracias a la amplificación que les proporciona el monopolio de propaganda e intoxicación ideológica de masas – escenifican los fantoches grupos de la llamada “ultra-derecha”, tanto en España como en Francia, cumple simplemente la función de acreditar y homologar, por referencia a ellos, el pretendido carácter “democrático, moderado y de centro” de la derecha fascista y criminal de siempre, que es la única que hay).

Así pues, la “oposición” española había desaparecido; y sus restos – que no pedían ni esperaban otra cosa – cambiaron de chaqueta y fueron recuperados sin dificultad: incorporados, convalidados o substituidos por los agentes y dirigentes del Franquismo tradicional, para revocar la fachada del nuevo orden político. Al igual que había ocurrido cien años antes con la Primera Restauración (1876), esta Segunda Restauración borbónico-franquista y la reconciliación nacional española manifestaban el fracaso, la sumisión y la corrupción de los vencidos, que se acogieron a la generosa discreción de los vencedores a cambio de aceptar y legitimar el orden establecido. Recibieron así la homologación de las “grandes” Potencias, y participaron de la “alternancia” en la búsqueda y disfrute de las prebendas administrativas según el modelo tradicional de la Restauración monárquica: el “turnismo”, orientado al ordenado reparto y disfrute de la corrupción estructural.

Sin embargo, esa distinción formal entre “vencedores y vencidos” españoles no podía ocultar la profunda identidad Nacionalista entre ellos. Los Partidos políticos reales se caracterizan o se identifican por su entidad ideológica y política, no por “diferencias” formales, corporativas, personales o instrumentales. De hecho, en la presente como en la precedente Restauración no hay verdaderos Partidos españoles: hay un Partido Único Nacionalista Español – integrado por filiales diversas – que es fachada, brazo “civil” e instrumento del Ejército Español: el verdadero protagonista y la clase política real y permanente de la historia política española desde la crisis del régimen despótico-asiático español, originada por la invasión-revolución francesa. Todas esas filiales compiten con el Franquismo tradicional para alcanzar su confianza, favor y benevolencia: es la consecuencia de la degeneración política y moral, y del oportunismo, la colaboración y la complicidad bajo un régimen fascista de ocupación militar.

El actual Movimiento Nacional español: su Partido Único Nacionalista, se ha enriquecido, diversificado y potenciado ideológicamente con múltiples incorporaciones y aportaciones. Su objetivo no es la oposición al Franquismo sino su desarrollo, para acabar con la Resistencia de los Pueblos sojuzgados. No hay organización política oficial u oficiosa en el Segundo Franquismo que no haya sido construida, financiada, homologada, aceptada, tolerada, asimilada y manipulada por el poder real: todo ello en cuanto daba su adhesión y hacía suyos los principios y condiciones legales e ideológicos del régimen establecido por la estructura franquista de poder. Los demás fueron inmediata o progresivamente excluidos, perseguidos e ilegalizados, si eran obstáculo o no eran ya útiles al Segundo Franquismo: consolidado y cada vez más exigente, como consecuencia del derrumbe de la “oposición” al Imperialismo y el Fascismo españoles.

Los protagonistas del Primer Franquismo eran fascistas y criminales cínicos, sin complejos y sin vergüenza de serlo. Ningún Tribunal Penal los ha encausado nunca. No obstante, durante la transición desde el Primero al Segundo Franquismo, la necesidad de contar con la colaboración y la complicidad de los derrotados aconsejaba concesiones y compensaciones. Esas circunstancias obligaron a los vencedores a moderar o disimular expresiones que revelaban más de lo que pretendían decir: “En Cataluña y en el País Vasco, alguna forma de decisión política será necesaria para evitar la absoluta desconexión actual entre la realidad que allí existe, y la utópica versión oficial.” (J.M. de Areilza.) En consecuencia, el régimen transitivo se esforzaba entonces para conseguir la participación institucional y el reconocimiento de sus Colaboracionistas y Cómplices periféricos: armados y desarmados, de la burocracia liquidacionista Pnv-Eta.

Esa realidad sociológica “que allí existe” no ha cambiado substancialmente desde entonces; pero cuarenta años después, una vez que han quedado consolidados, estimulados y potenciados por la estupidez, la corrupción, el colaboracionismo, la complicidad y la traición de sus comprados compañeros de ruta locales, los Franquistas – tanto tradicionales como Nacional-socialistas – dan ya por terminada la transición intra-totalitaria, prescinden de sus insufribles comparsas, destruyen los residuos formales de identidad nacional de los Pueblos sojuzgados, y renuevan la orgíaca euforia triunfalista de la primera Falange en los Territorios ocupados de esos Pueblos y Estados. Es evidente que el secular empeño “de España” por conseguir que “la realidad que allí existe” se identifique finalmente con las aspiraciones de su Nacionalismo totalitario, está hoy al menos tan presente como siempre.

Sin embargo, el totalitarismo ideológico y político produce necesariamente subdesarrollo, parálisis y reacción generalizados. Donde la libertad de pensamiento, crítica y comunicación no existe para las cuestiones políticas, tampoco puede desarrollarse para el conjunto de la producción económica o cultural. Consubstanciales con toda tiranía: desde el despotismo asiático hasta el totalitarismo moderno, los diversos procedimientos y mecanismos de represión, censura, sumisión, obscurantismo, dirigismo, academismo, formalismo, impostura, fraude y falsificación intelectual en general cierran el paso a la creación, la evolución y la difusión de las ideas progresistas. El subdesarrollo general conlleva, a su vez, reacción ideológica y política.

El General Franco: el criminal, cruel, sanguinario y vengativo tirano, correspondía eficazmente a las condiciones del Pueblo español tras la victoria del Fascismo internacional, y a la necesidad de cerrar el paso a toda capacidad económica y cultural y a toda fuerza crítica y creativa susceptible de generar resistencias ideológicas y políticas: sobre todo en los Pueblos y Estados sojuzgados por el imperialismo español. Sin lo cual su régimen: establecido mediante victoria militar con el decisivo apoyo de las Potencias del Eje, no habría podido permanecer, durar y adaptarse, como lo ha hecho, una vez que los Aliados vencedores tomaron el relevo de las “Naciones enemigas” y vencidas. No obstante, los Aliados: a la vista de la realidad socio-política española, decidieron mantenerlo; traicionando así todos los principios que ellos habían aducido para justificar la guerra y la victoria contra el Nazi-Fascismo germano-italiano.

Al Franquismo no lo ha derrotado nunca nadie, el régimen franquista no ha sufrido nunca derrumbe ni derribo, ni ruptura, ni substitución, ni sucesión. El Franquismo no es cosa del pasado: es el fundamento pasado y presente del Estado español. Es ahora cuando demuestra y explota todas sus perspectivas y posibilidades, durante largo tiempo subestimadas. El General Franco es el verdadero padre de la España moderna.

Franco no era, estrictamente hablando, un fascista. Su visión y su cultura política reducían la sociedad y el Estado a una extensión de la organización castrense y la vida cuartelera, y a un nivel cultural de cuerpo de guardia (civil). Su régimen de terror y exterminio ha cambiado fundamentalmente las condiciones sociales y políticas y la relación de fuerzas en España y sus Colonias, haciendo posible el Segundo Franquismo, que dura ya más que el Primero.

Gracias al Fascismo español e internacional, y al apoyo y la complicidad del imperialismo mundial que nunca les han faltado, los Españoles disponían ahora de un régimen político estable y seguro como no lo habían tenido nunca, desde la caída de su Imperio despótico-asiático multi-secular al que atribuyen sus mayores glorias y en el que fundan su mitología nacional: la de la mayor y más devastadora organización criminal trans-Continental de fanáticos malhechores, asesinos y ladrones de toda la Historia de la Humanidad.

En las condiciones ideales creadas para él por la guerra y la post-guerra, el General Franco: el más negativo, vulgar, engreído, ignorante, grosero y hortera de los dictadores militares o fascistas que el mundo ha padecido, pudo creer que su nivel intelectual y moral – no superior al del último soldado de guardia – lo cualificaba (con el apoyo de sus servicios culturales militares, civiles y eclesiásticos) tanto para prohibir, censurar o falsificar la Biblia, ‘Los Miserables’, ‘El Corsario Negro’, ‘Mogambo’ y ‘Blanca-nieves y los siete enanitos’, así como para imponer su “pensamiento” y sus normas de conducta a sus indefensas víctimas, esto es: muchos millones de niños y adultos de todo sexo y condición. “No se sirven obras de Víctor Hugo”, anunciaba el incorruptible funcionario de la Biblioteca Municipal con toda la superioridad, dignidad, satisfacción y suficiencia moral y científica que su alto y uniformado cargo le confería sobre el depravado e iluso aspirante a lector. Los aficionados a las clasificaciones y jerarquías – por indecentes que éstas sean – dirán tal vez que el General Franco no ha sido el mayor criminal de la historia; pero ha sido ciertamente el más destructivo de todo pensamiento libre, de toda creatividad (incluso fascista), y de toda iniciativa: ya sea política, artística o científica.

Los crímenes del General Franco son tan inolvidables e imperdonables como innumerables; sin embargo, tal vez el mayor y más nefasto de todos ellos no esté en la guerra, los asesinatos y otras exacciones individuales y colectivas, ni en la violencia y el terrorismo de masas propios del imperialismo y el fascismo, sino en matar de aburrimiento durante cuarenta años, sin remisión ni esperanza, a los millones de supervivientes que tuvieron la desgracia de caer bajo las botas del despiadado y sanguinario tirano, y de permanecer enterrados bajo la losa de mármol de su miserable despotismo. En comparación con él, Hitler o Mussolini se sitúan – en cuanto a creatividad y amenidad – del lado de Alejandro, de Calígula o de Lorenzo de Médicis. La dictadura de éstos es la dictadura del desequilibrio mental; la de Franco y su banda es la dictadura de la oligofrenia colectiva, la castración mental (y las otras), la destrucción de la razón, la desaparición del espíritu (que es crítico o no es), y la estupidez como principio de vida y de conducta.

El hecho de que el pueblo español haya aguantado esa dictadura durante tantos años, y que en realidad la siga aguantando bajo las formas adaptadas de sus sucesores, muestra las consecuencias de siglos de despotismo y de la formidable paliza de 1936-39. Y el hecho de que – aun en las condiciones que el despotismo y la ocupación extranjera le han impuesto durante siglos – subsistan todavía en el Pueblo Vasco algunas formas de Resistencia y sentido crítico: por reducidas, primarias e ineptas que ellas sean, muestra el formidable espíritu de independencia que cientos o miles de años de libertad o de lucha por la libertad han permitido en alguna medida preservar.


(De ‘Euskal Herria y el Reino de Nabarra, o el Pueblo Vasco y su Estado, frente al imperialismo franco-español’.)

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