Neofascismo y manifestaciones de masas en Euzkadi

NEOFASCISMO Y MANIFESTACIONES DE MASAS EN EUZKADI



CÍRCULO DE INFORMACIÓN Y ENSAYO AGUIRRE LECUBE 



La presente ola de llamamientos al pueblo vasco para manifestaciones de masas presenta gran interés, por cuanto permite ilustrar de instructiva manera la teoría general concerniente al dispositivo estratégico y táctico del frente imperialista.


El imperialismo español hace frente actualmente a la necesidad de profundas transformaciones, determinadas por el cambio acelerado de las estructuras sociales del mundo, por la evolución del modo de producción, y por la realidad del Pueblo Vasco. Todo ello exige del colonialismo una actitud compleja, menos reductible a la simple represión. La oposición de las fuerzas vascas es tratada según medios capaces de asegurar su integración en un sistema más amplio, eficaz y maduro de dominación nacionalista. De este modo, los objetivos, ideología y organización de las fuerzas populares son en gran medida elaborados e impuestos, en realidad, por el propio imperialismo. Una propaganda mejor camuflada y adaptada; medios de provocación y represión más eficaces y mejor combinados; y técnicas de diversión, penetración y recuperación más variadas y agresivas se desarrollan en Euzkadi por fuerzas que se extienden desde el campo estatal hasta las diversas oposiciones españolas. Para hacer frente a tales tareas, dichas fuerzas realizan por su parte un esfuerzo de integración interna que permite mejorar la amplitud y variedad de su sistema, asegurando la unidad y complementariedad de los componentes sectoriales e ideológicos del imperialismo. (1)


A esta realidad corresponde, en nuestro País, la reducida extensión cualitativa de las fuerzas vascas, agravada por la confusión y desarticulación instaladas en sus estructuras ideológica y política. En amplios sectores institucionales y orgánicos vascos, la destrucción de la democracia interna y la negación de los más necesarios derechos de expresión y control políticos van unidas, lógicamente, a la complaciente apertura ante las fuerzas de penetración imperialistas. La ausencia total de sentido estratégico, y el escapismo “táctico” que de ella se deriva, debilitan gravemente las actuales posibilidades sociales del pueblo vasco. (2)


Ante todo esto, las expectativas de una “próxima democratización” a la española dan nuevo interés a la manipulación de las fuerzas vascas por medios claramente perceptibles.


En los últimos tiempos, llevar a los vascos “a Gernika”, cada vez que pueden y debe estar en otra parte, es un recurso que se extiende a la huelga-fetiche, a la agitación convulsiva, a la acción por la acción, y al abandono de todo sentido crítico en la política democrática.


El hecho de que tales convocatorias proceden de una iniciativa calculada, extraña al campo vasco, y que los grupos vascos que las secundan no hacen sino llenar su habitual función de camuflaje y transmisión al servicio del imperialismo español, es algo demasiado claro como para que sea útil insistir sobre ello.


El coste añadido de la maniobra es mínimo para el imperialismo. De hecho, las fuerzas armadas ocupan posiciones inexpugnables, y la oposición española no participa realmente sino a nivel directivo y se beneficia de “clausulas especiales” bajo el fascismo actual. La amplitud y variedad de su sistema le da así al colonialismo la posibilidad de ganar o cubrirse en todos los casos, dejando las pérdidas para las fuerzas vascas, invitadas a aportar el contingente de base – y sólo él – de las “manifestaciones conjuntas”.


La actual experiencia represiva del régimen, sumada a la infiltración generalizada del imperialismo – sea o no de oposición – en los cuadros pre-señalados como vascos, ofrece toda garantía de que tales manifestaciones pueden serle rentables sin riesgo emergente de consideración. Es notable que una fuerza de represión reputada por su obtusa brutalidad, y cuya importancia general no ha dejado de aumentar, se adapte hoy sin excesiva dificultad – muy al contrario de lo que cabría esperar – a la necesidad de conciliar la garantía del orden fascista con una acción modulada que no entrabe la táctica complementaria de penetración y recuperación.


El imperialismo español domina ya toda nuestra vida social. ¿Cómo puede perderse el sentido de la dignidad nacional hasta el punto de ayudarlo a promover un Aberri-egun a su antojo y beneficio? ¿Qué buscan los sectores vascos comprometidos en tales operaciones? ¿Puede una manifestación en tales condiciones aportar, como se ha pretendido, una demostración de voluntad nacional y democrática, cualidades ambas inseparables en Euzkadi?


La realidad nacional de Euzkadi, y su vigor popular, son datos fundamentalmente adquiridos. De nada sirve contemplarlos sin cesar, y exhibirlos sin otro resultado que reforzar la respuesta imperialista a los problemas que se le plantean. La base real de nuestra lucha nacional vale más, en todo caso, que una concentración – o disgregación – de manifestantes rizando el rizo de la demostración sin causa, sentido ni destino.


Cuando la lucha nacional tiene la base social y la realidad histórica de Euzkadi, sólo en el país dominado quedan gentes necesitadas de demostración reiterada y permanente. Sólo ellas pueden creer, bajo el efecto de la propia propaganda imperialista, que las clases dominantes “no comprenden” la realidad nacional del pueblo vasco. Los hechos demuestran que es justamente el imperialismo el que mejor conoce, si no reconoce, tal realidad; el que responde, aprende, se adapta, se diversifica, innova y se transforma en consecuencia. En cambio, es el pueblo dominado el que acusa el castigo, y lo hace también en la frecuente endeblez de sus cuadros dirigentes, minados por la inseguridad material e ideológica, y por interminables crisis teóricas, morales o estéticas. De ahí su necesidad constante de auto-persuasión y justificación; la búsqueda de un imposible reconocimiento imperialista, encubierta tras la pasión “demostrativa”; y el conformismo derrotista, oculto tras la vinculación inerte a objetivos superables y superados.

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Conviene, en efecto, recordar que hace ya tiempo que tales demostraciones auténticas y efectivas se realizaron. Extraña manía ésta de reiterar los objetivos ya alcanzados, demostración de la incapacidad para aprovecharlos y dejarlos atrás. Fácil tarea la de la táctica española, cooperando en esta larga marcha sin avanzar un paso, en este interminable derribo de puertas abiertas.


¿Sin avanzar? Hace ya tiempo que este tipo de manifestaciones había caído en descrédito; no tanto por nuestro intento de explicación como por la práctica, la experiencia y el sentido común popular. Incluso sus actuales promotores indicaban ya las razones que las hacían imposibles según ellos, sin vacilar en denigrar el empuje popular a fin de encubrir su propia irresponsabilidad.


La táctica imperialista no se explica por la duda sino justamente por la constatación, bien afirmada a este respecto, que funda la necesidad de organizar una respuesta adecuada contra el pueblo vasco. La innegable realidad de la base nacional vasca, y su conocimiento, son presupuestos sin los cuales ni partidos españoles encabezarían tales llamamientos, ni las fuerzas represivas invadirían el país. Solamente quien se ha rendido totalmente a la propaganda española puede tomar un supuesto de hecho por un fin.


Por el contrario, la “cualificación ideológico-política” del pueblo vasco presenta incógnitas acusadas y permanentes.


Ni sus propios promotores ocultan el “limitado éxito” que esperan de tales llamamientos; tanto más limitado si consideramos que ignoran o niegan, al hacerlos, las posibilidades reales del país, en cuya negativa encuentran los imperialistas y sus correas de transmisión la justificación de una política de espaldas a la opinión popular. Lo que en otras partes y para otras tendencias puede ser un éxito de masas, puede ser aquí un medio de devalorizar nuestra realidad nacional.


Pero ni el “éxito” pretendido ni otro relativamente mayor harían sino confirmar datos de sobra conocidos sobre la voluntad popular y sus fundamentos sociales; confirmando al mismo tiempo el carácter retardatario y dependiente de su estructuración cualificada. (La permanencia del segundo factor informaría, a su vez, indirectamente sobre los límites del primero, por la relación estrecha entre ambos.)


El “fracaso” de tales operaciones ¿sirve de todos modos la propaganda imperialista? En parte ello es inevitable, desde el momento en que grupos vascos aceptan una partida en que el adversario juega ganador a todas las cartas. Pero “éxito o fracaso” es una falsa alternativa que, según la costumbre imperialista, supone aceptar el resultado de la alternativa real que se pretende encubrir. Ésta no se refiere al resultado de la operación sino a su aceptación, frente a su crítica y rechazo. Sólo la negativa a caer en la trampa, fundada en una actitud crítica e independiente, escapa realmente al control del sistema.


De este modo, el pretendido “fracaso” es en realidad la expresión del desarrollo cualificado de nuestras fuerzas nacionales e, indirectamente, de su propia expansión primaria. Si hace tiempo que el pueblo no responde a tales llamamientos, ello no es por las carencias que el nacionalismo y sus cómplices le achacan en un campo donde tiene sobradamente demostrada su capacidad. Lo cierto es que hoy ese pueblo se resiste a hacer el primo, y a seguir a una “vanguardia” que retarda cada vez más sobre el desarrollo de la base, y que recibe sus directivas del exterior. Ese Pueblo se niega a dejarse pasear por la arena geográfica y política con un anillo en la nariz. Como decía Lenin, cuando al pueblo no le dejan votar de otra manera, vota “con los pies”. Es lo que hace el nuestro cuando lo convocan a este tipo de “acción democrática”: vota con los pies, marchándose a otra parte.


La experiencia y la memoria colectivas no se detienen ni anulan tan fácilmente como algunos querrían. El reclamo mecánico, y la propaganda para retrasados mentales tienen cada vez curso más problemático.


Ignorarlo muestra, por parte de los sectores vascos comprometidos, una extraña ausencia de sentido de la realidad social. No se trata solamente de una falta de audiencia o capacidad movilizadora sino, más radicalmente, de una falta total de información que traiciona su aislamiento, su falta de contacto con la disposición – o la indisposición – más fácil de constatar.


No es extraño que la propaganda hispano-francesa y sus portavoces se esfuercen en persuadir a la opinión pública de que tales manifestaciones son el camino más directo a la “unidad vasca”; y de que en torno a ellas se han realizado ya los primeros acuerdos totales desde 1936. Súbito y conmovedor interés de las naciones vecinas, que muestra bien de qué unidad se trata.


Para las clases dominantes, la unidad totalitaria de los pueblos oprimidos ha sido siempre, ciertamente, una sincera preocupación. Al sindicato único, al partido único y otros clásicos del fascismo se suman hoy que “evolucionamos hacia la democracia”, la oposición única, el frente vasco único, y la manifestación única bajo dirección única. Y todo lo que vendrá, que esto está empezando.


En todo caso, cuando se trata de embarcar a los vascos en una nave fabricada, mandada, orientada, y previamente agujereada por el imperialismo es sumamente desagradable que alguien se niegue a subir en ella; sobre todo si la negativa constituye una alternativa política. Ni semejante convocatoria hará avanzar un palmo la unidad vasca, ni hay en ella un gramo de política vasca. Hay un plan, una iniciativa, una estrategia, un montaje táctico, y un aparato ideológico, pero españoles.


En estas condiciones, la propaganda que proclama las virtudes de “la acción” como místico camino a la unidad nacional no puede ocultar la única realidad: de la acción ciega, bajo dirección y encuadre – éstos bien conscientes – de los servicios imperialistas no surgirá más unidad que la de ellos, por más palabrería irracionalista que se le eche al asunto.


La simple consideración de los efectos más inmediatos y aparentes de una represión sobre las fuerzas vascas en tales condiciones revela hasta qué punto se trata de arriesgar, malgastar y desbaratar esfuerzos más necesarios que nunca, si queremos realmente afrontar los tiempos difíciles que se preparan. Comprometerlos en fútiles aventuras constituye una operación lógica a todos los niveles, pero esta lógica no es la de nuestros intereses nacionales.


Basta con observar el dispositivo táctico (?) inmediato previsto para tales manifestaciones, para constatar hasta qué punto nada se aprende ni se quiere aprender. En quince años, el imperialismo ha desarrollado su sistema de represión en forma desproporcionada frente a un adversario que no ha hecho ningún esfuerzo serio para aprovechar sus propias ventajas (que las tiene), ni para limitar las del adversario. La improvisación, la rutina, la artesanía, y el recuerdo prudentemente retocado de las gestas pasadas: he ahí la respuesta de la “vanguardia democrática”.


¿Cómo sorprenderse, sin embargo, en un país donde durante lustros hemos oído proclamar las virtudes mágicas del “mecanismo acción-represión”: extrapolación ridícula destinada a dar respaldo “científico-marxista” a la negación de la más elemental realidad? Esto cuando no se afirma – como se hace – que la dureza de la represión mostrará al mundo la existencia del fascismo español. Después de cuarenta años de fascismo, la demostración es decididamente nuestro punto fuerte.


Convocar a tales acciones es, en realidad, una demostración de fracaso y de impotencia, y un intento de encubrir el vació ideológico y político. Es un recurso, una tapadera que revela, en realidad, la incapacidad para afrontar, comprender, innovar e integrar, y para responder al desafío general que el imperialismo propone.


Ya que no sabemos qué hacer, y que esto se nota cada vez más, hagamos un poco de ruido a ver si se nota menos. Ya que no sabemos buscar objetivos actuales, hagamos como si – pongamos por caso – Gernika 64 no estuviera ya hecho. Ya que no queremos afrontar las exigencias ineludibles de una estrategia propia, hagámonos la ilusión de que podemos pasarnos sin ella. Ya que no podemos negociar, creámonos que no hay nada que negociar porque todo el mundo está a favor nuestro, y esperemos en las promesas y buenas intenciones de las diversas oposiciones españolas, reforzadas con todos los distinguidos fascistas convertidos hoy al amor y la concordia entre los pueblos. Ya que no acertamos a unirnos y avanzar cuesta arriba, hagámoslo cuesta abajo que se va más de prisa.


Tales convocatorias se sitúan en la línea lógica de la crisis oportunista y burocrática, y del naufragio terrorista-individual. “Para sus mantenedores, el desarrollo de la política de masas en el país señaló el fin de una época, a la que trataron de sobrevivir mediante la recuperación de esa política. Pero sólo podían hacerlo en cuanto la lucha de masas se bloqueaba, se fijaba, degeneraba en pedreas de barrio, o pasaba abiertamente bajo control imperialista. El oportunismo burocrático que asfixia la política vasca es incompatible con una movilización real y renovadora de las fuerzas populares. El terrorismo individual, opio del pueblo bajo el fascismo, no lo es menos. La reunión de ambos es más que una alianza: es el reconocimiento de su unidad profunda y complementaria. Las luchas internas de cuantos aspiran no a la superación sino a la herencia y permanencia de tales tendencias no ha hecho sino facilitar todavía más la penetración en ellas de quien penetrar quiera, sirva a una nación o a una secta multinacional.” (2)


Para nosotros no caben, pues, duda ni equívoco sobre la única actitud posible ante las sucesivas oleadas de recuperación y provocación imperialistas a que asistimos. La actualidad del régimen español no hace sino dar mayor vigencia a las posiciones que a este respecto siempre hemos mantenido:


-       No a toda manifestación o participación de fuerzas populares vascas encuadradas, dirigidas o utilizadas por organizaciones españolas al servicio directo o indirecto de la estrategia imperialista;


-       Estructuras orgánicas vascas, control realmente democrático, líneas estratégica y táctica consistentes, y forma ideológica sin ambigüedad, como condiciones básicas de toda movilización, estructuración o compromiso políticos generales.


No hay en todo ello exigencia alguna que no sea constante ineludible en la lucha de los pueblos por su libertad social. (3)

 

Abril, 1975

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(1)   Véase el artículo “La evolución del sistema imperialista”.

(2)                            “La crisis del movimiento popular en Euzkadi”.

(3)   Véanse los artículos “Condiciones de la lucha nacional” y “La aportación de Arana Goiri”.

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