Moral e ideología dominantes: instrumentos del poder dominante (4)


Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo



4 – Moral e ideología dominantes: instrumentos del poder dominante


Iñaki Aginaga y Felipe Campo


“[...] pregunta Vd., cómo ha ocurrido que toda Europa haya actuado sobre el Principio de ‘que el Poder era el Derecho’ [o lo Justo o Correcto: ‘Right’, en el original]. No sé qué respuesta daros, excepto ésta: que el Poder siempre Sinceramente, conscientemente, de tres bon Foi [de muy buena Fe], se cree Justo. El Poder siempre piensa que tiene una gran Alma, y vastas perspectivas, que están más allá de la Comprensión de los Débiles; y que está haciendo el Servicio de Dios, cuando está violando todas sus leyes.” (John Adams; de su carta a Thomas Jefferson, 2-Febrero-1816.)


Con la desvergonzada hipocresía que la caracteriza, la ideología imperialista ha tratado siempre de presentar la lucha por la libertad y los derechos humanos fundamentales de autodeterminación y legítima defensa de todos los Pueblos – ya fueran indios, abisinios, zulúes, árabes, chechenos, cubanos, irlandeses, rifeños, tagalos o vascos etc. como obra de irrecuperables, agresivas, salvajes y sanguinarias bandas a suprimir por todos los medios; mientras que la guerra, la conquista, la ocupación, la represión, el pillaje y el terrorismo perpetrados y continuados contra ellos por los “grandes” imperios han quedado en cambio presentados siempre como empresa de paz, servicio a Dios, no-violencia, civilización, progreso etc.

En Occidente, la noción de guerra justa o injusta: producto de las disputas ideológicas y teológicas europeas, sirvió para ocultar o justificar las guerras en curso (siempre “justas” las de uno mismo, e “injustas” las de los demás), así como el derecho internacional imperialista que las Potencias emergentes estaban formulando. Y basadas en dicha noción, en la “doctrina del descubrimiento” y el “derecho de conquista”, la casuística probabilista, las tesis y las hipótesis desarrolladas por los ideólogos de esas Potencias acallaron las conciencias excesivamente escrupulosas. En realidad, los Estados no se han plegado nunca a otra justicia que la de ellos mismos, y las Iglesias no se han opuesto nunca a la guerra y la violencia; de hecho las han promovido y bendecido, siempre que fuesen en beneficio y no en perjuicio de su propio poder directo o indirecto. La doble moral civil o eclesiástica no sólo sostiene la “justicia” efectiva de los sistemas de los Fuertes y Opresores, impuestos mediante agresión y Violencia criminal; intenta al mismo tiempo prevenir, culpabilizar y condenar toda resistencia de los Débiles, los Pobres y los Oprimidos.

Para la Iglesia, así como para los Gobiernos y el derecho antiguo y moderno, matar es pecado y delito si no se hace para servir a Dios y a la Patria, en cuyo caso es virtud religiosa y ciudadana. Si la Iglesia y los Gobiernos lo estiman necesario, los Cristianos y los Pueblos pueden hacerse la guerra y destriparse mutuamente sin faltar a ninguna ley divina ni humana, y de hecho están obligados a hacerlo; lo cual no han dejado de hacer, de buen grado o por fuerza, cada vez que han tenido ocasión para ello. Los Cristianos de las diversas Naciones y Estados imperialistas se mataron entre ellos con el estímulo y las bendiciones de sus cleros respectivos; estimularon sus energías combativas con rogativas; y celebraron con solemnes ceremonias de Acción de Gracias sus grandes victorias: las matanzas de sus amados hermanos en Cristo, los cuales hacían lo mismo en sentido contrario. Un nuevo Mandamiento se les había dado: “Amaos los unos a los otros en la paz, y destriparos en la guerra.”

La precavida y oportuna adopción – si no invención – de la teoría de la “guerra justa por ambas partes”, le evitaba a la Iglesia el tener que poner todos los huevos en un mismo cesto, cuando se trataba de apoyar a los Poderosos; puesto que, según se ha indicado, todos ellos declaraban la santidad de su causa y tener a Dios de su parte. En tales circunstancias, las habituales vagas exhortaciones al amor, la paz y la concordia aseguraban la imagen pacifista de la empresa multi-nacional eclesiástica romana; y “rezar por la paz” era y sigue siendo el inocuo e hipócrita antídoto que sus pontífices y prelados recetan, mientras las guerras continúan y ellos evitan condenar a los criminales culpables agresores.

La idea de que una guerra debería tener una causa justa era algo que no podía inquietar en absoluto a quien se postulaba como representante de Dios en la tierra, o a quienes se consideraban fieles miembros de su Iglesia, puesto que todas sus guerras contra herejes, infieles o paganos eran por definición no sólo justas sino incluso pacíficas: “En el Decretum Gratiani del siglo doce, se cita el siguiente pasaje que es atribuido a un trabajo perdido de Agustín de Hipona titulado ‘De diversis ecclesiae observationibus: ‘Entre los verdaderos adoradores de Dios, incluso las guerras mismas son pacíficas, las cuales se promueven no por codicia o crueldad sino por deseo de paz, a fin de frenar a los malos y favorecer a los buenos’.” (Arthur Cushman McGiffert; ‘Christianity and War: A Historical Sketch’. Source: The American Journal of Theology, Jul., 1915, Vol. 19, No. 3, pp. 323-345. Published by: The University of Chicago Press. Citado también por Tomás de Aquino con la referencia del libro agustiniano De verbis Dom.)

Sobre este precedente teórico, para conquistar Tierra Santa y al grito de Deus vult (“Dios lo quiere”), se habían iniciado (1095) y continuaron las Cruzadas: guerras “santas” y guerras “pacíficas” en la mejor tradición patrística.

Respecto a la utilización del terrorismo y la muerte como métodos de persecución ideológico-doctrinal indiscriminada contra los Débiles, la Iglesia – adelantándose en muchos siglos a la actual “barra libre” en la materia – eliminó pronto escrúpulos y consagró su canónica actuación de manos libres en el negocio de la guerra y la represión contra los “herejes”, al que en 1208 el Papa Lotario di Segni – Inocencio III: un fiel continuador de Agustín de Hipona en la utilización del mecanismo de distorsionar términos y conceptos – llamó ‘Negotium Pacis et Fidei, es decir: “Negocio de Paz y de Fe”. Como vamos a ver, nada nuevo ha sido inventado por los protagonistas de la actual represión gran-terrorista contra las libertades fundamentales, a la que ellos llaman ahora “guerra contra el terrorismo”.

“Pero será el Concilio de Toulouse, que tuvo lugar el año 1229, el que bajo la autoridad del Legado [del Papa] Romano di San Angelo va a encomendar a los obispos la instauración de la fe católica, y a organizar la búsqueda de los herejes y sus castigos. La identidad del hereje sigue presentándose de manera abstracta, sin hacer ninguna referencia a las creencias: ‘aquéllos que designa la opinión pública y aquéllos que serán denunciados por las personas honorables y serias, así como aquéllos que sean calificados como tales por el obispo’.” [Vid. ‘La Inquisición contra los Albigenses en el Languedoc (1229-1329)’, de Pilar Jiménez Sánchez; publicado por Durango-Udala.net; Cap. 2.– La creación de la Inquisición. (MANSI: Sacrorum Conciliorum nova et amplissima collectio; vol. XXIII, cc. 194-204.)]

Es sabido que veinte años antes, otro Legado papal: Arnaud Amalric, antecesor del cardenal Romano, no se había molestado en establecer tantas “garantías” en la investigación (inquisitio), a la hora de distinguir entre “el trigo y la cizaña”; y en 1209 la ciudad de Béziers fue masacrada en su totalidad con la inhibición – si es que no con el históricamente documentado estímulo – de aquel Legado: “Matadlos a todos, y dejad que Dios separe a los que son suyos.” En su carta para informar al papa Inocencio III, Arnaud Amalric se maravillaba de su propio éxito: “La venganza divina ha sido majestuosa. Fue una victoria inesperada y milagrosa. Sin respetar rango, sexo ni edad, los nuestros pasaron a cuchillo a casi veinte mil ciudadanos. Tras esta gran matanza, la ciudad ha sido pasto de las llamas y ya no queda nada de ella”, escribió.

El papa Lotario pudo así conocer de primera mano el éxito de su “negocio de pacificación”: “Todos los habitantes de la ciudad: desde el Cátaro perfecto de barba gris hasta el niño católico recién nacido, fueron asesinados en el espacio de una mañana. En la época anterior a la pólvora, matar a tanta gente en tan poco tiempo requería una resolución salvaje que supera la imaginación. (Stephen O’Shea; ‘The Perfect Heresy’.)

Pero Arnaud no carecía de imaginación ni de otras cosas, y el 3 de Mayo de 1211 – continuando con su “caritativa” implicación cristiana en aquel negocio – hizo quemar vivas en Lavaur a más de cuatrocientas personas juntas en la mayor hoguera de la Edad Media, mientras se entonaba un Te Deum.

El fanatismo terrorista de que se valía la Iglesia de Roma iba a apoyar desde entonces la instauración en este mundo del infierno teocrático e imperialista en general, y el de sus Hijas Predilectas: España y Francia, en particular. Massacre, tortura y quema de personas vivas (y muertas, previamente desenterradas en “virtud” de sentencias post mortem), desposesión de sus herederos incluso con carácter retroactivo, delación contra parientes y amigos, y abyección moral de quienes se veían obligados a incurrir en esas denuncias contra su libre voluntad, implacable persecución ideológico-religiosa, distintivos amarillos cosidos en la ropa de judíos y otros perseguidos, y quemas de libros etc., fueron procedimientos habituales en tal “negocio”, que hicieron fortuna y crearon escuela en distintos sistemas totalitarios. Tras haber transformado prósperas regiones en tierra de renegados y colaboracionistas mediante el terror, nadie estaba seguro a menos que hiciera daño a sus vecinos. Era el mismo comportamiento propio de los “Reinos de este mundo”: respeto, apoyo y bendiciones para los Poderosos; Cruzadas, desprecio, torturas y muerte contra los Pueblos sin capacidad para crear problemas al Imperio que había confiscado e instrumentalizado en su beneficio la fe.

El erudito canonista y Papa Inocencio IV, que en 1252 promulgó la Bula ‘Ad extirpanda en la que legitimaba y regulaba el uso de la tortura por la Inquisición como medio de obtener la confesión de los herejes (los cuales debían ser tratados como criminales a los que había que obligar a realizar revelaciones “al igual que se hace con los ladrones y desvalijadores de bienes materiales para que acusen a sus cómplices y confiesen los crímenes que han cometido”), y que decretó la condena a muerte para los herejes relapsos (los cuales, hipócritamente, eran “relajados al brazo secular” para la ejecución de su asesinato, y así la Iglesia mantenía sus manos lavadas como Pilatos), confirmó también que él, como Vicario de Cristo, podía obligar a los Pueblos no-cristianos a aceptar su dominio, a menos que éstos se sometieran al mandato divino del papado y recibieran la predicación del evangelio. Éste era el contexto ideológico-mental establecido – teórico pero muy real – cuando fue convocado el Concilio de Constanza, en cuya variada agenda figuraba el poner fin a importantes conflictos, entre los cuales estaba el que mantenían los Caballeros Teutónicos con Polonia y Lituania.

Como es sabido, el Concilio de Constanza (1414-1418) ordenó la quema en la hoguera de Jan Huss junto con sus escritos el 6 de Julio de 1415, y la de su discípulo Jerónimo de Praga un año más tarde, ambos previamente “interrogados”, torturados y condenados como heresiarcas. Pero aparte de ello, durante sus sesiones se produjo un hecho de gran relevancia teórica cuya importancia iba a pasar desapercibida para aquella audiencia (más allá de provocar probablemente su asombro), y que consistió en las tesis presentadas ante el Concilio por los representantes de Polonia.

El eminente jurista polaco Paweł Włodkowic, quien precisamente desde 1414 era rector de la Universidad de Cracovia, había sido enviado al Concilio junto con Stanisław de Skarbimierz – primer rector de esa Universidad y autor de las obras ‘De bellis justis (“Acerca de la guerra justa”: primer trabajo dedicado específicamente al tema), y ‘De rapina (“Acerca de la rapiña” – como miembros de la delegación encargada de defender los intereses de Polonia, en el sentido de conseguir que se pusiera fin tanto a las Cruzadas que el Estado Monástico de la Orden Teutónica realizaba contra Lituania, aliada de Polonia, así como a las conversiones forzosas de los Pueblos bálticos paganos. En el desarrollo de su cometido ante el Concilio, Włodkowic escandalizó a la audiencia al criticar al Estado Monástico por sus guerras de conquista de los Pueblos no-cristianos nativos de Prusia y Lituania, y al cuestionar por tanto la legitimidad de esa política de agresión que hasta entonces venía realizándose con las bendiciones y las bulas de la Iglesia.

Precursor de las modernas teorías de los derechos humanos, este autor polaco fue el primero en establecer el concepto de coexistencia pacífica entre las Naciones. A este respecto, presentó al Concilio su tesis sobre el poder del Papa y del Emperador: su Tractatus de potestate papae et imperatoris respectu infidelium (Tratado sobre el Poder del Papa y del Emperador respecto a los Infieles). En él establecía la afirmación de que las Naciones paganas y cristianas podían y debían coexistir en paz, sin que la agresión pudiera quedar justificada por motivos religiosos. Y frente a él se alzó la acusación – presentada por la Orden Teutónica – de que Polonia albergaba y defendía activamente a paganos: un pretexto para el expansionismo teutónico sobre los autóctonos Pueblos bálticos de Prusia y Lituania que, tras la conversión al cristianismo de Jogaila de Lituania en 1386 (en adelante Vladislao II Jaguellón de Polonia), era ya formalmente falso, aunque los Caballeros Teutónicos siguieron utilizándolo.

Como consecuencia, el Concilio rechazó la solicitud de los Teutónicos para una nueva Cruzada, y así los criminales intereses de su Orden fueron desatendidos. De hecho, aquel encuentro significó un punto de inflexión en las agresiones teutónicas. No tanto porque los “padres conciliares” quedaran convencidos por las avanzadas teorías de aquellos representantes de Polonia, las cuales naturalmente no podían ni querían comprender y mucho menos aceptar (si es que acaso no las juzgaban suficientemente perversas como para que sus autores acompañaran a Jan Huss en la hoguera aquella tarde de Julio de 1415), como por el hecho de que cinco años antes, en 1410, Vladislao II, al frente de una coalición lituano-polaca, había infligido al Estado Monástico la tremenda y decisiva derrota de Grunwald (o de Tannenberg, en la historiografía germana), una de las mayores batallas de la Europa medieval, de la cual la Orden nunca pudo reponerse; y en consecuencia la Iglesia ya no tenía tan claro quién iba a ganar.

(Puesto que la historiografía germánica había denominado aquella derrota de 1410 como “Batalla de Tannenberg”, que era uno de los pueblos cercanos al teatro de operaciones, cuando en 1914 el Imperio alemán venció al ruso en una importante batalla librada en las afueras de la ciudad de Allenstein [Olsztyn], en Prusia Oriental, el mando militar alemán la denominó también “Batalla de Tannenberg” por razones de propaganda [aunque esta localidad se encuentra a unos 30 kilómetros al oeste de Olsztyn], con el fin de borrar el recuerdo de aquella derrota de la Orden Teutónica. Era toda una muestra de continuidad e identidad con la criminal empresa imperialista de aquellos “Caballeros Cruzados”, que se había iniciado en 1226 con la Bula de Oro de Rímini otorgada por el “Sacro Emperador Romano” Federico II, y con la mencionada Bula de Oro de Rieti, por la que el papa Gregorio IX confirmaba “para siempre jamás” las conquistas de la Orden Teutónica en Prusia.)

Lamentablemente, tras su victoria en Grunwald, Vladislao II se retrasó unos días en ponerse en marcha para tomar Marienburg: capital e imponente plaza fuerte de los derrotados Teutónicos, dando a éstos tiempo para reorganizarse, resistir el asedio, y evitar su expulsión total de aquellas tierras que habían usurpado ciento ochenta años antes a los originarios Pueblos Prusianos y Lituanos mediante bulas, “cruzadas” y conquistas realizadas al Este del río Elba con el pretexto de la “conversión de aquellos paganos”: el ‘Ostsiedlung. De este modo, el trabajo fundamental: expulsar a los ejércitos y fuerzas de ocupación teutónicos, quedó sin hacer.

Esto le permitió al Estado Monástico consolidarse, y que su colonización pudiera continuar bajo diversas estructuras estatales político-militares germánicas que se auto-denominaron con el corónimo de “Prusia”, tomado de los autóctonos Pueblos Prusianos Bálticos que ellos habían sometido y exterminado. Estos Estados fueron la Confederación de Prusia, la Prusia real [Prusia occidental], y la Prusia ducal/Reino de Prusia [Prusia oriental]; haciendo posible así “de forma natural” que los colonos germanos no se integraran en los Pueblos entre los que se habían asentado – fundamentalmente Polacos y Lituanos – sino que continuaran en el interior de ellos como refractarios cuerpos germánicos organizados. Lo hicieron primero en torno a Marienburg, y después – una vez que ésta fue cedida a Polonia en 1457 a cambio de dinero durante la Guerra de los Trece años – en torno a Königsberg; lo cual fue una fuente constante de desgracias: de pretextos para guerras y de guerras que llegan a la Segunda Guerra Mundial.

Los sufrimientos que ellos causaron a los Pueblos Báltico a los que agredieron, y que finalmente los sucesores de ellos mismos recibieron en Bohemia, Polonia y “Prusia”, al padecer tras la Segunda Guerra Mundial la mayor limpieza étnica de la historia, son inenarrables. A partir del 10 de Mayo de 1945 y con “la llegada de la paz”, entre doce y catorce millones de colonos germánicos fueron expulsados de aquellas tierras, las cuales sus antepasados habían usurpado con falsos e inicuos títulos que se las cedían “para su eterna y absoluta propiedad” (Bula de Oro de Rieti: ‘Pietati proximum’, 1234). Despojados de todo de la noche a la mañana, más de medio millón fueron asesinados simplemente por ser germanos y hablar alemán en lugares “equivocados”; todo ello bajo la “distraída” mirada de los vencedores Aliados. Actualmente Königsberg y aquella llamada Prusia oriental “pertenecen” a Rusia. Son las desgracias que inevitablemente acarrea el imperialismo colonialista.

Pero, volviendo a Włodkowic, a lo largo de su carrera política, diplomática y universitaria expresó la opinión de que un mundo guiado por los principios de paz y respeto mutuo entre las Naciones era posible, y que las Naciones paganas tenían derecho a la paz y a la posesión de sus propias tierras sin tener que verse asediadas e invadidas con el pretexto de su paganismo, como Lituania – aliada de Polonia – lo estaba siendo a manos de la rapiña teutónica. Por desgracia, el imperialismo no es susceptible de ser detenido sólo por teorías bien-intencionadas, si además no intervienen fuerzas reales capaces de una Resistencia ideológica y política – y eventualmente militar – de nivel estratégico.

En aquellos tiempos, la negativa a admitir cualquier tolerancia sobre distintas opciones teológicas (que es lo que significa ‘hairesishairetikós’: hereje/herético, o sea, el que mantiene otra opción) era total por parte de una Iglesia ensoberbecida y todopoderosa. En aquellos momentos, ésta no podía ni imaginar que llegaría un tiempo en que su poder totalitario sería cuestionado y desalojado de Países enteros, y el Concilio de Constanza lo demostró quemando en la hoguera a quien se había atrevido a hacerle oposición mediante otra “opción” teológica o eclesiológica: ya estuviera vivo – Jan Huss y Jerónimo de Praga – o muerto, como es el caso de la sentencia ‘post mortem’ a ser quemado en la hoguera, dictada contra los restos del reformador inglés John Wyclif, que había muerto treinta años antes. Poco importaba que ello provocara levantamientos y desastres: las cinco Cruzadas (1420-34) convocadas por el Papa Martín V – nombrado en 1417 por el Concilio de Constanza – contra los Husitas (los Checos de Bohemia seguidores de Jan Huss), comenzaron poco después de la Primera Defenestración de Praga (1419); y, aunque fueron sometidos, la protesta que éstos hicieron – ‘Protestatio Bohemorum – condenando el asesinato de su líder espiritual en los más duros términos, y la subsecuente represión contra ellos, tendrían continuidad en la Reforma que realizaron los también denominados Protestantes, y en las Guerras de Religión que desde 1524 asolaron Europa.

Como es sabido, los instrumentos ideológico-políticos que la Iglesia proporcionaba – Bulas, Excomuniones etc. – estuvieron siempre destinados a favorecer la posición de los presuntos ganadores, o sea, los poderosos agresores que la apoyaban a ella misma: ya fueran Teutónicos/Germanos en Lituania y Bohemia, o Franceses/Españoles en Occitania, Al-Andalus, América y Nabarra. Para todos ellos, hubo Bulas que justificaban y reforzaban su dominación sobre los débiles, que ni siquiera eran reconocidos como sujetos de derechos y a quienes la Iglesia ayudaba a oprimir con el pretexto de herejías e incluso herejías inexistentes, como en el caso del Reino de Nabarra y sus monarcas.

En cambio, aquellas ideas de coexistencia pacífica entre las Naciones – sin importar y al margen de cuál pudiera ser su religión – que propugnaba la Escuela de Cracovia: impecablemente cristianas y presentadas al Concilio de Costanza por Włodkowic-Skarbimierz, simplemente fueron ignoradas y olvidadas. Re-aparecerían más de un siglo después, tras la Reforma de Lutero, como si fueran originales en la llamada “Escuela de Salamanca”; pero lo harían en forma y contenido ya recuperados por y compatibles para la Contra-Reforma de la Iglesia Católica, y para el poder establecido sobre los Pueblos dominados por su aliada, la Monarquía Hispano-Católica.

Bajo tales condiciones, el supuesto “Derecho de gentes” (ius gentium), el “derecho internacional” y el concepto de “causa de guerra justa”, desarrollados por dicha “escuela de Salamanca” (“la única causa justa es la que tiene por objeto responder proporcionadamente a una injuria”; según ello, una guerra no era lícita por “la diversidad de religión” o “el deseo de ensanchar el imperio”, decía Francisco de Vitoria en ‘De iure belli, 1539), no alteraron en absoluto la situación ya establecida, ni hicieron que fueran revisados los nulos e inicuos títulos esgrimidos por los ideólogos de la Monarquía Católica para la conquista, el saqueo, la destrucción y la “incorporación” de los Estados que ellos habían agredido: ya fueran éstos “infieles” como Al-Andalus y paganos como América (apropiada mediante las Bulas de Donación o “Alejandrinas” de 1493, que el Papa concedió a solicitud y conveniencia de dicha Monarquía), o cristianos como el Reino de Nabarra, apropiado ilegalmente mediante otras Bulas concedidas de forma semejante en 1512-3. Ni tampoco impidieron que continuara la explotación, opresión, esclavización y genocidio de sus Pueblos: resultado efectivo al que se llegó, a despecho del marchamo de progresismo que se atribuyó a dicha Escuela.

De hecho, la misión del fraile dominico Francisco de Vitoria consistió en encontrar “argumentos y títulos” en favor de las Potencias a las que él se debía: la Monarquía Católica y la Iglesia, de forma que la actuación de ambas sobre otros Estados pudiera quedar justificada. Unos argumentos desvergonzados, especiosos, pretenciosos, hipócritas y cínicos, basados en un intratable y egoísta fanatismo cristiano, y en un racismo y superioridad/santidad hispano-céntricos. Veamos algunos de esos “títulos legítimos de dominio”, según Vitoria:

“Hablaré a continuación sobre los títulos justos y adecuados por los que los Indios pudieron llegar bajo el dominio de los hispanos.

“1. Primer título. El primer título puede llamarse el de la sociedad natural y comunicación.

“2. Y acerca de esto, sea ésta la primera proposición: Los hispanos tienen derecho a viajar y permanecer en aquellas provincias, mientras no causen daño, y esto no se lo pueden prohibir los bárbaros. [...]

[Diserta a continuación, hasta con catorce “argumentos”, sobre esta “primera proposición sobre el primer título”, partiendo de la maldad de tratar mal a los huéspedes y peregrinos etc.; y presentando así tramposamente: como si se tratara de un estado de debilidad y necesidad, la real superioridad, agresión y codicia de los conquistadores, a los que según él hay que acoger por bondad y altruismo.]

“El séptimo argumento es proporcionado por los versos del PoetaQuod genus hoc hominum? Quaeve hunc tam barbara morem / permittit patria? Hospitio prohibemur harenae; / bella cient, primaque vetant consistere terra. (Virgilio; Eneida, I, 539-41.)

[¿Qué linaje de hombres es éste? ¿Qué nación es ésta que permite tan bárbaras costumbres? ¡Se nos prohíbe refugiarnos en su costa! ¡Nos hacen la guerra, y nos vetan tomar la primera tierra que vemos!]

“3. Segunda proposición. Es lícito a los hispanos comerciar con ellos, pero sin perjuicio de la patria de ellos, importándoles los productos de que carecen y extrayendo de allí oro o plata u otras cosas en que ellos abundan; y ni sus príncipes pueden impedir a sus súbditos que comercien con los hispanos, ni, por el contrario, los príncipes de los hispanos pueden prohibirles el comerciar con ellos. Esto se prueba por la proposición anterior.

“Primero, porque parece también de derecho de gentes que, sin detrimento de los ciudadanos, puedan los extranjeros ejercer el comercio.

[Sigue el delirio:] “Segundo: como es lícito por derecho divino, la ley que lo prohibiera sería irracional sin duda alguna.

“Tercero: Los príncipes están obligados, por derecho natural, a amar a los hispanos; por lo tanto no les es lícito, sin causa alguna, prohibirles el goce de sus beneficios, mientras los disfruten sin causarles perjuicio.

“Cuarto: Obrar de otra manera sería ir contra el proverbio que dice: No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.

“En resumen, que los bárbaros no pueden excluir de su comercio a los hispanos, por la misma razón que los cristianos tampoco pueden prohibirlo a otros cristianos. Es evidente que si los hispanos prohibieran a los francos el comerciar con los hispanos no por el bien de Hispania sino para impedir a los francos el participar en alguna utilidad, esta ley sería inicua y contra caridad. Ahora bien: si esto no puede justamente prohibirse por ley, mucho menos puede ejecutarse, pues la ley no es inicua sino por su ejecución. Y como se dice en el Digesto (De Justitia et Jure, ley Ut vim, I, 1, 3) ‘La naturaleza ha establecido el parentesco entre todos los hombres. De donde resulta que es contrario al derecho natural que el hombre se aparte del hombre sin causa alguna. Pues no es lobo el hombre para otro hombre – como dice Ovidio  sino hombre.

4. Tercera proposición. Si hay entre los bárbaros cosas que sean comunes a los ciudadanos y a los extranjeros, no es lícito que los bárbaros prohíban a los hispanos la comunicación y participación de las mismas. [...]

Pero debe tenerse presente que, como estos bárbaros son por naturaleza medrosos, y muchas veces estúpidos y necios, aunque los hispanos quieran disipar su temor y darles seguridad de que sólo tratan de conversar pacíficamente con ellos, puede ocurrir que con cierta razón persistan en su temor al ver hombres de extraño porte, armados y mucho más poderosos que ellos. Y, por lo tanto, si impulsados por este temor, se reunieran para expulsar o matar a los hispanos, ciertamente les sería lícito a éstos el defenderse, [...].

“5. Cuarta proposición. Más aún: si a algún hispano le nacen allí hijos y quisieran éstos ser tenidos por ciudadanos del lugar, no parece que se les pueda impedir el habitar en la ciudad o el gozar de los derechos de los restantes ciudadanos, siempre que los padres hayan tenido allí su domicilio. [...]

“6. Quinta proposición. Si los bárbaros quisieran privar a los hispanos de las cosas manifestadas más arriba que les corresponden por derecho de gentes, como el comercio o las otras que hemos declarado, los hispanos deben ante todo, con razones y consejos, evitar el escándalo y mostrar por todos los medios que no vienen a hacerles daño, sino que quieren amigablemente residir allí y recorrer sus provincias sin daño alguno para ellos; y deben mostrarlo no sólo con palabras sino con razones, conforme a la sentencia “Es propio del sabio hacer primero la prueba de todo con palabras”. Pero si, a pesar de este recurso a la razón, los bárbaros no quieren consentir sino que apelan a la violencia, los hispanos pueden defenderse y hacer lo que sea conveniente para su seguridad, ya que es lícito rechazar la fuerza con la fuerza. Y no sólo esto, sino también, si de otro modo no están seguros, pueden amunicionarse y construir fortificaciones; y si se les inflige injuria, pueden con la autoridad de su príncipe vengarla con la guerra, y usar de los demás derechos de la guerra.

“Esto se prueba considerando que la causa de la guerra justa es repeler y vengar una injuria, como hemos dicho siguiendo a Santo Tomás (Secunda Secundae. q. 40). Como los bárbaros, negando el derecho de gentes a los hispanos les hacen injuria, pueden éstos lícitamente hacer la guerra si es necesaria para la obtención de su derecho. [...]

“7. Sexta proposición. Si tentados todos los medios, los hispanos no pueden conseguir su seguridad entre los bárbaros sino ocupando sus ciudades y sometiéndolos, pueden lícitamente hacerlo. Se prueba teniendo en cuenta que el fin de la guerra es la paz, como dice San Agustín escribiendo a Bonifacio. Por lo tanto, como se ha dicho anteriormente, desde el momento en que les es lícito a los hispanos aceptar la guerra o declararla, ya les son lícitas también todas aquellas cosas que sean necesarias para el fin de la guerra, esto es, para obtener la paz y la seguridad. [...]

9. Otro título [2º] puede existir, que es la propagación de la religión cristiana. En favor del cual formularemos como primera conclusión, la siguiente: Los cristianos tienen derecho de predicar y de anunciar el Evangelio en las provincias de los bárbaros. Esta conclusión es manifiesta en primer lugar por el pasaje: Predicad el Evangelio a todas las criaturas,’ etc. (San Marcos, cap. 16, v. 15.) Y aquel otro: La palabra de Dios no está encadenada’. (Timoteo, 11, 2) [...]

“En tercer lugar, porque de otro modo quedarían fuera del estado de salvación, si no fuera lícito a los hispanos el ir a anunciarles el Evangelio. [...]

10. Segunda conclusión. Aunque esto sea común y pertenezca a todos los cristianos, pudo, sin embargo, el Papa encomendar esta misión a los hispanos y prohibírsela a todos los demás. [...]

12. Cuarta conclusión. Si los bárbaros – ya sean los señores ya el pueblo mismo  impidieran a los hispanos anunciar libremente el Evangelio, los hispanos, después de razonarlo para evitar el escándalo, pueden predicarles aun contra su voluntad, y entregarse a la conversión de dicha gente; y, si para esta obra fuera necesario aceptar la guerra o incluso iniciarla, podrán hacerla hasta que den oportunidad y seguridad para predicar el Evangelio. Y hay que decir lo mismo si, permitiendo la predicación, impiden las conversiones matando o castigando de cualquiera otra manera a los convertidos a Cristo, o haciendo desistir a los demás con amenazas. [...]

14. Otro posible título [4º] es el siguiente: Si una gran parte de los bárbaros se ha convertido a la Cristiandad, ya sea por las buenas o por las malas, esto es por amenazas o terrores, o de cualquier otro modo injusto, pero si ellos son realmente Cristianos, el Papa puede, habiendo causa razonable y pídanlo ellos o no, darles un príncipe cristiano y deponer a sus anteriores gobernantes infieles. [...]

“16. Otro posible título [6º] es la verdadera y voluntaria elección, que existiría en la hipótesis de que los bárbaros, comprendiendo la humanidad y sabia administración de los hispanos, decidieran libremente, tanto los señores como los demás, recibir como soberano al rey de Hispania. [...]

17. Otro título [7º] podría provenir de razones de amistad y alianza. Pues a veces los bárbaros guerrean entre sí legítimamente, y la parte que ha recibido injuria tiene derecho a declarar la guerra y puede pedir auxilio a los hispanos, repartiendo con ellos los frutos de la victoria. [...] Y que esto de combatir por los aliados y amigos sea causa justa de guerra no hay duda, como lo declara Cayetano en la Secunda Secundae, cuestión 40; porque igualmente toda la república puede con toda justicia pedir auxilio a los extranjeros para vengar las injurias de los malvados extraños que la atacan. Y se confirma esto si se considera que ésta fue la principal causa a la que debieron los Romanos la dilatación de su Imperio, pues prestando su ayuda a los aliados y a los amigos se vieron envueltos en varias guerras justas que, con arreglo al derecho de guerra, les permitieron apoderarse de nuevas provincias. Ahora bien, San Agustín (De Civitate Dei, lib. 111) y Santo Tomás (Opúsculo, 21), reconocen como legítimo al Imperio Romano. [...] No se ve por qué otro título jurídico pudieron los Romanos apoderarse del mundo, salvo por el derecho de la guerra, provocada en la mayor parte de los casos por la defensa y vindicación de sus aliados. [...]

“Éste parece ser el séptimo y último título por el cual pudieron y pueden venir los bárbaros y sus provincias al dominio y posesión de los hispanos.

18. Otro título podría no ciertamente afirmarse, pero sí discutirse, considerando lo que pueda tener de legítimo. Yo no me atrevo a sostenerlo, ni tampoco a condenarlo de lleno. Es el siguiente: Esos bárbaros, aunque, como antes dijimos, no sean del todo amentes, distan, sin embargo, muy poco de los amentes, lo que demuestra que no son aptos para formar o administrar una república legítima en las formas humanas y civiles. Por lo cual, ni tienen una legislación adecuada ni magistrados, y ni siquiera son lo suficientemente capaces para gobernar sus familias. Carecen también de conocimientos de letras y artes, no sólo liberales sino también mecánicas; de nociones de agricultura y de artesanos; y de otras muchas cosas provechosas y hasta necesarias para los usos de la vida humana.

Esto explica que algunos afirmen que para utilidad de ellos pueden los príncipes de Hispania asumir la administración de aquellos bárbaros, y designar prefectos y gobernadores para sus ciudades, y aun darles nuevos señores si constara que esto era conveniente para ellos.

De esto digo que puede tener algo de convincente, pues si todos fueran amentes, no habría duda que lo propuesto sería no solamente lícito sino también altamente conveniente; y hasta estarían nuestros príncipes obligados a hacerlo, de la misma manera que tendrían que verificarlo si se tratara puramente de niños. Porque, a este respecto, habría la misma razón para proceder con estos bárbaros del mismo modo que con los amentes; ya que nada o poco más valen ellos para gobernarse a sí mismos que los amentes, y ni aun son mucho más capaces que las mismas fieras y bestias, de las que no se diferencian siquiera ni en utilizar alimentos más tiernos o mejores que los que ellas consumen. Por estas razones, se dice que pueden ser entregados al gobierno de personas más inteligentes.

Aparentemente, esto se confirma. Porque si, por un acaso, perecieran allí todos los adultos y quedaran sólo los niños y adolescentes entre los años de la infancia y la pubertad, y con algo de razón, no cabe duda que nuestros príncipes podrían encargarse de ellos y gobernarlos mientras estuvieran en tal estado. Si esto se admite, parece que no se negará que pueda hacerse lo mismo con los padres de los bárbaros, supuesta la rudeza que les atribuyen los que han estado allí y que, según dicen, es mayor que la de los niños y amentes de otras naciones.

Y en verdad que esto encontraría su fundamento en el precepto de la caridad, ya que ellos son nuestros prójimos y estamos obligados a procurarles el bien. Pero esto sea dicho, como antes advertí, sin sentar una afirmación absoluta, y con la condición de que lo que se haga se realice para el bien y utilidad de los bárbaros y no solamente por el provecho de los hispanos. Que en eso está el peligro de las almas y de la salvación.

Hay que apuntar también que en esta argumentación puede aprovecharse lo antes afirmado: de que hay quienes son siervos por naturaleza, y como tales parecen ser estos bárbaros; y podrían, por lo tanto, ser gobernados como siervos.

De lo expuesto en toda esta cuestión, tal vez no falte quien deduzca que si cesaran todos estos títulos, de tal modo que los bárbaros no dieran ocasión ninguna de guerra, y rehusasen tener príncipes hispanos, etc., deberían cesar también las expediciones y el comercio, con gran perjuicio de los hispanos y grande detrimento de los intereses de los príncipes [hispanos], lo cual no podría soportarse.” Etc. etc. (Francisco de Vitoria; Relección primera de los indios recientemente descubiertos. De los títulos legítimos por los que los bárbaros pudieron caer bajo el dominio de los hispanos’, 1538-39.)

“Paje: [...] Roban lo que sea, y a eso lo llaman comercio.” (W. Shakespeare, ‘King Henry V’.)

Es decir, era muy conveniente que los Indios se opusieran a la conquista: algo totalmente lícito y natural además de ser inevitable; porque, si no lo hacían, entonces los Hispanos no tendrían justificación para proseguir con el saqueo que él llama comercio, “lo cual no podría soportarse”. ¿Es posible mayor cinismo? Es revelador que el mismo autor ni siquiera se atrevió a formular los títulos de dominio sobre los Pueblos sometidos sin sombra de duda, expresándose de este modo: “otro título puede existir”, otro título podría provenir”, “otro título podría no ciertamente afirmarse, pero sí discutirse” etc. Y todo ello, además, en contradicción con las dudas sobre la justicia de la guerra que el propio autor se plantea en su ‘Relección segunda sobre los Indios, o sobre el derecho de guerra de los hispanos sobre los bárbaros’, examinadas a partir del punto 20 y muy especialmente en el 26:

“26. Cuarta proposición. Es ésta: No obstante, pueden existir tales indicios y razones de la injusticia de la guerra, que su ignorancia no excuse a los referidos súbditos combatientes. Es evidente. Porque tal ignorancia podría ser fingida y concebida con perversa intención, en odio del enemigoAdemás, los infieles tendrían excusa siguiendo a sus príncipes a la guerra contra los cristianos, y no sería lícito matarlos, puesto que ellos creen tener causa justa para hacer la guerra. También, los soldados que crucificaron a Cristo, siguiendo con ignorancia la orden de Pilatos, quedarían excusados. Además, quedaría justificado el pueblo judío, que persuadido por sus magnates clamaba Quítalo, quítalo, crucifícalo.

Todo eso es exactamente lo que los hispanos y la Iglesia hicieron con los Pueblos dominados a lo largo de la Historia.

Guerras que se pretenden “pacíficas”; sangrientas Cruzadas que se presentan como un “Negocio de paz y fe”; canónica y “lícita” licencia para la prisión, tortura y atroz ejecución – y finalmente asesinato y exterminio masivos – de los sospechosos de herejía; fabricación de “guerras justas” mediante pretextos, al objeto de justificar la ocupación, explotación y destrucción imperialista y colonialista de Estados infieles, paganos y cristianos por parte de la Monarquía Católica; propagación de la religión cristiana “por amenazas o terrores, o de cualquier otro modo injusto”; legítimos imperios sobre el mundo entero por derecho de guerra; hipócrita incitación a “caritativos” genocidios y esclavización generalizada de Pueblos considerados como ganado, para conseguir la explotación y destrucción de Continentes enteros... La moral del poder imperialista establecido queda así al descubierto en toda su espantosa depravación.

*

No hay contradicción sino correspondencia e identidad entre la política, por un lado, y la moral y el derecho positivo de los Estados y Poderes totalitarios, por el otro. El Poder totalitario dominante, en virtud del monopolio de la Violencia criminal que él detenta (así como de sus monopolios auxiliares de adoctrinamiento e intoxicación ideológica de masas, anexos al monopolio de la Violencia), y en estricta función de sus objetivos de dominación, crea y dicta la norma moral y la norma jurídica, decide del bien y del mal, y señala y separa a quienes él declara que son “buenos o malos, bienaventurados o réprobos, probos ciudadanos o delincuentes, no-violentos o violentos, pacifistas o terroristas”.

Como hemos indicado en otros lugares, la violencia legítima es la que se ejerce en defensa de los derechos humanos fundamentales y, ante todo, del derecho de autodeterminación o independencia de los Pueblos sojuzgados; y en contra de quienes los agreden, lo cual el imperialismo y sus agentes realizan mediante guerra de agresión y Violencia criminal. Sin embargo, esta distinción es concienzudamente ignorada por los agentes del imperialismo, y de hecho éstos no sólo se limitan a llevar adelante sus agresiones contra los Pueblos sojuzgados y a falsificar, negar y mistificar después esa realidad sino que, una vez realizada la agresión del imperialismo, sus charlatanes y mercenarios ideológicos (pretendida e hipócritamente “pacifistas” y enemigos “de toda violencia”, como los que en nuestro País están dedicados al servicio del imperialismo franco-español contra el Pueblo Vasco), niegan al agredido el derecho a defenderse y la justicia de su causa en base a falsos argumentos; con lo que le hacen imposible hacer frente a la agresión:

“La guerra siempre es un crimen; no hay guerra justa. Una vez desatada la guerra, la autodefensa no se ejerce nunca proporcionadamente: hablar de crimen de guerra es un pleonasmo”. (M. Izu; ‘Política saducea’, Diario de Noticias, 15-X-23.)

La moral internacional es la moral de los Pueblos y Estados dominantes: ellos se lo montan y ellos se lo benefician. Según ella, sus adversarios son – no sólo políticamente sino también moralmente – delincuentes y criminales porque son débiles y mientras son débiles; mientas que los fuertes escapan a toda censura moral porque son fuertes y mientras son fuertes. En la realidad internacional, “los valores humanos” se reducen a la relación de fuerzas entre las Naciones: “el bien, la justicia, la libertad y la verdad” son constitutivamente conformes – y finalmente inmanentes o idénticos – a la violencia del más fuerte. Correlativamente, “el mal, la injusticia, la opresión y la mentira” son constitutivamente conformes – y finalmente inmanentes o idénticos – a la incapacidad política del más débil. Toda distinción entre justicia política y justicia moral habiendo así desaparecido, ahora no tiene ya sentido oponer la política de los Estados a sus intereses, y sus intereses a su moral.

Una vez establecido de forma incontestable, como hemos visto, el monopolio de la moralidad, verdad y santidad de la Iglesia mediante el terrorismo ilimitado, y contando con tan eximio ejemplo, la moral explícita o implícita de los muy cristianos Estados europeos – si es que llega a plantearse – es simplemente una ideología que sirve a su política y a sus intereses. En materia de moralidad, como en materia de legalidad, cada cual fabrica las que le convienen: “es moral y legal lo que conviene al Pueblo alemán”. “Hans Gerber, un jurista académico, describió el nuevo espíritu de la ley alemana después de 1933: ‘El Nacional-Socialismo insiste en que la justicia no es un sistema de valores abstractos y autónomos tales como los distintos tipos de sistemas de Ley Natural’. Cada Estado – continuaba Gerber – ‘tiene su propio concepto de justicia’.” (Richard Overy.)

El Nacional-Socialismo y el Fascismo quedaron presuntamente derrotados; pero sólo militarmente, puesto que su ideología subsiste plenamente en la realidad política de los Estados imperialistas y totalitarios. Los Estados y las Organizaciones internacionales presuntamente democráticos que los combatieron y substituyeron sólo pueden, o bien reforzar la democracia mediante la afirmación de su condición principal y básica, a saber: el respeto de los derechos humanos fundamentales y en primer lugar del derecho de autodeterminación o independencia de todos los Pueblos, “primero de los derechos humanos y condición previa de todos ellos”; o, en ausencia de esa condición, desplazarse fatalmente hacia el totalitarismo por el plano inclinado del imperialismo y el fascismo.

Los “valores supremos, transcendentes e inamovibles” son los que el grupo dominante produce, inventa, recambia e impone mediante la presión social, económica y política, el condicionamiento psicológico e ideológico, la intimidación y la fuerza bruta. La ideología moral y jurídica del imperialismo y el fascismo es producto e instrumento inseparable de su política efectiva, así como de los monopolios de Violencia criminal, Terrorismo y propaganda; política y monopolios que tal ideología a su vez exalta y sostiene.

Las versiones idealistas, utopistas, metafísicas, teológicas, naturalistas, racionalistas, biológicas, románticas, humanistas, humanitaristas, altruistas o filantrópicas de la política y el derecho ceden siempre ante la necesidad de poder y seguridad de las Naciones y sus Estados, y nada pueden contra ella. Tales versiones son a veces ejercicios de buena voluntad: aportaciones, previsiones, ilusiones y proyectos bien-intencionados; y otras veces, son maniobras mal-intencionadas para engañar a los ingenuos. Por tanto, sus proponentes son unas veces santos o sabios, y en otras son agentes ideológicos a sueldo del imperialismo; pero tanto las proposiciones de los unos así como las de los otros: ya sean críticas o apologéticas del poder establecido, no son en ningún caso la política y el derecho y no describen la política y el derecho reales. Mientras esas proposiciones sean presentadas como lo que realmente son: fantasías o wishful thinking, sus efectos nocivos son limitados; pero cuando pretenden ser política y derecho, o descripción de la política y el derecho actuales, reales y efectivos, entonces son parte de la ideología que oculta y falsea la realidad del poder político, y devienen instrumentos imperialistas de propaganda y guerra psicológica.

El despotismo tradicional imponía su ideología y reprimía la de sus adversarios. En cambio, el imperialismo y el fascismo modernos fabrican, substituyen, incorporan, falsifican, financian y difunden la ideología de la supuesta oposición. De este modo, los colaboracionistas y cómplices autóctonos “vascos” del imperialismo franco-español: mediante la propaganda o la guerra psicológica, el lavado de cerebro y la intoxicación ideológica de masas que ellos difunden, mantienen al Pueblo Vasco sometido en el subdesarrollo ideológico y la incapacidad política. En su “calidad” de elementos señaladamente “autóctonos”, estos agentes de la burocracia Pnv-Eta y sus satélites adoptan, asimilan, transmiten y expanden las ideas fundamentales de la ideología imperialista, haciéndolas más “asépticas” a fin de burlar la desconfianza natural de sus víctimas hacia la propaganda y los propagandistas oficiales – demasiado evidentes y directos – del imperialismo y el fascismo. Se unen así sin reservas a los monopolios de Violencia criminal y propaganda para engañar a los Pueblos, para liquidar la información y la libre expresión de las ideas, y para completar la represión de las libertades de pensamiento y comunicación; conscientes como son de que la libertad de expresión, información y crítica haría imposible que ellos pudieran seguir embaucando a las poblaciones indefensas que tales agentes autóctonos dicen representar, mientras colaboran con el imperialismos en la difusión de su basura ideológica.

La hipocresía ha sido siempre cualidad inseparable del despotismo. Sin embargo, fue el totalitarismo moderno instaurado con la “revolución francesa” el que inauguró la Dictadura y el Terrorismo con camuflaje de libertad y derechos humanos; el Nacionalismo imperialista francés, bajo cubierta y falsificación de universalismo y derecho de autodeterminación de los Pueblos; el belicismo, con retórica pacifista; la deificación del Estado, a pretexto de laicismo y moral cívica; y el colonialismo, bajo disfraz de humanismo. Aun así, con el nuevo escenario abierto tras el fin del duopolio de las dos super-Potencias, la desvergüenza de las clases dominantes ha llegado a niveles nunca antes alcanzados.

La propaganda que pretende compaginar el pacifismo y la no-violencia, con la fabricación y la tenencia de “armas de destrucción masiva puramente preventivas y disuasivas – sólo para asustar – que no se van a usar nunca”, constituye un recurso tan hipócrita como formalmente contradictorio; y debe necesariamente distribuirse con moderación y sólo entre las clases sociales más debilitadas. Y ello porque, en la medida en que tal propaganda tuviera éxito (es decir, si consiguiera convencer a sus pacientes de lo que dice), destruiría el arma virtual y su función disuasiva; ya que, en ausencia de intención, resolución y voluntad de utilizarlas, las armas no son nada, no previenen nada y no intimidan, ni salvan, ni disuaden a nadie. Lo que aquí cuenta no es la disposición real para usarlas sino la creencia del enemigo en la disposición para hacerlo; que es, precisamente, lo que la propaganda en cuestión destruye lógicamente, aunque no ideológicamente.

En realidad, la propaganda “pacifista” de las “armas puramente disuasivas”: en sí formalmente contradictoria, encierra – al igual que la ideología general sobre la violencia, o la ideología nacional del imperialismo – una conciencia doble pero ideológicamente única, que actúa global o sectorialmente, conjunta o separadamente, sucesiva o simultáneamente. Por cuanto esa propaganda “pacifista” funciona, ella consigue tranquilizar los escrúpulos y proporciona buena conciencia a sus consumidores; por cuanto no funciona con respecto a sus amenazados pacientes, la fuerza de disuasión actual preserva su base necesaria, que es la capacidad y determinación material y moral para usar realmente las armas de destrucción masiva, al igual que todas las demás.

Según la propaganda del imperialismo y el fascismo modernos, el Estado y las leyes tienen por objeto salvaguardar la seguridad y la libertad; y nos dicen que los servicios y actividades de las fuerzas armadas consisten en “salvar vidas y suministrar asistencia sanitaria y humanitaria, y preparar a instaurar la democracia y organizar elecciones”. Los ejércitos “tienen por oficio la paz”, dicen; y las operaciones armadas de guerra y espionaje son “misiones de pacificación, liberación y prevención”. Las fuerzas de “interposición” de las Naciones Unidas (NU) van efectivamente armadas (sin lo cual no serían fuerzas de interposición ni de nada), “pero con un armamento muy ligero”, nos dicen; algo así como la honrada doncella de buena familia que estaba un poco embarazada de un niño muy pequeñito. Las “misiones salvadoras, humanitarias y de paz” a cargo de las fuerzas armadas tienen por finalidad ocultar su propia y verdadera función. La confusión deliberada de los conceptos, realizada por dicha propaganda, no cambia la naturaleza de las armas y los ejércitos.

“La función de las armas es matar”; para otra cosa no hacen falta armas ni militares. Y la función de las fuerzas armadas de los Estados imperialistas y totalitarios es la guerra de agresión, la opresión, la represión, la intimidación, el terrorismo, el espionaje y el pillaje: cualesquiera que sean sus condiciones de uso y los fines o resultados indirectos que con ello se persiga o consiga. “Un Estado libre es un Estado que es libre hacia sus ciudadanos, es decir: un Estado de gobierno despótico. Es perfectamente absurdo hablar de un Estado popular libre: mientras el proletariado tiene todavía necesidad del Estado, ello no es en absoluto para la libertad sino para reprimir a sus enemigos. Y cuando se hace posible hablar de libertad, el Estado deja de existir como tal.”

Según pretenden, el Estado totalitario tampoco impone, ni extorsiona, ni secuestra: actividades y designaciones cuya atribución en exclusiva se reserva para quienes resisten a su monopolio estatal de la Violencia criminal. Términos oficiales tales como “los impuestos”, y el secuestro legal al que llaman “servicio militar obligatorio”, o las “leyes tributarias y carcelarias”, han cobrado un sentido “técnico” que hace olvidar la raíz común de las palabras y los conceptos; todo ello gracias a las adecuadas maniobras de manipulación ideológica.

La ideología dominante del imperialismo franco-español sobre el Pueblo Vasco y su Estado, el Reino de Nabarra, pretende así pues ocultar el papel de la Violencia en el régimen fascista al que esa ideología sirve; y ocultar también que ese régimen político establecido – que su ideología pretende democrático y no-violento – tiene su origen, fundamento y naturaleza en la guerra de agresión, la ocupación y el terror de masas contra nuestro Pueblo y Estado. Un régimen imperialista y fascista de ocupación militar que es substituido en el delirio ideológico correspondiente por un orden social sin violencia; no ya como algo utópico a lo que se tiende sino como algo actual, vigente y efectivo. De este modo, quienes han establecido su poder por la guerra de agresión, la represión y el terror se dicen contrarios a toda violencia. La más repugnante práctica terrorista de las fuerzas de represión fascistas se acompaña con la máscara hipócrita y no menos repulsiva de la “no-violencia y el rechazo de toda violencia venga de donde venga”. Por sorprendente que ello pueda parecer, estas cosas funcionan, de otro modo nadie perdería tiempo y dinero intentándolo siquiera.

Pero la mala fe, la desvergüenza y la incapacidad teórica del poder imperialista y fascista franco-español establecido (que son evidentes), unidas a su despotismo, no lo explican todo. El régimen imperialista establecido en nuestro País es lo que es y hace la propaganda que le conviene; por eso mismo, no utilizaría tales disparates si no le dieran resultado. Y no le darían resultado si sus víctimas no hubieran perdido la razón y el sentido de la más inmediata realidad, como así sucede. En definitiva, es indudable que su propaganda no habría podido lograr éxito en nuestro País si las fuerzas políticas e ideológicas del régimen imperialista y fascista franco-español de ocupación militar no hubieran contado con los servicios auxiliares del colaboracionismo indígena de las burocracias Pnv-Eta y sus satélites, desde los que se nos adoctrina con majaderías tales como: “en la alta política no hay lugar para la violencia”. (Joseba Egibar, ‘burukide’ del Pnv.)

A pesar de sus discrepancias, los diversos componentes y agentes que dan soporte a la ideología dominante de la criminal Violencia imperialista se necesitan mutuamente para validar o disimular sus respectivos infundios ideológicos, y para impedir la libertad de expresión, información y crítica que los pondría en evidencia. 

Sin la complicidad del Pnv y de sus satélites armados o desarmados, esos productos de propaganda de tan deleznable contenido no habrían podido alcanzar ni siquiera una mínima parte de sus objetivos. Pero hace ya cincuenta años que “los moderados y los radicales vascos armados y desarmados” han destruido toda Resistencia de nivel estratégico y gubernamental; perseguido la libertad de expresión y crítica; y participado de los monopolios de dominación fascista presentados como “democracia”, los cuales se han consolidado en este País con su apoyo.

Sólo los hipócritas, los tontos o los locos pueden denunciar los atentados individuales mientras ignoran, disimulan o justifican la práctica del Terrorismo estatal de masas. Como se verá en otros lugares, quienes condenan “la violencia y el terrorismo en general, vengan de donde vengan”, se están refiriendo con ello a la violencia y al terrorismo de los demás, no a la Violencia criminal y el Terrorismo de Estado que ellos practican, justifican, santifican y ocultan a la vez, falsificando y confundiendo con tal fin los términos y los conceptos. Quienes, en un régimen imperialista y fascista de ocupación militar, como el que oprime a nuestro País bajo Francespaña, preconizan el abandono de la violencia para “hacer política con las ideas, la palabra y los votos etc., en este régimen democrático que nos hemos dado a nosotros mismos”, o bien son los hipócritas que detentan el monopolio de la Violencia criminal; o son alienados mentales víctimas de la propaganda, la intoxicación de masas, y la guerra psicológica que la Violencia y el Terrorismo imperialistas imponen.

En un Estado o entre Estados, “quien tiene derecho al fin, lo tiene también a los medios”. La cuestión estriba, una vez más, en saber de qué fines estamos hablando, ya sean democráticos: los cuales se realizan por la instauración y vigencia de los derechos humanos fundamentales y ante todo del derecho de autodeterminación o independencia de todos los Pueblos; o totalitarios/imperialistas, que se realizan por la conculcación y persecución de esos derechos.

Sin embargo, los moralistas e hipócritas profesionales del imperialismo y el fascismo, que nos infligen a diario su insufrible ministerio, proclaman con virtuosa satisfacción y según manido aforismo que “el fin no justifica los medios”. Se trata, por supuesto, del fin y los medios de los demás: siempre reprobables, rechazables y condenables, pero no de los que ellos mismos persiguen y emplean, que son siempre loables, aceptables y santificables. La verdad es que, fuera de interesados equívocos ideológicos, el fin justifica siempre y necesariamente los medios; los juicios de orden moral nada tienen que aducir en una cuestión de pura y simple lógica formal. “Si el fin es justo, los medios lo son también: esto es una proposición tautológica”. Y si el fin es injusto, los medios también lo son. En todo caso, la ordenación de los medios a su fin – ya sea justo o reprobable – es una simple cuestión de estrategia, no de moral.

Las fuerzas políticas y los Gobiernos reales del imperialismo y el fascismo no condicionan el uso de la Violencia a justificaciones morales ni jurídicas. Por el contrario, sólo ven signos y factores de decadente debilidad y claudicante indefensión en las personas o Pueblos que presentan algún resto de tan invalidantes y letales inhibiciones; y, cuando se trata de fijar su propio comportamiento, las normas morales o legales les tienen, por supuesto, sin cuidado. Si hay alguna norma que tienen por fundamental, ella es la que les dicta el asegurarse la mayor capacidad posible de dominación y destrucción mediante criminal Violencia y Terror, reduciendo correlativamente la de los demás.

Es sabido que un poder político establecido, en gran medida por el solo hecho de estarlo, aparece como evidente, necesario y “natural”. Su base y estructura políticas parecen estar dotadas de una “realidad” socio-geológica y pre-política que “escapa” al conocimiento y al análisis propiamente históricos, sociológicos, políticos y jurídicos. En ese contexto, las ciencias sociales se presentan como si fueran ciencias naturales; por ello, la ideología de ese poder trata de representar la política – al igual que la producción – “como encerrada en leyes naturales, eternas, independientes de la historia”.

“Dicho de otro modo, esto significa que las organizaciones del poder o la violencia organizada armonizan hasta tal punto con las condiciones de vida (económicas) de los humanos, o se presentan ante ellos con una superioridad aparentemente tan insuperable, que éstos las experimentan como una fuerza de la naturaleza, como el entorno necesario de su existencia, y por consiguiente se someten voluntariamente a ellas. (Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que estén de acuerdo con ellas.)” (G. Lukács; Historia y consciencia de clase.)

Suficientemente “acondicionado”, el paciente de esa ideología del poder se somete “voluntariamente” a los dictados del poder establecido. En un mundo “ideal” imaginario, en donde se condenara efectiva y no hipócritamente “toda violencia venga de donde venga”, no habría violencia actual ni virtual, ni poder político real, ni derecho, ni Estado.

Aparte de ilusiones, alucinaciones o juegos de manos ideológicos, el Estado imperialista dominante “en modo alguno constituye ‘el entorno-ambiente natural del humano’ sino simplemente un hecho real cuyo poder efectivo debe ser tenido en cuenta, pero que no puede pretender ningún derecho intrínseco a determinar nuestras acciones”. “Se trata de ver en él, por lo tanto, una simple constelación de poder con la cual, por una parte, hay que contar en los límites de su poder y solamente en los límites de su poder efectivo; y cuyas fuentes de poder, por otra parte, deben ser estudiadas de la manera más precisa y más amplia, a fin de descubrir los puntos donde ese poder puede ser debilitado y minado. Y los puntos de fuerza, o más bien de debilidad del Estado, se encuentran precisamente en el modo como éste se refleje en la conciencia de los humanos. Así pues, la ideología [que sustenta ese Estado imperialista] no es en este caso mera consecuencia de la estructura económica de la sociedad sino que es también la condición de su tranquilo funcionamiento.” (Georg Lukács; Historia y consciencia de clase.)

Con el final del Comunismo como mal absoluto y cardinal: supuesto enemigo supremo y fuente de todos los conflictos, Eje del Mal y de las luchas internacionales, la permanente competición entre los criminales Estados totalitarios y los Pueblos sojuzgados o por sojuzgar necesitaba un nuevo adversario de parecida o superior entidad. Es así como los Estados imperialistas y fascistas han tenido que inventarse una nueva metafísica y un nuevo Eje del Mal para justificar sus crímenes. En este sentido, el nuevo “terrorismo”: amenaza informe, multiforme y proteiforme, iba a cubrir esta necesidad por encima de todas las previsiones y expectativas. Bien entendido: la guerra fría, su postguerra y el Nuevo Orden hegemónico no han inventado el terrorismo.


(De: ‘Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo’.)

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