La crisis hegemónica


La crisis hegemónica

Iñaki Aginaga y Felipe Campo


Buscar, atribuirse, conservar, aumentar y utilizar la mayor capacidad posible de violencia actual y virtual a su alcance, disminuyendo o anulando la de los demás: he ahí la norma fundamental de la realidad política entre las Naciones, la única que sus actores – los Estados – conocen, reconocen y practican. El brusco desenlace del período de hegemonía bicéfala y de equilibrio del terror nuclear, como determinantes del orden mundial de la post-guerra, ha dejado en manos de la super-Potencia única la dirección suprema de las relaciones internacionales.

La eclosión, evolución e involución de la democracia USA, y sus ambigüedades y contradicciones históricas y sociológicas, anunciaban límites y derivas que no escapaban ya a la perspicacia y penetración de Tocqueville. La actual Potencia hegemónica se debatió desde su fundación en sus dilemas; en una alternativa o un complejo – no exento de vacilaciones y compromisos – entre idealismo o realismo; derechos humanos u opresión de personas y Pueblos; voluntad democrática o ambición de poder; humanismo o Nacionalismo; aislacionismo o intervencionismo; equilibrio de un orden internacional o hegemonía-Imperio. En la historia de las hegemonías y los Imperios universales, el desenlace de un conflicto semejante ha sido siempre el mismo: una clásica regresión reaccionaria. En nuestros días, tras los equívocos y las contradicciones suscitados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en las condiciones de la post-guerra mundial, y una vez eliminados los obstáculos del camino, el desenlace de la nueva hegemonía universal aparece como un retorno integral y sincero al mencionado clasicismo.

Mantenidas durante épocas que van desde la Guerra de Independencia contra el imperialismo europeo hasta la Guerra Entre los Estados y la conquista del Far-West; desde la Guerra de Cuba, hasta los Catorce Puntos; desde la reacción aislacionista, hasta la Guerra contra el Fascismo Internacional (con Terrorismo de masas en Durango, Gernika y Coventry, y en Dresde, Hiroshima y Nagasaki); desde las grandes mareas de decolonización, hasta la Guerra Fría y sus accesorias calientes; desde el duopolio nuclear y la rehabilitación-exaltación del régimen del General Franco y sus sucesores, hasta la Guerra del Vietnam y sus consecuencias; desde la promoción y el abandono de la Sociedad de Naciones, hasta la fundación y consunción de la ONU; y desde la Primera Guerra del Golfo, hasta las guerras de Afganistán, Irak, Siria y todo lo que vendrá, las vacilaciones históricas de la hegemonía USA hacia el Imperio universal parecen finalmente haberse desvanecido. Confrontadas con la práctica de una Administración cada vez más extendida e incontrolada, esas vacilaciones se han resuelto una vez más, como cabía esperar, con la fatal victoria final de Lansing sobre Wilson, y de Mr. Hyde sobre el Dr. Jekill. El resultado es la Administración de George Bomber Bush. (All that for this!)

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El estudio más o menos científico y controvertido de la historia y las relaciones internacionales: según quedaba formulado bien fuera por las escuelas clásicas-realistas-pragmatistas, o por las idealistas-moralistas-optimistas-utopistas, no ha conducido a gran cosa de nuevo. Real-politics, match-politics, power-politics, balance of power, status quo, o “paz, seguridad y estabilidad” a la europea, han suscitado y encontrado en las antiguas Colonias Británicas devenidas Imperio universal la emulación teórica y práctica que podía esperarse.

Podría verse en todo esto el último y ultimado avatar de la escuela “realista, pragmatista, materialista y cínica” tradicional. Las relaciones internacionales se han regulado siempre por la violencia. Ciertamente, la necesidad y eficacia de la violencia para resolver los conflictos sociales es una banalidad que, salvo entre los teóricos hipócritas de la “no-violencia” fascista, no merece más comentario. Sin embargo, la idea de que la violencia y el terrorismo unilaterales – aun con el concurso de los más terribles medios de destrucción masiva – permitirán resolver todos esos conflictos; o de que el uso de tales métodos significa, implica o produce una superioridad correspondiente de capacidad en todos los campos, y una relación de fuerzas que tendrá como resultado un proceso de dominación total; en otras palabras: mantener la esperanza en una tal idea, hasta el punto de ir tan lejos en el reduccionismo de las relaciones internacionales en su realidad global, ello es algo que sólo un equipo ignorante, grosero, brutal, vanidoso, pretencioso, primario y obtuso puede abrigar. De ese modo, el pretendido realismo ha llevado al supremo irrealismo.

Cualquiera que sea la capacidad de violencia de que los Imperios universales dispongan, y la superioridad militar que ello les confiera, los problemas y la resistencia planteados por los humanos han demostrado siempre los límites y el carácter ilusorio de tales soluciones. Sus impulsores se han roto siempre el morro más pronto o más tarde; y, con frecuencia, más pronto que tarde.

El recurso unilateral a la violencia y el terrorismo, como solución de todos los problemas políticos a escala universal, es una tentación de todas las Grandes Potencias, latente también en la oscilación de la política tradicional USA entre aislacionismo e intervencionismo. La actual asumpción de ese recurso por dicha Potencia ha tenido por consecuencia el arrogante y despectivo abandono del derecho internacional, de la ONU, del compromiso y equilibrio de fuerzas (por defectivos que hayan podido ser), de la estabilización política, del package-deal jurídico, y de los contrapesos económicos y culturales; todo lo cual se resuelve ahora en la nueva norma única de comportamiento universal político y jurídico, y en la simple y declarada instrumentalización – caso por caso – de las ideas, puestas al servicio de la propaganda, la guerra psicológica, y la intoxicación ideológica de masas.

Las relaciones internacionales se han establecido y modificado siempre según la relación de violencia política. Sin embargo, de una larga y forzosa convivencia habían resultado costumbres, normas, package-deals, y limitación y parsimonia de la violencia, los cuales ahorraban choques continuos, inútiles y destructivos, indeseables para todos. La ruptura de tales costumbres y limitaciones ha llevado a la confrontación violenta, establecida ahora como solución universal y preferente de los conflictos.

Aparentemente, los USA han abandonado o traicionado su veleitaria vocación inicial de libertad y democracia, para adoptar con todo cinismo la de hegemonía y dominación universales. La joven República ha madurado o envejecido, abandonando sus virtudes o debilidades originales, adquiriendo el cinismo y los resabios, y adoptando los métodos de las Naciones cargadas de historia que la precedieron y le mostraron el camino. Para bien o para mal – pese a quien pese y tómese como se quiera – los USA son ya mayores de edad y una Nación como las otras. No peor que otras, ni siquiera tan mala como otras, si se quiere recordar lo que han hecho los españoles y los franceses (o imaginar lo que harían, en posesión de un arsenal político-bélico comparable).

Y sin embargo, un País que – con todas sus limitaciones – surgió movido por valores de libertad y que tanto ha aportado al progreso de la democracia en el mundo ¿puede hundirse sin resistencia en el fascismo y el imperialismo? ¿Puede aceptar de buen grado un modelo de “democracia” burocrática y administrativo-militar, como las viejas tiranías de Francia o España? ¿Es ello el efecto pasajero de luchas y traumatismos circunstanciales, o se trata de una implantación nueva y profunda de maniáticos e irresponsables adeptos del imperialismo, la violencia, la guerra y el terrorismo? El gansterismo fascista e imperialista que se ha apoderado del Gobierno y la Administración USA ¿puede o no ser frenado y rechazado, y puede o no esperarse la reacción posible del fértil espíritu puritano, liberal y democrático tradicional?

Un eventual y problemático “estrato social” es, según Schumpeter, el terreno de cultivo y selección necesario del “material humano de calidad suficiente” para establecer una “clase política democrática”. Su ausencia, deterioro, debilitamiento o desaparición ha llevado a su substitución por la plutocracia del Este, que – a partir de la Guerra Entre los Estados de 1861-5 – no ha cesado de reforzar su hegemonía social y política sobre la Unión. Cuenta ahora con una clase de funcionarios administrativamente creada e informada: inversión o reversión de la administración políticamente inducida y destabilizada del antiguo spoils system. Desde el régimen funcionarial de Weimar (cuyo déficit político Weber y el mismo Schumpeter resaltaban), a la dictadura burocrático-castrense del Nuevo Régimen francés (que Marx y Engels denunciaban), los diversos precedentes son suficientemente expresivos de las orientaciones, implicaciones y consecuencias de tales soluciones.

El optimismo auto-centrado y la satisfacción endógena, la interpretación primaria y simplista de las relaciones internacionales, y la buena conciencia y el maniqueísmo populistas que caracterizan a la sociedad de la Unión norte-americana son – al igual que sus referencias liberales y democráticas – consecuencias lógicas de la breve historia de una comunidad colonial y campesina confrontada a un desarrollo económico y un poder planetario excepcionales; con las virtudes y las carencias de los Pueblos campesinos. Por muchas armas de destrucción masiva de que disponga, George Butcher Bush seguirá siendo un paleto; pero lo es de nueva generación, con los defectos pero sin las virtudes de sus predecesores. En tales circunstancias, la propaganda de la nueva banda hegemónica, a fin de que pueda dar los resultados que de ella se esperan, implica el embrutecimiento previo de sus pacientes a manos de los modernos monopolios de condicionamiento. Si esta condición viniera a faltar, la reacción podría ser peligrosa para sus pretenciosos agentes.

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Por ahora, la auto-satisfacción primaria de los nuevos ricos amos del mundo no sufre demasiado de sus carencias, ni suscita intento alguno de buscarles remedio. No es que Bush se crea muy listo, es que eso le da igual porque él y su equipo están convencidos de que los demás – empezando por el pueblo de los USA – son todavía más tontos que ellos; lo que permite a la nueva Administración manejar el mundo entero por cuenta de la plutocracia del Este. Pero, como a otros de su especie, el globo les puede reventar en las manos cuando menos lo esperen.

Los grandes leaders carismáticos de la democracia USA, que – apoyados por el impulso de la democracia directa – eran capaces de modificar las inercias y las dependencias institucionales, los efectos perversos o inhibitorios del log-rolling parlamentario, el reduccionismo administrativo, o el stare decisis judicial, han pasado a la historia. Los autómatas prefabricados y programados en las cadenas de montaje administrativo han tomado su lugar. La mediocridad, la corta visión y el realismo oportunista a corto plazo: propios del aparato político-administrativo, se incardinan con el poder y los intereses de las grandes empresas nacionales o multinacionales, y con el nacionalismo primario y creciente de las masas populares.

Si “los USA defienden en todo el mundo la libertad, la democracia, la justicia y la causa del Bien contra el Mal”; si “su enemigo es el Terror, y los que no están con nosotros están con los terroristas”; si invadir y dominar Pueblos y Estados mediante la guerra y el terror, y bombardear la población civil es – todo ello – luchar contra el terrorismo y contra el Eje del Mal, como su Primer Ejecutivo proclama urbi et orbi; y si, además, el País más fuerte (e incluso también el más grande) de todos, que ha acumulado y utilizado el mayor arsenal de destrucción masiva de la historia, se atribuye y monopoliza también la capacidad de juicio ejecutivo supremo a escala planetaria, según sus ciudadanos parecen dar también por descontado, sobra entonces toda consideración suplementaria y no cabe duda sobre la línea a seguir o a perseguir: Il suffit de leur rentrer dedans. “Algunos creen que en el mundo mandan ellos pero se equivocan: en el mundo mandamos nosotros”. En definitiva, que los derechos humanos y los derechos de autodeterminación y de legítima defensa son monopolio de la Nación imperial y sus satélites.

Extendidas ya las alas del “Arcángel Gabriel sobre la Casa Blanca”, el recurso a la ideología de la ilusión – cuyo objeto es la negativa a constatar la problemática de lo real – hace que se reproduzcan las imágenes de los peligros: cobrizo, amarillo, comunista o islamista, de Gerónimo [un apodo usado también, por cierto, para designar a Bin Laden en la operación montada para su “ejecución” extra-judicial] y del Imam Shamil, del “Viejo de la Montaña” y su Secta de los Asesinos (Hashashin), de Khadafi y Bin Laden, del “pozo negro sin retorno” de Clive o los Tambores de Fu-Manchu, combinados con el “terrorismo” como estadio supremo del satanismo. Son éstos los peligros que se pretende pueden ser remediados con el manual del supremo exorcista hegemónico, presentado como guía infalible de diagnóstico y tratamiento. Poco importa que el conflicto actual no sea exactamente el de los Pieles Rojas, ni el de los hermanos Dalton, ni el de Alemania, ni el del Japón, ni el del comunismo y la guerra de las estrellas, y que no admita el mismo tratamiento ni las mismas soluciones.

Las amenazas pretendidas o reales: babilónica, lacedemónica, púnica, arábiga, turca, comunista, o islamista-terrorista: suprema encarnación actual y post-comunista del Mal, no le han faltado nunca a una gran Potencia hegemónica; y sus rectores y mentores, que detentan también los más formidables medios de propaganda y guerra psicológica de su época, encontrarán siempre sin mayores dificultades las coartadas necesarias o deseables para compaginar la retórica romántica y humanista que la propaganda todavía demanda, junto con el obligado y contundente realismo que exige la política de poder universal.

La actual estrategia de la Administración hegemónica parece fundarse en el desarrollo de las fichas que sus Servicios oficiales de Investigación e Inteligencia le proporcionan; y su supremo Funcionario parece creer que en ellas caben – por cuanto a él le interesa y concierne – la historia, la sociología y la antropología de la triste Humanidad cuyos destinos dirige ya con rienda firme y explosiva espuela. Es más que dudoso, sin embargo, que las claves de la actual geopolítica quepan con holgura en las cartulinas del National Security Council (NSC), del FBI, del CIA y del Presidential Service Badge (PSB); y que la rústica ignorancia en materia de geografía humana o de historia política pueda ser compensada por la capacidad y disposición administrativas para enterrar el mundo bajo las bombas. La postulada coincidencia total entre el servicio a la Humanidad, y los intereses de los USA en el mundo, apunta más bien a un porvenir pasablemente agitado.

“La inclinación excesiva por el lado administrativo de las cosas” – según el discreto eufemismo leninista – conlleva consecuencias incluso peligrosas, en el caso de una respuesta estratégica precipitada. Los hechos permiten cuando menos sospechar que una Administración sobre-equipada puede no obstante dejarse sorprender, engañar y manipular por un enemigo para ella invisible e imprevisible; y que sus pretendidos y costosos servicios de inteligencia pueden no estar a la altura de los medios materiales de que disponen. Las condiciones de urgencia, y la inercia propia de los servicios administrativos, han facilitado también su natural tendencia a equivocarse de problema o de guerra. (Naturalmente, esto es aplicable a todas las Administraciones, no sólo a la de la Potencia hegemónica.)

Lo más inquietante es que, a veces, los productores y portavoces de las versiones oficiales de propaganda y guerra psicológica de los gobiernos parecen creerse ellos mismos lo que podría esperarse que sólo dicen para que se lo crean los demás. Y de ese modo (puesto que la Historia se escribe hacia atrás por quien detenta el poder político presente), no tardarán en descubrirse los antecedentes multi-seculares de las actuales alianzas y oposiciones. El efecto dilatador que ejerce el condicionamiento psicológico de masas, aplicado sobre las tragaderas del pueblo, permite esperar que no tardaremos en conocer el constante apoyo español y francés en la guerra norteamericana contra las Potencias del Eje, o el “incendio de Gernika” realizado por los nacionalistas vascos, como ya fue denunciado por el General Franco: democrático fundador del actual régimen, y precoz leader antiterrorista injustamente vilipendiado y finalmente rehabilitado. No tardaremos en descubrir la colaboración española en la Guerra de Liberación de Cuba y Filipinas contra el colonialismo euskaldun, y la actitud progresista de la judicatura española contra la reaccionaria actitud de Arana-Goiri, al encarcelarlo por su condena a la política exterior de Theodore Roosevelt y a la lucha contra el colonialismo en general. Una vez más: vivir para ver, que esto está empezando.

Cómo una Institución que empezó dando frutos como Washington, Adams y Jefferson ha podido llegar a Bush y Trump, es cuestión que muestra de por sí las contingencias del devenir histórico y la precariedad del progreso político en este mundo. Cuando el General-Presidente Eisenhower se paseaba por Madrid entre aclamaciones – en coche descubierto y rodeado por la Guardia Mora – acompañado por el General-Dictador Franco: último superviviente del Nazismo oficialmente vencido, anunciaba con este acto de cínica e indecible obscenidad la deriva que ha abierto ahora las puertas al primer fascista matriculado ocupante de la Casa Blanca.

La crisis de confianza, la desesperación o la hostilidad que la nueva realidad del monopolio hegemónico suscita y difunde en el mundo son el resultado – tal vez deliberadamente integrado y asumido por él mismo – de la desilusión y la frustración experimentadas a escala mundial por los ilusos o desamparados de todas las especies. Desde hace más de un siglo, una considerable parte de la Humanidad: hambrienta de pan o de libertad, ha tratado de incorporarse a la tierra prometida, o esperado a que llegaran los Norte-Americanos a sacarla de su triste condición. Hoy sólo parece esperar la cortina de bombas que precede o condiciona su ayuda para una mafiosa reconstrucción.

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El siglo XX: sumidero de ilusiones y utopías, ha visto resuelta – por eliminación sucesiva de aspirantes y pretendientes – la gran lucha por la supremacía. El período de contradicción y duopolio del Terror, con la balanza de poder entre los Grandes Estados, se ha resuelto no en la distensión y el poder compartido sino en el monopolio y la hegemonía.

La Sociedad de Naciones (SN) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) fueron el resultado de catastróficas Guerras Mundiales y del aterrado deseo de evitar otra más. El mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, la prohibición de la guerra de agresión, y el Derecho de Autodeterminación (DA) de todos los Pueblos, eran también “propósitos” fundacionales de la ONU, como lo habían sido de la SN.

Sin embargo, una vez finalizada la “Gran Guerra”, la confrontación exasperada de las Grandes Potencias, el abandono pacifista-aislacionista de los USA, la memoria – o ausencia de memoria – de los horrores de 1914-1918, y la permanencia y el relanzamiento del imperialismo por sus outsiders en Abisinia y Manchuria, pusieron en evidencia el carácter ilusorio del “derecho internacional” y la impotencia y el desamparo de la SN, incapaz de afrontar las Grandes o Medianas Potencias.

Hacía ya mucho tiempo que los Estados que formalmente lo habían aceptado sabían a qué atenerse, con respecto al derecho positivo internacional en versión soft o versión hard. Y, al igual que había ocurrido con la SN, la ONU mostró pronto que carecía formal y realmente de toda capacidad para afrontar una Gran o Mediana Potencia, pero no, por ejemplo, para secundar hipócritamente el espantoso y cruel genocidio realizado por la guerra y el hambre en Biafra. Treinta años le fueron necesarios a la ONU para definir la agresión, y sus infinitas vacilaciones, carencias e inconsecuencias en la aplicación del DA de todos los Pueblos reflejaban sus contradicciones y sus limitaciones, determinantes de su vergonzoso y patético fracaso final. La creación de un Tribunal Penal Internacional para crímenes de guerra, contra la paz y contra la Humanidad ha llevado más de medio siglo, y las condiciones que lo hicieron creíble y deseable – si no posible – ahora han desaparecido.

Las cosas que no se hacen a su tiempo, no se hacen nunca. La capacidad para detener, juzgar o condenar a los políticos o militares serbios, iraquís o afganos, por cuenta de la Potencia hegemónica y sus protegidos, es una cosa; la capacidad para detener, juzgar o condenar a los dirigentes o ejecutantes de la política norteamericana y a los compinches de ellos, es otra. La justicia penal internacional es una dependencia del poder judicial de los USA. Sus tribunales pueden alcanzar a un presidente serbio; pero ¿qué juez procesa, ni menos condena, a Bush o a cualquiera de sus protegidos, por grandes que sean sus “méritos” para ello? En la nueva ley internacional “the King can do no wrong”; entendiendo bien que quien reina es quien detenta el monopolio del terror y de las armas de destrucción masiva.

La ONU, ambiguamente equilibrada por el duopolio nuclear y la decolonización del Tercer Mundo, se desvanece ahora – por ineficacia e inconsecuencia – ante el avance solitario de “la” Gran Potencia, que ya no la necesita para nada. No se trata de error de apreciación o de cálculo. Se trata de una decisión capital deliberada y cínica de asumir la dirección y la dominación del mundo. Las guerras de Manchuria y Abisinia sellaron el descrédito y la ruina de la SN; la guerra de Irak ha hecho lo mismo con la ONU. La Potencia hegemónica ha decidido que, en ausencia de una Potencia concurrente, no tiene interés para ella soportar los inconvenientes de un derecho parcialmente pactado, compartido o equilibrado; o tener que remitirse a Instancias políticas que no se reduzcan a su exclusiva discreción. Ha optado, en consecuencia, por el monopolio político.

El nuevo “derecho internacional monista”: superando “ilustres” precedentes teóricos y prácticos, deviene una simple parcela del derecho de los USA, que han decidido ya organizar el mundo por su cuenta. Su Administración dicta el derecho internacional, califica la violencia y el terrorismo, juzga del bien y del mal: es representante supremo de Dios sobre la Tierra, con un poder “delegado” y unos medios de gestión y dominación de los que ningún Profeta o Iglesia ha dispuesto jamás.

La guerra de 1914 había llevado a los USA a la búsqueda de un nuevo orden internacional y finalmente a la salida aislacionista. La guerra de 1941 la llevó al duopolio del terror nuclear y a las NU; pero el fin de la Guerra Fría le ha hecho apresurar el paso directo y sin vacilaciones hacia la supremacía no compartida y la hegemonía universal. El largo período de equilibrio del terror con la URSS ha proporcionado el terreno, la condición, el modelo, el impulso, el campo de pruebas y el pretexto para la implantación progresiva de la nueva Potencia hegemónica. Si en un primer momento pudo pensarse que el derrumbamiento de la base estratégica comunista liberaba el destino de los USA de su lastre ideológico-político, sin embargo, lo que la desaparición del contrapeso, la concurrencia, la iniciativa y el desafío soviéticos hizo fue despejar las inhibiciones y liberar la prepotencia del hegemónico antagonista.

(La ideología dominante ha creído o hecho creer siempre que el comunismo – al igual que hacían antes que él otras doctrinas y movimientos revolucionarios – amenazaba el orden político y social; en todo caso tal como éste estaba establecido. Pero, en realidad, lo que el comunismo et alia hicieron fue consolidar el fundamento de todos los regímenes, es decir: el principio mismo de la estabilidad del orden social y político, dando a los Oprimidos la perspectiva del progreso en un mundo futuro y mejor que ellos recibirían y que, de hecho, los condicionaba para aceptar el que entonces tenían. Ésa era la función de la religión cuando el mundo creía en ella, y ésa fue la función del comunismo cuando ya no creyó en ella más. Ahora, en el mundo del post-comunismo, no se pone ya más en cuestión un determinado sistema político y social: se pone en cuestión el sistema y todo el orden socio-político.)

En cualquier caso, el fin de la “amenaza comunista” y del duopolio del Terror no ha traído como consecuencia el retroceso del imperialismo, el desarme, el fin de las armas de destrucción de masas, y el abandono del apoyo “necesario, obligado y justificado” a los totalitarismos “secundarios”: cuestiones que se pretendía eran “males inevitables” dadas las circunstancias, sino que ha traído el impulso al imperialismo monopolista, la carrera armamentista en solitario y sin freno de la Potencia vencedora, y el refrendo añadido al fascismo y al imperialismo de compinches internacionales como España y Francia. El monopolio estratégico mundial, acoplado con el control económico globalizado y la dominación ideológica de los medios de comunicación y propaganda de masas, implica de hecho el relevo y el acta de liquidación de la Carta de las NU y de la ley y el orden internacionales; cuando menos, tal como fueron proclamados e institucionalizados bajo su amparo.

El nuevo Orbis Regulator legisla, interpreta, juzga, condena y ejecuta por sí mismo. El principio de eficacia es su norma fundamental de legitimidad. Su capacidad militar y política es virtualmente ilimitada, su responsabilidad es nula, y ninguna institución humana puede oponerse a su ejercicio discrecional.

La dependencia de los demás – ya sea en materia de decisiones, intervenciones, represalias o guerras – le resulta ya humillante e insoportable a la Potencia hegemónica, que ha optado por hacer todo cuanto quiere donde, cuando y como quiere. Las NU, la NATO y sus componentes deben cuanto antes comprender que callarse y cooperar es lo único que les está permitido por el nuevo derecho internacional hegemónico. Cuanto antes entiendan quién manda aquí, mejor será para todos. Después de todo (según parecen decir), si lo que es bueno para la General Motors es bueno para los USA, lo que es bueno para los USA es bueno para el mundo.

“Es la amenaza del uso de la fuerza [contra Irak], y nuestro compromiso ahí, lo que nos lleva a poner la fuerza tras la diplomacia. Pero si tenemos que utilizar la fuerza, ello es porque somos América; somos la Nación indispensable. Nosotros mantenemos la cabeza bien alta y escudriñamos en el futuro más lejos que otros Países, y vemos el peligro aquí para todos nosotros.” (Madeleine Albright, Secretaria de Estado de los Estados Unidos de América. Declaraciones a NBC’s Today Show; February 19, 1998.)

En Noviembre-2016, y en vísperas de las elecciones presidenciales que ponían fin a su segundo mandato, el Presidente Barack Obama insistía en ese mismo ‘leit motiv’ reiterando: “Nosotros somos la nación indispensable”.

Tenemos ahí una clara, desinhibida y sincera confesión que confirma el principio de que sólo el ejercicio de la violencia actual permite el desarrollo de la violencia virtual, sin la cual no hay orden político posible. La guerra absoluta y total en Afganistán e Irak ha tenido rápidamente por resultado el establecimiento de una zona hegemónica de dominación virtual en la que viejos aliados y recalcitrantes adversarios rinden vasallaje interesado o forzoso a los hijos predilectos de Marte, supuestos amos del mundo. En Somalia, Sudán, Libia, Siria o Irán – Gobiernos otrora desafiantes – ponen las barbas y el pellejo a remojar, y (sin conseguirlo en varios casos, como posteriormente se vio) tratan apresuradamente de ponerse a cubierto. Los Grandes Outsiders estratégicos como Rusia y China contemplan aterrados e impotentes la marcha de las cosas. En efecto, el “gap” de medios bélicos existente entre las Naciones se ensancha sin cesar, y la supuesta suprema disuasión atómica no oculta ni compensa el avance vertiginoso del diferencial hegemónico en armas convencionales; un diferencial sostenido por un abrumador derroche de recursos productivos y financieros que muestran capacidad, voluntad y determinación acordes con los objetivos política y militarmente perseguidos.

Hacer del Mundo un protectorado o una zona de ocupación USA es la pretensión – pero también la única salida – que se presenta a la nueva super-Potencia. La jaula o la jungla para todos es la clásica alternativa que la Potencia hegemónica cree poder resolver en provecho propio. Poder o no poder, that is the question; porque la violencia unilateral se resuelve en la violencia multilateral sin compromiso ni alternativa.

La Potencia hegemónica y los Estados vasallos no reconocen ya sujeto agente ni ley internacional que pueda limitar o mitigar sus propias normas, acciones o decisiones. El nuevo “orden internacional”: cuidadosamente preparado, se encuentra ya efectivamente implantado como fundamento de la constitución política del Mundo contemporáneo.

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Las relaciones políticas internacionales, como las demás, se rigen por una combinación variable, transitoria y recurrente de violencia actual o virtual, de guerra o de paz armada, y de confrontación total o parcial, directa o indirecta, inmediata o diferida, rígida o flexible, autoritaria o transaccional. “En tiempo de paz los Estados intercambian notas diplomáticas; en tiempo de guerra, balas de cañón”, pero la política continúa “por medios diferentes”.

Todos los Estados se habían reservado el derecho de calificar y realizar lo que consideraban que era su propia legítima defensa. Las Potencias nucleares incluían el derecho de utilización discrecional y unilateral del arma suprema, y el derecho de impedir su uso a los demás. La “ideología de las cuatro D”: que vincula Derechos humanos, Decolonización, Desarrollo y Desarme, es ahora tan anacrónica como el equilibrio estratégico que la condicionó.

Los textos fundamentales referentes al derecho de autodeterminación, independencia o libre disposición de todos los Pueblos; a la integridad y la independencia de los Estados legítimos “que se conducen ellos mismos de acuerdo con el principio de derechos iguales y autodeterminación de los Pueblos”; a la guerra de agresión; a la legítima defensa y la lucha de liberación nacional consideradas como guerras internacionales; a los crímenes contra las leyes de la guerra, contra la paz y la seguridad de Pueblos y Estados, y contra la Humanidad; y – en fin – a los acuerdos de desarme, son ahora poco menos que papel mojado, aunque el inevitable doble lenguaje ideológico de rigor trate a duras penas de ocultarlo. La ruina de todo un siglo de esfuerzos y tentativas por establecer un ius cogens: un derecho internacional perentorio, es el resultado inmediato del feliz final de la Guerra Fría.

La legítima defensa: antes “subsidiaria, provisional, proporcionada y controlada”, se identifica ahora con la política y la guerra discrecional y multi-ubicua de la Potencia hegemónica y sus servidores: únicos agentes “habilitados” para la calificación de las actividades políticas propias y ajenas. La limitación de los armamentos y del derecho a la guerra es, en realidad, el monopolio en manos de la Potencia hegemónica y sus compinches. Las normas de limitación o supresión de armamentos atómicos o convencionales se han convertido en la nueva ley internacional, según la cual la Gran Potencia puede y debe armarse sin limitación para preservar la paz mundial, identificada con su dominación universal. Si otras Potencias hacen lo mismo, constituyen por su parte un peligro y una amenaza para la paz y la comunidad internacionales. El criterio diferencial consiste en la calificación de los Países como buenos o malos, amigos o enemigos; una determinación que se pretende competencia exclusiva de la Potencia hegemónica. Frente a ello, cualquier agente político que muestre la escandalosa pretensión de dotarse con armas nucleares o convencionales – o con simples cortapapeles – sin autorización de aquélla, debe atenerse a las consecuencias. Aumentar y maximizar los propios armamentos, y reducir o anular los de los demás, es un principio de conducta viejo como el mundo; lo único nuevo es la dosis de cinismo e hipocresía con que se adereza ahora esta mixtura ideológica.

Si bien la Conferencia de San Francisco incluía a los vencedores reales o ficticios – como Francia – de la Segunda Guerra Mundial, con exclusión de “los Estados enemigos” (los vencidos del Eje y sus amigos como España), el reciente Pacto impuesto por la Potencia hegemónica para substituir a la ONU incluye a cuantos Estados adhieren a la “guerra contra el Mal” que ella ha emprendido. Estamos ya prevenidos, cuando menos, de que se trata ahora de una guerra que no es una guerra convencional sino una guerra de un nuevo tipo: una guerra sin convenios ni normas ni instituciones civiles o internacionales; una guerra cuyos prisioneros de guerra no son prisioneros de guerra; una guerra cuya definición no podemos sino esperar, con paciencia y reverencia, de la fuente ideológico-política de todas las definiciones.

Las instituciones de la ONU combinaban idealismo y realismo, o sea: hegemonía de las Grandes Potencias, y preservación – cuando menos postulada – de la libertad e igualdad de la pequeñas Naciones. Del mismo modo, la Carta de las NU se fundaba al menos formalmente en los principios de paz, democracia y libre disposición de “Nosotros, los Pueblos de las Naciones Unidas”. Ahora, en cambio, el recurso universal a la violencia como única realidad: ultima ratio regum (aunque esa inscripción no vaya grabada ya sobre los cañones como lo estaba en el pasado), se generaliza de inmediato. La nueva organización “Internacional” concurre a la tarea de consolidar todo régimen político imperialista, colonialista, fascista, totalitario y terrorista, a condición de que sea “signatario” del Pacto. La nueva oligarquía universal ha excluido ya de la comunidad internacional a todos los demás.

La repercusión de la nueva política parece hacerse – por ahora o sobre todo – a costa y sentido únicos, o sea: de los demás; pero el proceso de externalización-internalización política, económica y cultural tendrá, sobre la Potencia suprema y sus vasallos, consecuencias difíciles de subestimar. El nuevo orden político es de hecho ampliamente incompatible con las condiciones productivas y mercantiles que se atribuyen a la liberalización y la globalización en curso; un sistema que proclama las características del liberalismo oficial: integradas por iniciativa, innovación, productividad, concurrencia, comunicación, y libertad intelectual de crítica e informativa, como constitutivas del paradigma o el modelo con que se pretende asociado. La buscada “combinación” de totalitarismo político e ideológico, por un lado, con “liberalismo económico”, por el otro, tiene precedentes tan dudosos, limitados y poco concluyentes como difícilmente transmisibles a una economía y una cultura del “Mundo como un solo País”.

Proteccionismo, dirigismo, monopolios y discriminación tributaria implican totalitarismo político; ahora bien, el totalitarismo político no tarda en desarrollar el síndrome del subdesarrollo económico en todos sus exponentes. Las empresas – financieras o industriales – “privadas” USA han seguido o se han adelantado a incorporarse (concurrencia obliga) al nuevo marco moral y político en que deben funcionar. Los “escándalos” Enrod etc. no han sido coincidencias, accidentes o infracciones; son parte normal de un sistema social, de un orden y de un desorden que Gobiernos y Consejos de Administración comparten y comprenden perfectamente. Efectivamente, si no hay normas que obliguen a todos, las Corporaciones – al igual que los Estados – tratan de imponer su ley particular, con el caos correspondiente.

La realidad social es conflictiva por naturaleza. “La guerra es el padre y la madre de todas las cosas.” En el antropomórfico reino animal, el conflicto es reducido en condiciones y por procedimientos que no se dan y no se aplican en la especie humana. El aislamiento y la guerra son lo propio del “estado de naturaleza” entre los humanos; procedimientos sólo parcialmente mitigados en el orden social, político y moral. En la constante lucha entre Leviathan o Democracia, el fracaso de Hobbes y Rousseau es la expresión teórica de la involución entropista que es la vuelta al estado de naturaleza: la ruina del derecho y de la moral.

En esas circunstancias, las normas de conducta dictadas por “la moral y el derecho utilitarios” son expresión unilateral, inmanente, directa e inmediata del interés nacional o estatal estrechamente considerado. Pero una pretendida “norma” que no rige también el comportamiento propio sino que se adapta a él para justificarlo, no es una norma de conducta; es un accesorio ideológico del comportamiento así justificado: es un simple medio de condicionamiento unilateral del comportamiento ajeno por el propio. De ese modo, la norma de conducta es simple subproducto, réplica y accesorio ideológico, producto unilateral del poder dominante: el Bien “es” lo que hace él, y el Mal “es” lo que hacen los demás. Una vez evacuada toda alteridad normativa, sólo quedan el equívoco, el fraude y la superchería ideológicas para ocultar y confortar – mediante la ficción “moral” – el principio universal y orden real de violencia; para cultivar tal vez las propias ilusiones de las fuerzas dominantes; y, en todo caso, para engañar a las más subdesarrolladas, incautas, crédulas o desamparadas de entre sus víctimas.

Bien sea como involución, como regresión bestial, o quizá como proceso de demistificación, liberación y desintoxicación ideológica, estamos al parecer presenciando y asistiendo: desde su aplicación inicial, una vez que el Fascismo y el Totalitarismo oficiales quedaron presuntamente – militarmente – “derrotados” en 1945 (para ser finalmente adoptados por el nuevo Orden Hegemónico Mundial), a la fase última, lamentable, envilecida y degradada de la larga pero transitoria incursión de la transcendencia moral y el derecho en la historia de las formaciones y los conflictos sociales.

Sin embargo, la crisis de identidad, de eficacia y de prestigio del derecho internacional, su abandono o degradación, y la puesta al desnudo de la cruda realidad en las relaciones internacionales, constituyen un mecanismo de acción inmediata y prolongada cuyas consecuencias materiales y morales pueden ir mucho más lejos de lo que sus prepotentes causantes pueden sospechar. La “liberación” unilateral de la Potencia hegemónica y su clientela: con respecto a las molestas trabas que suponen cualquier freno o procedimiento internacional, conduce también, necesariamente, a la correspondiente “liberación” de los demás. Si la Potencia hegemónica fabrica sus propias normas “internacionales”, las demás tratarán de hacer lo mismo. (Cfr. El retorno al Nacionalismo y al Imperialismo belicista de las Naciones derrotadas y forzadas al pacifismo: Alemania y Japón.) De entrada y como es natural, nadie respeta un “derecho” de parte en cuyo establecimiento uno sólo aparece en cuanto objeto de represión.

El tiempo de la globalización y el mundialismo es, en realidad, el tiempo del Nacionalismo y el Totalitarismo imperialistas: restablecidos y desplegados sin complejos ni restricciones. El Imperialismo y la ruina del derecho de autodeterminación de los Pueblos, esto es: del derecho de independencia frente al imperialismo, tienen por consecuencia la inseguridad y el miedo a lo peor; los cuales son la base social de la nueva ola de Nacionalismo y Reacción que avanza sobre el globalizado mundo, y cuya profundidad y naturaleza los Partidos tradicionales se esfuerzan por camuflar y caricaturizar.

El miedo a un nuevo Imperialismo hegemónico impregna la base social de algunos Estados y sus Gobiernos; los cuales, aun siendo imperialistas ellos mismos sobre otros Pueblos y Estados a los que dominan o aspiran a dominar por considerarlos históricamente de su propiedad (o directamente sometidos a la “doctrina Brézhniev de soberanía limitada”, según establecen elaborados subterfugios que ellos se han inventado para justificar su propia dominación), se sienten no obstante amenazados por otras Potencias o fingen estarlo, y cuyo desamparo estratégico alimenta la nueva ola de Nacionalismo imperialista que esos Gobiernos insuflan a sus poblaciones y que invade el mundo. Una ola fácilmente recuperada y reforzada por los Partidos tradicionales tras el camuflaje y la coartada de los nuevos. Ese Nacionalismo de las Grandes y menos Grandes Potencias imperialistas impulsa la general y ascendente marea totalitaria del Fascismo real, y es el fundamento del nuevo orden político mundial que se implanta y refuerza día a día.

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Todavía quedaban optimistas que, después del derrumbe del World Trade Center en 2001 y a consecuencia de él, esperaban o deseaban la revisión de las concepciones o la estrategia geopolítica de la gran Federación. De este modo, la primera Gran Potencia liberal, revolucionaria, democrática y anti-colonial de la Historia volvería a la tradición y la mitología de sus orígenes, que han suscitado, alentado o defraudado tantas expectativas de libertad. Pero el proceso real se daba en sentido contrario; lo que, una vez más, ha venido a demostrar el carácter perverso y corruptor del poder absoluto, y sus terribles consecuencias. Todos los avances – formales o reales – del derecho internacional en los últimos cincuenta años desde la II Guerra Mundial aparecen, retrospectivamente, como consecuencia de la oposición entre las dos Potencias, que confería al Tercer Mundo un papel tan excepcional como provisional. Tras la caída del Muro de Berlín, y con la disolución de la URSS en 1991, diez años de monopolio estratégico han bastado para arruinarlos.

El comunismo, que hasta hace poco era la encarnación del mal absoluto en el mundo, tenía sin embargo ciertas referencias circunscritas que limitaban su alcance como supuesto enemigo universal. En cambio, la Potencia hegemónica califica ahora como “mal, fascismo, terrorismo y violencia” toda actividad que se opone a la suya propia; un ejemplo que imitan todos los demás. Correlativamente, es ahora “bueno, justo, derecho, libertad y democracia” todo lo que el Poder universal realiza. El truísmo: deliberada y ampliamente utilizado por la propaganda Nacional-Socialista alemana al servicio del Fascismo, tiene hoy aventajados discípulos en la nueva hegemonía Occidental.

Sería defecto de información, o error de apreciación, el infravalorar políticamente el pretendido y reciente “Pacto Antiterrorista” internacional. Tras haber sido considerado en tiempos pasados como una cuestión derivada y limitada, el “terrorismo” aparece ahora convertido de golpe en el eje declarado, la causa y el propósito, el pretexto y la referencia de todo el “orden político” mundial; y en el “objetivo prioritario” del Gobierno hegemónico y sus cómplices. (La idea misma de tal “prioridad” es, de por sí, un absurdo “teórico”.) Sobre esa idea actual de “terrorismo” se funda el nuevo criterio maestro que decide sobre la calificación-descalificación universal de las fuerzas políticas, y sobre la nueva estrategia mundial de las Potencias oligárquicas. Retrospectivamente, sabemos hoy, por ejemplo, que las poblaciones de Coventry, Londres y Nueva York fueron víctimas de bombardeos terroristas, pero que en cambio Durango y Gernika, Dresde y Berlín, Tokio, Hiroshima y Nagasaki no lo fueron, ni se dieron bombardeos terroristas en Vietnam, Irak y Afganistán. Cuando la ideología dominante lleva a sus partidarios y pacientes a tales extremos, uno puede preguntarse por su capacidad, o tener dudas sobre su viabilidad a largo plazo.

Las Resoluciones y Convenciones internacionales de la era que ha terminado habían adoptado un concepto de “terrorismo” determinado y modificado estrictamente en relación constitutiva con los derechos humanos fundamentales y las luchas de los Pueblos por su liberación nacional (realizadas “por todos los medios posibles, incluida la lucha armada” [UNGAR 3070 (1973)]; “por todos los medios a su alcance, especialmente la lucha armada” [UNGAR 33/24 (1978)]; “por todos los medios a su alcance, incluida la lucha armada” [UNGAR 35/35 (1980)] etc.), con referencia a los cuales la legítima defensa cobra todo su sentido y legitimidad.

Sin embargo, la nueva “ley internacional”: arruinando los anteriores y “subversivos” principios de las NU al respecto, recupera fraudulosa y equívocamente los términos y conceptos de ‘terrorismo’ y ‘violencia’ no con una acepción precisa y respectiva sino con una amalgama de acepciones diferentes: ideológicamente integradas, que se combinan, suceden o simultanean – según las exigencias de la propaganda, la guerra psicológica y la práctica política – a fin de excluir las actividades propias e incluir las de los demás. De este modo, la imputación del delito de “terrorismo” se establece con ayuda de criterios super-extensivos de autoría, responsabilidad social y resultado, que alcanzaron su más notable elaboración teórica y práctica a partir del sistema jurídico totalitario de la anteguerra; lo que ilustra, por sí solo, el contenido real del nuevo orden político.

Los términos “terrorismo y violencia” significan ahora lo que, en cada caso, el poder hegemónico decide que significan. La incapacidad de obtener una definición unívoca: ideológicamente presentable, para conceptos realmente diversos y que por tanto no son susceptibles de agrupamiento conceptual, se remedia con la confección, publicación y puesta al día de un simple catálogo – siempre unilateralmente revisable – de actividades y organizaciones “terroristas”; escapando así a los inconvenientes teóricos y técnicos de la guerra sucia ideológica. Una tal “calificación” analógica, puntual, elástica y discrecional: acorde con el modelo totalitario moderno, ofrece por añadidura el grado de arbitrariedad normativa más adecuado para la política de manos libres que necesitan los nuevos rectores y constituyentes del orden mundial.

El nuevo Terrorismo “anti-terrorista”, así establecido y restaurado, se extiende ya sin límites a toda la realidad internacional. Toda resistencia y toda reserva crítica a uno de los Estados “signatarios” del Pacto deben afrontar también: en justa y solidaria correspondencia, la vindicta y la excomunión de los nuevos amos del mundo y del conjunto de los Estados vasallos. Y todo régimen político adherente al Pacto de “legítima defensa colectiva” tiene apoyo y carta blanca para la represión sin restricciones de toda oposición ideológica y política, y de toda realidad social que de algún modo la sustente. La Resistencia democrática al imperialismo y al fascismo es el blanco principal del nuevo sistema internacional de represión política. Con el pretexto de “combatir la violencia y el terrorismo”, han saltado todas las barreras reales o ficticias que trataban de poner freno a la Violencia criminal, el Terrorismo y la guerra de agresión.

El nuevo Terrorismo implantado, fomentado y fabricado por la Potencia hegemónica y sus cómplices, es el Terrorismo universal, fundamental y supremo: primer recurso y ultima ratio de la nueva política mundial.

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El Nacionalismo imperialista europeo, el absentismo americano, y el desequilibrio entre los viejos y los nuevos imperialismos, habían llevado a la ruina de la Sociedad de Naciones. Dado que causas semejantes producen efectos similares, cincuenta años de traiciones, impotencia y claudicaciones ante el imperialismo – de todo el que podía imponerlo – han arruinado también la ONU junto con todos los avances y las ilusiones que ésta suscitó o defraudó, hasta que la nueva Potencia hegemónica decidió “pasar” abiertamente de tan obsoleta antigualla.

Una vez deshecho el equilibrio que había sido establecido mediante el Terror del duopolio nuclear y la Guerra Fría o Caliente, se ha pasado, desde esa “paz de equilibrio”, a una tentativa de “paz hegemónica” que unas veces se parece a la Pax del Imperio, y otras a la “anarquía” o la ley de la selva. A un “orden” mundial embrionario, le sucede ahora el inevitable desmadre de la violencia multi-lateral y multi-centrada: el actualmente demandado “multi-lateralismo” es el multi-lateralismo imperialista de las “Grandes Naciones” imperialistas; y consiste simplemente en concederles la garantía y el respeto que ellas exigen para poder continuar con su dominio sobre sus “cotos de caza tradicionales” y sus “esferas de influencia”, que son los Pueblos y Estados a los que ellas están sojuzgando y aspiran a continuar sojuzgando.

Sin embargo, el terrorismo absoluto en manos de la Potencia hegemónica: como solución de los conflictos que incesantemente suscita el imperialismo, ha puesto de manifiesto sus límites incluso a la vista de sus propios actores. Los pretenciosos y suficientes aprendices de brujo, los eminentes re-descubridores de una real-politik’ de parvulario, los padrinos del nuevo New Deal, esto es: el proteccionismo propio a escala mundial mientras se intenta imponer el liberalismo para los demás, han abierto una vez más la Caja de Pandora, que es también el baúl de los truenos.

En el nuevo orden mundial, los “derechos humanos”, los “principios humanitarios”, el “derecho internacional”, o las escuálidas “leyes de la guerra” se respetan sólo cuando y en la medida en que son inocuos o beneficiosos para el bando “obligado” por tales normas. Debilitados en su función garantista, tales principios resisten mal y ceden ante las exigencias y consecuencias propias de la guerra o la colonización: sobre todo si implican la pérdida de la guerra o las colonias, o si el coste alternativo excede de lo previsto o soportable.

Declaraciones, Convenciones, Resoluciones y otras Normas Internacionales de derechos se conciertan y reconocen, firman y promulgan por todos los participantes con más facilidad y profusión que nunca, puesto que nadie piensa seriamente ni tiene la menor intención de aplicarlas y cumplirlas; muy al contrario, todos hacen mangas y capirotes con tales Cartas y demás documentos. Éstos sirven así a la política, la propaganda y la guerra psicológica entre las Potencias imperialistas; las cuales, o bien se acusan mutuamente de violarlos, o se conciertan para ocultar y preservar sus crímenes y “terrenos de caza” sobre otros Pueblos y sus Estados en nombre de lo que falsa y cínicamente llaman sus “intereses nacionales”, como si estos intereses no fueran imperialistas y no consistieran en crímenes de guerra, crímenes contra la paz y la seguridad de los Pueblos y de sus legítimos Estados (que son los crímenes que quedan necesariamente constituidos por toda guerra de agresión), y crímenes contra la Humanidad.

La denuncia selectiva de la represión, el terrorismo y la tortura: denuncia realizada cuando y donde conviene a las “Grandes” Potencias y sus cómplices; o por el contrario el silencio y la negación de esas mismas prácticas actuales y multi-seculares en los lugares donde deben ser acalladas, muestran la total subordinación de la información veraz, a la propaganda fascista y su guerra psicológica.

El “derecho internacional” de las Grandes Naciones es el derecho imperialista. Tras los leves avances precariamente establecidos en el marco del duopolio del Terror termo-nuclear, el “nuevo orden mundial”: resultado del fin de la Guerra Fría, está fundado en el monopolio de las armas convencionales o de destrucción masiva; en la banalización de la agresión internacional y represión gran-terrorista; en la guerra total y el matonismo y gangsterismo planetarios bajo supervisión de la Potencia hegemónica; en la exasperación del Nacionalismo imperialista y el odio entre los Pueblos; y en la destrucción del derecho de autodeterminación o independencia de los Pueblos por el imperialismo multi-polar: una destrucción necesariamente unida al avance del fascismo y el militarismo, y al sabotaje de todo progreso de un derecho y una moral internacionales, por defectivos que ellos fueran.

El DA de todos los Pueblos: derecho precario y defectivo, ha ido estableciéndose según ciclos históricos de progresión y regresión. Cada ola de liberación de Pueblos lleva consigo la correspondiente resaca, provocando, por un lado, el desarrollo de un imperialismo adaptado, mutante y resistente a la peste de la libertad de los Pueblos; y por otro, el “paradójico” debilitamiento del movimiento de liberación a consecuencia de sus propios logros, debido al traslado consiguiente e inmediato de los nuevos Estados “independientes” al concurrido campo del imperialismo y el totalitarismo.

La condición básica para acceder a ese “club”, así como su resultado, son la negación y el ataque al DA de los Pueblos que siguen aún sojuzgados; lo que implica la sumisión o la integración mancomunada – en el núcleo duro imperialista – de los miembros más débiles recién llegados. Éstos: que para debilidad bastante tienen con la suya propia, buscan la protección de los más fuertes y evitan como la peste la temible y denigrante compañía de los más débiles. Apenas han quedado liberados, e incluso antes, no sienten necesidad más acuciante que la de conseguir su propia homologación con las Potencias imperialistas, y la profiláctica distanciación de los piojosos Pueblos restantes que tienen la inaudita pretensión de ser tan libres e iguales como ellos, ¡y titulares del mismo DA! La solidaridad de los colonizados, los oprimidos y los malditos de la Tierra es un viejo mito, un cuento romántico para engañar a los eternos ilusos.

La lucha de los Pueblos por su libertad es la mayor fuerza revolucionaria de la Historia. El DA de los Pueblos: derecho de independencia incondicional e inmediata contra el imperialismo, preside y subordina la problemática toda de la violencia, de la paz y de la política en general. Sin el DA de los Pueblos: “primero de los derechos humanos fundamentales y condición previa de todos ellos”, la paz mundial, los derechos humanos y la democracia son sólo palabras en la panoplia de mistificación ideológica puesta al día por el Nacionalismo, el Totalitarismo y el Imperialismo modernos.

Sobre la base del ya mencionado ataque al DA de los Pueblos sojuzgados: realizado por parte de las Grandes Potencias con el concurso de las Medianas y Pequeñas, el acuerdo de las Potencias dominantes para el “reparto pacífico, super-imperialista, ultra-imperialista o inter-imperialista” del Globo se perfila como un viejo “sueño” que – tras un siglo de guerras, terrorismo y carnicerías entre los Pueblos – se pretende otra vez hacer realidad. Sin embargo, se trata en realidad de una pesadilla, revestida ahora con toda desvergüenza de una aséptica y falsificada honorabilidad e implicación de los Estados imperialistas “comprometidos con la causa de la libertad en el mundo”, y de otras obscenas supercherías. Frente a ello, la única verdad es que el imperialismo, el colonialismo y sus instituciones chorrean la sangre de innumerables víctimas, testimonio permanente de los monstruosos crímenes que los han construido: crímenes de guerra, crímenes contra la paz y la seguridad, y crímenes contra la Humanidad.

La ideología correspondiente a esa falsificación de la realidad se fabrica por innumerables agentes, funcionarios y “especialistas”, y se difunde sin contrapartida por los monopolios de propaganda y guerra psicológica: a veces bajo la firma venal de supuestos “intelectuales” y de laureados escritores, quienes, tras haber sido ennoblecidos por el poder establecido, consideran que vale la pena repudiar el sueño anti-imperialista de héroes que ellos mismos otrora habían celebrado. Héroes con harta frecuencia ejecutados – ya fueran los Túpac Amaru o Roger Casement – por esos Estados que, según dicen ahora, “están comprometidos con la causa de la libertad en el mundo”, tal como esos lacayos vendidos lo afirman ahora. Al hacerlo así, están ocultando que el verdadero y único compromiso de esos Estados es el de arruinar la libertad de los Pueblos sojuzgados por el imperialismo (y con ello la paz mundial), cuando ésta llega a afectar directa o indirectamente al mantenimiento de la dominación Nacional-imperialista sobre los Pueblos que esos Estados mantienen secularmente sometidos.

Tal ideología trata por todos los medios de negar, recuperar, revisar, limitar, desvirtuar, confundir, trucar, falsear y – en definitiva – evacuar y destruir el concepto mismo del DA. La expresión teórica de este derecho: de suyo simple e inequívoca, viene a substituirse por la más inextricable maleza difundida por obra de los servicios oficiales de polución ideológica. Los propios textos legales de las NU sufren las revisiones e interpretaciones, los “amejoramientos” y vertidos de basura necesarios para hacer que digan lo contrario de lo que dicen, y arruinar así medio siglo de reiteradas e inequívocas Resoluciones y decisiones de su Asamblea General. El resultante y falsificado “derecho de autodeterminación de todos los Pueblos” se hace así conciliable, inocuo, recuperable y asimilable para los Estados y las Naciones que lo conculcan, e inutilizable para los Movimientos de Liberación Nacional. La incapacidad ideológica en que se mantiene a los Pueblos todavía presa del imperialismo favorece las más burdas supercherías al efecto. Las consecuencias políticas de ello son difíciles de exagerar: no cabe procesamiento estratégico de un derecho cuya naturaleza se desconoce, oculta o falsea.

Con la actual “elevación” del status quo imperialista a derecho fundamental, la correlativa “subordinación” de la libertad y el DA de los Pueblos significa su destrucción pura y simple, ya que no hay libertad y DA otros que fundamentales. Efectivamente, un “DA” accesorio y subordinado es simplemente la negación de ese derecho y de la libertad nacional que él implica. Y con el abandono del auténtico DA de todos los Pueblos: “primero de los derechos humanos y condición previa de todos los demás”, los derechos humanos en general se han convertido en materia de chacota, recuperación y propaganda fascistas. Sus garantías tradicionales saltan en todas partes ante el embate totalitario. La larga lucha por los derechos humanos ha dado un salto atrás de cuya naturaleza, alcance y consecuencias sus propias víctimas no quieren o no pueden darse cuenta.

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La congelación de la historia política de los Pueblos oprimidos, mediante el bloqueo de su libertad nacional, es el sueño eterno de las Potencias dominantes; un sueño siempre defraudado mientras el Sol caliente y la Tierra siga dando vueltas. Esas Potencias imperialistas imponen ahora a ultranza el status quo, a fin de solidificar los imperios y anular el derecho de autodeterminación de todos los Pueblos; pero los resultados reales de la política internacional – casos de Cuba, Filipinas, Hawai, Méjico, Alemania, Estados Bálticos, Yugoslavia etc. – nos recuerdan el carácter funcional, provisional, variable y flexible de los oficiales principios imperialistas, y los descoloridos clichés de la geografía política imperialista. A despecho de todos los mecanismos implementados al efecto para mantenerlas, la opresión nacional y la negación del derecho de autodeterminación, libre disposición o independencia de los Pueblos sojuzgados constituyen el punto más débil del orden totalitario internacional.

Sin embargo, la Gran Potencia ha manifestado ya repetidamente su decisión de enterrar el derecho de libertad de los Pueblos, en provecho de la consolidación del status quo imperialista: el cual se supone modulable a su conveniencia y sometido a excepción, cada vez que su mantenimiento no convenga a los intereses de la Potencia hegemónica o cuando la realidad política imponga su modificación. En Yugoslavia, Palestina, Kurdistán etc. los criterios diferenciales de la Potencia hegemónica muestran el cinismo descarnado con que el nuevo imperialismo pretende organizar el mundo a su imagen y semejanza.

Salvo a efectos de manipulación ideológica, de nada sirve invocar todavía los derechos de libre disposición y de legítima defensa de los Pueblos y de sus Estados legítima e históricamente constituidos – como los del Pueblo Vasco y el Reino de Nabarra – frente a la agresión del imperialismo, si la “Ley Internacional” es interpretada, calificada y puesta en práctica por la mera decisión unilateral y según el simple interés de la Potencia hegemónica y de sus Estados vasallos; o si ellos pueden subyugar a su discreción cualquier parte del Globo, sin que ninguna Resistencia real o formal pueda siquiera insinuarse para impedirlo. Poco importan ya los derechos de los Pueblos, si el ensañamiento sin riesgo contra ellos asegura el concurso de eficaces clientelas formadas por los Gobiernos despóticos a lo largo y ancho del Mundo.

El derecho de libre disposición de todos los Pueblos: primero de los derechos humanos y condición previa de todos ellos según la Ley Internacional, es también, lógicamente, el primero en pasar por la guillotina de la nueva Convención Internacional. Puesto que la condición histórica de su desarrollo – esto es: la irrupción del Tercer Mundo y la presión Soviética en el cuadro de la Guerra Fría – ha dejado de darse, la reacción imperialista contra él no se ha hecho esperar.

La contención de todo Movimiento de Liberación Nacional: la cual motiva e integra la estrategia ideológica y política de las fuerzas nacionalistas, imperialistas, reaccionarias y totalitarias a nivel mundial, es por ello línea maestra de la política general que rige los destinos del mundo; es la condición que determina su estrategia concreta y coordinada: la moneda de cambio en curso entre los buitres de la nueva estructura global. El cáncer Nacionalista, imperialista y fascista se extiende así arteramente: al abrigo de la estructura para-estatal, administrativa, burocrática y policiaco-militar, la cual pesa cada vez más sin límites ni control sobre los Pueblos.

Quienes creyeron que, tras la última Guerra, el Fascismo no tendría ya más sitio en la “nueva Europa”, descubren ahora a costa propia o ajena que es la Democracia la que tiene menos sitio cada vez; y junto con ella y ante todo, el derecho de libertad de los Pueblos: “primero de los derechos humanos fundamentales y condición previa de todos ellos”. El contexto ideológico-político, en el tiempo de la “globalización”, es de tal naturaleza que se acelera el duelo que decidirá de la alternativa inevitable entre la Libertad y su liquidación, entre el derecho de libre disposición de los Pueblos y el imperialismo. (Pero los “historiadores” oficiales del colaboracionismo Pnv-Eta no se ocupan de esas cosas. Lo importante para ellos es la afabulación y la exaltación de las suicidarias “vía institucional” y “lucha armada”.)

Los esfuerzos de las Conferencias y Comisiones de la Unión Imperialista Europea para dar apariencia “jurídica” a la falsificación ideológica y la liquidación práctica del DA de todos los Pueblos; las recientes expresas descalificaciones realizadas por el Gobierno USA sobre la personalidad nacional y el consiguiente derecho de autodeterminación o libre disposición de los Pueblos sojuzgados que siguen siendo víctimas del imperialismo; y el persistente apoyo de todos ellos al status quo de opresión nacional, son pruebas de un objetivo constante e institucionalmente perseguido.

El apoyo al imperialismo y al fascismo, en contra del DA de todos los Pueblos, es la primera moneda de cambio del orden hegemónico: la colaboración rusa se compra con la condenación de Chechenia; y la colaboración española y francesa, con la condenación del Pueblo Vasco. Curiosamente, el Pueblo Vasco ha jugado un papel internacional objetivamente considerable en Yugoslavia y en Irak, donde ha determinado – negativamente – el principio y la actitud del imperialismo franco-español y europeo.

La Potencia hegemónica ha comprendido pronto que no podía contar con la complicidad de los regímenes imperialistas y fascistas a lo largo y ancho del mundo sin reconocer sus criminales “derechos históricos” sobre sus cotos de caza “tradicionales”, que son los Pueblos y Países que ellos mantienen sojuzgados; “derechos” a los que los agentes y dirigentes de esos regímenes: desde Putin a Erdogan y desde Macron a Sánchez, desvergonzadamente califican como “nuestros intereses nacionales”. La consecuencia del reconocimiento de esos criminales intereses es la consolidación de reservas coloniales, donde los derechos humanos fundamentales – y ante todo y sobre todo el primero y la condición previa de todos ellos: el DA o independencia de todos los Pueblos – no tienen carta de ciudadanía ni permiso turístico; así como la renovación o estabilización de “Zonas de influencia, Protectorados, Espacios vitales/Lebensraum/Spazio Vitale, Esferas de Co-Prosperidad de la Gran Asia Oriental, Zonas de Seguridad”, y demás viejos conocidos de la expansión imperialista, subyacentes en la “doctrina Brézhniev de soberanía limitada”.

Los resultados no se han hecho esperar. De hecho, sin dilación ni vacilación, todos los Estados adherentes han entendido el Pacto “anti-terrorista” como la patente, la autorización y el refrendo internacionales para la Violencia criminal y el Terror discrecionales; y como las manos libres para la represión ilimitada y para la negación de todos los derechos humanos fundamentales: lo que explica su jubilatoria acogida por parte de la reacción fascista e imperialista tradicional.

El calentamiento democrático en el mundo de la post-guerra mundial ha sido ya dominado y contrarrestado por la reacción conservadora, imperialista y fascista, que ha conseguido instaurar el refriamiento general de la democracia y la congelación del derecho y el proceso de libre disposición de los Pueblos sojuzgados, como infausto resultado. Ello se acompaña con la permanente ocupación militar y la ruina de los Pueblos; con los consiguientes recorte y drástico retroceso de los derechos humanos en general que tal congelación precede y condiciona; y con la aparición, difusión y perpetuación de nuevos conflictos, como “brillante” e inevitable implicación de la paz, la estabilidad y la seguridad así garantizadas. No hay mejor camino para degradar y destruir derechos y libertades en general.

La nueva hegemonía se ha saldado ya efectivamente con la apología y el ejercicio abiertos de los crímenes de guerra, contra la paz y contra la Humanidad, y con la “solución” de los conflictos internacionales por la extensión de las guerras “de nuevo tipo” en Irak, Kosovo, Afganistán, Libia y Siria. Conlleva la consiguiente multiplicación de los territorios de ocupación “internacional” permanente, la vuelta y la extensión de los protectorados y mandatos “internacionales”, la inflación de los presupuestos bélicos y la militarización de la economía, la liquidación de los acuerdos de desarme, la globalización y la libre concurrencia establecidas en nuevas combinaciones de crisis y proteccionismo, la creciente reglamentación autoritaria de las relaciones civiles, el control-fabricación administrativo de la información, y su confusión – ya oficial y abiertamente proclamada – con la propaganda, la guerra psicológica, y el condicionamiento y la intoxicación ideológica de masas. Se ha saldado también con la consolidación del totalitarismo y el Terrorismo de Estado bajo amañada cubierta de “democracia y antiterrorismo”, y con el securizante apoyo de Gobiernos tan liberales como los de España, Francia, Rusia, China y sus congéneres. Confortados ahora por la resuelta e incondicional protección de la super-Potencia mundial contemporánea, el Nacionalismo y el Totalitarismo no se privan ya de mostrar cada vez más abiertamente la facha repugnante que vergonzantemente habían pretendido disimular durante algún tiempo.

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Aun cuando la nueva Potencia hegemónica no admite ya más asociados de principio que los validados por el apoyo o la sumisión incondicionales, una inclusión modulada y estudiada se implanta progresivamente – como en todos los Imperios Centrales – según las diversas condiciones, los mitos y las afinidades sociológicas e históricas. Las inclusiones van desde el United Kingdom de Gran Bretaña e Irlanda del Norte: cómodamente instalado ahora bajo el benévolo protectorado de sus otrora rebeldes y terroristas colonias y hoy pletórica Potencia hegemónica, hasta los fascistas históricos y los aprovechados y oportunistas de última hora. Conjuntamente con ellos, todo un rosario a la carta de amigos históricos protegidos o privilegiados, de protectorados, satélites, aliados seguros o inseguros, enemigos cordiales, cómplices fijos o provisionales, compañeros de ruta y tontos útiles componen la red estratégica y táctica del escenario de Guerra y Paz de los USA. La tarea de consolidar y potenciar las dictaduras útiles, establecer las nuevas, liquidarlas cuando se hacen problemáticas, y adaptar y preservar en el mundo entero el imperialismo y el fascismo: he ahí el quehacer de la geopolítica universal, el nuevo destino del Sysipho de la actual Potencia hegemónica.

En cuanto a las oposiciones no-institucionales: diezmadas, infiltradas, acorraladas, divididas y confundidas, ocupan el espacio marginal que el poder de facto quiere dejarles ocupar. El retroceso o la supresión de las garantías judiciales, el abandono de los principios adquiridos e instaurados para el control del procedimiento en la sanción penal, y la significativa “restauración” de la tortura y el terrorismo de masas: cínica, mutua y generalmente aceptados, exaltados, aplicados y reconocidos por los Estados hegemónicos, se justifican ahora por referencia a lo que llaman “terrorismo”, esto es: toda oposición al Terrorismo hegemónico. Sólo los hipócritas pueden sostener que es posible mantener la opresión fascista o colonialista sobre los Pueblos, sin recurrir a los procedimientos que la misma necesariamente implica.

Se muestra así la amplitud de la reacción totalitaria contemporánea: bien sea con una cínica negación de tales crímenes, o con su hipócrita condena realizada por los “defensores homologados” de los derechos humanos; unos derechos que, para tranquilidad de las Potencias imperialistas, dejan fuera al derecho de autodeterminación o independencia de todos los Pueblos sojuzgados: primero de los derechos humanos fundamentales y condición previa de todos ellos.

A nivel internacional, y en las confrontaciones que se dan actualmente dentro del derecho internacional (utilizado como arma entre las Potencias), uno de los frentes de esa campaña ofensiva, desarrollada por los agentes ideológicos del imperialismo contra los derechos humanos fundamentales en general y contra el DA de todos los Pueblos en especial, consiste en reducir el alcance de esos derechos fundamentales al ámbito – reveladoramente diferenciado y cuidadosamente desgajado – de los que llaman “derechos humanitarios”: los cuales suplantan y substituyen fraudulosamente a aquéllos. Y ello a condición en todo caso de dar garantía, seguridad y satisfacción a los susceptibles y todopoderosos Gobiernos que conculcan los derechos humanos fundamentales y ante todo la Autodeterminación o Independencia de los Pueblos: única y equívoca manera para las ONG y similares de obtener la generosa, benevolente e interesada indulgencia de esos Gobiernos. De este modo, el límite entre eficacia posibilista, por un lado, y reconocimiento-colaboración con el totalitarismo imperialista, por el otro, aparece de forma inmediata; y ello muestra los peligros y las derivas hacia el colaboracionismo tantas veces constatados y padecidos.

“Se celebró enseguida una asamblea, en que diversos oradores expresaron opiniones por ambos lados; y Cleón, hijo de Cleéneto, el mismo que había logrado imponer la propuesta de que se diera muerte a los Mitileneos, y que por lo demás era el hombre más violento de Atenas y en aquel momento el más poderoso entre el partido popular, se acercó a la tribuna y habló así: ‘Muchas veces ya me he percatado yo mismo de que un régimen democrático resulta incapaz de ejercer el imperio sobre otros; pero debo reconocerlo sobre todo ahora, ante vuestro arrepentimiento sobre los de Mitilene’.” Etc. (Tucídides, ‘Historia de la Guerra del Peloponeso’.)

Ahora como en el pasado, la nueva ideología y la nueva política dominantes parten del fin de las ilusiones precedentes, y de la afirmación de la inviabilidad de la democracia como modo de organización capaz de ordenar y solucionar las relaciones nacionales e internacionales: “el deseo de dominar [...] es un elemento constitutivo de todas las asociaciones humanas”. “La política doméstica e internacional no son sino dos manifestaciones distintas de un mismo fenómeno: la lucha por el poder [...]. La diferencia entre la política doméstica y la internacional [...] es de grado y no de especie”. (Hans J. Morgenthau.)

Es precisamente del abandono de lo que son consideradas ineficaces y peligrosas ilusiones y tentativas de alcanzar un progreso democrático, de donde procede el orden totalitario mundial, que mediante la guerra y la represión se instala: insidiosa o abiertamente, pieza por pieza, ante la impotencia o la incompetencia de sus globalizados pacientes. El avance del totalitarismo, de los conflictos armados endémicos o irreductibles, y de las fuerzas reaccionarias clásicas o renovadas, es ya constatable como fenómeno general.

No obstante, en perspectiva geopolítica, llegar desde la hegemonía a la dominación total implica una mayor distancia de la que los protagonistas de los imperios “Centrales” suelen creer. Si se considera la relación de fuerzas en su forma general, toda Potencia hegemónica busca la destrucción o neutralización de la principal Potencia concurrente así como el concurso de las Potencias medias: cuyas limitaciones – originarias o sobrevenidas – les impiden jugar o buscar un papel hegemónico.

Viejo como el Mundo, el cordón de Estados satélites o vasallos es consecuencia lógica de la supremacía de la Potencia dominante, y de la voluntad de sus clientes de recuperarla y rentabilizarla en provecho propio; al precio relativamente modesto, molesto e indigesto de algunas culebras que tragar y retrosculares homenajes que prodigar. Es también punto de arranque de las inevitables defecciones y reacciones que siguen a toda crisis de poder de la Potencia central, también desde que el mundo es mundo. La clientela periférica multinacional de seguridad no funda la hegemonía o el Imperio; la hegemonía y el Imperio hacen posible y necesaria la clientela periférica.

“Atenienses: ‘[...] En efecto, creemos que los dioses y los hombres (el primer supuesto es una opinión; el segundo, una certeza), en virtud de una ley de su naturaleza, imperan siempre sobre aquéllos a los que superan en poder. Y no es que nosotros hayamos establecido esta ley, ni la hemos aplicado los primeros: ya existía cuando la recibimos, y habremos de dejarla como legado a la posteridad. Todo lo que hacemos es hacer uso de ella, sabiendo que también vosotros, y cualquier otro, de llegar a estar en la misma situación de poder que nosotros, haríais lo mismo.’ [...]

“Melios: ‘Nuestras opiniones, oh Atenienses, no son distintas de las del principio, ni estamos dispuestos a privar de su libertad en un momento a una ciudad que está habitada ya desde hace setecientos años, sino que vamos a intentar salvarnos confiando en la suerte que proviene de los dioses (que es la que hasta ahora nos ha salvado), y en la ayuda de los hombres, en particular de los Lacedemonios. Entretanto, os proponemos que nos permitáis ser amigos vuestros pero no enemigos ni de unos ni de otros, y que os retiréis de nuestro territorio después de concertar una tregua que parezca ser conveniente para ambos.’ [...]

“Esto es cuanto respondieron los Melios. [...] Los embajadores atenienses regresaron a donde estaba su ejército. Y sus estrategos, en vista de que los Melios no querían someterse, se dispusieron a atacarlos. [...] Al producirse una traición en el campo de los Melios, éstos capitularon ante los Atenienses quedando a su libre disposición. Y los Atenienses dieron muerte a todos los Melios en edad adulta, y redujeron a la esclavitud a los niños y mujeres; y en cuanto al territorio, lo ocuparon ellos mismos, enviando más tarde quinientos colonos.” (Tucídides; ibídem.)

Cuál es la viabilidad de tal sistema imperialista-colonialista de dominación y ocupación militar, cuáles sus límites y márgenes de maniobra, son cuestiones que no admiten respuesta no ponderada. La crisis profunda y permanente en que la Potencia hegemónica contemporánea se encuentra inmersa, no permite desgraciadamente esperar que sus capacidades, peculiaridades y contradicciones propias puedan conducir, en definitiva, a soluciones distintas de las que han adoptado siempre las Potencias hegemónicas y los Imperios “universales” a través de la Historia. Nínive, Atenas, Roma, Austrasia o Samarcanda señalaban ya un proceso ineluctable y fatal que – desde Tucídides a Toynbee – ha sido reiteradamente puesto de relieve.

*

Todas las Potencias imperialistas han invocado siempre el realismo político como método necesario para abordar la relación internacional de fuerzas; pero, invariablemente, han sobre-estimado las propias posibilidades. El recurso a la fuerza y a la dominación universal: pretendida solución de todos los problemas, se topa fatalmente con los límites inherentes a su propia naturaleza, y produce las consecuencias mismas que se pretende evitar. Los cañones prestan grandes servicios y “resuelven” muchas dificultades, sin embargo no las resuelven todas ni para siempre; y las bombas – como lo decía Bonaparte de las bayonetas – sirven para muchas cosas pero no para sentarse sobre ellas. Nuevas y conflictivas fronteras aparecen cuando las antiguas se rebasan, y nuevos problemas se suscitan y reproducen por los medios mismos que resolvían los precedentes. Los conflictos reaparecen siempre bajo nuevas formas, hasta que un nuevo Imperio más o menos universal viene a substituir al antiguo para re-andar el mismo camino, repetir los mismos errores y asumir las mismas consecuencias.

La “adhesión indefectible” a la causa de “la paz, la libertad, la justicia y la democracia, y del bien contra el mal”: obtenida de amigos y aliados tan acreditados y seguros, fiables, desinteresados y sinceros como los fascistas españoles y sus semejantes a costa de la libertad de sus víctimas, le ofrece al Imperio Americano algunas ventajas y le aporta ciertas garantías; pero suscita también unas resistencias – respecto a sus objetivos, sus plazos, sus medios y sus prioridades – que, como Potencia hegemónica, debería evaluar y calibrar. Su capacidad para convertir sus antiguos aliados en adversarios, o para fabricarse otros nuevos, está ampliamente verificada. En cuanto a su habilidad para conservar los amigos o para hacerse otros nuevos, eso es harina de otro costal. Tal vez, después de todo, la cosa carece – o se supone que carece – de importancia, a partir de una acumulación suficiente de armas de destrucción y terrorismo de masas. Queda así informada y construida una determinación política e ideológica que sólo los hechos podrán debilitar o modificar, tal vez cuando ya sea demasiado tarde. Sólo los resultados podrán dictaminar en qué medida y por cuánto tiempo la actual Potencia hegemónica se ha equivocado de amigos, de enemigos, de época o de planeta.

Por lo que parece, no son la libertad y la democracia el porvenir de la Humanidad en un futuro previsible; ni siquiera el objeto de sus anhelos. “Lo que quiere, lo que busca, lo que tendrá es el terror.” El orden terrorista y totalitario mundial es lo propio del humano contemporáneo. Cierto ingenuo, anticuado y superado Discurso: pronunciado por cierto en Gettysburg y en una encrucijada de la historia de los USA, establecía que “el gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo, no perecerá jamás sobre la Tierra”. Ciertamente no es probable, en todo caso, que el Espíritu de la Libertad desaparezca totalmente de ella, pero lo va a pasar muy mal en los tiempos que vienen. “En los tiempos que vienen”, los demócratas y las personas libres tendrán que hacerse a la idea de que la libertad, la democracia y los derechos humanos son antiguallas y cuentos infantiles, poco o nada compatibles con este siglo que comienza, o tendrán que tomarse muy en serio su lucha por la supervivencia.

En cualquier caso, las decisiones que seguirán siendo por largo tiempo factor determinante de la política mundial son hoy tan previsibles como inevitables. Todo intento de prevenirlas o modificarlas mediante la convicción de un discurso teórico es sin duda trabajo perdido; y toda argumentación en tal sentido, más ilusoria que el discurso de los Melios frente a la Liga de Delos. La Potencia económica y políticamente dominante es también la Potencia ideológicamente dominante. No se enseña a la Potencia hegemónica o imperial lo que ya sabe, lo que no quiere saber, o lo que seguramente tiene ya asumido. Nada ni nadie podrá apartarla de su inmanente destino, y nada ni nadie podrá sustraernos a las inevitables consecuencias.

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