Relaciones y conflictos internacionales: el Derecho Internacional (14)


Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo



14 - Relaciones y conflictos internacionales: el Derecho Internacional


Iñaki Aginaga y Felipe Campo


La realidad y el fundamento de las relaciones internacionales políticas y jurídicas, o sea: el principio de la violencia y la ley del más fuerte (“Might is Right”), se manifiestan ahora con una crudeza y un cinismo ejemplares al servicio del imperialismo y el fascismo. “La extraña pulsión que lleva a los humanos a subirse los unos sobre los otros, a dominarse y destruirse unos a otros”, ha vuelto a dejar en ridículo a humanistas, utopistas, visionarios y revolucionarios; incluidos los sentenciosos científicos del materialismo histórico. El crimen, la guerra, la ocupación militar, el genocidio, el Terrorismo de Estado, la tortura, y la represión de las libertades y los derechos humanos fundamentales: procedimientos que son respaldados por el comprensivo e interesado reconocimiento cruzado de sus protagonistas, son actualmente actividades banales y honorables que la desvergüenza imperialista, colonialista y fascista se esfuerza por negar ante sus víctimas indefensas, embrutecidas, resignadas, complacientes o cómplices.

En tales condiciones, incluso las majaderías y engañabobos ideológicos tradicionales del imperialismo – como sus pregonadas falsedades sobre “la no-violencia, el derecho a la vida como valor supremo y sagrado, el diálogo y la persuasión como medio para resolver los problemas políticos” etc. – siguen teniendo “curso legal” hoy en día entre las clases sociales más débiles, cuya capacidad crítica y espíritu de resistencia desapareció hace mucho tiempo por efecto de la represión terrorista y el condicionamiento psicológico de masas. La producción ideológica al servicio de la ocultación del imperialismo y sus métodos es ahora una actividad plenamente consciente y deliberada, funcional y puntualmente adaptada y reformada.

No queda hoy en día teórico o ideólogo lo suficientemente iluso como para creer de buena fe en el carácter racional o razonable de las relaciones internacionales; y para tratar de persuadir en consecuencia, con esa ilusa creencia, a los protagonistas de las grandes empresas de agresión y depredación internacional, y de los principales e incesantes conflictos que amenazan y deshacen la paz y la libertad de la “comunidad” internacional. Intentarlo sería olvidar la realidad constitutiva e irremediablemente conflictiva de la sociedad internacional, que el desarrollo económico y cultural – “estadio supremo del capitalismo” – no ha hecho sino agudizar, potenciar y poner en evidencia.

En la realidad actual, las relaciones políticas “supranacionales” e internacionales se fundan en la violencia antagónica entre Naciones; son relaciones entre Naciones y Estados sin ninguna instancia “superior” de orden y poder. Los Estados se encuentran siempre en posición o en disposición de “guerra de todos contra todos”. La guerra, la opresión, la destrucción de los otros Pueblos y Estados mediante la Violencia, son lo propio del “estado de naturaleza” en que viven las Naciones; un estado que no ha sido limitado sino potenciado por la cultura y la civilización, las cuales han destruido las condiciones, salvaguardas y compensaciones de las sociedades primitivas, sin construir ni aportar otras nuevas. Ni la limitación por los instintos, ni la aparición de la razón, ni el invento de la moral, ni la civilización y el progreso cultural y técnico, les permiten llegar a un nivel teórico y práctico más elevado sino todo lo contrario.

La política internacional es la determinación del comportamiento de los demás por medio de la Violencia entre Naciones y Estados. El llamado “derecho internacional”: parte y producto de la política internacional, es el orden – o el desorden – de violencia que la oposición de fuerzas políticas determina entre las Naciones y los Estados; es la dominación institucionalmente establecida de los Pueblos más fuertes sobre los más débiles. La política y el derecho internacional de las “grandes” Potencias y los satélites que las sirven son la ley de la Fuerza, la Violencia y el Terror monopolistas de Estado, y no cambiarán nunca. La paz del derecho internacional es la paz de la violencia, actual y virtual. La solución tradicional, o sea: la “estabilización” mediante la violencia y la guerra, es la única realidad. Los Pueblos no existen porque tienen “razón”; tienen razón porque tienen fuerza para el ataque y – accesoriamente – la defensa.

La comunidad pacífica internacional es estructuralmente imposible. La política está constituida por la violencia actual y virtual, que determina el comportamiento y las ideas de quienes le están sujetos; como corresponde a ese aventajado capullo producto de la evolución, el azar y la selección natural que es la especie humana. La política no empieza donde empiezan la libertad, el diálogo y la paz; empieza donde estas condiciones acaban o donde no han existido nunca. La política trata de responder, de una u otra manera, a los problemas que existen en el mundo en que vivimos, no a los que se supone existen en el Limbo de los Justos, o de los tontos, o de los locos. Quienes pretenden hablar de política o actuar en ella deben necesariamente partir de esa “exorbitante” realidad.

Las ideas, las intenciones, las utopías y los proyectos pacifistas, anarquistas, humanistas y universalistas son perfectamente aceptables y encomiables mientras sus expositores o apologistas tengan en cuenta esta realidad: cualquiera que sea el juicio moral o teórico que ésta les merezca, los sentimientos que les inspire, y los proyectos, utopías o soluciones de substitución que propongan para salir de ella. Pero si pretenden ignorar, camuflar o re-emplazar esta realidad presentando sus propios proyectos o valoraciones como si fueran derecho y política actuales; o substituyendo éstos por su “modelo” ideal o imaginario de sociedad, o sea: lo que es por “lo que debe ser o lo que va a ser”, pero sin tener otra base de apoyo para ello que su propia fantasía, entonces podrán estar locos o estar cuerdos pero, en cualquier caso, son agentes y arteros instrumentos de las fuerzas políticas que dicen combatir. Sirven entonces a la Violencia imperialista como solución real de los conflictos.

El estado de naturaleza determina relaciones internacionales de conflicto permanente entre las Naciones: la destrucción de los demás es su objetivo absoluto, inmanente y consecuente, “conforme a su esencia”. La “comunidad universal” desborda el ámbito de solidaridad y reconocimiento del que la humanidad es capaz, el cual está limitado de hecho a la Nación y a sus relaciones de proximidad. Buscar, atribuirse y utilizar la mayor capacidad posible de violencia actual y virtual a su alcance, disminuyendo o anulando la de los demás: tal es la norma fundamental inherente a la realidad política entre las Naciones, la única que sus actores – los Estados – conocen, reconocen y practican. Es la única forma de convivencia que éstos son capaces de entender. El derecho internacional es su forma relativamente estabilizada. “Nos guste o no, así son las cosas.” Y así seguirán siendo; con la posibilidad de que la especie humana se destruya a sí misma, destruyendo de paso el planeta y llevándose por delante a todos sus habitantes.

A pesar de todos los terribles desastres y sufrimientos que han obtenido como resultado de su repugnante comportamiento, los humanos no sólo son demasiado dañinos sino también demasiado incapaces y estúpidos como para descubrir, inventar y adoptar otro. Somos la única especie animal capaz de destruirse a sí misma por sus propias contradicciones intraspecíficas. “La mayoría de nosotros no nos damos cuenta de lo abyectamente estúpido e indeseable que es en realidad el comportamiento de las masas humanas a través de la historia.” (Konrad Lorenz, ‘On aggression’, 1966.) No son la razón, la ciencia, los valores morales y los principios “humanos universales” los que deciden sobre la conducta, el derecho, la guerra y la paz sino el imperativo – ciego y sin recurso – de los instintos de agresión, supervivencia y dominación del grupo simbiótico efectivo de pertenencia vital. Se trata del Nacionalismo imperialista sobre los demás.

A diferencia de la horda o la tribu: limitadas en el número y el espacio, la actual sociedad humana se ha extendido sin cesar hasta no encontrar otro límite que el planeta. Su dimensión y cohesión, junto con su diversidad y conflictividad inherentes: exorbitantes de toda sociedad precedente, le plantean angustiosos problemas que es incapaz de resolver, en un mundo económica y políticamente cerrado y unificado. Y las pretendidas soluciones no responden nunca a la extensión e intensidad de los conflictos.

La “comunidad de derecho internacional” no existe. Existen sistemas defectivos, deficitarios e incompletos de un “derecho internacional” que cada Estado considera prolongación de su propio derecho, el cual pugnan por imponer como derecho común. La principal función de ese “derecho internacional” es “ayudar a mantener la supremacía de la fuerza y las jerarquías establecidas sobre la base del poder”. El derecho internacional nunca ha pasado de ahí. Es un derecho primitivo, defectivo, precario, variable, compuesto y heterogéneo.

En la realidad de las relaciones internacionales y del derecho internacional, la libertad y la voluntad de los Pueblos no cuentan para nada, excepto en la medida en que éstos sean capaces de constituir la fuerza con que pueden realizarlas. La investigación histórica aporta, en esta materia, ilustración mucho más que demostración. Sólo son “plenamente” independientes las grandes Naciones imperiales o hegemónicas, los Estados capaces de asegurar su existencia internacional por sí mismos, con sus propias fuerzas armadas y, en la era termo-nuclear, con la disposición operacional del arma atómica. “Sólo es auténticamente soberano, sólo es auténticamente Estado, el Estado poderoso”, calificado por “el número, el territorio, los recursos”.

En la realidad del derecho internacional del imperialismo (y en inevitable correspondencia con la anteriormente analizada identidad entre la moralidad y la legalidad bajo el totalitarismo nacionalista), la justicia y demás virtudes son la conformidad con la violencia del más fuerte; a la inversa, la delincuencia y la criminalidad son simplemente debilidad política y no son otra cosa. El actual derecho internacional reverencia a los déspotas y conquistadores victoriosos, y no tiene piedad para con los incapaces y los vencidos, cualesquiera que sean o no sean sus valores fuera de la política.

En el actual derecho internacional no hay más delincuentes y criminales – individuales o “colectivos” – que los perdedores, los desgraciados, los pobres y los indefensos. Los vencedores son buenos por cuanto son más fuertes; los vencidos son malos puesto que son más débiles. Los Pueblos y los Estados fuertes y vencedores escapan a toda sanción o censura porque son y mientras son fuertes, vencedores y ganadores; los otros Pueblos y Estados son delincuentes y criminales porque son y mientras son débiles y perdedores. “El bien, la justicia, la verdad” etc. no tienen arte ni parte en esta función; aunque la incesante propaganda de los angelicales o hipócritas ideólogos del imperialismo y el fascismo haga creer lo contrario a sus indefensas y aleladas víctimas. El que todavía no se ha enterado de esto, no sabe o no quiere saber en qué mundo vive ni con quién se juega los cuartos. Si además se hace llamar político, entonces podrá ser un imbécil, un psicópata o un farsante, pero es, en todo caso, un agente del imperialismo: nada tiene que hacer en política, a no ser como autor, cómplice, agente o administrador de la política imperialista de otros.

Los Estados fuertes, poderosos, dominadores e imperiales, en su condición de vencedores – o incluso cuando son vencidos – obtienen el respeto y el reconocimiento de todos no a pesar de sus crímenes de guerra, contra la paz y contra la Humanidad sino en consideración a ellos. Y los individuos, los Pueblos y los Estados débiles e incapaces de vida histórica son considerados indeseables, delincuentes o criminales de derecho político e internacional, bandidos, ladrones y asesinos, despreciable carne de cañón, de horca, de presidio o de genocidio porque no son capaces de asesinar, robar, oprimir, destruir, deportar, excluir, torturar, violar o exterminar a otros al igual que hacen sus agresores, quienes – por el contrario – hacen todo ello a sus víctimas en el grado suficiente como para ser considerados honorables sujetos de política y derecho. Ésta es la demoledora realidad que opera en el “derecho internacional”.

La justicia internacional se aplica sólo a los perdedores. Rara vez un Estado o un Gobierno ha comparecido ante un tribunal internacional, o ha sido excluido de la comunidad internacional, a menos que haya sido antes vencido. (Notablemente, la URSS fue expulsada de la Sociedad de Naciones el 14 de Diciembre de 1939, justo dos semanas después de su agresión contra Finlandia el 30 de Noviembre, en la Guerra de Invierno.)

Los intentos de superar esta indefensión mediante la instauración de una instancia política – socialista o democrática – universal han chocado en el siglo XX con la realidad de la relación de fuerzas imperialistas y la estructura política internacional de los Estados, independientes pero en perpetua oposición.

Porque si, incluso cuando son súbditos, “de los hombres en general puede decirse esto: que son ingratos, volubles, hipócritas y disimulados, temerosos del peligro y ávidos de las ganancias” (según la prudente afirmación de Maquiavelo); y – además de todo eso – que son egoístas, peligrosos, agresivos, falsos, mentirosos, tramposos, traicioneros, ladrones y homicidas, ¡qué no serán cuando tienen en sus manos la capacidad de destrucción que proporciona la política internacional! El sentimiento y el comportamiento altruistas: que pueden encontrarse en las relaciones naturales de familia y de proximidad, están raramente presentes en la sociedad civil y completamente ausentes en las relaciones internacionales. Las personas humanas son a veces capaces de espontánea honradez; las Naciones y los Estados, nunca. La moral internacional no existe sino como instrumento ideológico de la relación general de fuerzas.

“[...] Por todo ello se hace evidente que, durante el tiempo en que los humanos viven sin un Poder común que los mantenga a todos en el temor, ellos se hallan en la condición o estado que se denomina Guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos. [...] Puesto que, mientras uno mantenga su derecho de hacer cuanto le agrade, los hombres se encuentran en situación de guerra.” (T. Hobbes; Leviathan, 1651.)

 

“[...] El estado de paz entre los humanos que viven los unos al lado de los otros no es un estado de naturaleza (status naturalis); el estado de naturaleza es más bien la guerra, es decir, un estado en donde, aunque las hostilidades no hayan sido rotas, existe la permanente amenaza de romperlas”. (E. Kant; Sobre la paz perpetua: Un esbozo filosófico, 1795.)

 

“La guerra era tan vieja como la existencia simultánea de varios grupos de comunidades yuxtapuestas.” “La guerra es la madre de todas las cosas.” “La guerra durará tanto como el mundo.” “Vine a traer la guerra, no la paz.” “El juicio de las armas es el juicio final”; aunque “sólo a la larga los juicios pronunciados por el dios de las batallas aparecen como los juicios de Dios”. “Los constructores de imperios, por definición, vencen generalmente en los campos de batalla o, en todo caso, ganan las últimas batallas.” “La guerra es un conflicto entre grandes intereses que se paga con sangre, y sólo en eso difiere de los otros conflictos.” “La destrucción de las fuerzas enemigas es la piedra de toque de toda acción de guerra, el último soporte de todas las combinaciones, que reposan sobre ella como el arco sobre sus puntos de apoyo.” “La decisión por las armas representa para toda acción de guerra, grande o pequeña, lo que el pago en especies representa en las transacciones financieras. Por vagas que sean estas relaciones, el pago no puede faltar totalmente, incluso si es raro.”


En la realidad del mundo actual, la “comunidad internacional” no existe y no puede existir: su construcción no es solamente muy difícil, es estructuralmente imposible. La ausencia o desaparición de la política imperialista es pura teoría especulativa, sin finalidad práctica real ni objetiva. En estas condiciones, y contra lo que los monopolios de propaganda imperialista difunden, el conflicto político es inherente a las relaciones internacionales, intrínsecamente inestables. El equilibrio, la federación o la escalada de la hegemonía hasta constituirse en Imperio “universal”, con todas sus consecuencias, son las únicas soluciones políticas que las Naciones dominantes han buscado y encontrado para sus ambiciones e inquietudes. Pero un orden político supra-nacional, federal o imperial son teórica y prácticamente imposibles, contrarios a la naturaleza y la estructura de la realidad internacional: integrada por Pueblos libres y sus legítimos Estados, fundados sobre el principio de derechos iguales y Autodeterminación o Independencia de todos los Pueblos (y no sobre su dominación), los cuales afirman sus inalienables derechos de autodeterminación o independencia e integridad territorial.

La única alternativa al actual orden imperialista y su inestabilidad estructural radica en el respeto y la observancia del derecho de autodeterminación o independencia de todos los Pueblos: constantemente afirmado y reafirmado por las Resoluciones de la Asamblea General de las NU como una norma imperativa o perentoria de vigencia universal (erga omnes).

La guerra – implicada en el derecho fundamental de legítima defensa – es la razón suprema y la única garantía de la política y el derecho entre los Estados. La guerra “absoluta” se define por la ilimitación de los fines; la guerra “total”, por la ilimitación de los medios. En una guerra total, los derechos humanos desaparecen. La guerra no es quiebra, accidente, infracción, defensa o restauración del derecho internacional. La guerra – actual o virtual – es el fundamento, el factor constituyente, la razón suprema, y la única garantía de la política y el derecho entre Estados totalitarios que, por su propia naturaleza, tienden a la represión, la opresión y la destrucción de toda alteridad política por medio de la Violencia criminal. Las relaciones internacionales sólo pueden ser afrontadas a partir de esta realidad y dentro de ella.

La agresión es la más seria y peligrosa forma de uso ilegal de la fuerza”, [UNGAR 3314 (1974)]. La guerra de agresión y los tradicionales “derecho a la guerra y derecho de conquista”: propios del “derecho internacional” de las Potencias Occidentales, quedaban formalmente excluidos por el postulado derecho internacional formulado entre las dos grandes guerras, y finalmente por el Derecho Internacional contemporáneo de las Naciones Unidas.

Posteriormente (16-X-1975), en su opinión consultiva a petición de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el Sahara Occidental, la Corte Internacional de Justicia vino a confirmar que los territorios habitados por Pueblos indígenas (que obviamente poseen su propia organización social y política) no pueden ser considerados terra nullius (“tierra de nadie”) aun cuando se trate de Pueblos nómadas. Quedaba con ello también formalmente excluida la llamada “doctrina del descubrimiento”, en la que se había basado la criminal rapiña de las Potencias imperialistas europeas sobre los Continentes que ellas pretenciosamente decían haber “descubierto”; siendo así que se trataba de territorios ya ocupados por Pueblos originarios, titulares de un imprescriptible derecho de autodeterminación, y de sus respectivos Estados con derecho a la paz y a la integridad.

Sin embargo, el “derecho internacional” no se ha opuesto nunca a la violencia ni a la guerra en general; de otro modo no habría ley internacional. No hay más paz social que la establecida por la violencia legítima – actual o virtual – frente a quienes aspiran a violarla en su propio beneficio criminal. La paz sin violencia no existe sino como arma de propaganda fascista para engañar a los incautos, o en las verdes praderas de Utopía. La única paz que el mundo ha conocido y conoce es la paz del derecho, es decir: la de un orden de violencia equilibrada o desequilibrada.

“El derecho internacional no prohíbe la guerra.” En realidad el derecho internacional no prohíbe y no puede prohibir la guerra, pues las “prohibiciones” internacionales se constituyen por el recurso a la guerra. Según cuáles sean los casos y el “derecho internacional” tomados como referencia, el imperialismo, la agresión, la guerra, la conquista y sus consecuencias han sido o son lícitos o ilícitos; y han condicionado o condicionan positiva o negativamente la violencia represiva del orden establecido. La guerra y las represalias son la única sanción posible entre Estados independientes. Para el Derecho Internacional, hay fuerzas y guerras legales e ilegales. Innumerables disposiciones exponen los casos “en que el uso de la fuerza es legal”. [UNGAR 2625 (1970)]

La muerte y otras penas físicas son la reacción actual y virtual de la política estatal, fundada sobre la efectividad mortífera de las armas de destrucción individual o masiva que constituyen sus monopolios de Violencia. “Las sanciones del derecho internacional general: represalias y guerra”, “no representan menos la retirada de bienes por la fuerza.” “Estas sanciones consisten, al igual que las sanciones del derecho estatal, en la retirada – por la fuerza, por la coacción – de la vida, la libertad y otros bienes, en particular bienes económicos de los humanos; por consiguiente, la prohibición del recurso a la violencia no puede ser sino limitada.” “La violencia, para afrontar la violencia, se arma de las invenciones de las artes y las ciencias. Se acompaña de restricciones ínfimas, apenas dignas de ser mencionadas, que se imponen bajo el nombre de derecho de gentes pero que, de hecho, no debilitan su fuerza.”

La única paz más o menos durable que se ha podido alcanzar no es fruto de la concordia sino del equilibrio de la violencia y el terror; un equilibrio siempre precario en virtud de la evolución de la relación de fuerzas. Si bien las condiciones objetivas y las corrientes humanistas, humanitarias o democráticas permitieron suavizar o disimular algunos elementos de las relaciones y el derecho internacionales, no obstante los fundamentos de éstos siguen siendo los mismos. De este modo, el desarrollo contemporáneo de los medios de agresión, represión y Terrorismo de masas, en manos de las Grandes Potencias, ha permitido a los Estados recuperar y rebasar el terreno perdido. Actualmente, esas “restricciones ínfimas, apenas dignas de ser mencionadas”, de las que la violencia se hace acompañar en la guerra “bajo el nombre de derecho de gentes pero que, de hecho, no debilitan su fuerza”, no son menos sino más ínfimas, no más sino menos dignas de mención. “Las guerras de las Naciones civilizadas” no son mucho menos sino mucho más “crueles y destructoras que las de las Naciones no civilizadas”.

Un Estado mundial, en sus diferentes hipotéticas versiones: el imperio universal, la federación etc., no es solamente utópico, es contradictorio de toda realidad y, por tanto, irrealizable. Los problemas vitales que la comunidad humana necesita resolver se fundan en las contradicciones fundamentales de un mundo sin distancias, limitado, cerrado y globalizado pero diverso, cambiante, evolutivo y conflictivo. Un mundo donde el orden y la organización globales: si bien “necesarios” para la supervivencia, son no ya difíciles sino sin realización posible frente a contradicciones intraspecíficas sin precedentes en el reino animal; frente a los intereses, las prioridades, las oposiciones, los temores, las obsesiones y las precarias seguridades de los Estados nacionales.

La relativamente inestable y cambiante relación de fuerzas, el inestable y precario equilibrio o desequilibrio de fuerzas, la paz política de equilibrio o de desequilibrio entre las Naciones, y los conflictos consiguientes en un mundo cerrado de Estados “independientes”, sin instancia “superior” de orden y poder, se resuelven en imperialismo, guerra (fría o caliente, ofensiva, defensiva o preventiva), conquista, sumisión y destrucción de Naciones y Estados, y en dominación hegemónica o imperio universal; con un llamado “derecho internacional” defectivo – que no ha pasado nunca de ahí – como precario resultado. El imperialismo no es una eventualidad o un caso particular, una anormalidad o una excepción en las relaciones internacionales.

En un sistema de equilibrio “el derecho es conservador”, aunque no estático o invariable; su capacidad de reacción en la relación política de fuerzas es muy reducida. “Si, por ejemplo, consideramos los diferentes Estados que hoy componen Europa”, se aprecia todavía, “sin hablar de un equilibrio sistemáticamente regulado de Potencias e intereses (el cual no existe y que por eso es frecuente y justificadamente negado), que indiscutiblemente los intereses grandes y pequeños de los Estados y Naciones están entrelazados de la manera más cambiante y complicada”. En todo punto en el que estos intereses se cruzan, se forma un nudo cada vez más fuerte, porque la tendencia del uno contrapesa la tendencia del otro. Estos nudos acaban por crear una interconexión más o menos estrecha del todo, y para hacer en ella una modificación cualquiera hay que sobrepasar en parte esta interconexión. De modo que “la suma total de relaciones de todos los Estados entre ellos sirve más bien a mantener el status quo del conjunto que a introducir cambios en él; es decir, que la tendencia es al mantenimiento del status quo. Es así como hay que concebir la idea del equilibrio de las Potencias. Este equilibrio se establecerá siempre, en todas partes donde varios Estados civilizados tienen numerosos puntos de contactos.”

Los sistemas de equilibrio o los imperios universales así creados evitan o pretenden evitar la guerra; pero, cuando no lo consiguen, producen las más destructivas de las guerras como consecuencia de la constitutiva igualdad de fuerzas del equilibrio, o de las limitaciones y contradicciones del imperio. La crisis de esos sistemas resulta en la tentativa bien sea de un nuevo sistema de equilibrio, o de un nuevo imperio “universal”, hasta la crisis siguiente.

Todos los intentos teóricos y prácticos para evitar, mejorar, superar o resolver de otra manera esta realidad fundamental han fracasado, y acabamos de asistir al derrumbe del último de ellos. La Sociedad de Naciones (SN), la Organización de Naciones Unidas (ONU), y diversas organizaciones regionales continentales han servido para engañar durante algún tiempo a los incautos de siempre. La escena contemporánea ha acabado con las últimas fantasías al respecto.

Los períodos críticos: de guerra, de postguerra, de fin de régimen político o de modo o ciclo de producción, presentan la necesidad y las condiciones de cambios de estructura, renovación, innovación, superación y adaptación de los sistemas conflictivos y obsoletos vigentes.

La conservación del status quo es ahora no la tendencia sino la regla de comportamiento de las organizaciones internacionales. En los dos últimos siglos, los “puntos de contactos entre los Estados civilizados” se han extendido al mundo entero por el imperialismo, la colonización y la globalización. “Las Grandes Potencias conducen actualmente una guerra imperialista a fin de reforzar la opresión de los otros Pueblos, y oprimen a la mayoría de las Naciones de la Tierra y a la mayor parte de la población del globo.” Los grandes movimientos de relativa decolonización de la postguerra no les impiden, en el presente como lo hicieron en el pasado, manifestar los instintos predadores y – a la menor ocasión – el militarismo y los impulsos a la guerra y la dominación que hicieron sus imperios.

No fueron el progreso de la sociabilidad, el humanismo, el altruismo y el filantropismo los factores que permitieron algún progreso de derechos humanos en los períodos sucesivos a partir del siglo XVIII sino el equilibrio general y los desequilibrios especiales de la paz armada, la guerra absoluta y relativa, el duopolio nuclear y la guerra fría. Actualmente, la ruptura de dichos mecanismos funda el retorno de la reacción y la nueva barbarie hegemónica o imperial frente a los precarios, circunstanciales o aparentes progresos de tres siglos. La civilización, tras la barbarie, no ha eliminado el despotismo, el imperialismo y la guerra sino todo lo contrario. Revoluciones y guerras mundiales han dado al traste con las ilusiones a este respecto.

Y ello es así porque ningún País o Estado libre reconoce ni acepta la institucionalización y la actuación de organizaciones políticas foráneas en su territorio, puesto que éstas son simple prolongación colonial de las de la metrópoli, de la que dependen para todo; con el apoyo auxiliar de Renegados, Colaboracionistas y Cómplices autóctonos: ya sean comprados o alienados. Si así lo hicieran y aceptaran esos hechos, entonces no habría Pueblos, ni Estados, ni libertad, ni su derecho de autodeterminación o independencia. Esta injerencia imperialista, y su recuperación, usurpación y falsificación de los signos de identidad nacional, cuenta – para poder funcionar – conel aval necesario e indefectible de los Colaboracionistas y Cómplices indígenas, sin el cual no engañarían a nadie. Toda la historia de las guerras y los conflictos contemporáneos muestra las diversas maneras de afrontar el problema colonial que adoptan o aceptan las “grandes” Potencias, cuya decisiva intervención se ejerce según conviene a sus intereses y a los de sus aliados y protegidos.

“Dirigido” por una pseudo-clase política e ideológica de elementos autóctonos hipócritas, vendidos y subnormales, el Pueblo Vasco está condenado – a través de esa corrupta sub-clase política – a ser manipulado por intereses y objetivos ajenos a los suyos propios; lo cual conduce fatalmente a su liquidación, y a permanecer permanentemente como una masa de maniobra inerte y complementaria dentro del conjunto sociológico de la “España una e indivisible” y de la “République française”, en cuyo magma su desaparición como Pueblo es ineluctable. En esas condiciones, su inexistencia internacional es total; y todas sus aportaciones o realizaciones – científicas, artísticas, deportivas o de simple solidaridad, ya sea en donación de órganos o en la acogida de refugiados – son y sólo pueden ser presentadas como realizaciones “españolas” o “francesas”.

Especial consideración tienen las aportaciones realizadas en Euskara. Ciertamente, la Lengua Vasca puede ser – y ha sido – utilizada para hacer política anti-vasca y difundir ideología imperialista; exactamente del mismo modo que el Español y el Francés pueden ser utilizados para luchar contra el imperialismo hispano-francés. Pero nuestro Idioma es en sí mismo irrecuperable para el imperialismo franco-español. Por su parte y desde la “revolución” francesa, el imperialismo francés ya había repudiado la Lengua Vasca, a la que honestamente calificó como “lengua extranjera”. En cambio, el imperialismo español intenta recuperarla como “una lengua española más” mediante el engaño de llamar “castellano/castillan, gaztelania o gaztelera” al Español. (El correspondiente “francien” para el dialecto francés no ha tenido la misma fortuna ni encontrado las mismas complicidades.) Un engaño que no pocos Vascos, debido a su natural aversión a admitir que están bajo la dominación española, adoptan incautamente sin percatarse de la maniobra ideológica de recuperación que entraña; ciertamente ambigua, como lo es toda recuperación. Sin embargo, la Constitución Europea: cuyos Ponentes no tenían ganas de perder el tiempo con trucos y equívocos de uso local aunque fuesen para Españoles, ha corregido también en este punto a la Constitución Española, llamando sin equívocos “Español” al dialecto oficial que los ideólogos y propagandistas del imperialismo español llaman de todas esas formas que hemos indicado cuando les conviene.

Así pues, si – según nos enseñaba la teología del Nacional-Catolicismo español – no podemos acceder al Cielo sólo como Vascos sino que debemos entrar en él como Españoles o Franceses, del mismo modo nuestras buenas acciones en este mundo sólo podemos hacerlas como Españoles o Franceses. (Seguramente, las acciones con las que pueden desacreditarnos dirán con placer que las realizamos sólo como Vascos.)

En esta tarea, los imperialistas son eficazmente auxiliados por una banda de “dirigentes e intelectuales abertzales” de la burocracia liquidacionista Pnv-Eta y sus satélites: actualmente Ea-Ehbildu-Sortu-Geroa bai y el resto de asociaciones y fundaciones culturales, sociales y deportivas que les dan cobertura. Las crisis y acomplejamientos de estos “dirigentes”: ideológicamente inducidos por una propaganda imperialista cuya ofensiva son incapaces de resistir (no digamos desmontar), los llevan a atribuir a este Pueblo, como si fueran el producto de la política de su propio Estado independiente, unas actividades que fueron y son realizadas bajo la total dominación española o francesa, y por decisión e interés de caciques rurales – jauntxos-Junkers-young lords – o de una burguesía totalmente alejados de los intereses nacionales del Pueblo Vasco, e incorporados de lleno a los intereses y objetivos del imperialismo de España y Francia.

Sus denuncias van desde la “participación vasca” en el “descubrimiento” y expolio de América, hasta la actual “industria armamentística vasca” con su fabricación de armas “Made in Basque Country”, según dicen; lo cual es una falsedad flagrante y maligna, en un régimen rabiosamente Nacionalista francés-español donde todo producto vasco – aunque sea txakolí – debe ir obligatoriamente etiquetado como “Producto de España” o “de Francia”, y que no reconoce como vasco ni siquiera el juego de la pelota vasca. La tarea de esos sectores al servicio de la confusión y demoralización del Movimiento de Resistencia e Independencia nacional frente al imperialismo franco-español es repugnante y plenamente fascista.

Por eso (no hay nada extraño en ello), son esos “dirigentes, historiadores e intelectuales”: pretendidamente revolucionarios y abertzale que “zarandean nuestras conciencias” (para minarlas al servicio del imperialismo franco-español), quienes llevan casi cincuenta años colaborando con el régimen imperialista español que ellos ocultan y admiten como democrático, y llamando a participar en las que ellos admiten como “elecciones democráticas” del Segundo Franquismo en cada ocasión que éste considera oportuno convocarlas, a fin de que sigamos dándole cobertura, participando como Españoles – o Franceses – en su farsa “democrática”, y reforzando su Estado y mercado imperialistas que nos aniquilan y destruyen como Pueblo. Son precisamente esos mismos “dirigentes revolucionarios” los que se muestran incapaces de aplicar el materialismo histórico para señalar la lucha de clases internacional, la inevitable, habitual y conocida alianza e identificación de algunas clases autóctonas de un País ocupado con la Potencia ocupante, y las perversas consecuencias de la dominación imperialista sobre los Pueblos en todos los tiempos y lugares donde ella se produce.

Infantilizado e incapacitado bajo la incompetencia, corrupción y traición de sus “dirigentes” políticos y espirituales, el Pueblo Vasco está pagando muy caros su credulidad, su humanismo, su inter-nacionalismo y su pacifismo, y está entregando sólo a sentido único y sin el menor reconocimiento su solidaridad espontánea con otros Pueblos oprimidos y colonizados, de quienes en esas condiciones sólo puede recibir el perverso resultado de un “reconocimiento” en calidad de “Españoles o Franceses”; lo cual implica y refuerza nuestro no-ser y nos aboca a la esterilidad. Ahora bien, ¿cómo va a reconocernos nadie de un modo distinto y correcto, si nosotros mismos no nos reconocemos en la continuidad de nuestro propio Estado, el Reino de Nabarra independiente de España y de Francia?

La afirmación del derecho de autodeterminación del Pueblo Vasco, es decir: de su independencia del imperialismo franco-español; y de la continuidad y restauración de nuestro propio Estado histórico: el Reino de Nabarra, junto con el rechazo de los Estados imperialistas de España y de Francia, son condiciones ineludibles para poder hacer nuestra propia aportación en el mundo. No hay posible escapatoria que permita eludir esa tarea, porque, por un lado, el imperialismo y el colonialismo hispano-francés no van a retirarse voluntariamente; y, por el otro, se asegurarán de que no haya tal escapatoria a menos que nosotros mismos afirmemos rotundamente nuestra realidad nacional y estatal vasca.

El problema es que con los “dirigentes” de la pretendida “clase política nacionalista-abertzale vasca” oficial, no ya la implementación sino incluso la formulación de esa tarea es imposible. Lo es desde el momento en que ellos reconocen que el criminal régimen imperialista, colonialista y fascista franco-español de ocupación militar de nuestro País, así como sus Estados totalitarios, son legítimos, democráticos y los suyos propios. Y lo hacen así a pesar de que las ficciones jurídicas Nacional-imperialistas franco-españolas denominadas como sus “Constituciones” formales y secundarias (que esa pretendida “clase política vasca” oficial ha aceptado como legítimas y democráticas y que están fundadas sobre la ocupación militar y los crímenes imprescriptibles que constituyen la constitución real y primaria de su dominación sobre el Pueblo Vasco y su Estado, el Reino de Nabarra), establecen oficial y expresamente que en los dominios de España y de Francia no hay otra nación ni otro pueblo, unos e indivisibles, que los de España y los de Francia.

Y ahora, casi cincuenta años después de que esa “clase política nacionalista vasca” oficial reconociera como legítimo y democrático el régimen imperialista y fascista franco-español que ocupa militarmente nuestro País y niega “constitucionalmente” la Nación Vasca, el presidente del llamado “partido nacionalista vasco”, Andoni Ortuzar, acaba de afirmar (22-X-2023) en la televisión española que ellos llaman “euskal telebista” que “hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre, porque una nación es una nación, y nosotros creemos que ‘Euskadi’ es una nación”. “Euskadi”, es decir: la “comunidad autónoma tri-provinciana española” que el régimen español y la burocracia liquidacionista Pnv-Eta y sus satélites llaman de esa manera; y con la que todos ellos – además de suplantar el Euskadi de su creador, Sabino Arana – suplantan al Pueblo Vasco/Euskal Herria al que jamás hacen mención ni referencia.

Por si fuera poca cosa decir cincuenta años después que “hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre” (con lo que admite que no es eso lo que su partido ha estado haciendo durante todo ese tiempo), y que “nosotros creemos que ‘Euskadi’ es una nación (por tanto no lo afirma, sólo dice que así lo cree), el presidente del partido que se llama “nacionalista vasco” sigue ocultando el Pueblo Vasco, la Nación Vasca y sus imprescriptibles derechos internacionales de autodeterminación o independencia incondicional e inmediata, así como su Estado propio, el Reino de Nabarra. Sigue ocultando que han aceptado como democrática etc. la “Constitución” española (y la francesa), la cual no dice que “cree” que la única nación es la española (y la francesa) sino que afirma de forma escueta e incuestionable que la única nación es la española (y la francesa). Y sobre todo, sigue llamando al régimen imperialista y fascista franco-español de ocupación militar: que “constitucionalmente” niega la Nación Vasca, no por su nombre de imperialismo fascista sino por el de “régimen legítimo y democrático”. Lo hace así con la demencial e hipócrita esperanza de que ese régimen admita de ese modo reconocer “a Euskadi” como la nación que él dice que cree que es; lo cual el régimen imperialista y fascista franco-español: confortado durante medio siglo ya como legítimo y democrático por esos traidores “nacionalistas vascos” que niegan con sus actos lo que falsamente le afirman ahora – tarde y mal – a nuestro País con sus mentirosas palabras, no admitirá jamás.

Así pues, librarse de esa sub-clase de traidores “nacionalistas vascos” al servicio del imperialismo franco-español: cuya función es tanto la negación del derecho de autodeterminación o independencia del Pueblo Vasco y de su Estado, así como la afirmación del régimen imperialista hispano-francés de ocupación militar y de sus Estados totalitarios como el régimen y “el Estado” propios, no-Nacionalistas, no-violentos, legítimos y democráticos, es por tanto la exigencia ineludible para toda regeneración política democrática.

En una sociedad de yuxtaposición nacional y estatal, la solidaridad en la lucha internacional contra el imperialismo no existe. Si, por una parte, la solidaridad, la comprensión o el reconocimiento obtenidos de los opresores hacia los oprimidos es ciertamente un vano e inepto sueño, por otra, la solidaridad de los pobres, los oprimidos, los colonizados y los malditos de la Tierra es un viejo mito, un cuento romántico para engañar y exprimir a los eternos ilusos. Es un principio asumido si acaso por el Pueblo Vasco, que se ha ganado de este modo una poco envidiable reputación mundial de ingenuidad o incapacidad digna del más general desprecio internacional, con todas sus consecuencias.

“En cuanto a la así llamada ‘comunidad internacional’, nadie debería llamarse a engaño respecto a su actitud hacia los Pueblos dominados. Un Pueblo-isla no tiene aliados ‘naturales’. Tampoco los tiene artificiales, puesto que todo poder político – incluso reducido, reciente o incipiente – busca la alianza con los poderosos y desprecia a los débiles. Para un Pueblo oprimido, toda alianza internacional: con los fuertes o con los débiles, es circunstancial, volátil, provisional y precaria; debe transformarse de urgencia en refuerzo del propio núcleo estratégico antes de que sea demasiado tarde, y es tarde casi siempre. De otro modo, ni las ‘alianzas’, ni tampoco los esfuerzos y sacrificios consentidos en el orden interno en función de aquéllas, sirven para nada, porque las vías muertas no llevan a ninguna parte. No hay posibilidad de alianza o negociación sino fundada en los propios recursos y alternativa independientes. Las alianzas no pueden paliar la propia debilidad política: sólo la fuerza y la determinación propias permiten las alianzas. Y si un Pueblo no tiene u obtiene por sí mismo esa fuerza y determinación propias, nadie lo hará por él.

“Israel, que mantiene su ‘independencia’ y su identidad judía, racial, lingüística y cultural bajo el protectorado de los USA, ha tenido un papel económico, ideológico y político de primer orden en la conservación y renovación del régimen franquista, el cual se había reservado su carta maestra como único Gobierno establecido por el Eje que no entregó a los Judíos españoles refugiados bajo su poder; único también en sobrevivir a la derrota de sus valedores Nazi-Fascistas germano-italianos. (Los Nacional-socialistas de Falange/PsoE mantienen en su seno dos sectores perfectamente complementarios y compenetrados, que apoyan respectivamente las posiciones de Judíos y Musulmanes.) En cualquier caso, quienes crean que los Musulmanes árabes van a apoyarnos por amor a la libertad, poniendo así en peligro sus ‘privilegiadas’ relaciones con los Cristianos españoles y franceses: establecidas sobre la base de seculares invasiones, guerras, conquistas, persecuciones, matanzas y expulsiones, realmente están arreglados.

“El Pueblo Saharaui tiene su propio Estado auto-proclamado; y éste, cuando se trata de pasar el cepillo para recaudar fondos entre los Pueblos sojuzgados por los Españoles, envía a sus ‘Delegados para España’ a nuestro País, donde la banda de traidores, cretinos o en cualquier caso corruptos sinvergüenzas ‘políticos vascos’ que forman la mafia burocrático-liquidacionista de ‘los moderados y los radicales vascos’ Pnv-Eta y sus satélites, Ea-EhBildu-Sortu-Geroa bai etc., los apoyan y reconocen mientras que, por el contrario, no reconocen nuestro propio Estado, el Reino de Nabarra, históricamente constituido y reconocido durante mil años. Bien distintamente, hace medio siglo ya que esos agentes ‘vascos’ al servicio y en la nómina del imperialismo franco-español están admitiendo y reconociendo a los criminales regímenes y Estados fascistas de Francespaña, que militarmente ocupan nuestro País y destruyen el Pueblo Vasco/Euskal Herria, como ‘los Estados’ propios, no-violentos, no-Nacionalistas, legítimos y democráticos.

“Los ‘Eslavos del Sur’ – es decir, Yugoslavia – o los Países Bálticos (que bajo la ocupación militar de la Unión Soviética votaron al 90% su anexión a ella), mostrando el concepto que mantienen sobre la ‘solidaridad entre los oprimidos’, retroceden espantados si se sugiere que los derechos humanos valen para todos; que su conculcación invalida y hace nulas de pleno derecho ‘anexiones y uniones’ en todas partes; y que en las ‘democracias’ de Occidente hay Pueblos tanto o más definidos y oprimidos que ellos. Y Portugal, que sólo escapó al imperialismo español gracias al protectorado británico, ha apoyado siempre la represión y la guerra contra los otros Pueblos peninsulares.

“Los Pueblos oprimidos: que para debilidad bastante tienen con la suya propia, buscan siempre la protección de los más fuertes y evitan como la peste la temible y denigrante compañía de los más débiles. Prefieren la compañía de los poderosos, por dudosa o infamante que sea, a la simpatía de los otros Pueblos que padecen la dominación extranjera; sin perjuicio de obtener o esperar de éstos las aportaciones accesorias que puedan conseguir. Pero esto, siempre y en la medida en que no perjudique sus relaciones preferenciales con aquéllos, a cuyas más leves muestras de agrado o desagrado sacrifican de inmediato sus afinidades interesadas, precarias y retóricas con los Pueblos que luchan por su libertad que es aplastada por esos poderosos.

“Los débiles buscan y esperan más del duro que del desnudo, sobre todo en política internacional. Apenas liberados, e incluso antes, no sienten necesidad más acuciante que la homologación con las Potencias imperialistas, y la profiláctica y desdeñosa distanciación hacia los piojosos Pueblos restantes, que tienen la inaudita pretensión de ser tan libres e iguales como ellos mismos, y titulares de los mismos derechos universales de autodeterminación y legítima defensa que los demás.

“La solidaridad internacional entre los Pueblos no debe ser confundida con una indigna, humillante y estéril prestación unilateral para otros; con un reconocimiento sólo a sentido único; o con la concesión de un apoyo hacia los demás sin la correspondiente reciprocidad, el cual oculta la incapacidad de uno mismo para defender la libertad propia y, por tanto, la de los demás. La libertad de todos empieza por la libertad de uno mismo. Tiene por condición el conocimiento y el reconocimiento del otro, puesto que no hay posibilidad de una sociedad internacional libre e igual si no hay alteridad – bestetasunik gabe – entre Pueblos libres e iguales. Por el contrario, el desconocimiento, el desprecio y el odio hacia el otro: incluso la negación de su misma existencia, son lo propio del imperialismo y el colonialismo.” Etc. (Véase el CapítuloXVI – ‘Autodeterminación de los Pueblos y continuidad de sus Estados’, de nuestra obra: ‘EUSKAL HERRIA Y EL REINO DE NABARRA, O EL PUEBLO VASCO Y SU ESTADO, FRENTE AL IMPERIALISMO FRANCO-ESPAÑOL’.)

La solidaridad en la lucha internacional contra el imperialismo es una quimera: las Naciones y los Pueblos, libres o sojuzgados, se ocupan de sí mismos y de sus propios asuntos e intereses; poco les importa que sea a costa de los demás, cuya opresión les tiene sin cuidado. Ninguno de ellos sacrificará sus posibilidades reales o imaginarias de obtener el apoyo de un Estado cualquiera, a la impresentable y ruinosa compañía de un Pueblo pequeño, débil, e ideológica y políticamente subdesarrollado. Nuestra historia es elocuente al respecto: Franceses contra Españoles; Ingleses y Portugueses – aliados de los Españoles o por cuenta propia – contra Franceses; Nacional-socialistas y Fascistas Alemanes e Italianos (aliados de los Españoles) contra los demás, han pasado sobre nuestro País masacrándonos siempre.


(De: ‘Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo’.)

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