Introducción al Imperialismo (15)
Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo
15 - Introducción al Imperialismo
Iñaki Aginaga y Felipe Campo
Según las metafísicas tradicionales de la política y el derecho internacionales, “El Orbe entero [Totus Orbis], que en cierta manera constituye una república, tiene el poder de promulgar leyes justas y convenientes para toda la Humanidad como son las del derecho de gentes [ius gentium]. Y ninguna nación puede creerse menos obligada por el derecho de gentes, porque éste está dado con la autoridad de todo el Orbe.” (Francisco de Vitoria; ‘De Potestate civili’.)
El “derecho de gentes” es el derecho de todas las gentes y todas las naciones: “Ita de iure gentium dicimus quod quoddam factum est ex communi consensu omnium gentium et nationum.” (F. Vitoria; ‘De iustitia’.) “Toda nación tiene el derecho de gobernarse a sí misma y puede adoptar el régimen político que quiera, aun cuando no sea el mejor.” “Hay que tener presente que los príncipes [o jueces] no sólo tienen autoridad sobre sus súbditos sino también sobre los extraños [= justicia universal], para obligarlos a que se abstengan de hacer injurias, y esto por el derecho de gentes y en virtud de la autoridad de todo el Orbe.” Etc. (F. Vitoria; ‘De iure belli’.)
Como puede verse, Vitoria considera a los gobernantes de cada nación como órganos no sólo ejecutivos sino judiciales de una “autoridad internacional”, ejercida sobre “Todo el Orbe” en aplicación de unos “primeros principios” universales. De este modo, en sus diversas y sucesivas manifestaciones, la metafísica tradicional presenta la política como fundada en la voluntad y la gracia de Dios; en el derecho y la ley: ya sean divinos, naturales o artificiales (positivos); en el reino de la razón y el servicio del bien común; o en la voluntad “libre y democrática en ausencia de toda violencia”. En la realidad, tal “comunidad jurídica universal” no existe, es un mito o una utopía, en el peor sentido de esas palabras.
El relativo ámbito de solidaridad y reconocimiento político que la humanidad es capaz de establecer está limitado, de hecho, a la Nación y sus relaciones de proximidad. La Nación – como antes la horda, la tribu o la ciudad – es actualmente el límite máximo de cohesión, el ámbito máximo de solidaridad, moralidad y legalidad relativas que la Humanidad ha alcanzado. Más allá del ámbito de la Nación, en un mundo ya económica y políticamente cerrado y globalizado (pero demasiado grande y acelerado como para posibilitar inhibiciones instintivas o culturales de la agresión intraspecífica, es decir: la ejercida en el interior de la propia especia humana, para la cual el planeta es campo abierto), el estado de naturaleza en que viven los humanos determina relaciones internacionales de violencia antagónica estructural y de conflicto permanente entre Naciones y Estados, que se encuentran siempre en posición o en disposición de “guerra de todos contra todos”.
En su “calidad” de invasores y opresores, todos los grandes Imperios se han considerado y pretendido siempre titulares del derecho absoluto de independencia para ellos mismos, y de dominación para los demás. Las Grandes Potencias establecieron y acordaron los derechos a la guerra, de la guerra y de la postguerra para sojuzgar, desvalijar o exterminar a sus vecinos y, finalmente, al mundo entero. La Resistencia frente a ellas: mantenida de hecho o de palabra, tiene que afrontar la Represión, que mata, encarcela, tortura, roba, excluye, amenaza, persigue y amordaza a quienes se atreven a oponerse o resistir a los dictados del poder totalitario.
Todo régimen imperialista o colonial reposa sobre la Violencia y el Terror, y sobre fuerzas armadas permanentes de guerra y dominación. Los despotismos, las dictaduras, el totalitarismo, el imperialismo y el fascismo, si quieren reducir o liquidar la Resistencia de los Pueblos, no pueden prescindir de la guerra de agresión y la ocupación, de la Violencia criminal y el Terrorismo, a menos que acepten destruirse a sí mismos. Aquéllos que no se someten son pasados por las armas, que para eso están; con las que se mata efectivamente de forma inmediata y sistemática al primer oponente que resista o al primer paseante que se salte un “control” de carretera. Las represalias, la agresión, la ocupación militar y el pillaje son incontestables derechos de costumbre de los ejércitos ocupantes según el derecho internacional “clásico” del imperialismo europeo; pero son, sobre todo, actos de guerra total que continúan tras la conquista con nuevas formas adaptadas de opresión política, económica, sexual y cultural. La violación, al igual que el pillaje individual, es el privilegio natural tradicional del ocupante; el instrumento y la demostración – nacionalistas y sexistas – del vencedor sobre el vencido, que posteriormente se consolidan con la política demográfica y eugenésica del totalitarismo triunfante.
Los Pueblos – libres o sojuzgados, primitivos o evolucionados – no aceptaron nunca los derechos de agresión y de conquista, ni la colonización de los imperios agresores. Todos los Pueblos del mundo afirman su pretensión de vivir libres y seguros en su patria libre, con el territorio y los recursos que la constituyen; de preservar y asegurar su libertad, derechos e identidad nacionales “por todos los medios disponibles” frente a la agresión y la ocupación imperialista y colonial; y de mantener sus propios derechos – si no los de los demás – de autodeterminación y de legítima defensa.
En un sistema internacional de Estados independientes, los Gobiernos deciden por sí mismos de la “validez” de su política de guerra y de paz. Cada Pueblo impone su libertad nacional y, si puede, su dominación sobre otros Pueblos. Pero, según expresó en 1810 Dionisio Inca Yupanqui, en su auto-proclamada condición de “Inca [Quechua], Indio y Americano” frente al imperialismo español que se preparaba para formular sus mistificaciones ideológicas “liberales” en “las Cortes de Cádiz”: “un Pueblo que oprime a otro no puede ser libre”. El posterior debate que ello originó entre economistas y filósofos europeos a partir de mediados del siglo XIX llevó a acuñar la famosa frase: “Una nación que sojuzga a otra, forja sus propias cadenas”.
En un mundo globalizado, la lucha por la supervivencia tiene una dimensión inmediata y necesariamente universal. La distancia crítica entre los Pueblos: que garantiza su mutua sensación de seguridad, ha desaparecido. “Las naciones, movidas por instintos, impulsos, pasiones, fines, condicionantes o determinantes universales de dominación y agresión, de ofensiva y defensiva, de supervivencia y de resistencia, usan unilateralmente y sin limitaciones externas de la violencia y el terror de masas como medios y fundamentos de política internacional, y se oponen necesariamente entre ellas.”
Según pretenden los defensores de la realpolitik, la situación de hecho constituye el derecho: “Might is Right.” Sin embargo, el “principio de efectividad” es entendido de forma diferente según las épocas y los agentes-pacientes afectados; situándose el punto expreso o tácito de discrepancia entre ellos – a efectos de establecer la aplicabilidad de ese principio – en la determinación del nivel y el plazo de vigencia de la Violencia criminal que se considera son necesarios para constituir el derecho y el Estado.
Los agentes y beneficiarios de la conquista – mediante Violencia criminal, unilateral, originaria y eminente – sostienen un principio de efectividad inmediata e incondicional para aquélla. Por el contrario, los defensores de la libertad nacional y el derecho de autodeterminación o independencia de los Pueblos mantienen un principio de efectividad permanente para éstos, según el cual los derechos humanos fundamentales y los crímenes contra ellos son imprescriptibles: no dependen de la fecha o el plazo en que ocurrieron, ni se limitan tampoco a una extensión territorial o a una amplitud determinadas de las fuerzas en conflicto. Esto último fue confirmado en la Resolución sobre el caso de Goa, ocupado por Portugal durante 451 años desde 1510 a 1961, y que fue resuelto en favor de India por una votación de 90 a 3 (Portugal, España, Sud-África), con la abstención de Francia y Bolivia. [UNGAR 1699 (XVI) de 19-Diciembre-1961.] (En la “cuestión de Goa” se manifestaron teórica y prácticamente las posiciones de los Pueblos, los Estados y las Naciones Unidas sobre la agresión, el derecho de conquista, la continuidad de los Estados, el derecho de autodeterminación de los Pueblos y el derecho internacional.)
Según la mencionada concepción de la “política real”, los actos contra los derechos humanos fundamentales y ante todo contra el derecho de autodeterminación o independencia de los Pueblos, los mayores delitos o crímenes de derecho internacional, crean derecho. En su “virtud”, los individuos, los Pueblos y los Estados criminales que los cometen y ensangrientan la Tierra; las grandes organizaciones de fanáticos, malhechores, ladrones y asesinos que son los Imperios, se convierten en sujetos de derecho internacional si sus crímenes tienen éxito y se transforman en hechos y poderes consumados. Mientras subsistan la prudencia, el miedo y el terror que – incluso cuando han sido derrotados – sus exacciones inspiran, los crímenes de los “conquistadores” son la mayor garantía del puesto destacado o privilegiado que según ellos les corresponde en la jerarquía política internacional.
“Sus victorias en Italia comenzaron la leyenda de su invencibilidad, inmortalizada en una serie de pinturas románticas: Bonaparte no fue sólo un guerrero; fue también un propagandista astuto. Desde sus primeros triunfos, Bonaparte entendió que no era suficiente con conseguir victorias. Él utilizó los cuadros para asegurarse de que sus victorias en Italia fueran ampliamente publicitadas en Francia. Él entendió que el arte era también un medio de propaganda. Tras una de sus victorias ordena pintar un cuadro: él dicta el tema, el trazado de los personajes; incluso impone las dimensiones del marco. Desde el primer momento, Napoleón se dio a sí mismo una imagen. Creó su propia historia. Fundó su propia prensa de periódicos: ‘Francia y el Ejército de Italia’, y el ‘Periódico del Ejército de Italia’, que se encargaban de exaltar sus victorias. El propio Bonaparte escribió algunos artículos. Él mismo escribió: ‘Bonaparte vuela como un relámpago y golpea como un rayo’. Pero mientras la fama de Napoleón aumentaba en Francia, se agotaba su bienvenida en Italia. Cuando encontró resistencia armada, ordenó que se saquearan ciudades, quemaran aldeas, y que los rebeldes fueran asesinados. Muchos Italianos empezaron a dudar del General que decía luchar en nombre de la libertad pero que enviaba convoys de oro y plata a su Gobierno de Francia, junto con algunos de los mayores tesoros del arte italiano. Obras de Miguel Ángel, Tiziano, Rafael, los cuatro caballos de bronce de la Basílica de San Marcos de Venecia: todo encontraría un lugar en un nuevo museo de París que más adelante recibiría el nombre del Louvre.” (D. Grubin; “Napoleon: Mastering Luck”.)
“Es fácil criticar hoy la forma en que Napoleón saqueó muchos de los tesoros artísticos de Italia. [Ciertamente hubo una época en que no era fácil hacer esa crítica, y el autor parece añorarla. Hemos sido instruidos ya sobre el destino de ‘los rebeldes’.] Y sí, lo hizo. Se llevó pinturas de Miguel Ángel, Leonardo, Tiziano y esculturas maravillosas, y creó un museo fantástico en París; pero esto es algo que ha ocurrido siempre en la Historia: todos los grandes conquistadores practicaron el expolio. El Museo Británico no sería el maravilloso lugar que es hoy, de no ser por los tesoros artísticos saqueados.” (A. Roberts; “Napoleon”.)
¡Toda una sincera confesión de desvergonzado, repugnante y criminal imperialismo! Sin embargo, defender tales opiniones o “las refrescantes cualidades de la dictadura” (Roberts) no es señal de “haber perdido el juicio”, como alguien llegó a decir; es un simple reflejo de la abyección moral a la que el imperialismo lleva a sus agentes, beneficiarios y apologetas.
“Pero fueron los comentarios de Roberts sobre las refrescantes cualidades de la dictadura los que me hicieron preguntarme si él había perdido el juicio. ‘En un mundo donde el liderazgo está tan subordinado a las encuestas de opinión y los grupos de discusión, hay algo liberador en el ejemplo de un hombre que siguió sus propias creencias, su propio destino.’ Sin duda Robert Mugabe y Kim Jong-un estarían sinceramente de acuerdo.” (Gerard O'Donovan; The Daily Telegraph; 17 de junio de 2015.)
“Quienes están al mando”, rigiendo el mundo bajo los objetivos del imperialismo y el fascismo, no es probable que vayan a promover una forma diferente de ver las cosas; sin embargo, las palabras del poeta sobrevivirán para eterno oprobio de tales criminales:
“Y ahora ve lo que profetizo: que millares de seres vivientes que no experimentan en esta hora el más pequeño estremecimiento de mi temor, y el suspiro de muchos ancianos y el de muchas viudas, y los ojos constantemente humedecidos por las lágrimas de muchos huérfanos – los hombres debido ala prematura muerte de sus hijos, las mujeres por la de sus maridos, y los huérfanos por la de sus progenitores – maldecirán la hora en que alguna vez naciste.” (W. Shakespeare; ‘Enrique VI’, Parte 3.)
“Los grandes conquistadores” son los grandes criminales de la Historia. Ciertamente, el mundo no sería hoy como es si ellos no hubieran existido: probablemente sería mucho mejor; desde luego no peor. Que ellos no sólo “practicaron el expolio” sino además la destrucción, eso es algo innegable; sin olvidar los innumerables crímenes necesarios para poder realizar ese expolio. La novedad consistía ahora en utilizar – para encubrir asesinato y expolio – una coartada ideológica desarrollada por la “revolución” francesa, consistente en la falsificación de las ideas de “libertad, derechos humanos y nación”.
Aunque algunos intelectuales y artistas europeos se dejaron deslumbrar durante algún tiempo por aquella superchería, y la avalaron con su apoyo (por no mencionar el fervor del Pueblo francés – que aún subsiste – hacia su “héroe” imaginario, inflado por su chauvinismo nacionalista y su necesidad de victorias reales o ficticias a costa de los demás, y concienzudamente explotado por la propaganda de Napoleón), los patriotas italianos y otros, como ya se ha indicado antes, pudieron comprobar pronto la impostura que había detrás de tales invocaciones. En cuanto a los héroes de la independencia y de la abolición de la esclavitud en Haití, comprobaron también lo que había tras los “valores republicanos” que Napoleón encomendó a su cuñado, el General Leclerc, reinstaurar allí: la esclavitud, y el genocidio para quien no se sometiera, realizados con novedosos métodos tales como las primeras cámaras de gas.
La versión “clásica” del derecho internacional: reacción “realista” paulatinamente formulada por los ideólogos del despotismo asiático y el absolutismo europeo, no hacía sino recoger los fundamentos de la política y el derecho que estaban vigentes antes de ella, los cuales continuaron también en vigor después hasta el tiempo que corre. Según esa formulación (‘ius ad bellum, ius in bello, ius post bellum’), con el derecho internacional a la guerra y la conquista se da solución a los conflictos que la paz y el status quo no pueden resolver. Con tal derecho aplicado también en la guerra y la conquista, se reduce su costo material y humano. Y con el derecho internacional de post-guerra y -conquista se da fin a los conflictos bélicos en curso, se evita la anarquía y se acelera, se prolonga o se conserva la paz. Una paz tal que, obtenida mediante la guerra, sólo puede asegurarse con la respectiva victoria-derrota absoluta de conquistadores-conquistados, sin perspectiva de revancha. Se pretendía igualmente que las consecuencias eran un progreso para todos, incluso para los vencidos.
La pretendida superioridad de la civilización Occidental sobre las poblaciones sin civilizar (supuesto de la conquista y la colonización), se manifiesta ya en este criterio diferencial:
“La principal diferencia entre las naciones salvajes de Europa y las de América es que mientras algunas tribus americanas han sido enteramente devoradas por sus enemigos, los europeos, saben hacer un mejor uso de aquéllos a quienes han derrotado que simplemente hacer un guiso con ellos. Prefieren utilizarlos para incrementar el número de sus propios súbditos, aumentando así su stock de instrumentos para llevar a cabo guerras aún más extensivas.” (E. Kant; ‘Sobre la paz perpetua: Un esbozo filosófico’, 1795.)
La inteligencia, no los buenos sentimientos, “les ha enseñado a emplear la fuerza de manera más eficaz que por esta brutal manifestación del instinto”. “Si las guerras de las naciones civilizadas son mucho menos crueles y destructoras que las de las naciones no civilizadas, ello se debe a la situación social de estos Estados; tanto a la suya propia de cada uno, como a la que dicta sus relaciones mutuas.” La actitud ante la guerra “no depende del grado de civilización sino de la importancia y de la duración de los intereses enemigos”.
La violencia constituye las relaciones y las organizaciones políticas internacionales. Todos los poderes políticos tradicionales, y en particular los revolucionarios, han proclamado siempre su capacidad eminente para la violencia: origen y fundamento del Estado, negando o rebajando la de sus adversarios. La violencia propia no ha cesado nunca de ser exhibida, exaltada y por supuesto ejercida por Estados y movimientos conservadores o revolucionarios, y por las fuerzas militares de guerra y ocupación. Guerra, sojuzgamiento, ocupación, terrorismo, represión, secuestros, deportación, pillaje, violación, extorsión, ejecuciones y torturas públicas y “privadas”, legales e “ilegales”, oficiales y oficiosas, se refuerzan y estimulan con demostraciones de violencia duras o “blandas”, desfiles, maniobras, exhibiciones, intimidaciones, retribuciones, ascensos, homenajes, celebraciones, conmemoraciones y condecoraciones.
En política, “el bien y el mal” no se constituyen por valores diferentes de la violencia propia de los sujetos que los realizan. En rigor, una vez que éstos han quedado situados en sus posiciones respectivas: bien sea como dominantes o como dominados, son términos distintos para conceptos idénticos. Basta asumir esta semántica y esta realidad para que toda la equívoca o incomprensible ideología dominante se haga diáfana y coherente. En la realidad de las relaciones internacionales, “el bien y el mal” son inmanentes a las relaciones de fuerza entre las Naciones.
Mientras no logran romper el monopolio de Violencia criminal establecido a su costa (accediendo de ese modo a un nivel aceptable o considerable de violencia defensiva o Resistencia), los Pueblos sometidos son rechazados, condenados y discriminados como indeseables delincuentes o criminales de derecho internacional. Por el contrario, son aceptados, honrados y reconocidos como miembros de la comunidad internacional sólo cuando demuestran una capacidad suficiente para la violencia, la política y el derecho; y cuando disponen de una capacidad de violencia suficiente para hacer la guerra, ganarla o incluso perderla. También perder la guerra implica tener un mínimo de capacidad bélica. Los Pueblos que pierden la guerra siguen siendo Naciones y Estados si su liquidación o sumisión no está asegurada. Los Pueblos sometidos y sumisos dejan de ser Naciones y Estados.
Según mantiene el sistema “clásico” de política y derecho internacional propio del imperialismo europeo, si se acepta, ejerce o “atribuye al vencedor el derecho de vida o muerte sobre el vencido”, “este terrible derecho de matar” monopolio del Estado, “es bastante lógico derivar de él los de robar, incendiar, encarcelar, esclavizar, torturar o violar” a personas y Pueblos; tanto más por cuanto que, con ello, “todos salen ganando”. Asesinar, envenenar y pasar por las armas a los prisioneros, rematar a los heridos, bombardear y degollar a la población civil sin limitación de edad ni de sexo, saquear, quemar, incendiar, robar y someter a pillaje y extorsión, despojar a los muertos, encarcelar, esclavizar, deportar, torturar y violar (aunque esto último seguía siendo pecado), son derechos naturales del vencedor que ese derecho positivo internacional considera factores progresivos y necesarios. Esos criminales Estados no se han privado de ejercerlos, contribuyendo así, a su manera, a la paz y la prosperidad del género humano.
Pero en esos lugares donde el imperialismo vulnera la libertad y el derecho de autodeterminación de los Pueblos, es absurdo pretender que se respete nada. A su vez, es también “bastante lógico” suponer que estos Pueblos, a los que se niega teórica y prácticamente la libertad y los derechos fundamentales, tampoco respetarán y reconocerán unilateralmente “libertades y derechos” – generales o individuales – a quienes se los niegan a ellos.
El imperialismo y el totalitarismo utilizan estos métodos de forma no temporal, ocasional o coyuntural sino permanente y sistemática, porque corresponden a sus objetivos y recursos, y a las necesidades inherentes a su estructura de dominación. No se oprime, reprime y destruye a los Pueblos mediante la gratificación, la persuasión, el diálogo y el respeto de los derechos humanos, las normas humanitarias, los buenos sentimientos, la piedad y la compasión sino mediante la Violencia y el Terror: mediante el bombardeo de poblaciones civiles, la tortura, el asesinato, la amenaza, la deportación, la exclusión, el secuestro, la toma y el fusilamiento de rehenes y la extorsión; por mucho que se les cambie de nombre para hacer creer que son otra cosa.
Las relaciones internacionales se establecen sobre conflictivas bases políticas, geográficas, demográficas, económicas, culturales e ideológicas; todo lo cual hace posible el fenómeno imperialista. En contra de lo que proclaman los agentes, apologistas, encubridores, colaboracionistas y cómplices – alienígenas o aborígenes – de la ideología imperialista, el conflicto entre las Naciones, es decir: el imperialismo, el recurso a la guerra de agresión, la ocupación militar y la opresión y destrucción de otros Pueblos y Estados mediante Violencia criminal, no son actividades eventuales, anormales, temporales, marginales, accidentales o excepcionales sino que corresponden y son lo propio al estado de naturaleza en que viven las Naciones. Y contrariamente a lo que pretende la hipócrita moral dominante, dichas actividades no han sido limitadas sino potenciadas por la cultura y la civilización. Son el comportamiento normal, permanente, necesario y constitutivo del imperialismo: desde la agresión inicial o permanente, hasta la perpetuación y putrefacción del sistema. Y se practican sistemáticamente y a vista y conciencia de todos por los Gobiernos, la Administración, las Fuerzas Armadas y los Servicios “secretos”. Los Estados ni quieren ni pueden hacer nada contra las organizaciones de violencia que los constituyen.
En la realidad, las relaciones políticas “supranacionales” son relaciones entre Naciones, sin ninguna instancia “superior” de orden y poder. La relación de fuerzas: relativamente estable o cambiante, conduce a la guerra ofensiva o defensiva, y a la paz política de equilibrio o desequilibrio entre las Naciones; con el “derecho internacional” como resultado. “Los Pueblos civilizados se conocen y comprenden tan poco que se evitan los unos a los otros con odio y horror.” El Nacionalismo imperialista teme y desprecia toda diversidad y toda entidad diferenciada: es uniformista, exclusivista y “universalista”, por extensión de la propia Nación al universo entero. El genocidio es la solución consecuente para los conflictos internacionales:
“¿Por qué los individuos étnicos se desprecian en general unos a otros, se odian, se execran, incluso en tiempo de paz? Éste es un misterio cuyo significado se me escapa. Es como si bastara con que un gran número de humanos – por no mencionar millones – se encontraran reunidos, para que todos los logros morales de los individuos que los componen desaparecieran inmediatamente, y que no quedaran sobre el lugar otra cosa que las actitudes psíquicas más primitivas, las más antiguas, las más brutales.” Etc. (Sigmund Freud; ‘Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte’, 1915.)
“La soberanía es el derecho exclusivo de dar miedo a los demás.” Para el derecho, ya sea doméstico o internacional, solamente son sujetos de derechos los Pueblos capaces de imponerse a los demás o de defenderse contra ellos, o sea: los que resisten al imperialismo y al colonialismo. “Para los fuertes el poder es la única regla, como para los débiles la sumisión.” Los Pueblos que no disponen de la fuerza necesaria para resistir al imperialismo y al colonialismo: ya sea por sí mismos – a veces subsistiendo en los espacios o márgenes que dejan el equilibrio y la confrontación entre las Grandes Potencias – o con la asistencia, la protección o el protectorado foráneos, ésos no tienen derecho a nada, no existen sino como objetode violencia, de política y de derecho. Cuando los Pueblos oprimidos se rebelan contra el orden de Violencia criminal establecido sobre ellos, los débiles son delincuentes y criminales porque son débiles y mientras son débiles; y los fuertes escapan a toda censura porque son fuertes y mientras son fuertes. Todo lo demás es hipocresía, charlatanismo o música celestial.
El imperialismo es parte y condición de las relaciones políticas internacionales y del derecho internacional. El imperialismo no excluye ni contradice el derecho internacional, del mismo modo que el delito en general no excluye ni contradice el derecho penal: es supuesto, parte y condición del derecho en general. La política de liberación nacional, y los derechos de autodeterminación o independencia y de legítima defensa de todos los Pueblos, son políticamente los contrarios del imperialismo. Ahora bien, siendo los contrarios de él, no son sin embargo excluyentes ni contradictorios entre sí sino su mutua y correlativa condición constitutiva, es decir: no pueden existir los unos sin el otro, y la desaparición de los unos implica la desaparición del otro.
Veamos: del mismo modo que la victoria absoluta en la guerra es el fin de los combatientes y de la propia guerra, así también el triunfo absoluto del imperialismo es la liquidación de la política de liberación nacional y de los derechos internacionales de autodeterminación y de legítima defensa del Pueblo sojuzgado, y, por lo mismo, también del propio imperialismo. A la inversa, y correlativamente: el triunfo absoluto de la política de liberación nacional y de los derechos de autodeterminación y de legítima defensa es el fin del imperialismo y, por lo mismo, también de la política de liberación y de los derechos de autodeterminación y de legítima defensa, que no son ya necesarios.
No se reivindican derechos cuando nadie los conculca: si hay imperialismo, hay derecho de autodeterminación etc.; si no hay imperialismo, no hay derecho de autodeterminación etc., ni falta que hace. Las relaciones políticas internacionales y el derecho internacional resultan de la oposición entre las Naciones, y desaparecen con ella.
En el imperialismo, la dominación económica o ideológica puede acompañarse a veces con formas limitadas o moderadas de violencia, guerra, conquista y ocupación militar; o, de otro modo, la Violencia criminal y el Terrorismo se hacen decisivos e ilimitados porque los Pueblos no se dejan destruir o explotar de otra manera.
Efectivamente, la agresión y la ocupación imperialistas, es decir: la negación del derecho de autodeterminación o independencia de los Pueblos, adoptan a veces fines de guerra o dominación política limitados que conllevan negociación, transacción o división de poder, y entonces constituyen el conflicto político internacional relativo. Partiendo de estas circunstancias en las que el imperialismo y el colonialismo persiguen fines limitados de sujeción, explotación o pillaje, una tal situación originaria de conflicto imperialista limitado o relativo puede eventualmente o bien llegar a término de caducidad, o convertirse en conflicto absoluto por la transformación de medios y fines, exorbitantes del conflicto “relativo”. La estrategia de liquidación, destrucción y genocidio del Pueblo sojuzgado surgen en este caso como medio de consolidar una dominación previamente establecida, pero que resulta ya costosa, inestable o precaria, ante el sobrevenido fin hacia un imperialismo absoluto.
Una dominación política relativa puede prolongarse algún tiempo; sin embargo, incluso los imperialismos de tipo relativo se ven obligados a decidir entre el abandono definitivo de sus conquistas, o su propia conversión en absolutos mediante la identificación forzosa de sus medios con los fines del imperialismo absoluto. El punto culminante de la ofensiva imperialista, y el punto de inflexión de ese proceso, dependen del conjunto de factores materiales y morales del caso concreto, y son relativamente indeterminables e imprevisibles.
Generalmente, la sorprendida y exasperada frustración que provoca la eventual insuficiencia de la acción política imperialista de tipo relativo, relanza el ciclo al alza, en la búsqueda – cada vez más exigente – de la solución final. Protectorado, ocupación militar, y anexión, son formas políticas que institucionalizan la transición desde el imperialismo político relativo al absoluto. Su establecimiento, o el eventual paso de uno a otro, corresponde a las fases bien sea de regresión o de expansión del imperialismo, debido a la variación de la relación general de fuerzas o del modo de producción y distribución; a la formación correlativa de una estructura internacional de clase; o a la consolidación y el progreso de la ocupación y la colonización.
Así pues, el imperialismo absoluto puede aparecer y establecerse como tal bien sea de forma inmediata, o por transformación de un imperialismo relativo. El imperialismo relativo – económico, cultural o político – es la forma limitada de la dominación internacional: persigue fines limitados de dominación, explotación o pillaje. La estrategia del imperialismo relativo admite períodos, formas y ritmos moderados que de todos modos no pueden prolongarse indefinidamente, ya que los Pueblos oprimidos, ocupados y colonizados terminan finalmente por recobrar su libertad nacional, si les dejan espacio y tiempo para ello.
A mayor o menor plazo, el imperialismo sólo tiene un medio de mantenerse: acabar con los Pueblos mismos. De este modo, la destrucción de los Pueblos dominados, y el genocidio: propios del imperialismo absoluto, pueden ser un fin en sí mismos, o el medio de consolidar la dominación establecida por el imperialismo relativo. Cuando los agentes del imperialismo relativo perciben el carácter inestable y precario de éste y quieren perpetuar su dominación, escapando a las consecuencias del agotamiento del sistema y evitando la emancipación a plazo del Pueblo y Estado dominados, se ven abocados a convertir el imperialismo relativo en absoluto, y a adoptar los fines y medios ilimitados propios del imperialismo absoluto, si se dan las condiciones políticas, demográficas, económicas o ideológicas idóneas para ello. Según se den éstas, la conversión se realiza de forma más o menos brusca o paulatina.
Un imperialismo relativo o limitado, y la dominación política que éste implica, pueden prolongarse durante algún tiempo; pero el sometimiento indefinido de un Pueblo con reservas vitales, sentido de la propia identidad, conciencia nacional y estatal arraigadas, y voluntad determinada, es siempre problemático. “Las revueltas contra las autoridades coloniales a través del mundo han mostrado hasta qué punto la desobediencia civil, la Resistencia no-violenta, el terrorismo y la guerrilla son eficaces y costosos para la Potencia ocupante; la cual, incapaz de restablecer el orden, está condenada a gastar – para esta obra jamás terminada – sumas superiores a las que le revierten de la explotación del Pueblo sojuzgado. Basta con que un Pueblo – incluso sin armas – esté resuelto a hacerle la vida imposible al conquistador, para que éste descubra poco a poco la vanidad de las conquistas.”
Por eso, desde el principio o sucesivamente, un imperialismo relativo está abocado en plazo más o menos largo – por la lógica propia y necesaria de la relación política que lo constituye – bien sea a perder su dominación, o, si pretende perpetuarse, a transformarse necesariamente en absoluto; tanto si adopta los fines propios de éste por sí mismos, como si ve en ellos el único medio para conservar su dominación imperial ante la inviabilidad sobrevenida de su forma primitiva. La guerra de agresión, la exclusión, la ocupación militar y la colonización no se limitan a la opresión, la represión o la explotación del Pueblo que los padece; concluyen finalmente en procurar la destrucción del Pueblo mismo.
El imperialismo absoluto lleva al imperialismo total. El imperialismo absoluto se define por lo ilimitado de sus fines: la destrucción del Pueblo al que ataca y su substitución por el propio; el imperialismo total, por lo ilimitado de sus medios de acción, que no admiten normas restringentes. Éste utiliza sin limitación todos los disponibles y útiles para alcanzar su objetivo de someter y destruir a los Pueblos.
A diferencia del imperialismo relativo y parcial, el imperialismo absoluto y total (forma y estadio supremo del imperialismo), ya sea originario o derivado, no tiene por finalidad el simple sojuzgamiento limitado, temporal o permanente, la dominación cultural o económica, y la expoliación o explotación de los Pueblos y Estados agredidos, ocupados y dominados, por ser contradictorios con sus concepciones. Lo que persigue es su destrucción como Pueblos, la liquidación de su alteridad, identidad y existencia nacional y estatal, racial, lingüística y cultural, y su substitución por el Pueblo invasor mediante la solución final y el genocidio. No rechaza, persigue o trata de reformar el “nacionalismo” o algunos caracteres u objetivos de la Nación ocupada; la niega y trata de acabar definitivamente con ella.
La liquidación del Pueblo sojuzgado es el objetivo del imperialismo absoluto y total, que comprende y preside el imperialismo político, que a su vez comprende y preside el conflicto armado. Tal imperialismo no deja otra alternativa que la emancipación o la destrucción del Pueblo sometido; y en ambos casos el imperialismo desaparece también, puesto que no hay un País dominante si no existe un País dominado. En un conflicto absoluto, la Nación dominada se juega la propia existencia; y para el Pueblo sojuzgado se trata de un conflicto existencial: una lucha por la supervivencia que el imperialismo le ha impuesto sin posibilidad de evitarla. La lucha por la supervivencia selecciona naturalmente a “los mejores”: en todo caso a los mejores para sobrevivir; lo cual puede perfectamente dejar de lado o ignorar valores superiores de carácter espiritual.
Si los propios “supervivientes” del Pueblo sojuzgado no mantienen con determinación la convicción sobre los valores y la cultura que su Pueblo puede aportar en el concierto de las Naciones; y, sobre todo, si son incapaces de comprender que ello es imposible de realizar si continúan bajo la dominación imperialista (lo cual les exige inexcusablemente liberarse de él), mucho menos aún esos valores y cultura tendrán sentido para los demás, ya sean Pueblos o individuos. No hay valores superiores ni inferiores que puedan serles reconocidos a los Pueblos que son excluidos por el imperialismo de la “comunidad humana” de los Pueblos libres con un Estado propio independiente.
Para acabar con las Naciones sojuzgadas y anexionadas, la elección estratégica de los medios depende de los fines absolutos o relativos del imperialismo; de los factores de dominación, geografía, demografía, economía, política, cultura e ideología; y del momento, la situación y el contexto internacional. Las vías “moderadas y progresivas” de dominación de los Pueblos se completan así, cuando ello es posible, con procedimientos más rápidos y efectivos que aseguran la victoria completa y definitiva del Nacionalismo imperialista del agresor, y permiten – a veces en tiempo muy breve – la destrucción irreversible e irreparable de Estados y Civilizaciones, Naciones y Razas, Culturas y Lenguas pluri-milenarias. La razón, el humanismo, las utopías y el idealismo sin fundamento – por no hablar del colaboracionismo para ganarse “la comprensión” del agresor – nada pueden contra ello; son, bien al contrario, instrumentos de propaganda y guerra psicológica al servicio de las Potencias agresores y dominantes.
El Nacionalismo imperialista: Nacionalismo en sentido estricto, tiende naturalmente al Nacionalismo y al Imperialismo absolutos, al monopolio, la dominación y la eliminación de toda alteridad nacional. La destrucción de los demás es su objetivo absoluto, inmanente y consecuente “conforme a su esencia”; lo cual implica un conflicto irreductible entre la Nación agresora y dominante, y la Nación agredida y dominada, que hace imposibles e ilusorios todo compromiso y toda transacción que le den término. Se trata del conflicto entre el despotismo, de un lado; y la libertad, los derechos humanos y la democracia, del otro. El que todavía no se ha enterado de eso, no sabe ni quiere saber en qué mundo vive ni con quién se juega los cuartos. Para el Estado imperial, el Pueblo que resiste es “el enemigo absoluto”. Se trata del conflicto absoluto: el del imperialismo absoluto con el enemigo absoluto.
Un Pueblo sojuzgado alcanza más pronto o más tarde la independencia; a menos que lo liquiden antes, en cuyo caso no puede alcanzar ya nada. Sólo hay un modo de terminar con la Resistencia política de los Pueblos e impedir su marcha a la libertad, y las predadoras Naciones dominantes lo saben: acabar cuanto antes con los Pueblos mismos por todos los medios que las condiciones y circunstancias permitan. El exterminio, la deportación y la colonización son los más directos, rápidos, completos y seguros. “Donde el conquistador tiene la posibilidad y la voluntad de acometer la destrucción del Pueblo sojuzgado, las conquistas no son fatalmente vanas.”
Violencia criminal, guerra de agresión y Terrorismo de guerra y de Estado, exterminio, deportación y colonización de masas, son los medios más directos, rápidos, completos y seguros para acabar con las Naciones sojuzgadas, y alcanzan naturalmente su plenitud al servicio del imperialismo absoluto. Aplicar Violencia criminal y Terrorismo sobre la población civil es más fácil, eficaz y definitivo que hacerlo sobre las fuerzas armadas, y el “derecho internacional de la guerra” nada puede contra esta práctica realizada por parte de los Estados dominantes y terroristas. Tras las guerras de equilibrio, limitadas y civilizadas, “las verdaderas guerras son guerras de exterminio”. El exterminio y la liquidación de Pueblos mediante Violencia criminal es la forma política más directa del genocidio.
Las Naciones y los Estados adoptan actitudes políticas e ideológicas determinadas por su posición en la relación de fuerzas: geopolítica, demográfica, económica, tecnológica, política o bélica. “La moral y el derecho” son lo que les conviene según las circunstancias.
En líneas generales, en las relaciones políticas internacionales no hay Pueblos naturalmente “buenos”, es decir pacíficos e inofensivos; o naturalmente “malos”, es decir violentos y agresivos. Sólo hay, por un lado, Pueblos incapaces para la violencia criminal y la guerra de agresión: pequeños, débiles, aislados, atrasados, desarmados, indefensos y pacíficos porque no pueden ser otra cosa; y, por otro, Pueblos capaces para la violencia criminal y la guerra de agresión: grandes o parte de vastos conjuntos, dotados y motivados para la expansión y la dominación, técnicamente equipados y provistos de ejércitos de conquista y ocupación, y de masas disponibles para la colonización.
Combaten la libertad y los derechos humanos quienes no los necesitan; y son partidarios de la libertad y los derechos humanos en general aquéllos que no pueden dominar y destruir a los demás, y temen o padecen dominación y destrucción por parte de ellos. Con la eventual variación de la relación de fuerzas, se invierten las disposiciones y actitudes “innatas”, y el sentido “moral” que las dirige. Se da por eso “una tendencia comprensible a una conclusión probable”, para afirmar que “la distinción proclamada en la Carta de las Naciones Unidas entre las ‘naciones amantes de la paz’ y las otras no existe sino en la imaginación y la hipocresía de los hombres del campo vencedor”. Del mismo modo, las comunidades religiosas son pacíficas, partidarias de la libertad y el respeto mutuo allí donde y cuando son débiles o temerosas víctimas de la persecución de las demás, a las que persiguen, torturan y asesinan en cuanto consiguen la fuerza necesaria para ello. (El Nacionalismo confesional – nacionalista y religioso a la vez – acumula los fanatismos con todas sus consecuencias.)
Los Imperios se fundan por medio de la guerra de agresión, la conquista y la ocupación, la anexión, la represión y el terrorismo; pero no son esos medios los que consolidan los imperios y hacen irreversibles sus efectos. Éstos sólo se consolidan mediante el genocidio, el exterminio o la expulsión de los autóctonos; mediante la deportación, la colonización, la exclusión y la asimilación, la repoblación, la implantación y la transplantación de poblaciones: procedimientos conjunta o sucesivamente aplicados. Son los medios más directos, rápidos, completos y seguros para ello. Por eso, si quiere perpetuar su dominación, evitando la liberación de los Pueblos y Estados sojuzgados, el agresor Estado dominante debe aprovechar la ventaja efectiva pero limitada que le da su dominación militar y administrativa para cambiar la base social del país ocupado. “A condición de pagar el precio, utilizando plenamente la fuerza de un ejército, no es imposible, en pleno siglo XX, abatir una voluntad popular cuasi unánime de Resistencia o Liberación.”
El conflicto político ilimitado y absoluto engloba la guerra de agresión ilimitada y absoluta, y tiene por fin la destrucción de las fuerzas políticas y armadas adversas, efectivas o virtuales. La guerra parcial se hace total. Destruir la base social de un Pueblo con el fin de ganar la guerra de agresión y acabar con su Resistencia, o ganar la guerra de agresión y acabar con la Resistencia con el fin de destruir un Pueblo, son empresas que se implican mutuamente. La necesidad y la decisión de terminar por todos los medios – con la máxima urgencia y de una vez por todas – con la Resistencia política del Pueblo agredido tienden finalmente a la liquidación del Pueblo mismo, base sociológica del conflicto. El imperialismo no busca “la solución pacífica y democrática” del conflicto sino acabar con el Pueblo oprimido. La presencia de la Violencia criminal aumenta o disminuye según la entidad e intensidad de las contradicciones sociales. Alcanza su máximo en los conflictos agudos – crónicos o latentes – propios del imperialismo y el totalitarismo. La cuestión de la oportunidad, organización y tratamiento de las formas concretas de Violencia es una “simple” cuestión de estrategia.
La guerra de agresión y el conflicto político limitados tienen por fin no la destrucción del Pueblo agredido sino su dominación, explotación y pillaje; pero cuando la guerra de agresión parcial o limitada se hace total, entonces sus medios no admiten normas ni limitaciones tales como el derecho de la guerra o el Derecho Humanitario, las zonas reservadas, las armas prohibidas o las poblaciones protegidas. El exterminio, el genocidio, la liquidación de los Pueblos por la vía política es el camino más directo para conseguir los objetivos fijados. El monopolio de la Violencia criminal: resultante de la guerra de agresión y la ocupación militar sobre un Pueblo o un Estado sojuzgados, es también la base que permite la substitución y liquidación de Naciones mediante hambre y sed, enfermedad, asimilación, desplazamientos y deportaciones, la implantación programada de las poblaciones indígenas y coloniales, y la esterilización directa o indirecta. Frente a tales situaciones, “el más pequeño objetivo que se pueda fijar es la Resistencia pura y simple, es decir: un combate desprovisto de intención positiva.”
Así como el predador, asegurada su presa, espera que ésta se agote en vanos esfuerzos antes de sucumbir, así también el imperialismo en el poder espera la destrucción del Pueblo sojuzgado en un tiempo que juega a favor del agresor. En este contexto, las modificaciones y adaptaciones formales de un régimen imperialista de dominación política sirven a su conservación y refuerzo: no ceder una pulgada del poder político real es el objetivo que informa tales modificaciones. El imperialismo y el fascismo pueden eventualmente acometer o aceptar reformas, adaptaciones y concesiones tácticas, ya sean formales o administrativas; pero su naturaleza obedece a la ley de acero, o de mármol, que fija los límites estratégicos infranqueables: jamás procederán a cualquier “devolución” o redistribución, total ni parcial, del poder político que consiguieron monopolizar mediante la guerra de agresión, la represión y el terror. Sólo los cómplices y colaboracionistas locales del imperialismo, y sus víctimas, pueden ignorarlo y abrigar ilusiones al respecto.
Según se estableció en la Sentencia del Tribunal Militar Internacional para el Juicio de los Principales Criminales de Guerra Alemanes que siguió a la Segunda Guerra Mundial (Nüremberg, 30 de Septiembre y 1 de Octubre de 1946; sección “El plan o conspiración común y la guerra de agresión”):
“Los cargos formulados en la Acusación, de que los procesados planearon e hicieron guerras de agresión, son cargos de la máxima gravedad. La guerra [de agresión] es esencialmente una cosa perversa. Sus consecuencias no se limitan únicamente a los Estados beligerantes sino que afectan al mundo entero. Iniciar una guerra de agresión, por lo tanto, es no solamente un crimen internacional; es el crimen internacional supremo, y difiere sólo de otros crímenes de guerra en que él contiene dentro de sí la maldad acumulada de todo conjunto.”
El Artículo 39 de la Carta de las Naciones Unidas dispone que su Consejo de Seguridad determinará la existencia de cualquier acto de agresión y “deberá hacer recomendaciones, o decidir qué medidas se adoptarán de conformidad con los Artículos 41 y 42, a fin de mantener o restablecer la paz y seguridad internacionales”; siempre sin perjuicio del derecho de legítima defensa de todos los Pueblos que son agredidos:
“Artículo 51. Nada en la presente Carta perjudicará el derecho inherente de legítima defensa individual o colectiva si se produce un ataque armado contra un miembro de las Naciones Unidas, hasta que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales.” (Carta de las Naciones Unidas; 1945.)
Pero el Consejo de Seguridad está en manos de las cinco “grandes” Potencias que son miembros permanentes de él y que tienen poder de veto basado en su posesión del arma nuclear. En esas circunstancias, al poder bloquear cualquier decisión del Consejo que no interese a alguna de ellas, la propia actuación de las NU queda de hecho también bloqueada y finalmente desprestigiada, cuando muchas veces son los agresores y actores de Violencia criminal originaria quienes se presentan como agredidos; y su agresión contra la posterior legítima defensa del oprimido es presentada con todo cinismo como “genuina legítima defensa”. A raíz de la crisis en Siria, la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos criticó fuertemente el Consejo de Seguridad por su incapacidad para prevenir los conflictos en el mundo:
“Prevenir conflictos es complejo, pero puede conseguirse. [...] Ninguna de estas crisis apareció sin previo aviso. Se construyeron durante años – a veces décadas – de agravios a los derechos humanos: gobernanza e instituciones judiciales deficientes o corruptas, discriminación y exclusión, desigualdades en el desarrollo, explotación y negación de los derechos económicos y sociales, y represión de la sociedad civil y de las libertades públicas.” (Ms. Navi Pillay, en su último Discurso al Consejo de Seguridad; Agosto 2014.)
Sin embargo, en la implacable lógica de la multi-centrada sociedad internacional, compuesta de Estados “independientes”, agresión, guerra total, exterminio, terrorismo, tortura, matanzas, deportación, deculturación, colonización, pillaje y asimilación son prácticas fuertes y superiores, que dan ventaja a los que las utilizan con mayor extensión y ferocidad, y que penalizan a los demás; lo cual, como ya se señaló, lleva a su generalización entre los contendientes que disponen de medios para ello.
No son el amor, el altruismo, la filantropía, la solidaridad, el diálogo, la libertad o el respeto de los Pueblos y entre los Pueblos los que constituyen, ordenan y desordenan la política, el derecho y las relaciones internacionales; si así fuera, no habría política ni derecho imperialistas, que tienen por componentes necesarios la guerra de agresión y la represión, la muerte, el odio, el temor y el terror, cuyas consecuencias sufren siempre los débiles y los indefensos. “Nos guste o no, así son las cosas.”
Dada la realidad de este mundo, envenenada por la prioridad Nacional-imperialista, un jefe de Gobierno o de Partido que “rechaza la violencia como medio de hacer política” es un farsante o un imbécil político, puesto que la violencia defensiva: constitutiva de todo Estado legítimo e implicada en el derecho internacional de legítima defensa que detenta la Oposición o Resistencia Nacional democráticas de un Pueblo agredido o sojuzgado, es el único medio de oponerse a la Violencia criminal del Nacionalismo imperialista agresor.
Sin violencia constitutiva no sólo no hay imperialismo ni fascismo; tampoco hay política, ni derecho, ni Estados, ni negociación, ni democracia, ni derechos en general, ni derecho de autodeterminación en especial, ni falta que hacen. Quienes ocultan la criminal Violencia constitutiva y constituyente del imperialismo y el fascismo, encubren el origen y la naturaleza del régimen de ocupación militar, y en realidad sostienen el monopolio totalitario imperialista de la Violencia criminal junto con todos sus crímenes.
“La resistencia es una actividad destinada a destruir una tal suma de fuerza del enemigo que éste tendrá que renunciar a sus intenciones.” Nadie se siente ni se sentirá nunca seguro en un mundo donde no es posible poner limitación a la discrecionalidad de los Estados Nacionalistas-imperialistas. La perversión de su “lógica de la seguridad” los impulsa a la dominación y a la guerra de agresión, que ellos llaman “defensivas y preventivas”; y, saltando de seguridad en seguridad, a la dominación y destrucción absolutas de otros Estados y Pueblos. En tales casos, la distinción entre política ofensiva y política defensiva es una abstracción convencional que la mundialización estratégica ha hecho definitivamente obsoleta. La defensiva es el motor supremo de la ofensiva. La defensiva es constituyente universal de una ofensiva efectiva o fiduciaria.
“Es el sentimiento tan extendido del miedo al vecino el que permite interpretar casi todos los conflictos, con un poco de buena voluntad, como guerras defensivas.” Incluso en ausencia teórica de deseo o necesidad de dominación, destrucción o explotación, el miedo conduce a la guerra defensiva; y la guerra defensiva conduce a la ofensiva. La actitud defensiva tiende naturalmente a transformarse en ofensiva, pues en la realidad internacional los Estados no están ni se consideran nunca establecidos en seguridad si no disponen de garantías, salvaguardas y modificaciones que tienden “lógicamente” a la eliminación “preventiva” de toda otra Potencia económica, demográfica, política o cultural distinta de ellos mismos. “El origen de todos nuestros errores es el miedo. [...] Por miedo, grandes Naciones han estado actuando como bestias acorraladas, pensando sólo en la supervivencia. La gente común del mundo no tolerará el imperialismo; ni siquiera bajo los ‘iluminados auspicios’ de la bomba atómica anglo-sajona. El destino de los pueblos anglo-parlantes es servir al mundo, no dominarlo.” (Henry A. Wallace, en su discurso del 12-Abril-1946 ante la Asamblea-Memorial reunida en el primer aniversario del fallecimiento de Franklin D. Roosevelt.)
Para el imperialismo, la política y la guerra defensivas y ofensivas se confunden también. No hay defensiva absoluta, sólo hay ofensiva absoluta. Ofensiva y defensiva son estratégica y genéticamente inseparables, hasta confundirse en la guerra “preventiva”. La ofensiva es causa primera, pero la defensiva es multiplicador y causa dominante. Los agresores son ciertamente menos abundantes, pues la agresión no está al alcance de todos; en cambio la defensiva es universal, y es además “la causa decisiva” de la actitud bélica permanente del agresor, que preferiría no encontrar oposición a su agresión.
Efectivamente, “La guerra tiene más bien razón de ser para el defensor que para el conquistador, porque la guerra no empieza antes de que la invasión haya suscitado la defensa.” “Políticamente hablando, uno de los dos campos será forzosamente el agresor, puesto que intenciones defensivas por ambos lados nunca pueden llevar a la guerra.” Todos los conquistadores del mundo se han declarado y se declaran amantes de la paz, siempre que se acepten su propia versión y sus propias condiciones de “paz”, y condenan como enemigos de la paz a cuantos se niegan a ello. “Un conquistador es siempre amigo de la paz (como Bonaparte lo decía constantemente de sí mismo): aceptaría de buen grado entrar en nuestro Estado sin oposición.”
La oposición que se da entre el imperialismo y la lucha por la libertad nacional es asimétrica. La “disimetría del par colonizador-resistente” es general entre ambos nacionalismos (imperialista e independentista): lo es en sus estrategias, fines, medios, ideologías y condiciones demográficas, económicas y culturales. “La desigualdad de resolución entre los adversarios”, “la disimetría de voluntad, de interés, de animosidad en el diálogo belicoso de conservadores y de rebeldes” es, a veces, “más marcada que la desigualdad de las fuerzas materiales”. La motivación del bando que lucha por la libertad nacional es mayor que la del bando que trata de acabar con la resistencia o la existencia del adversario. “Los nacionalistas que reclaman la independencia de su Nación – haya existido o no en el pasado, viva o no en el corazón de las masas – son más apasionados que los gobernantes del Estado colonial. Al menos en nuestro siglo, ellos creen en la santidad de su causa más que sus adversarios en la legitimidad de su dominación.”
Los modernos monopolios de propaganda fascista – establecidos por los monopolios de Violencia criminal – saben demasiado bien todo ello, y desarrollan enormes campañas añadidas para contrarrestar esta relativa inferioridad ideológica.
“Worcester. [...]; porque – bien lo sabéis vos – nosotros los del partido agresor debemos mantenernos apartados de un examen estricto, y tapar todas las lucernas, cada tronera por donde el ojo de la razón pueda escudriñarnos.” (W. Shakespeare; ‘King Henry IV, Pt 1’.)
“Rey. ¡Oh lamentable espectáculo! ¡Oh días sangrientos! Mientras los leones se disputan y se baten por la posesión de sus antros, los pobres corderos inofensivos sufren su enemistad.” (W. Shakespeare; ‘King Henry VI, Pt 3’.)
Estos enfrentamientos dentro del campo agresor pueden llevar a detener momentáneamente su expansión; pero la empresa y solidaridad imperialistas contra los Pueblos a someter quedan inmediatamente reinstauradas una vez las rivalidades internas han sido superadas, como sucedió con los Aborígenes norteamericanos tras la Guerra entre los Estados, y en tantos otros momentos de la historia.
“Rey. [...] Ahora a nuestras guerras de Irlanda. Es preciso exterminar a esos rudos kernes de hirsuta cabellera, que viven como veneno donde ningún otro veneno sino ellos, tiene el privilegio de vivir.” (W. Shakespeare; ‘King Richard II’.)
“Rey. [...] Por consiguiente, amigos, al lejano sepulcro de Cristo – cuyos soldados somos ahora y bajo cuya bendita cruz estamos comprometidos a combatir – es adonde vamos a enviar una leva de ingleses, cuyos robustos miembros fueron creados en las entrañas de sus madres para dar caza a estos paganos de aquellos santos lugares [...].
“Westmoreland. Soberano mío, esta urgencia se discutió calurosamente, y muchos límites de gastos se habían acordado ya ayer noche; cuando se atravesó la llegada de un correo del País de Gales cargado de tristes nuevas; la peor de las cuales era que el noble Mortimer, al mandar a los hombres de Herefordshire en el combate contra el ilegal y rudo Glendower, había caído en las crueles garras de este galés, y un millar de sus gentes resultó sacrificado. Con sus cadáveres han cometido las mujeres galesas tales infamias, tales bestialidades y vergonzosas mutilaciones, que no es posible repetirlas sin enrojecer grandemente.” (W. Shakespeare; ‘King Henry IV, Pt 1’.)
Tras haber quedado afirmada la santidad, nobleza y valentía de la empresa y los agentes del imperialismo, la Resistencia Nacional, de cualquier modo que se realice, es presentada por la ideología imperialista de servicio – de la cual la literatura nos ha dejado inestimables testimonios – como intrínsecamente perversa; y sus actores: tradicionalmente salvajes, delincuentes, bandidos, ladrones, asesinos, fanáticos, paganos, herejes, zoófilos y necrófilos (según los tiempos y las necesidades de modular la difamación y las calumnias, en función de la sensibilidad y credulidad de las masas que se intentaba someter a condicionamiento ideológico), se integran ahora en la lista informe: sin concepto ni definición confesables, del nuevo “terrorismo” universal, arma absoluta de la ideología totalitaria contemporánea.
De este modo, el Nacionalismo imperialista “actualiza” su técnica de intoxicación ideológica y guerra psicológica; y, por enormes que sean – como de hecho lo son – sus crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad, se presenta por el contrario como un movimiento democrático, pacífico y no-violento de liberación y defensa de los derechos humanos fundamentales. Y finalmente trata de persuadir al Pueblo agredido, colonizado e indefenso de que el agresor y opresor es él.
“Cada civilización y cada lengua luchan, e inevitablemente habrá cadáveres porque no hay sitio para todas.” Es la tesis del espacio vital del Nacionalismo imperialista: ya sea Nacional-darwinismo, Nacional-socialismo/comunismo o Nacional-catolicismo, formulada por los Imperialistas-Nacionalistas-“humanistas” donde y cuando se estiman en posición de fuerza; en contraposición con los sermones que prodigan cuando y donde se encuentran en situación de inferioridad. Es tesis falsa por cuanto afirma que la falta de espacio para vivir y convivir obliga a la lucha a muerte entre las Naciones. Es realista en cuanto el Nacionalismo imperialista, su expansión nacional al universo entero, y la dominación y supresión consiguiente de los demás Pueblos, son afirmados como esenciales en la Nación históricamente constituida en torno a la criminal empresa nacional-imperialista.
El imperialismo español y francés en los Territorios Históricos ocupados del Pueblo Vasco es un imperialismo absoluto. Implica la colonización, exclusión y asimilación del Pueblo Vasco; la destrucción de todo signo o fundamento de su identidad nacional; y la negación teórica y práctica de su libertad nacional, del su derecho internacional en pie de igualdad con todos los Pueblos del Mundo, de todos los derechos humanos fundamentales, y ante todo de su derecho de autodeterminación o independencia: primero de los derechos humanos y previa condición de todos ellos e inseparable del derecho inherente de legítima defensa.
Es también un imperialismo total: utiliza sin limitación todos los medios disponibles para someter y destruir a las demás Naciones que mantiene sojuzgadas. La Resistencia Nacional, de hecho o de palabra, debe afrontar la Violencia criminal y el Terror monopolistas de Estado, que mata, encarcela, tortura, roba, excluye, persigue y amordaza a quienes se atreven a resistir sus dictados. “Todos los conquistadores, fuesen mongoles o españoles, han llevado la muerte y el pillaje” a los Pueblos sojuzgados. El exterminio y la liquidación política de los Pueblos sojuzgados mediante la Violencia criminal es la vía más directa para acabar con ellos.
El Nacionalismo imperialista español y francés es, por naturaleza, opuesto a la convivencia y la concordia internacionales; no considera más salida, para el conflicto absoluto y total que ha promovido contra los Pueblos que mantiene sojuzgados, que la solución final. La liquidación de los Pueblos oprimidos es su objetivo fundamental e inamovible. La negación anticipada de la identidad de esos Pueblos, y de su misma existencia, sirve ideológicamente a dicho objetivo de liquidación. Es la expresión suprema de la esencia del Nacionalismo y el Racismo imperialistas: el desprecio y la negación de los otros Pueblos.
El paradigmático caso argelino: “La simplicidad aparente de la cuestión – independencia o no – disimula la complejidad de la situación. Si la independencia del protectorado o de la colonia fuera considerada por el Estado imperial como un mal absoluto, una derrota irremediable, se volvería a la dualidad elemental amigo-enemigo. El nacionalista – tunecino, marroquí, argelino – sería el enemigo: no ocasional ni siquiera permanente, por retomar los términos que hemos definido más arriba; sería el enemigo absoluto, aquél con quien ninguna reconciliación es posible, cuya existencia misma es una agresión y que, en consecuencia, si se siguiera la lógica hasta el final, habría que exterminar. Delenda est Carthago: la fórmula es la de la enemistad absoluta, la enemistad de Roma y de Cartago; una de las dos ciudades está de más. Si Argelia debe permanecer definitivamente francesa, los nacionalistas que quieren una Argelia independiente deben ser eliminados sin piedad. Para que millones de musulmanes se hagan franceses, a la mitad del siglo XX, es necesario que no puedan ni siquiera soñar con una nación argelina y olviden a los testigos ‘que se hicieron degollar’.” (Raymond Aron, ‘Paix et guerre entre les nations’, 1962.)
Las fuerzas francesas de guerra y ocupación en Argelia tenían claro su objetivo desde el principio de la conquista: “En una palabra, aniquilar todo lo que no se arrastre a nuestros pies como perros.” La declaración oficial para Argelia en 1858 planteaba el problema de conjunto y la solución final en más amplia perspectiva que las estrictas vistas militares o políticas de la guerra y la ocupación: “Estamos en presencia de una nacionalidad armada y vivaz que es necesario apagar por la asimilación”, “la dislocación del Pueblo árabe y la fusión”. Muerto el perro, se acabó la rabia. Es el conflicto absoluto militar, político y social.
Siglo y medio de guerras de agresión, conquista, ocupación, terrorismo, pillaje y colonización habían dado al imperialismo francés el dominio del Magreb bereber y “árabe”. Liberados los “protectorados” de Tunicia y Marruecos, quedaba por “representar” en Argelia el último acto de los grandes Imperios ultramarinos. La infame guerra colonial de una “gran Nación europea y civilizada, desarrollada e industrializada”, contra un pequeño País de campesinos, tenidos a raya por la represión, el terror, la tortura, el hambre, el pillaje y la redistribución de tierras a los colonos, las “zonas libres” (tierra “de nadie” y de fusilamiento automático), los “reagrupamientos” de civiles campesinos en campos de concentración (siguiendo el modelo de la genocida invención española en Cuba: la “Reconcentración” de campesinos), la explotación, la miseria y la ignorancia. Un millón de colonos, implantados por un Gobierno que regía cincuenta millones de metropolitanos, mantenían su dominación sobre nueve millones de indígenas. Un ejército moderno de ocupación de 450,000 hombres perseguía a 20,000 fellagha débilmente armados y a millones de desarmados, con los plenos poderes que los Nacional-socialistas y Nacional-comunistas franceses le habían votado, y que su Gobierno le había conferido.
De este modo, el traslado y la privilegiada instalación de inmigrantes franceses: a fin de que la colonia de población francesa pudiera equilibrar o superar la población autóctona, podía realizarse sin restricción alguna bajo control exclusivo de los flujos migratorios mantenidos por el monopolio imperialista de la Violencia criminal. Pero este objetivo se mostraba – demográfica y económicamente – cada vez más imposible, al igual que el exterminio por la Violencia criminal, el hambre, la deportación o la enfermedad. “La fuerza armada de Francia permitía la conquista de Argelia, pero no la asimilación de los Argelinos: la conquista era tan vana como injusta, porque esta asimilación superaba las fuerzas de Francia.” Sus posiciones internacionales: a pesar del reconocimiento reservado de las NU y las Grandes Potencias, se debilitaban sin cesar en un mundo en pleno movimiento de decolonización.
En tales condiciones, “los partisanos son incapaces de vencer a los ejércitos regulares; pero les hacen costoso el mantenimiento del orden, e imposible la pacificación”. Las reservas de carne de cañón para las guerras imperiales y coloniales se habían cerrado; y aunque “las pérdidas en vidas humanas eran diez o veinte veces más elevadas del lado de los nacionalistas argelinos que del lado francés”: en proporción inversa del coste económico de la “pacificación”, el pingüe chollo colonial se había convertido en un negocio ruinoso. En estas circunstancias, la Cuarta República había dejado paso a la Quinta bajo la amenaza del ejército de África, dispuesto para saltar sobre Paris – como había saltado sobre España en 1936 – y hacer pagar a la metrópoli sus crímenes ultramarinos. La independencia argelina liberó también a Francia; en cambio, la de Cuba y Marruecos no pudo evitar el desembarco del General Franco.
“Los hombres de Estado, si hubieran reflexionado sobre la significación de estas cifras, no habrían tenido dudas sobre el desenlace.” Habrían ahorrado así a los colonizados, e incluso a los colonizadores, muchos años de guerra, ruinas, odio y dolor. Pero “si los hombres de Estado hubieran reflexionado” sobre algo, las guerras del siglo XX y bastantes otras no habrían tenido lugar. El “interés nacional” tiene sus razones propias que la razón desconoce; y si en general los Pueblos no son racionales (raramente son razonables), las castas militares y burocráticas que ejercen el poder real no lo son casi nunca. El imperialismo no es racional ni razonable, excepto en la medida en que la reflexión es compatible para servir al instinto de agresión, y a la afectividad y la pasión Nacional-imperialistas. Las consecuencias las pagan todos, incluidos los Pueblos predadores.
La negación del Pueblo y el Estado sojuzgados, y su reducción a la “unidad nacional” del agresor Estado ocupante, fundaban la ideología oficial de la ilusión al servicio del imperialismo, que era generosamente servida por los representantes de la “izquierda” oficial. Según esa ideología, la “sedición” argelina “no era política ni militar: sus actores eran compatriotas [franceses] al tiempo que criminales, delincuentes, bandidos y terroristas” carentes de todo derecho. La guerra de Argelia era inexistente, “lógicamente” absurda e imposible como esencia y como existencia: sólo cabían operaciones de “policía y pacificación” (con una “policía” de 500.000 agentes, tantos como colonos adultos, el equivalente de un guardaespaldas por cada colono).
“Éste es el dogma mismo de nuestra política: Argelia es Francia.” “Los Departamentos de Argelia son franceses desde hace tiempo.” [Sic] “Argelia es Francia, y no un País extranjero que protegemos.” “Argelia es Francia, y Francia no reconocerá en su casa otra autoridad que la suya.” “Antes que nada, restablecer el Estado de derecho.” “Argelia forma parte de Francia. Y ¿quién de nosotros dudaría en utilizar todos los medios a nuestro alcance para preservar Francia? La única negociación posible es la guerra.” “Francia no puede hacer la guerra a Francia.” “No cabe hablar de negociar con los rebeldes que, por la misma amplitud de sus fechorías, no pueden sino exponerse a los rigores de la represión.” “Que no se espere de nosotros contemplaciones con la sedición, ni ningún compromiso con ella. No se transige cuando se trata de defender la paz interior de la Nación y la integridad de la República.” “Entre Argelia y la metrópoli no hay secesión concebible. Esto debe quedar claro para todo el mundo.” “Por muy penoso que nos resulte (porque se trata de nuestros compatriotas), los que se comprometan en la rebelión deben saber que las consecuencias para ellos serán terribles.” “Todos los que intenten de una u otra manera crear el desorden y tiendan a la secesión serán castigados por todos los medios que la ley pone a nuestra disposición.” “La pacificación está hoy asegurada, no hay nadie que pueda creer en la victoria de los fellagha.” “¿Qué es la República francesa? Es, según nuestra Constitución, el territorio de la metrópoli, son los Departamentos de Argelia, son los Departamentos y Territorios de ultramar.” Argelia “se encuentra en el centro mismo, donde las fuerzas se reúnen”; “debe quedar como el pivote central sobre el que debe ejercerse el poder central de la República”. “Los lazos entre Francia y Argelia son indisolubles.” “El nacionalismo argelino es tan peligroso como el separatismo alsaciano.” Etc.
Y para finalizar, una muestra del discurso de un “socialista”: “Argelia es Francia, [...]. Desde Flandes hasta el Congo, por todas partes la ley se impone, y esta ley es la ley francesa; es la que vosotros votáis porque sólo hay un parlamento y una nación: en los territorios de ultra-mar como en los departamentos de Argelia como en la metrópolis. Tal es nuestra regla; no sólo porque la Constitución nos lo impone sino porque es conforme a nuestras voluntades. [...] La única negociación es la guerra.” (Discurso de François Mitterrand, ministro “socialista” del interior del gobierno de Mendes-France, en la Asamblea nacional francesa, el 12-Noviembre-1954.)
Así hablaban y actuaban los Nacionalistas franceses “de izquierda” antes y durante la no-guerra de pacificación, antes y después de que Nacional-socialistas y Nacional-comunistas franceses votaran los plenos poderes al ejército de ocupación, y hasta la misma víspera de la independencia. Los medios “legales”: desde las ejecuciones oficiales hasta los campos de “reagrupamiento” de la población civil, se acompañaban de medios “ilegales” de todos conocidos. La denuncia hipócrita de la tortura y de otros pretendidos “excesos de la pacificación”: expresada por los Nacionalistas – pretendidos humanistas – franceses, permitía ocultar y salvaguardar el régimen imperialista y colonialista; del cual aquellos excesos no son accesorio sino parte inherente y necesaria.
Sesenta años después, la ideología del imperialismo francés no ha cambiado lo más mínimo: mantienen el mismo delirio Nacionalista, la misma convicción presuntuosa y arrogante de la propia superioridad, el mismo desprecio de los demás (ya sea de su libertad o de sus derechos), el culto de la fuerza bruta como medio decisivo y única respuesta, y el recurso inmediato a la Violencia criminal ilimitada, la guerra de agresión, la represión y el Terrorismo como solución de los problemas que el imperialismo produce y reproduce. Francia tiene siempre el monopolio de la nación, de la política, del derecho, y del Terrorismo “antiterrorista”.
El imperialismo español y francés es producto de una larga historia nacional de conquista y dominación, y de una creencia permanente en la propia superioridad racial, cultural y lingüística. Su Nacionalismo imperialista y “universalismo” convergen hacia una identificación final en un destino inherente, para regir y asimilarse al mundo entero. Si tan ambiciosa y pretenciosa empresa ha sufrido algunas rebajas, ello se ha debido a la incomprensión de los demás, y a la sorprendente y cerril negativa de los autóctonos a incorporarse a la civilización y al progreso que les aportan las razas superiores.
Un distinguido – aunque Nacionalista – historiador francés acusaba a un autor occitano, y al propio monopolio estatal de radio-televisión, no de falsificar la historia de la Cruzada franco-romana “contra los albigenses” sino de divulgar la verdad sobre ella, “a pesar de que con ello estaban perjudicando a la unidad francesa”; la cual, “naturalmente”, se entiende es un valor que debe prevalecer sobre la verdad histórica y sobre los derechos humanos fundamentales. Por su parte, el Ministerio francés del Interior: que tomaba medidas sin defensa ni recurso posibles contra un periodista argelino, no acusaba a éste de mentir sobre la represión anti-argelina sino de decir la verdad, siendo a la sazón extranjero; lo cual, habiendo sido “abandonado” hacía poco el principio nacionalista-fundamentalista de que “Argelia es Francia” (y los Argelinos, Franceses), situaba al periodista en la situación legal de un extranjero que, mediante la verdad, estaba difamando a Francia en Francia. ¡El colmo, sin duda!
Decir la verdad seguía poniendo en peligro la seguridad de la República francesa: “una e indivisible por petición de principio”; y los franceses restantes no tenían mucho más fácil el decirla que los franceses cesantes. En cuanto a los Españoles y sus colonias, el Gobierno imponía la forzosa adhesión a los Principios del Movimiento; y el saludo fascista brazo en alto (obligatorio en todos los lugares y espectáculos públicos), así como la “Formación del Espíritu Nacional” (obligatoria en todos los centros de enseñanza y comunicación), eran condición del derecho a la vida pública y privada.
La “decolonización” fue, en Norte-América y Oceanía, el triunfo de los colonos sobre los indígenas y la metrópoli, “unidos” éstos a veces en contra de aquéllos. En África, la “decolonización” se realizó negando la realidad de los Pueblos, y substituyendo su derecho de autodeterminación o independencia por el derecho a la continuidad y la sucesión de Estados que habían sido artificialmente constituidos por las Potencias colonialistas europeas en función de su criminal designio de explotación y rapiña.
En Meso-Sur América, “Las clases cultivadas de los Imperios Inca o Azteca fueron diezmadas por los invasores venidos de España; y las masas indias, privadas de su cultura tradicional, vegetaron durante siglos sin razón para vivir, tratados como sub-humanos por los vencedores devenidos clase privilegiada de la sociedad colonial”. “Los conquistadores destruyeron civilizaciones que no podían ni querían comprender, sin tener siquiera conciencia de estar cometiendo un crimen.” Era la culminación del Terror absoluto, de la crueldad sin límites, de los espantosos crímenes que han caracterizado siempre la funesta asociación de la Iglesia católica con el Estado español, del fanatismo clerical y el Nacionalismo imperialista español. Junto con las Encomiendas, la esclavitud, la expoliación, los trabajos forzados, la mita, la Inquisición y los Autos de fe, se importaron también las grandes epidemias.
Tras haber provocado veinte millones de muertos, el problema demográfico se “resolvió” con otro genocidio: con Africanos arrancados de sus Países, esclavizados y transportados a América; lo cual consolidó el Imperio español de Indias. “En menos de cien años, los conquistadores venidos de España liquidaron las bellas razas americanas. Nadie podrá imitar un ideal como ése.” Todavía tres siglos después, los últimos Depositarios de la legitimidad inca eran perseguidos a través del mundo y abatidos por los asesinos del ilustrado “rey de España”, y esta especialidad monárquica no se ha perdido después. La última insurrección araucana fue reducida por el ejército chileno en 1882. El Imperio español en Asia y África experimentó dificultades demográficas insuperables salvo en el cercado insular canario, donde “la fusión de los Indígenas – Guanches – y Españoles se realizó rápidamente”.
En Norte-América, la virtualidad estratégica de la Resistencia indígena dependía del contexto de guerra y paz entre las metrópolis europeas y sus colonias, y del de las colonias entre sí (1763-1814). Las guerras y los tratados formales o desiguales neutralizaron la base política de la Resistencia de los Nativos americanos; y las colonias de población de origen europeo, con una administración territorial militar y civil permanente, acabaron con su base social. La última insurrección aborigen: las Guerras Apaches, fue reducida en 1886. Las islas Sandwich conservaron su independencia en el cuadro de la expansión y la rivalidad entre las Potencias coloniales del Pacífico; pero la inmigración multi-racial, las epidemias, los misioneros y el golpe de estado de los colonos en 1893 llevaron a la anexión de las islas Hawai.
El Oriente-Próximo fue repartido mediante infames acuerdos secretos (Sykes-Picot/Balfour), mintiendo deliberadamente a todas las partes, estableciendo fronteras con regla y cartabón (“Desearía trazar una línea desde la e de Acre hasta la k de Kirkuk.” M. Sykes; 1915), y – allí al igual que en África y en todas partes – dejando bolsas de imperialismo interno y opresión para diferentes Pueblos. Todo lo cual ha continuado dando hasta el día de hoy sus trágicas e inevitables consecuencias, en forma de guerras que han causado y están causando centenares de miles de muertos y millones de desplazados; “desastres humanitarios” que eran perfectamente predecibles, cuya responsabilidad esas Potencias ni siquiera contemplan o lo hacen de forma muy atenuada, y que hipócritamente dicen lamentar.
Ochenta y siete años más tarde, en una entrevista de 2002 con “The New Statesman”, el Secretario de Relaciones Exteriores británico Jack Straw observaba: “Muchos de los problemas que debemos afrontar ahora, que yo tengo que afrontar ahora, son consecuencia de nuestro pasado colonial. [...] La Declaración Balfour [1917] y las garantías contradictorias que fueron dadas a los Palestinos en privado al mismo tiempo que se estaban dando a los Israelíes – de nuevo, [es] una historia interesante para nosotros, pero no enteramente honorable”. Y desde el momento en que se daban esas “interesantes” opiniones hasta el día de hoy, las cosas no han hecho sino empeorar de forma exponencial.
“Si la autodeterminación de las nacionalidades ha de ser el principio [a seguir, en ese caso] la injerencia de Francia en la selección de asesores por el Gobierno árabe, y la sugerencia de Francia sobre los Emires que han de ser seleccionados por los Árabes en Mosul, Alepo y Damasco, deberían verse como totalmente incompatibles con nuestras ideas de liberar la nación árabe y de establecer un Estado árabe libre e independiente. El Gobierno británico, al autorizar las cartas que envió al rey Hussein [Sharif de La Meca] antes del estallido de la rebelión de Sir Henry McMahon, parecería plantear una duda, en cuanto a si nuestras promesas al rey Hussein como cabeza de la nación árabe son consistentes con las intenciones francesas de hacer otro Túnez no sólo de Siria sino también de la Alta Mesopotamia.” Etc. (William Ormsby Gore, 1917.)
Respecto a Palestina, la deliberada y silenciosa infiltración sistemática de población hebrea en esa zona había sido diseñada por el padre del moderno Sionismo político, Theodor Herzl a finales del siglo XIX. En una carta dirigida a Yusuf Al-Khalidi, alcalde de Jerusalén bajo administración otomana, fechada a 19-Marzo-1899, Herzl le hace ver las ventajas que la inmigración judía tendría tanto para el Imperio Otomano como para la población no-hebrea; y respecto a sus preocupaciones sobre la población mayoritaria no-hebrea de Palestina, Herzl lo tranquiliza diciendo ladinamente: “[...] Los judíos no tienen ningún poder beligerante detrás de ellos, ni ellos mismos son de naturaleza belicosa. Son un elemento completamente pacífico, y están muy contentos si se les deja en paz. Por lo tanto, no hay absolutamente nada que temer de su inmigración. [...] Ve usted, Excelencia, otra dificultad, en la existencia de la población no judía en Palestina. Pero ¿aquién se le ocurriría expulsarlos?”; y concluye ambiguamente su carta diciendo que “si él (el sultán otomano) no lo acepta, buscaremos y, créame, encontraremos en otro lugar lo que necesitamos”. Según señala Rashid Khalidi, este sentimiento fue escrito 4 años después de que Herzl le confiara a su diario con estas palabras la idea de alejar a la población árabe para dar paso a los hebreos:
“Debemos expropiar suavemente la propiedad privada de las fincas que nos han sido asignadas. Trataremos de llevar a la población sin dinero al otro lado de la frontera, procurándole empleo en los países de tránsito mientras le negamos empleo en nuestro propio país. Los dueños de las propiedades acabarán viniendo a nuestro lado. Tanto el proceso de expropiación como el de expulsión de los pobres deben llevarse a cabo con discreción y circunspección.” (Rashid Khalidi; ‘The Hundred Years’ War on Palestine: A History of Settler Colonialism and Resistance, 1917–2017’, 2020.)
Esto fue visto y descrito en tiempo real de esta forma: “Durante los últimos treinta años, inmigrantes extranjeros han sido impuestos sobre nosotros. Ahora bien, estos inmigrantes, aunque son todavía una minoría, quieren tener un Estado judío en nuestro País, en el cual nosotros seríamos la minoría.” (Jamal al-Husayni, Vice-presidente del Ato Comité Árabe y jefe de la Delegación Palestina en la Conferencia de Londres; de su discurso pronunciado allí en Enero-1947.) Es exactamente lo que una desgraciada resolución de las Naciones Unidas acabó permitiendo:
“La propuesta mayoritaria [de la ONU] es tan manifiestamente injusta para los Árabes que es difícil ver cómo – en palabras de Sir Alexander Cadogan – ‘podríamos reconciliarla con nuestra conciencia’.” (Comentario de Ernest Bevin, Ministro de Asuntos Exteriores británico, sobre el Plan de las Naciones Unidas para la partición de Palestina en dos Estados, aprobado por la Resolución 181 [II] el 29 de Noviembre de 1947 por 33 votos a favor, 13 en contra, y 10 abstenciones entre ellas el Reino Unido, que pretendía así no mancharse las manos en aquel desastre después de haber causado todo a partir de la Declaración Balfour en 1917.) Por primera vez tras la Guerra, los Estados Unidos y la Unión Soviética votaban al unísono en la Asamblea General en favor de la partición de Palestina.
De este modo, un inicial residuo “judío” del 0.3% de la población de Palestina durante el Imperio Otomano se convirtió – en aquel contexto internacional tras la Segunda Guerra Mundial, favorable al éxodo Hebrero hacia Palestina, a su terrorismo de guerra y posteriormente de Estado de ideología sionista, y a la implantación de sus colonias de población trasplantadas desde el extranjero que excluyeron y expulsaron a los autóctonos Semitas de Palestina – en una “mayoría” local o relativa que detenta actualmente todo el poder totalitario. Un criminal poder racista y anti-semita que, en consonancia con la actual corrupción semántica, moral e ideológica implementada bajo el amparo de la Potencia hegemónica, llaman a todas horas y con toda desvergüenza “un Estado legítimo y democrático”. (Remitimos al lector al anterior capítulo 4 – ‘Moral e ideología dominantes: instrumentos del poder dominante’.)
En violación de todos los derechos humanos fundamentales y por tanto de toda auténtica Democracia, ese poder Sionista: que contando con la venalidad o la estupìdez de “intelectuales” y propagandistas occidentales ha confiscado en su propio y exclusivo beneficio el término/concepto de ‘anti-semitismo’ para toda crítica que se dirige contra el sionismo, consiste en mantener el arrinconamiento, la asfixia y el genocidio de los Semitas autóctonos palestinos en la Franja de Gaza, tras haberlos expulsado de sus tierras y sus casas; y en imponer la exclusión de ellos en Cisjordania mediante un régimen racista de apartheid y super-bantustanización de su territorio. (Por contraposición a los innumerables “asentamientos” ilegales impuestos por el régimen sionista en Cisjordania, en Sudáfrica y África del Sudoeste – actual Namibia – “sólo” operaron veinte bantustanes.)
“Nuestro pueblo nunca olvidará la ayuda de la Unión Soviética, ni su leal apoyo a Israel, en su lucha por la independencia en su cuna histórica.” (De la carta de David Ben-Gurión, Primer Ministro de Israel, a Stalin, agradeciéndole el apoyo de la URSS y sus satélites a Israel en la ONU, y su rechazo – incluso mediante el veto – de la Resolución 194, en Diciembre-1948, que reconocía el derecho que tienen los 750,000 palestinos expulsados de sus hogares y ciudades, así como sus descendientes y herederos, de retornar a ellos. Los Estados Unidos y el Reino Unido votaron a favor de esa resolución.)
No hay privilegios especiales para pretendidos “pueblos elegidos”, y todos los Pueblos del Mundo han de ser tratados por igual. Por tanto, deben ser reconocidos y apoyados como perseguidos, cuando son perseguidos; y denunciados y combatidos como criminales agresores y opresores cuando son agresores; como lo es actualmente el ente Sionista, perpetrador de crímenes de guerra, crímenes contra la paz y la seguridad de Pueblos y sus legítimos Estados, y crímenes contra la Humanidad.
La consolidación – incluso temporal – de la dominación imperialista implica medios que no todo imperialismo puede o quiere utilizar. “La ejecución de los jefes nacionalistas, en el momento oportuno, habría no detenido pero sí retardado sensiblemente los Movimientos de Liberación Nacional a través del mundo.” “El fusilamiento de los responsables es un modo eficaz de retardar la marcha a la libertad.”
La reticencia británica al empleo ilimitado de la Violencia criminal en el Imperio de la India aceleró su marcha ineluctable a la independencia. Con ello la libertad salió ganando, y el Reino Unido también. La capacidad demográfica, económica, política y cultural de la pequeña Gran Isla para conservar su asombroso dominio colonial había llegado a su límite natural. También lo había hecho el Segundo Imperio colonial francés en Asia y África; pero la obtusa creencia de la nación francesa en su superioridad racial, lingüística y cultural, y en su misión de – y capacidad para – dominar, asimilar y civilizar el mundo entero, no permitía la misma solución. El Nacionalismo francés ha tenido siempre los ojos, las uñas y los dientes mayores que el estómago.
La pasión nacionalista y el racismo imperialista ciegan a sus propios agentes. Resultado de siglos de despotismo, la idolatría totalitaria del Estado inamovible y todopoderoso: principio y fin de toda moral, de toda política y de todo derecho, condena y bloquea todo progreso, y pone a opresores y oprimidos a remolque o a espaldas de la historia. La cerril obstinación de Franceses y Españoles en conservar, mediante la Violencia criminal y el Terrorismo a ultranza, los Imperios que la Violencia criminal y el Terrorismo a ultranza les permitieron establecer, ha tenido consecuencias que sólo el fanatismo nacionalista permite ignorar. Ni ellos ni nadie perderá el tiempo en lamentarlo o en la implementación de vanas alternativas. Cada uno hace lo que puede, y en el caso que nos ocupa, los imperialistas y los colonialistas españoles y franceses hacen lo único que saben hacer.
Toda la historia pasada y presente de España y de Francia se funda en el esfuerzo constante por excluir de la comunidad humana a los Pueblos conquistados, e incluso a las minorías residuales dominadas. Vascos, Judíos y Moriscos, Guanches, Indios americanos, Aborígenes negros africanos, Tagalos, Árabes, Bereberes o Vietnamitas, saben demasiado de la política imperialista y racista de guerra de agresión, discriminación, apartheid y limpieza étnica. Incontables ejemplos históricos remotos o recientes, continentales o ultramarinos, han demostrado sin lugar a dudas que los imperialismos español y francés son radicalmente incapaces de admitir y reconocer la realidad, es decir: la existencia y los derechos de independencia de los Pueblos que han ocupado, anexionado y colonizado, mientras no hayan agotado hasta el último extremo todos los recursos de Violencia criminal y Terrorismo de que disponen, e incluso mucho después.
No cabe duda alguna de que el Fascismo, forma suprema y necesaria del imperialismo, seguirá utilizando sin restricción también aquí todos los medios de represión a su alcance para cerrar el paso a las fuerzas democráticas, y terminar de una vez y de manera definitiva con el Pueblo Vasco y con su Estado ocupado, el Reino de Nabarra.
(De ‘Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo’.)
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