Etología y violencia animal (1)


Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo



1 – Etología y violencia animal


Iñaki Aginaga y Felipe Campo


Desde que el mundo es mundo, antes y después de la aparición del animal humano, la violencia es el medio más directo, inmediato, natural, normal, preferente, espontáneo y universal de producción y solución de los conflictos sociales. Los conflictos sociales se constituyen, desarrollan, resuelven, limitan o neutralizan si ello es posible por medio de la violencia actual o virtual. “Animal o humana, la combatividad tiene una raíz propiamente biológica.”

Pero la oposición entre animal y humano no parece plausible. Si se niega la animalidad de los humanos, toda consideración, explicación o comprensión de ellos es imposible. La animalidad no es solamente el pasado del humano sino también su presente y su futuro. Los virtuosos celadores de los animales humanos creen ver en tales proposiciones un insulto a los más altos valores del ser humano; y aferrarse a este error es para muchos humanos una verdadera necesidad.

“Hay personas que ven en esta cuestión un insulto a la dignidad humana. Demasiado voluntariosamente, el humano se ve como el centro del universo, como algo no perteneciente al resto de la naturaleza sino puesto en oposición a ella como si fuera un ser de esencia diferente y superior. Muchas personas se aferran a este error y permanecen sordas al mandato más prudente dado jamás por un sabio, el famoso ‘Conócete a ti mismo’ inscrito en el templo de Delfos.”

Ello “está estrechamente ligado a una muy peligrosa cualidad humana, de la cual el proverbio dice que precede a la caída: el orgullo.” “El orgullo es uno de los principales obstáculos que nos impiden vernos como realmente somos; y la falsa idea que uno se hace de sí mismo es el fiel servidor del orgullo.” “La razón y la moral responsable, que no han entrado en el mundo sino con el humano, pueden muy bien darle el poder de dominarlo; con tal de que, en su ciego orgullo, no niegue su herencia animal.” (Konrad Lorenz; On aggression’, 1966.)

“Nuestros antepasados los galos” es un leitmotiv ideológico – al servicio de la imposición del Nacional-imperialismo francés en sus colonias – que bastantes humanos: blancos y negros que nada tenían que ver con tal ascendencia, han aceptado sin demasiada dificultad en nuestro País y en otros. “Nuestros antepasados los monos” es una proposición que ha ocasionado resistencias mayores. La idea de que el humano sigue siendo un animal y comportándose como tal parece ser todavía más difícil de aceptar. Y ello a pesar de que “la certidumbre de la teoría de la evolución filogenética es mil veces mayor que la certidumbre que tenemos de nuestro pasado histórico entero”. Entre onto-, orto-, endo- y exo-génesis, la filo-génesis es el ideológicamente peor considerado de todos los procesos genético-evolutivos.

“Es una opinión muy extendida, compartida por algunos filósofos contemporáneos, la de que todos los patrones del comportamiento humano que sirven el bienestar de la comunidad, por oposición al del individuo, están dictados por un pensamiento racional específicamente humano. No solamente esta opinión es errónea sino que lo contrario es verdad.”

La especie humana es la más conflictiva, la más incurablemente agresiva y destructiva que evolución, mutación y selección zoológicas han originado sobre el planeta Tierra; es la especie más destructora de la ecología, el reino vegetal y el reino animal, de las demás especies zoológicas y de sí misma que nunca ha existido. Además de atacar sistemáticamente el mundo vegetal y el equilibrio geológico del planeta, su acción no amansa a las fieras sino que rompe los equilibrios extraspecíficos y destruye las inhibiciones intraspecíficas de la agresividad funcional. El humano es un animal débil y desarmado cuyo instinto de agresión ha sido potenciado, no limitado, por el desarrollo cultural. La interacción del miedo y la agresividad ha hecho del humano el más conflictivo y peligroso animal de presa. El humano es el peor enemigo del humano. Su naturaleza determina relaciones de exorbitante conflictividad y excepcional agresividad intraspecíficas, es decir: orientadas hacia el interior de y contra la propia especie humana.

Los grupos humanos se relacionan y reaccionan ante los demás por la agresión; tratan de destruir, dominar, robar, esclavizar, explotar, matar, comerse, asimilarse e imponerse a los otros por todos los medios a su alcance. Las sociedades humanas han sido siempre conflictivas, en forma y grado que las demás sociedades animales no han conocido nunca. Sus condiciones de relación, extensión, evolución e involución; su dinámica, producción y comunicación, lo hacen inevitable. El conflicto inmanente y permanente se resuelve por el choque entre poderes: los fuertes se comen, someten, explotan o destruyen a los débiles; los ricos a los pobres; y los listos a los tontos, según las leyes universales de la selección natural. La lucha por la supervivencia sanciona la victoria del más fuerte y establece la selección natural en la que sobreviven los “mejores”; en todo caso, “los mejores” para sobrevivir.

“La lucha y la guerra de todos contra todos”, entre los animales no-humanos, es una falsa proyección antropomorfista. “El profano, inducido a error por el sensacionalismo en la prensa y el cine, imagina que la relación entre las diversas ‘bestias salvajes de la jungla’ es una lucha sedienta de sangre de todos contra todos. En una película ampliamente difundida, se ha visto a un tigre de Bengala combatiendo con una serpiente pitón; e inmediatamente después, a la pitón con un cocodrilo. Con la conciencia tranquila puedo afirmar que tales cosas no ocurren jamás en condiciones naturales. ¿Qué ventaja obtendría uno de estos animales en destruir al otro? Ninguno de ellos interfiere en los procesos vitales del otro.”

“La función de supervivencia que tienen las luchas inter-especies es mucho más evidente que la de los combates intra-especies. [...] Esta clase de ‘lucha’ entre el que come y el que es comido nunca va tan lejos que el predador cause la extinción de la presa: se establece siempre un estado de equilibrioentre ellos, soportable por ambas especies. [...] Lo que directamente amenaza la existencia de una especie animal nunca es el ‘enemigo que se la come’ sino el competidor.” En general y en su inmensa mayoría, los animales no tienen necesidad, ni motivo, ni encuentran satisfacción que los lleve a matarse unos a otros. Ni Tarzán, ni King Kong, ni el Lobo feroz, Caperucita Roja y los Tres Cerditos son referencias científicas de comportamiento zoológico.

En la esfera zoológica, la norma “amaos los unos a los otros” es mucho más tardía y suscita adhesión mucho más mitigada y aplicación más reducida que la norma fundamental “comeos los unos a los otros”. “Los seres vivos se comen unos a otros: los animales a las plantas, los peces grandes a los pequeños, y los lobos a los corderos.” Todos estos combates, “en los cuales animales de diferentes especies luchan entre sí, tienen una cosa en común: cada uno de los antagonistas adquiere una obvia ventaja mediante su comportamiento o, al menos, ‘debería’ adquirirla en interés de la conservación de su especie. Pero la agresión intraspecífica: agresión en el sentido propio y estrecho de la palabra, cumple también una función preservadora de la especie.”

Nada permite creer que haya Pueblos sociables e insociables, pacíficos y agresivos “de por sí”. No hay ejemplo histórico ni prehistórico de Pueblo que, pudiendo evitarlo, haya aceptado de buen grado la proximidad y el libre desenvolvimiento de otros; no obstante, hay Pueblos especialistas y superdotados para quienes sumisión, opresión, liquidación y substitución de los demás es una empresa permanente, prioritaria e irrenunciable, hasta llegar a comprometer con ella sus propios bienestar, libertad y existencia. Nunca ha habido otra paz que la paz del derecho, impuesta por la violencia; ya esté ésta aplicada bien sea en defensa de los derechos humanos fundamentales, en cuyo caso se trata de paz, derecho y violencia legítimos; o en violación de esos derechos, en cuyo caso son criminales e ilegítimos. Las leyes “universales” del mercado rigen sólo donde y en la medida en que las leyes de la fuerza – bruta o civilizada – no pueden hacerlo.

“Por todo ello se hace evidente que durante el tiempo en que los humanos viven sin un Poder común que los mantenga a todos en el temor, ellos se hallan en la condición o estado que se conoce como Guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos. [...]. Puesto que, mientras uno mantenga su derecho de hacer cuanto le agrade, los hombres se encuentran en situación de guerra” (T. Hobbes; Leviathan’, 1651.)


Ni la limitación por los instintos, ni la aparición de la razón, ni el invento de la moral, ni la civilización y el progreso cultural y técnico les han permitido a los humanos llegar más lejos sino todo lo contrario. Es la humanización, no la deshumanización, lo que lleva a la ruina de la Humanidad y del planeta por su mismo desarrollo natural, según la propia lógica interna del sistema creado por los humanos.

Por su parte, la clase política e ideológica real que rige los destinos del mundo no tiene nada que hacer con el humanismo beato que su propaganda propone a los demáscomo remedio a los males del mundo. En realidad es vulgar, grosera, ignorante, engreída, fatua, obtusa, corrompida, agresiva, y dependiente y adicta de la fuerza bruta y el terrorismo como solución de todos los problemas.

Los humanos y sus dirigentes: egoístas y agresivos, ciegos o estúpidos, prosiguen obstinadamente su marcha al abismo. La Humanidad tiene en sí misma la llave de su destrucción; no corre hacia un inevitable final feliz de la historia sino hacia la catástrofe. “Nos guste o no, así son las cosas.” Y así seguirán siendo en todo avenir previsible; a menos que la especie humana pueda evitar destruirse a sí misma, destruyendo de paso el planeta y llevándose por delante a todos sus habitantes.

“Desde que conozco a los humanos, amo a los animales.” “Me he consagrado a lo que hay de más miserable sobre el planeta Tierra: el animal. Porque el animal es todavía más miserable que el más miserable de todos los seres humanos. Porque este último no acaba en el matadero!” (?)

“Hay todavía peores consecuencias de la selección intraspecífica, y por razones obvias el hombre [sic] está particularmente expuesto a ellas. Como ninguna otra criatura antes que él, se ha hecho dueño de todos los poderes hostiles de su entorno, ha exterminado al oso y al lobo; y ahora, como dice el proverbio latino, Homo homini lupus.” De este modo se ha transformado en su propio enemigo.

Ahora bien, “Todas las inferencias de datos animales al reino humano son inciertas.” El viejo proverbio: “el hombre, lobo para el hombre”, equivoca los conceptos y es injurioso para el carnívoro de cuatro patas. En realidad “el lobo es el mejor y el más fiel de los amigos.” La sentencia inversa: “el lobo, humano para el lobo” sería un despropósito, dado que la proverbial agresividad del lobo es extraspecífica, mientras que la del humano es sobre todo intraspecífica. “Hay animales que ignoran completamente la agresión intraspecífica y que viven toda su vida en bandas compactas.” “Los animales superiores no se matan entre ellos en el interior de la especie, no organizan sus luchas. Ocurre a veces que los lobos luchen entre ellos, pero una inhibición instintiva previene el fratricidio: se ahorra la vida del animal vencido que ofrece su garganta al vencedor.”“No es menos cierto que los animales de las especies que el humano juzga las más feroces (porque en razón de sus ‘armas’ son las más peligrosas para él) no se matan apenas entre ellos, y que están a salvo de la autodestrucción por el instinto de ahorrar la vida del vencido.” “Los lobos y los leones – no más que los corderos o los castores – no se hacen la guerra entre ellos.” Sin embargo, “Tales inhibiciones no existen en todas las especies, en especial en las especies consideradas como pacíficas.”

“Sólo los animales llamados sociales se hacen la guerra.” Si se considera las “criaturas políticas”, “que viven en forma sociable una con otra”, es sabido que “la lucha colectiva de una comunidad contra otra” es cosa banal en “las grandes comunidades de insectos sociales, que cuentan a veces millones de individuos”.

“No obstante, existen también entre los mamíferos, más particularmente entre los roedores, super-familias que se comportan de una manera análoga.” “Voy a intentar mostrar cómo el mal funcionamiento de esta forma social de agresión intraspecífica constituye un ‘mal’ en el verdadero sentido de la palabra, y cómo este género de orden social que ahora va a ser tratado nos proporciona un modelo apto para hacer visibles ciertos peligros que nos amenazan a nosotros mismos. En lo que concierne a su comportamiento hacia los miembros de su propia sociedad, los animales que van a ser aquí descritos son parangones de virtudes sociales; sin embargo se transforman en verdaderas furias en cuanto entran en contacto con miembros de cualquier otra sociedad de su propia especie.”

“En los vertebrados superiores, las bandas o las hordas dan muestras frecuentemente de agresividad hacia los individuos exteriores. Así el lobo hace la diferencia entre los miembros de su banda y los otros. Más raramente se manifiesta la agresividad en el interior de las bandas u hordas.” “Los animales que viven en grupo tienen en general un territorio de recorrido o de caza, y consideran como un enemigo a todo miembro de otra horda que se aventura dentro del suyo.” “Pero es entre sub-variedades de una especie análoga donde la heterofobia es la más feroz, y tiende a la eliminación de la una por la otra.” “En la especie humana, señaladamente, las manifestaciones de agresividad son inseparables de la vida colectiva.” “El humano es naturalmente peligroso para el humano.” “Las ‘armas’ de los humanos son mucho más temibles que los colmillos o las garras de los lobos o los leones; los vencedores no han ahorrado siempre la vida del vencido.” “Es el interés económico, más que el instinto, el que previene su muerte.”

La cultura y la socialidad humanas no han reducido la agresividad animal del humano sino que la han aumentado y reforzado. “El ratón que ha recibido una paliza se somete al más fuerte, y la jerarquía de dominación es estable. Pero el humano es capaz de preferir la rebelión a la humillación; y su verdad, a la vida. La jerarquía del amo y el esclavo no será jamás estable.” “La sociedad natural es lo contrario de la democracia.” “La sociedad natural es guerrera; y las verdaderas guerras, las guerras decisivas fueron guerras de aniquilación.” “El instinto guerrero es tan fuerte que es el primero que aparece cuando se rasca la civilización para reencontrar la naturaleza.” En realidad no hace falta rascar mucho ni reencontrar gran cosa.

Aun cuando el exterminio y el genocidio no son de esencia en toda guerra, son no obstante su desarrollo lógico, el cual convierte la guerra “relativa y parcial” en guerra “absoluta y total”. El monopolio de la Violencia criminal y las armas de destrucción masiva, en manos de las “grandes” Potencias imperialistas, convierten la guerra en absoluta y total; y la aniquilación del “enemigo”, en algo no menos sino más deseable y necesario, como se ha demostrado en la práctica con la utilización de armas atómicas. Sin embargo, a pesar de tener todo esto a la vista, lo que por desgracia cuenta en tales situaciones es lo que los humanos creenque es lo más grave o lo que más hiere su imaginación (por distorsionadamente que todo ello se produzca), gracias a la deliberada acción de los monopolios de condicionamiento ideológico-psicológico de masas.

“Si bien la humanidad ha sobrevivido, como después de todo ha ocurrido, no ha logrado nunca garantizarse contra el peligro de autodestrucción. [...] Con la humanidad en su actual situación cultural y tecnológica, tenemos buenas razones para considerar la agresión intraspecífica como el más grave de todos los peligros.” (K. Lorenz; ‘On aggression.)

No es seguro que sea “el más grave”, pero es el más visible y previsible. En todo caso es, por sí solo, un peligro ampliamente suficiente como para causar los más catastróficos desastres a la Humanidad o acabar con ella; o, más a lo grande todavía, con el planeta entero.

En relación con los peligros aún más graves, los derivados de cataclismos geológicos y astronómicos son en gran medida imprevisibles e incontrolables, y el conocimiento que tenemos de todos ellos es más que reducido. En cuanto a los derivados de otros animales, entre el último dinosaurio y el primer humano hubo un intervalo de seguridad de sesenta y cuatro millones de años; y “los grandes carnívoros” contemporáneos no han sido nunca el mayor peligro extraspecífico para los humanos. Por el contrario, insectos y micro-organismos han causado siempre desastres incomparablemente mayores, sobre todo desde que “las incipientes comunidades de pastores y agricultores se vieron obligadas a eliminar vegetales y animales que pugnaban por el mismo espacio vital ocupado por las especies que estaban siendo domesticadas”. (J.A. Urbeltz.) “La necesidad de preservarlas alteró el equilibrio ecológico y redujo notablemente la cadena alimentaria.”

Por otra parte, la relación interactiva que existe entre los peligros “particulares” los hace más graves todavía. Desastres ecológicos, deforestación, polución atmosférica, sobrepoblación, ciclos maltusianos, hambre, frío, plagas, pandemias, guerras y persecuciones están siempre estrechamente unidos. Los Jinetes del Apocalipsis siguen cabalgando juntos: uno para todos y todos para uno.

“Entre los primates, la especie humana se sitúa sobre la parte superior de la escala de agresividad.” “Llevando en sus corazones el instinto de agresión heredado de sus antepasados antropoides y que su razón no puede controlar”, y víctimas de los desequilibrios que su propio desarrollo cultural ha determinado, los humanos han anulado los límites que los vertebrados superiores han puesto a la agresión y el exterminio intraspecíficos, y se matan entre ellos sin tan fastidiosas y frustrantes restricciones. En contra de lo que pretende la apologética “humanista”, la violencia no es un resto de animalidad en los humanos, o un resto de barbarie en las gentes civilizadas. Son la humanización, la civilización y la cultura las que han elevado la violencia, la agresividad y la crueldad a niveles hasta entonces desconocidos.

“Abandonado el canibalismo, que situaba a los humanos a la altura de los grandes depredadores como leones y lobos, su formidable habilidad para la caza consiguió llevarlos al pináculo de la cadena alimentaria, eliminando el riesgo de ser comidos sistemáticamente por otros depredadores más potentes”. (J.A. Urbeltz.) Pero no es lo mismo ‘canibalismo’ que ‘antropofagia’; por lo que, en realidad, el canibalismo no ha situado nunca a los humanos “a la altura” de los lobos y los leones sino muy por debajo de ellos, ya que éstos en general no son caníbales aunque sean antropófagos, mientras que los humanos sí lo son:

“No obstante, el canibalismo es extremadamente raro entre los vertebrados de sangre caliente y casi desconocido en los mamíferos, probablemente por la sencilla razón de que sus congéneres ‘no tienen buen sabor’; un hecho observado por los científicos de investigación polar cuando intentaron suministrar la carne de los perros muertos o sacrificados de emergencia a los supervivientes de la traílla.” (K. Lorenz; Ibid.)

Así como la guerra sitúa al humano a la altura de los llamados “insectos sociales”, el canibalismo lo sitúa a la altura de los insectos carnívoros. “Los antropólogos interesados en los hábitos de los australopitecos han subrayado repetidamente que estos cazadores progenitores del humano han legado a la humanidad esta peligrosa herencia de lo que ellos denominan ‘mentalidad de carnívoro’.”

Ahora bien, una vez más, “Esta afirmación confunde los conceptos de carnívoro y caníbal, que – en gran medida – son mutuamente excluyentes. ¡Uno solamente puede deplorar el hecho de que el humano definitivamente no haya adquirido una mentalidad de carnívoro! Toda su desgracia viene de que el humano es básicamente una criatura inofensiva y omnívora, carente de armas naturales con las que matar grandes presas, y, por consiguiente, desprovista también de los mecanismos de seguridad incorporados que impiden a los carnívoros ‘profesionales’ abusar de su poder de matar para destruir a los camaradas de su misma especie. [...], todos los carnívoros fuertemente armados poseen inhibiciones suficientemente seguras que impiden la auto-destrucción de la especie.” (K. Lorenz; Ibid.)

A diferencia de los “grandes depredadores”: potencialmente antropófagos pero no caníbales, los humanos son caníbales y por tanto antropófagos. No a consecuencia del subdesarrollo cultural ni a pesar del desarrollo cultural sino precisamente a causadel progreso cultural. El canibalismo antropófago del humano, así como la guerra, es un resultado del conocimiento, el pensamiento conceptual y el lenguaje. La superioridad cultural del humano le ha permitido desarrollar los instintos, la voluntad, la afición y los instrumentos más potentes y refinados que nunca existieron para oprimir, matar y torturar a los demás humanos.

La guerra alimentó la esclavitud, que a su vez humanizó la guerra. “Hasta entonces no se sabía qué hacer con los prisioneros de guerra, por tanto simplemente se los mataba; en una fecha todavía más lejana se los comía.” Más tarde “se les dejó la vida y se utilizó su trabajo”. “Se había inventado la esclavitud.” “Incluso para los esclavos aquello fue un progreso: los prisioneros de guerra, entre los cuales se reclutaba la masa de los esclavos, conservaban ahora al menos la vida, mientras que antes se los exterminaba en masa y sin defensa, y antes todavía pasaban al asador.”

En cuanto el humano produjo las armas artificiales, las usó para matar, robar y esclavizar a sus semejantes; y en cuanto logró el dominio del fuego y desarrolló el arte culinario, se sirvió de ellos para asar y comerse a su prójimo. El mal gusto o el mal olor de la carne de sus congéneres quitan el apetito al más voraz de los demás animales, pero no al genial inventor del arte culinario. Allí donde la arqueología descubre rastros de fuego domesticado, aparecen también los restos humanos cocinados producto de “la cultura, la civilización y el progreso” de la especie humana.

“La crítica última de su vertiente física [o sea: del hecho de haber sido quemada en la hoguera] está implícita en la negativa de isleños de las Marquesas a ser persuadidos de que los ingleses no se comieron a Joan. ¿Por qué, preguntan, se tomaría alguien la molestia de asar un ser humano excepto con ese objeto? No podían concebir que ello fuera un placer.” (G. B. Shaw; ‘Saint Joan’, Preface, 1924.)

“Es sobre todo más que probable que esta destructiva intensidad del impulso de agresión: todavía una malsana herencia de la humanidad, provenga de un proceso de selección intra-especie que actuó sobre nuestros antepasados durante unos cuarenta mil años, a través de la temprana Edad de Piedra. Cuando el humano hubo alcanzado el estadio de tener armas, vestidos y organización social, superando así los peligros de morir de hambre, congelarse y ser devorado por los animales salvajes, y estos peligros dejaron de ser los factores esenciales que influían en la selección, debió establecerse una selección intra-especie perversa. El factor que influenció en ese momento la selección fue el de las guerras entre tribus vecinas hostiles. Estas guerras deben haber desarrollado una forma extrema de todas las llamadas ‘virtudes guerreras’ que desgraciadamente mucha gente todavía considera como un ideal envidiable.” “La invención de las armas artificiales alteró el equilibrio entre el potencial de matar y las inhibiciones sociales.” “La rápida transformación de la ecología y la socialidad humanas desequilibra los mecanismos de comportamiento filogenéticamente adaptados.”

Entre los diversos animales en su medio natural opera la garantía de la “distancia mínima o crítica”, social o territorialmente establecida, esto es: el umbral cuyo franqueo “ilegal” desencadena la “reacción crítica”, la agresión o la defensa, y decide entre la huida y el ataque desesperado. “Hay una sola pulsión de la que puede decirse de forma general que suprime todas las otras: la pulsión de fuga; pero incluso ésta encuentra a veces su dominante.” “A partir del más minúsculo roedor, casi todos los animales más o menos capaces de defenderse luchan furiosamente cuando la fuga no es ya posible”; a menos que el terror y el pánico los paralicen por completo, restándoles toda capacidad defensiva y ofensiva.

“La expresión ‘luchando como una rata acorralada’ha llegado a ser simbólica de una lucha desesperada en la que el combatiente pone todo en juego, porque no puede escapar ni esperar merced alguna. Esta forma de comportamiento combativo, la más violenta de todas, está motivadapor el miedo, por los más intensos deseos de fuga cuya salida natural está impedida por el hecho de que el peligro está demasiado cerca; de este modo el animal, no se atreviéndose a volver su espalda a él, lo ataca con el legendario valor de la desesperación.”La famosa “ferocidad” de que dan muestras los grandes carnívoros o herbívoros cuando se enfrentan a sus coterráneos humanos proviene en general del mismo condicionamiento.

Tal vez sirva de alivio, para los delicados devotos de la pretendida no-violencia intraspecífica y el aislacionismo extraspecífico de los humanos (valores que ellos les atribuyen, tras declararlos supuestamente “superiores y ajenos” a los primates), el saber que, a pesar de su parecido y parentesco más próximo, no son los monos los que presentan una conducta social más parecida a la de los humanos. “La organización social de los humanos se parece mucho a la de las ratas, que también son, en el interior de la tribu cerrada, seres sociales y pacíficos pero que se comportan como verdaderos demonios hacia sus congéneres que no pertenecen a la misma comunidad.” “La rata utiliza, en principio, los mismos medios de combate que el humano, transmitiendo los resultados de sus experiencias por tradición y propagándolos en el seno de una sociedad muy unida.” “Nunca hay luchas serias dentro de la gran familia aun cuando ésta comprende docenas de animales. [...] En el interior de la banda no hay verdaderos combates.” Entre ellos, la distancia crítica es innecesaria: “Animales de contacto [...], a las ratas les gusta tocarse mutuamente.” “Entre las ratas, la procreación se detiene automáticamente cuando se alcanza un cierto grado de sobre-población, mientras que el humano no ha encontrado todavía un sistema eficaz para impedir lo que se llaman explosiones demográficas.” Éste ha inventado en cambio las armas artificiales, que le dan el dominio o el exterminio de los otros grandes predadores, y las armas de destrucción masiva, que le permiten paliar periódicamente el problema demográfico y algunos otros, abriendo ilimitadas perspectivas de destrucción y auto-destrucción.

La agresividad extraspecífica en humanos y ratas es muy inferior a la intraspecífica de unos y otras. La rata – animal sociable, pacífico, afectuoso, respetuoso del prójimo, protector y paciente con los débiles y los indefensos, atento y considerado con el sexo opuesto – da muestras de una agresividad, una ferocidad y una crueldad ilimitadas con sus congéneres de otra comunidad que tienen la terrible desgracia de equivocarse de tribu y territorio. El furor colectivo es tal, que la psicosis agresiva se desborda incluso en el interior de la propia super-familia; y el estado de excepción inherente a la caza de otras ratas suspende en parte las pacíficas inhibiciones intra-comunitarias.

La suerte de una rata extraña a la tribu es, en efecto, terrorífica: “Con sus ojos saltando de sus cuencas, y sus pelos de punta, las ratas ponen en marcha la cacería de la rata. Están tan irritadas que si dos de ellas se encuentran se muerden una a la otra. ‘Luchan así de tres a cinco segundos,’ informa Steiniger, ‘a continuación con sus cuellos estirados se huelen unas a otras meticulosamente y parten en paz. El día de la persecución de la rata extraña, todos los miembros del clan están irritables y recelosos.’ [...] en este caso no esperamos al cruel final sino que pusimos al animal del experimento en una caja protectora [...]. Sin tal interferencia sentimental, el destino de la rata extraña habría quedado sellado. Lo mejor que puede pasarle [...] es morir por efecto del miedo. De otro modo sus congéneres la desgarran lentamente. Sólo raramente puede uno ver un animal en tal desesperación y miedo pánico, tan consciente de la certidumbre de una muerte espantosa, como una rata que está a punto de ser matada por ratas. Simplemente deja de defenderse. Uno no puede menos que comparar este comportamiento con lo que sucede cuando una rata se enfrenta con un gran predador que la ha acorralado donde no tiene más escapatoria que la que ella tiene respecto de las ratas del clan ajeno. Ante la muerte, se encara con su predador mediante el ataque, el mejor método de defensa, y salta sobre él con el agudo grito de guerra de su especie” y “con el coraje que da la desesperación”, en vez de quedar paralizada por el terror y el pánico, como le sucede ante una familia extraña de ratas.

Para encontrar algo no ya parecido sino incomparablemente peor hay que mirar una vez más a ese capullo privilegiado de la evolución de las especies que es el humano. La visión optimista de “la sociabilidad y el pacifismo” familiares, tribales y nacionales de los humanos los equipara al respecto a sus vecinos y huéspedes de cuatro patas; pero la conflictividad interna de las naciones humanas es muy superior a la de las ratas. La agresión intraspecífica de la rata se encuentra inhibida en el interior de las superfamilias, y limitada sólo al ámbito “internacional”. En cambio, las luchas que se dan entre los humanos: económicas, de clase, sexuales, religiosas, entre generaciones y otras, no se limitan a las relaciones inter-tribales o inter-nacionales. El animal humano no padece tales inhibiciones – naturales, innatas o culturales – de su agresividad. Su universalismo y amplitud de miras le permiten ver las cosas en grande, sin tan estrechas y enojosas limitaciones.

A veces, la afinidad intraspecífica de los humanos parece incluso estimular sus impulsos más agresivos y crueles, como cuando “la irracional e irrazonable naturaleza humana hace que dos naciones entren en competición aunque ninguna necesidad económica las obligue a hacerlo; induce a dos partidos políticos o religiones con programas de salvación sorprendentemente similares a combatirse encarnizadamente entre ellos; e impele a un Alejandro o un Napoleón a sacrificar millones de vidas en su intento de unir el mundo bajo su cetro. Se nos ha enseñado a considerar a algunas de las personas que han cometido éstas y otras barbaridades similares con respeto, incluso como ‘grandes’ hombres; solemos admitir la sabiduría política de quienes están al mando, y estamos tan acostumbrados a estos fenómenos, que la mayoría de nosotros no conseguimos percatarnos de cuán abyectamente estúpido e indeseable es en realidad el histórico comportamiento de masas de la humanidad”.

Los grupos humanos odian a sus semejantes porque son diferentes. En rigor, su odio a la diversidad hace que prefieran matar, robar y torturar a las otras Razas, Tribus o Naciones distintas de la suya; pero esta preferencia no tiene nada de estrecho, humillante, discriminante o excluyente para sus propios compatriotas o correligionarios, a los que – si están debidamente estimulados por un determinado condicionamiento ideológico – matan, roban y torturan cuando pueden con no disimulada satisfacción. Nadie ha matado tantos Americanos USA como sus propios compatriotas en una sola Guerra entre los Estados. Nadie ha perseguido, atormentado y quemado vivos tantos Cristianos como los Cristianos. Nadie ha encerrado, torturado y ejecutado tantos Comunistas como los Comunistas. Nadie ha encarcelado, torturado y asesinado tantos Españoles como el General Franco.

En la guerra que siguió al “alzamiento” militar, clerical, imperialista y fascista de 1936 “es verdad que también estaban los anarquistas y los comunistas; pero el enemigo, el verdadero enemigo, era el vasco”, dice J. L. de Vilallonga, quien arde en deseos de reparar sus debilidades juveniles fusilando finalmente a los curas vascos que dejó escapar entonces. Lo que no impidió a los Nacionalistas españoles de ambos lados: militares, civiles y eclesiásticos, matarse y torturarse entre ellos con delicia y sin restricciones.

La agresión, el miedo, la fuga, el apaciguamiento, la inhibición y la sumisión son recursos que cumplen funciones sociales para los demás animales; recursos que son inoperantes para las fieras humanas. Para el animal no-humano la defensa se hace eventualmenteataque cuando comprende que no puede hacer otra cosa. En cambio, para el animal humano la defensa tiende necesariamente al ataque final, resolutivo o “preventivo”. El instinto básico de fuga: recurso común en todas las especies animales, retrocede en la humana y deja paso a la extensión ilimitada del instinto agresivo potenciado por la razón, privilegio del ser humano. Si bien la agresión infra-humana está limitada por el territorio, las condiciones generales de supervivencia, y los instintos de conservación de los grupos familiares o supra-familiares, la agresión humana en cambio no conoce y ha desbordado tales límites. La capacidad de asociación del humano sigue siendo muy limitada; en cambio su capacidad de conflicto y destrucción es incomparablemente superior, sin comparación posible en toda la evolución de las especies.

“El hacinamiento de muchos individuos en un espacio estrecho provoca la fatiga de todas las reacciones sociales.” “Que el hacinamiento aumenta la propensión al comportamiento agresivo es algo conocido hace largo tiempo y experimentalmente probado por la investigación sociológica.” “Los humanos no experimentan placer alguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos.”

Enlazamos ahora con una prohibición propia de los Pueblos primitivos: el tabú. En las culturas polinesias, el tabú es una prohibición de carácter mágico-religioso que básicamente puede afectar a personas, cosas y lugares: lo que es taboo no puede ser tocado y, a veces, ni siquiera mirado o nombrado. Leemos en Freud: “En la primera infancia se ha desarrollado un intenso placer de tocar”. “A este placer no ha tardado en oponerse una prohibición exterior de la realización de este contacto.” “La fobia principal, central, de la neurosis es, como en el taboo, la del contacto, de donde viene su nombre: prohibición de tocar.”

Pero, con la obstinación y el extremismo consecuentes propios del fanatismo (que llevan a extender sin limitación el campo de la represión), desde la fobia del contacto se ha pasado a la fobia de la proximidad, de la reunión, y de toda forma de relación. Desde el ‘noli me tangere, los humanos han llegado a la prohibición de la visión y de la audición, al miedo a la desnudez y la higiene, a la obsesión vestimentaria y al burka, a la auto-repulsión, a la auto-mutilación física y moral, al masoquismo, y a la segregación y el aislacionismo sexual-territorial en la convivencia social, en la producción o en la educación; según los diversos grados de afección que cada caso presenta. Para los pacientes del pensamiento neurotizado por la represión y la fobia del tocar, “el tocamiento es el comienzo de toda tentativa de adueñarse de un individuo o de una cosa, de dominarla, de sacar de ella servicios exclusivos y personales”.

La propagación de la fe cristiana mediante la Violencia y el Terror no ha respetado las creencias, los derechos ni la vida de los demás; pero los paganos han sido en general “mejor” considerados y tratados que los “infieles” pertenecientes a las otras religiones del Libro, y éstos, mejor que los heréticos y relapsos. Apóstatas, renegados y tropas regulares coloniales se han desbordado de ferocidad política e ideológica hacia sus compatriotas y correligionarios de adopción, en “razón” de sus propias afinidades selectivas, y han obtenido a veces – cuando se han equivocado de ganador – el trato correspondiente de sus antiguos compatriotas y hermanos en religión.

La especie humana ha invertido el efecto de la “distancia crítica”. Las armas de destrucción masiva permiten diluir y multiplicar la capacidad para matar o hacer sufrir a sus semejantes; despersonalizan los objetos a los que va destinada la violencia; acortan la duración de la acción guerrera; aumentan la combatividad al ocultar el peligro y disminuir el miedo; y alivian los escrúpulos y la sensibilidad exagerada de las almas delicadas, eventualmente mal adaptadas a la elevada misión que se les asigna. Gracias a las armas de largo y ancho alcance, el humano no sólo multiplica su poder de muerte y destrucción sino que contrarresta las inhibiciones naturales o culturales incipientes que hacen difícil o traumatizante, para algunos, la agresión individual realizada a la vista o con arma blanca. De lo cual se derivan la “instrucción” militar, los duros y costosos períodos de entrenamiento y condicionamiento de las fuerzas armadas (“no-violentas”) para matar, o el subterfugio del cartucho de fogueo – sin bala – en un pelotón de fusilamiento. (No todo el mundo tiene las disposiciones del “Grande de España” Vilallonga, quien reconoce que su padre lo presentó como “voluntario” a esos pelotones, que estuvo allí “todos los días de un mes”, y que al final, “a los ocho días haces eso igual-igual que si mataras conejos”.)

Dado el alto nivel moral con que los humanos se destripan entre ellos, la asistencia psicológica, la casuística religiosa, y el adoctrinamiento ideológico de los reclutas persiguen aliviar o anular la “conciencia desgraciada”. Como lo expresó el matemático, físico y teólogo católico francés Blaise Pascal: “Los hombres nunca hacen el mal de manera tan completa y alegre como cuando lo hacen por convicción religiosa”.

En este sentido, un Obispo anglicano hizo todo lo que pudo para combatir la “tregua de Navidad” de 1914, dejando bien a las claras la rarificación y el olvido de la ideología de la ilusión propiamente cristiana: caridad, hermandad universal en Cristo etc., ante las imperiosas necesidades de la ideología de la realidad:

“Bien, hermanos míos, la espada del Señor está en vuestras manos. Vosotros sois los verdaderos defensores de la civilización misma: las fuerzas del Bien contra las fuerzas del Mal. ¡Ya que esta guerra es, ciertamente, una Cruzada! Una guerra santa para salvar la libertad del mundo. En verdad os digo: los Alemanes no actúan como nosotros, ni piensan como nosotros, ya que ellos no son, como nosotros, hijos de Dios. ¿Son acaso ésos, quienes bombardean ciudades pobladas sólo por civiles, hijos de Dios? ¿Son acaso ésos, quienes avanzan armados escondiéndose tras mujeres y niños, hijos de Dios? Con la ayuda de Dios debéis matar a los Alemanes: buenos o malos, jóvenes o viejos, matad a cada uno de ellos de modo que no tenga que hacerse otra vez. El Señor esté con vosotros.”


Las luchas intraspecíficas implican un peligro mucho mayor y más inminente para la supervivencia de la especie del homo sapiens que para cualquier otra especie de animales. Gracias a su desarrollo cultural, la Humanidad ha inventado las luchas y las guerras nacionales e inter-nacionales, de religión y de clases, la represión, el terrorismo y la tortura. Quien ha visto o aprendido lo que son el comportamiento de un ejército de guerra o de ocupación, una persecución religiosa, cruzada o guerra santa, o una represión nacional, sabe de qué va la superioridad humana sobre las fieras y las ratas. Las tomas y matanzas de San Juan de Acre y Jerusalén, de Béziers y Montsegur, la matanza de San Bartolomé, las guerras de conquista, las luchas de clases nacionales o inter-nacionales, los genocidios continentales e inter-continentales, la Inquisición, el Tribunal de la sangre, la Justicia Real o Republicana, los autodafés, la demonología, la caza de brujas, las bombas incendiarias o nucleares sobre ciudades abiertas, y el Terrorismo universal organizado por los “grandes” Estados, son el incomparable, catastrófico e irremediable producto de la cultura humana, y de la irracionalidad, el odio y la crueldad de que sólo el humano es capaz.

A estas aparatosas muestras de violencia se añaden, más insidiosamente, las formas “pacíficas” de los conflictos políticos, económicos y culturales: servicio militar obligatorio “en tiempo de paz”, monaquismo y torturas iniciáticas; eliminación de la generación precedente y purga institucional de la nueva mediante infanticidio; postergación y mutilaciones sexuales del sexo femenino, y represión y castración del masculino desde la primera edad; exclusión, opresión y represión sexual, y lucha entre generaciones y entre sexos; sobre-explotación por trabajo y persecuciones que – como las guerras – nunca faltan cuando son “necesarias”; indefensión y super-explotación de los más débiles, y domesticación, condicionamiento, adoctrinamiento e intoxicación ideológicos destinados a la aniquilación de la racionalidad y el sentido crítico; “instituciones selectivas”, selección cultural a contrario desde la primera edad e infantilización de los adultos, realizadas por déspotas y mandarines; métodos pseudo-pedagógicos de “educación y enseñanza”, y exámenes, concursos y oposiciones destinados ante todo al embrutecimiento de las personas y al desgaste y la destrucción de sus recursos intelectuales; ruina y derroche del trabajo material y espiritual inherentes a la competición industrial y comercial “salvaje”; y fatiga, desánimo, disminución física, agotamiento, esterilización y aniquilación deliberados de las peligrosas energías y fuerzas vivas del espíritu humano.

Si sobreviven a la guerra, la represión y el Terrorismo universal, “los seres humanos de hoy sufren de las llamadas enfermedades de los directivos, alta presión sanguínea, atrofia renal, úlceras gástricas y torturantes neurosis; y recaen en el estado de barbarie porque ya no tienen tiempo para los intereses culturales”. Aun así, la barbarie: estadio intermedio entre la animalidad primitiva y la civilización, no podría destruir la especie humana. En cambio, con “la civilización”, los conflictos han adquirido las dimensiones, las condiciones y los instrumentos con los cuales el humano: irresponsable, obtuso, suicidario e incomparablemente dotado para la destrucción, puede destruirse efectivamente a sí mismo.

“¿Qué sería una comunidad humana sin servicio de orden y de seguridad? Una jaula de fieras”, escribe el Obispo francés de los Bajos Pirineos, de Baiona y Olorón, Mons. Moleres. Al igual que todos los ideólogos centrales del imperialismo (o sus periféricos, como los del Pnv y sus satélites incluido el grupo Eta), que denuncian la violencia en las cárceles, los cuarteles y las comisarías, el obispo Moleres condena la violencia en la jaula; sin embargo, “olvida” incluir la jaula misma, es decir: el Estado imperialista y fascista de Francespaña, como Violencia criminal fundamental, originaria y permanente.

Pero la jungla no es la jaula. El comportamiento animal en su medio natural es radicalmente distinto del comportamiento animal en las condiciones artificiales de la cautividad que crean los humanos. Las jaulas de las “fieras”, las reservas “naturales”, los zoológicos, los circos o las plazas de toros no los hace la historia natural: son construcciones de las fieras humanas: que se imaginan portadoras exclusivas de la moral y los valores eternos, y no de las otras. Son los humanos los que modifican artificialmente la conducta de los otros animales. Son los humanos las fieras que enjaulan y condicionan a esos animales, fieros o mansos, para que los humanos los maten; para que se combatan y maten entre ellos; o para ayudar a los humanos a combatirse, enjaularse y matarse entre ellos sin limitaciones, como han hecho siempre. ¿Quién protege a “las fieras” de los humanos?

Tal vez la suerte y las imágenes de los cristianos en los anfiteatros del Imperio Romano – entonces dentro, y no fuera de la jaula – no sea ajena a sus prejuicios y prevenciones; sin embargo, es la “violencia” que perturba la paz “en su Departamento” del imperio francés la que tiene preocupado al Obispo francés Moleres. “La jaula de las fieras” es su referencia terrorista para hacer comprender lo que les espera a cuantos no acepten el monopolio francés de la Violencia criminal; fuera del cual no hay – según él – orden, ni seguridad, ni policía, ni jueces, ni salvación posibles ni concebibles. El Prelado de los Bajos Pirineos condena los atentados; pero afirma la necesidad y legitimidad de las fuerzas de guerra y represión (francesas), de la policía (francesa), de la “Justicia” (francesa) y de las cárceles (francesas). Justifica, reconoce y bendice también la violencia suplementaria extra o intra-jaula de la policía (no-violenta) francesa, “necesaria para domar y pacificar” a sus enjauladas víctimas (a las que, para colmo, envía no obstante un saludo).

Por añadidura, la apoteosis intraspecífica, cataclísmica y apocalíptica del “humanismo francés no-nacionalista y no-violento”, a saber: la guerra nuclear, es para él y sus colegas de ministerio “no sólo derecho sino deber del pueblo francés”. Una Carta pastoral de los Obispos franceses proclama la obligación moral que tiene el pueblo francés de emplear el arma atómica “en caso necesario”. (Pero no sin necesidad: en estas cosas la moral eclesiástica es muy exigente, y su casuística sumamente estricta; no se puede lanzar así como así, por gusto o capricho, bombas nucleares, a no ser que “el pueblo francés” lo estime necesario.)

Conviene recordarles, a los sensibles pero olvidadizos “adversarios de toda violencia”, que el objetivo inicial y oficial de la force de frappe era cargarse o quemar vivos en cuestión de horas a cincuenta millones de mujeres, hombres y niños; y que los ensayos nucleares franceses, a costa de los nativos de las colonias (que ellos llaman “territorios franceses de ultramar”), han resultado en más sufrimientos, enfermos y muertos no reconocidos que muchas guerras oficiales. “Fabricar, transportar, o utilizar bombas es matar”, nos recuerda el Prelado. Manifiestamente, a “Sonseñor” Moleres no le gustan las bombas pequeñitas: sólo le caen bien las bombas gordas – nucleares, a poder ser, pero en todo caso francesas – utilizadas por el Gobierno francés al servicio del Nacionalismo francés.

En materia de fieras, como en materia de jaulas, guerras y bombas incluidas las atómicas, la zoología y la antropología del prelado Nacionalista francés tienen un solo objetivo: ocultar y santificar a la vez el monopolio francés de la Violencia criminal, y condenar toda veleidad de Resistencia contra ella entre sus pacientes, las fieras de su película.

El Nacionalismo imperialista – ya sea civil o eclesiástico, gubernativo o episcopal – produce siempre la misma perversa y repugnante basura ideológica. No importa sobre qué verse: tanto da que aborde cuestiones teológicas, sociológicas o etológicas. Los disparates teóricos son el pan ideológico de cada día de la propaganda imperialista franco-española en los territorios del Pueblo Vasco ocupados por el imperialismo franco-español.

Las referencias zoofóbicas no son tampoco nuevas. Se oían o se leían ya en los primeros tiempos del acoso ario – eclesiásticamente inducido – contra las tribus vascónicas y al Reino de Nabarra y su Estado confederado. Más cerca de nosotros, basta recordar el discurso de Areilza, primer alcalde franquista de Bilbao, dirigido a las tropas ocupantes del General Mola, que a sí mismas se llamaban Nacionales y que el mundo entero llamaba Nacionalistas. (No había sido inventado todavía por el Pnv el inefable eufemismo de “no-nacionalistas”, de tan inmediata y significativa adopción por todos los servicios de propaganda del Nacionalismo español.) “Que no se nos hable de derechos. No reconocemos más derecho que el de conquista. Perseguiremos a los nacionalistas vascos por los montes como a fieras salvajes.” (Años más tarde, Aresti utilizaba la expresión “basa-pizti” para denigrar a quienes pretendían restaurar el uso del Euskara en las zonas donde “se” había impuesto para entonces el uso del Español.)

En la realidad y la genética de los conflictos, la guerra precede a la paz; la opresión, a la libertad; el egoísmo, al altruismo; el desorden, al orden; y el “mal”, al “bien”. “La agresión intraspecífica es anterior en millones de años a la amistad personal y el amor. [...]. Así pues, la agresión intraspecífica ciertamente puede existir sin su contraparte, el amor; pero a la inversa, no hay amor sin agresión.” (K. Lorenz; ‘On Aggression’.)

El amor procede de una inhibición socialmente funcional del instinto de agresión. El humano no ha inventado ni la solidaridad intra y extraspecífica, ni el respeto y la protección de los más débiles, ni la consideración y el respeto entre los sexos. No ha inventado el amor, ni el altruismo, ni el espíritu desacrificio, ni la personalidad que los condiciona.

Los humanos son capaces de todo: de lo mejor y, sobre todo, de lo peor. Pero lo mejor tiene, a menudo, precedentes y fundamento en los demás animales. En cambio, lo peor se lo montan los humanos sin preparación ni ayuda de nadie. La aportación más original de la especie humana al reino animal no está en el amor al prójimo, está en el odio al prójimo. Es en la agresión, la muerte, la destrucción, el sufrimiento, la venganza, la crueldad y el mal por el mal: gratuitamente infligidos sin servicio ni compensación sociales a favor de la especie, donde el humano, gracias a su superioridad cultural, sobrepasa todos los límites y se sitúa por encima de todas las especies.

Por necesidad, arte, deporte, sadismo o pura diversión, los “heroicos” cazadores, domadores, toreros y otros “no-violentos” animal-crackers“afrontan” los dientes, uñas, picos, cuernos y pezuñas de los animales no-humanos provistos de trampas, jaulas, picas, barras de hierro, rifles de repetición y metralletas. Y si alguna vez ellos “pagan el pato” en lugar de comérselo, nadie podría decir que no se lo han buscado.

No hay proyección zoo-morfista alguna en constatar que el conflicto extraspecífico entre humanos y animales tiene correspondencia política e ideológica en las luchas intraspecíficas que el imperialismo y el fascismo imponen a los humanos que ellos han sojuzgado. Los humanos han acabado parcial o totalmente con innumerables animales y especies de animales; y sin embargo, se presentan como víctimas inocentes de la agresividady ferocidad de éstos. Del mismo modo, los ideólogos nacional-imperialistas y fascistas de los Pueblos predadores: que han ocupado su historia en destruir Pueblos y Civilizaciones a los cuales previamente han sojuzgado, pretenden ser víctimas inocentes y no-violentas de la Resistencia – más o menos real o eficaz – de los Pueblos que ellos siguen oprimiendo y tratan de aniquilar mientras difunden la ideología contraria, necesaria para falsificar y ocultar esa realidad.


(De: ‘Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo’.)

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