Introducción a la ideología imperialista (3)


Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo



– Introducción a la ideología imperialista


Iñaki Aginaga y Felipe Campo


Toda relación y toda empresa de dominación en la sociedad humana establecen su supremacía mediante el control de los recursos económicos y de violencia sobre el sujeto paciente/dominado, y desarrollan una ideología que las sirve. La ideología es la determinación del comportamiento social por medio de las ideas. “Las ideologías no atienden verdaderamente a profundizar el conocimiento sino solamente a determinar la voluntad.” La ideología no tiene por objetivo constitutivo la potenciación del conocimiento sino la determinación del comportamiento social por medio de las ideas, al igual que la política tiene por objetivo constitutivo la determinación del comportamiento social por medio de la violencia; el que todavía no se ha enterado de eso no tiene nada que hacer en política, a no ser como autor, cómplice, agente o administrador de la política de los demás.

No cabe dominación política sin dominación ideológica. La ideología – moral y jurídica – dominante es la que el grupo social dominante crea e impone para su conveniencia, ordenada al servicio de sus intereses generales y políticos. Los “valores supremos, transcendentales e inamovibles” son los que ese grupo inventa, impone, recambia o destruye: mediante presión social, económica y política, condicionamiento psicológico e ideológico, e intimidación y fuerza bruta, a fin de establecer su poder. Las normas las hace también ese mismo grupo; y sus servicios de propaganda las legitiman sin limitaciones a fin de aumentar, consolidar y justificar su poder, debilitando – intelectual y moralmente – toda Resistencia actual o virtual. Busca remediar con ello las inevitables limitaciones efectivas de su propia Violencia criminal. En materia de moralidad, como en materia de legalidad, cada cual produce las que le convienen.

En la historia de los conflictos sociales, y desde la justificación del poder político establecido “por la gracia de Dios”, la ideología aparece inicialmente como un invento de los fuertes – y dominantes – para justificar, reforzar y ampliar su poder; un invento posteriormente revisado por los débiles – y dominados – para fundar y confortar su pretensión de emancipación. La ideología de las Naciones y los Estados dominantes es la ideología dominante.

La ideología Nacionalista-imperialista: ya sea Nacional-fascista o Nacional-socialista/comunista, sirve consciente, deliberada y directamente sus objetivos sociales o políticos; y subordina toda aportación cultural-general a la promoción ideológica del Nacionalismo imperialista y el Fascismo. La ideología Nacionalista-imperialista dominante tiene por objeto fabricar e imponer, exaltar y justificar los valores políticos, morales y religiosos de referencia que le resultan útiles para justificar el despotismo, el imperialismo y el colonialismo; y para ocultar, disfrazar o falsificar lo que no puede imponer, exaltar y justificar.

Confusión y destrucción de la libertad de pensamiento, de la información y la razón; imposición de las ideas propias y liquidación de las ajenas; y recuperación y falsificación de los términos y los conceptos cardinales de la sociología y la política democráticas, a fin de ocultar el verdadero contenido del régimen imperialista de ocupación militar: tales son los objetivos de la ideología dominante impuesta en el País de los Vascos por el imperialismo franco-español; unos objetivos subordinados siempre a los fines generales de la dominación imperialista de España y Francia. Esos objetivos forman también parte de la liquidación ideológica y política de toda estrategia de liberación nacional de los Pueblos sojuzgados.

Al imperialismo y al fascismo sólo les interesan las ideas en cuanto pueden ser usadas como herramientas de dominación; o, de no poder usarlas así, como objetivos a destruir. A los ideólogos del Nacionalismo imperialista franco-español, la libertad de expresión, la verdad, la ciencia o la lógica formal o general les traen tan sin cuidado como a las mismas fuerzas armadas a las que sirven. La ideología y la “cultura” Nacionalista-imperialistas no tienen por fin primario ni secundario la verdad, la ciencia, el conocimiento o la información sino su destrucción o manipulación, al servicio de la dominación sobre los Pueblos y la desaparición de las personas libres. Lograr que todos ellos sean cada vez más tontos, y por consiguiente cada vez más débiles: he ahí su verdadera función. Convertir a las personas en peleles serviles, sumisos y dependientes, con reflejos políticos embotados y condicionados; en alienados sociales y mentales con cerebros lobotomizados, lavados, vaciados, rellenados y reciclados: ése es el objetivo del sistema imperialista de condicionamiento ideológico. Basta con observar el resultado conseguido sobre una opinión pública indefensa y traicionada por su pretendida clase política: incompetente y por añadidura corrupta, para darse inmediata cuenta de la temible eficacia con la que ese sistema lo está realizando.

La libertad de información, expresión y crítica es imposible en un régimen constituido por la negación de la libertad nacional y, en general, de los derechos humanos fundamentales de los Pueblos sojuzgados bajo el imperialismo nacionalista. Bajo este régimen político, los monopolios imperialistas y fascistas de guerra psicológica, propaganda, lavado de cerebro e intoxicación ideológica de masas están fundados sobre el monopolio de la Violencia criminal de las clases dominantes, agentes y beneficiarias del sistema imperialista.

El monopolio totalitario contemporáneo de la Violencia condiciona y funda el monopolio de las ideas: sin monopolio totalitario de la Violencia, no hay monopolio de las ideas. El monopolio de la Violencia criminal, mediante la censura y la represión administrativas, impone el monopolio total de los medios de comunicación: productor, llave y prisión de la ideología. El monopolio absoluto de los medios de comunicación de masas: inherente al monopolio absoluto de la Violencia criminal, da alcance y eficacia sin precedentes a los servicios de propaganda e intoxicación ideológica del imperialismo y el fascismo, dedicados a la represión de las ideas, de la libre expresión, y del libre pensamiento.

Por medio de sus monopolios de Violencia criminal y propaganda, el Estado imperialista y totalitario fabrica la opinión pública al igual que fabrica la “oposición”. Bajo estas condiciones, una opinión pública distinta a la del poder totalitario establecido es en general un anacronismo o una ilusión. Imperialismo y fascismo, por un lado; y libertad de expresión, información y crítica, por otro, son incompatibles, puesto que no hay en esos sistemas lugar para la libertad ni para los derechos humanos o la democracia.

En un sistema de monopolio ideológico totalitario como el francés y el español: donde toda racionalidad formal desaparece cuando conviene, donde toda crítica o información simplemente objetiva se encuentra efectiva y oficialmente proscrita por la Violencia, el miedo y la corrupción, y donde la “oposición” se encarga de decir lo que al poder establecido le conviene que se le oponga, la diversidad, variabilidad y contradicción de sus formalmente deleznables proposiciones “teóricas” ofrecen indudables ventajas para ese régimen monopolista; siempre y a condición – por supuesto – de que los “teóricos” fascistas hablen solos: por eso y para eso son fascistas.

Según ha quedado expuesto en el capítulo anterior, el derecho es la determinación de la condición y el comportamiento de los sujetos mediante el monopolio de la violencia actual y virtual, ya sea legítima o criminal. Si este monopolio no puede imponerse de forma indisputada y efectiva, sus únicas alternativas son la guerra o la anarquía. Así pues, el derecho es un orden político, es decir: un orden social de violencia. Esto es así totalmente al margen de cuál sea la naturaleza de ese orden social, es decir: tanto si éste defiende la vigencia y el respeto de los derechos humanos fundamentales, en cuyo caso estamos ante un orden social legítimo y democrático; como si, por el contrario, está construido sobre y para la conculcación de esos derechos, en cuyo caso se trata de un orden social criminal, despótico, imperialista y totalitario.

Ahora bien, la necesidad de reforzar esta prosaica realidad normativa, y de ocultar al mismo tiempo que su génesis surgió mediante el monopolio de la violencia, llevó a su objetivación ideológica idealista, transcendente y dualista: tótem y tabú; ya fuera como ley divina, ley natural, o imperativo categórico. Pero, desde el proto-fascismo – abiertamente instaurado con la “revolución” francesa y después presuntamente (aunque sólo militarmente) derrotado en 1945 – hasta el nuevo orden o desorden hegemónico mundial actual, diverso y globalizado a la vez, el ilimitado uso intensivo y extensivo de la presión ideológica – moral y jurídica – al servicio del interés dominante (con la elaboración de la norma jurídica como simple clonación de la política dominante), unido a la variación, adaptación y substitución aceleradas, continuas y oportunistas de esa norma en el tiempo y en el espacio (que han resultado en su aplicación para algunos casos pero no en otros), todo ello son factores que acarrean el rápido deterioro de toda credibilidad de la propaganda fascista en relación con el idealismo normativo, y que causan el descrédito creciente de su mistificación y justificación ideológicas tradicionales; las cuales, aun así, han sobrevivido al devenir histórico y al historicismo, el criticismo, el positivismo y el sociologismo teóricos.

Asimismo, esos disolventes factores desvelan “el gran misterio” de la moral y el derecho establecidos, poniendo en evidencia la utilitaria y prosaica realidad de su producción; suscitan la adaptación y la proliferación correspondientes del arma ideológica contraria; y acarrean en consecuencia la creciente inefectividad, obsolescencia y ruina de la norma moral misma, la destrucción de todo orden normativo, y la ampliación-exacerbación paroxísticas de los conflictos políticos y del monopolio totalitario y terrorista de la Violencia criminal, cuya realidad se revela más desnuda a cada ocasión.

Una vez evacuadas así – expresa o tácitamente – toda transcendencia y toda alteridad: normativas, metafísicas, teológicas, naturales, racionales, institucionales y sociológicas, las normas de conducta de la moral y el derecho aparecen a continuación como expresión unilateral, inmanente, directa e inmediata del interés nacional o estatal estrechamente considerado. En esas condiciones, moralidad y legalidad se resuelven en el monismo conductista, y se identifican con el simple condicionamiento positivo ideológico y político de los demás (pero no del propio), realizado mediante la represión social en general y la Violencia ilícita en especial. Ahora bien, una “norma” que no rige el comportamiento de uno mismo sino que se adapta a él, no es una norma de conducta: es un accesorio ideológico del comportamiento propio así justificado; es decir, un simple medio de condicionamiento unilateral del comportamiento ajeno por el propio.

De ese modo, la norma de conducta es simple subproducto, reproducción y accesorio ideológicos, y producto unilateral del poder totalitario dominante. El Bien “es” lo que hace él, y el Mal “es” lo que hacen los demás. El poder dominante es moral y legal porque, por construcción y designación decisorias, es moral y legal lo que el poder totalitario dominante impone, al margen de toda normatividad previa o externa, real o supuesta. De hecho, no existe – es decir, no se reconoce – alteridad normativa alguna en otros actores sino únicamente el propio monismo normativista. Se hacen por tanto “evidentes” – con la inapelable aunque vacua evidencia de todo truísmo – la moralidad y la legalidad sin falla del poder ideológico y político propio; y la inmoralidad e ilegalidad correlativas de toda oposición. Una determinación funcional, primaria y binaria de los hechos y las ideas sirve así a las necesidades de la ideología dominante: el bien y el mal son lo que conviene o no conviene al imperialismo y al fascismo, en cada lugar y en cada momento. La axiología transcendental se resuelve en el truísmo monista e inmanentista.

Así pues, la legalidad de una dominación ideológico-política no se justifica ahora por referencia a una moralidad que existe de forma previa, autónoma y distinta de aquélla (una moralidad a la que dicha legalidad debería corresponder y adaptarse, consiguiendo así su legitimidad) sino que la pretendida “correspondencia” entre una y otra deviene identidad. Es decir, moralidad y legalidad no son sino la normatividad positiva inmanente de la dominación ideológico-política imperialista establecida. Dado el carácter estrechamente instrumental de tal ideología, y ante cualquiera que sea la cuestión planteada o por plantear, las posiciones oficiales correspondientes pueden conocerse o deducirse de antemano de manera simple, segura, directa e inmediata; basta sólo con responder a una sencilla pregunta: ¿conviene o no conviene a la dominación-liquidación de los Pueblos sojuzgados por el Nacionalismo imperialista? Ésta es la única cuestión real y cínicamente fundamental que decide de la línea a seguir; el pie forzado de todo comportamiento y de toda propaganda.

A continuación, todo “principio” se abandona, se recobra o se substituye por otro si no cumple o no cumple ya la única misión que se le asigna en función de ese fin. Basta con que se produzca un cambio político o ideológico de circunstancias, y a partir de ello publicistas, funcionarios y “científicos” cambiarán inmediata y solidariamente de normas, de método o de religión, y volverán a hacerlo cuantas veces haga falta, puesto que no conocen más racionalidad ni otra axiología que las que sirven a su función. La ideología imperialista es un arma y nada más que un arma: cuando una idea no sirve, o no sirve ya, se tira y se coge otra. Por tanto, toda “comunicación” que provenga de tales fuentes ha de tratarse metódica y sistemáticamente como simple vector de penetración e intoxicación ideológicas del imperialismo. La crítica teórica y – sobre todo – práctica de la ideología totalitaria forma parte de la Resistencia democrática al imperialismo.

Las ideologías, como los dioses, se combaten entre sí; pero, “si bien el filósofo puede discernir más allá de este tumulto la fraternidad de los dioses, el historiador constata el furor fratricida de las iglesias”. En política, lo que se dice no vale sino en función de lo que se hace. Al igual que ocurre con el derecho, la ideología – y su manifestación en forma de normas y comportamiento de una moral correspondiente – es conservadora: su capacidad para influir y reaccionar sobre la política, el derecho y la relación general de fuerzas es muy limitada. (Las normas del derecho, impuestas por la violencia, son a la vez un vector ideológico de primer orden.) Son los fines y la solidaridad de la Horda o la Nación los que determinan el comportamiento de éstas, no las asociaciones, comunidades y afinidades religiosas, científicas o partidistas; las cuales, si bien fabrican la ideología, sin embargo sirven y ceden siempre ante las fuerzas políticas fundamentales, que se integran, constituyen y organizan según determinaciones objetivas primarias.

Habiendo quedado ya el mundo sin recurso, instancia, referencia o reglamentación real o aparentemente supra-estatales: de las que nadie espera ya apoyo y cuya coacción nadie teme tampoco, la anarquía de la violencia recupera su preeminencia natural. Si Dios no existe, y la comunidad-sociedad internacional tampoco, entonces todo es lícito. Sin normas del derecho ni de la moral que en alguna medida obliguen a todos, en el “chacun pour soi” o el “sálvese quien pueda” institucionalizados, sólo la evaluación individual y caso por caso de la relación de las fuerzas en conflicto decide ahora de la paz y de la guerra, unilateralmente sostenidas o emprendidas.

El nuevo “orden internacional” hegemónico ha creado así unas tales condiciones como para que la violencia pura y a ultranza aparezca como la única salida digna de consideración para toda Potencia que se estime en condiciones favorables para ejercerla. Milenios de civilización nos han llevado o devuelto: de la mano de la plutocracia norteamericana, a la primitiva y recurrente conclusión de que la única forma de solucionar los conflictos consiste en pegar fuerte y cuanto antes por cuenta propia; y que dilaciones, transacciones y mediaciones sólo llevan a perder el tiempo y a hacer el juego del adversario.

Pero, llevada tal ideología al límite, evacuadas toda transcendencia y toda alteridad normativas, y una vez que la pretendida correspondencia entre moralidad y legalidad ha devenido identidad, a partir de todo ello, del antiguo orden transcendente sólo queda una ficción moral por simple clonación del comportamiento dominante; y el equívoco, el fraude y la superchería ideológicos resultantes sirven para ocultar y confortar el orden real de Violencia criminal, para cultivar tal vez las propias ilusiones de las fuerzas dominantes, y – en todo caso – para engañar a las más subdesarrolladas, incautas o desamparadas de entre sus víctimas.

Sin embargo, las normas “morales o jurídicas” no desaparecerán por eso. Son desarrollo y sofisticada elaboración del comportamiento animal y vegetal desde que el mundo es mundo; un comportamiento mucho más fundamental que – y muy anterior a – la aparición tardía de la metafísica normativa transcendental. El reino vegetal y el reino animal han subsistido perfectamente sin tales invenciones y elaboraciones muchos millones de años, y pueden seguir subsistiendo indefinidamente de la misma manera. En cualquier caso, bien sea en forma de regresión bestial o – según se mire – como un proceso de de-mistificación, liberación y desintoxicación ideológicas, estamos asistiendo, aparentemente, a una nueva y última fase: lamentable, patética, degradada y envilecida, de la larga y equívoca incursión de “la moral y el derecho específicamente humanos” en la historia de las formaciones y los conflictos sociales. (No se trata de un regreso a Darwin. Lo único nuevo es la recuperación de Darwin por los irreductibles agentes de la reacción imperialista y fascista.)

Todo lenguaje, todo concepto y toda teoría son en mayor o menor medida ideológicos; pero su manipulación, falsificación, confusión, decomposición, inversión, perversión, trucaje y recuperación sistemáticos alcanzan – lógicamente – su máxima dimensión en los períodos de involución democrática y de reacción totalitaria. Toda teoría está ideológicamente determinada o condicionada; pero la ideología Nacionalista-imperialista – Nacional-socialista/comunista o Nacional-fascista – sirve consciente, deliberada y directamente objetivos sociales o políticos inmanentes a sus propios intereses.

Se posibilitan así la manipulación y confusión semánticas; la ruina del sentido lógico y crítico; la falsificación de la historia y la mistificación de la sociología, la política y el derecho; y los prejuicios, ilusiones y dogmas establecidos al margen de toda realidad y toda racionalidad pero inherentes a la ideología Nacional-imperialista, e inseparables de las opciones e intereses económico-políticos de la capa social que los ha adoptado. Se evidencian así la amplitud de la destrucción de la razón lograda por el totalitarismo moderno, y el alcance casi ilimitado de los monopolios de propaganda e intoxicación ideológica de masas y de guerra psicológica; unos monopolios que a su vez el monopolio de la Violencia criminal asegura, garantiza y pone a disposición del régimen totalitario imperialista. “La violencia moral, cuya expresión más repugnante es el ‘lavado de cerebro’, es una forma sutil y derivada de violencia.”

La ideología imperialista dominante es cada vez más incapaz de mantener la ilusión de presentar un fundamento teórico socialmente aceptable del poder político imperialista establecido. Por ello, sus agentes directos, incapaces de afrontar por sí solos la realidad, deben recurrir a los títeres indígenas del imperialismo para que éstos contribuyan a la difusión de tales ilusiones por todos los medios que los monopolios de propaganda ponen a su disposición, sabedores de que los Pueblos que no se enteran del mundo en que viven son presa indefensa de sus agresivos predadores. Un Pueblo que se deja prender en tan enorme superchería está perdido.

La ideología imperialista dominante oculta y falsea los hechos, la sociología y la historia; destruye la razón formal y el lenguaje; y procede por confusión semántica y conceptual, y por contradicción en los términos y petición de principio, para hacer creer que las cosas son lo que conviene a su dominación. La ideología imperialista y fascista no conoce más racionalidad ni más moralidad que las que la sirven; es producto e instrumento inseparable de la política efectiva imperialista y de sus monopolios de Violencia criminal, terrorismo y propaganda, a los cuales exalta y sostiene. Pero, con desfachatez inaudita, niega al mismo tiempo la realidad más evidente mediante la afirmación absurda de que la Violencia criminal del Estado ocupante, y por tanto el Estado mismo, no existen. Así pues, se trataría de un régimen a la vez político, “natural”, pacífico, no-violento, y fundado en las elecciones y los votos de los ciudadanos. Pero un tal régimen no ha existido nunca y nunca existirá, porque el absurdo y la contradicción en los términos no corresponden ni corresponderán jamás a realidad alguna.

Cinismo, hipocresía e irracionalidad son caracteres propios de la ideología imperialista. Son también muestra de la incapacidad del imperialismo y el fascismo para producir una propaganda formalmente coherente; y de la ruina de la dignidad y la decencia que es inherente al presente estadio del totalitarismo en el mundo.

Las grandes maniobras de irracionalidad e histeria colectivas características de los totalitarismos, en sus versiones tanto tradicional así como Nacional-socialista/comunista, alcanzan ahora dimensiones inéditas por obra de los actuales monopolios de propaganda y guerra psicológica, que desarrollan desde hace muchos años una colosal y cada vez más agresiva campaña de confusión, culpabilización, adoctrinamiento, lavado de cerebro e intoxicación ideológica de masas sobre los temas centrales e indisociables de la Violencia criminal y el Terrorismo, por un lado; y la libertad, la democracia, y el diálogo auténtico, basado en el reconocimiento de la alteridad, el derecho de autodeterminación o independencia de los Pueblos y los derechos humanos fundamentales, por otro. Términos y conceptos han sido para ello sistemáticamente falsificados y trucados de modo que correspondan a las necesidades del imperialismo y el fascismo.

Podría incluso pensarse, a priori, que es tarea o misión imposible convencer a nadie de que las fuerzas armadas del imperialismo: cuya fuerza bruta ha sojuzgado a Pueblos (y que – a la vista y a costa de todos – ejercen sus constitutivas funciones profesionales de represión y terror), no existen y su Estado tampoco. Pero todo es posible en el reino de la suprema impostura y el lavado de cerebro impuesto por los modernos monopolios de condicionamiento e intoxicación ideológica de masas, establecidos bajo el amparo del monopolio de la Violencia criminal. El fascismo afirmó siempre que, convenientemente tratados, condicionados, desinformados y contrainformados, los Pueblos se lo creen todo y cualquier cosa. Y siendo esto así, los medios de intoxicación ideológica de masas de que disponían Mussolini, Hitler y el General Franco eran sólo un pequeño anticipo de las armas de destrucción masiva de la razón y la conciencia política que los monopolios de Violencia e información modernos ponen ahora a disposición del actual régimen totalitario.

Ahora bien, si la mentira, el despropósito y la vacuidad formales son la materia de que se nutre la propaganda dominante; y si los monopolios de propaganda se molestan en difundir estas cosas, ello es sin duda porque no tienen cosa mejor y porque la cosa funciona. Y si funciona, es sin duda porque la capacidad de información y el sentido racional y crítico de la población indefensa se encuentran ya reducidos a cotas cercanas de las tan asidua y eficazmente deseadas y perseguidas, o porque han desaparecido ya por efecto de la propaganda; implementando finalmente la alienación social juntamente con la alienación mental. Todo ello es una asombrosa demostración de la ilimitada capacidad de embaucamiento de que disponen los monopolios estatales de violencia y propaganda, lavado de cerebro e intoxicación ideológica de masas, sobre poblaciones reducidas al estado de zombis telefágicos mediante la drogadicción mediática.

Sin embargo, la destrucción de la razón realizada por la ideología imperialista dominante pondría en peligro el propio sistema si los “miembros activos” de las clases dominantes, o el sector más efectivo de ellas, se creyeran realmente lo que sus ideólogos inventan y sus monopolios difunden para que se lo crean los demás. La desvergonzada combinación de estupidez, cinismo e hipocresía, que caracteriza la ideología imperialista y fascista, permite modular y dosificar las adaptaciones. Todo ello presenta algunas dificultades y no puede hacerse sin una compleja operación psicológica e ideológica.

El despotismo moderno filtró, neutralizó o recuperó hace mucho tiempo los signos y las formas implantadas por la tradición y la revolución liberal y democrática; las cuales, si en algún momento preocuparon a las clases dominantes, dejaron luego de hacerlo. Los Gobiernos efectivamente vigentes no tienen ningún interés en una democracia verdadera, cuya incapacidad para funcionar se ha puesto de manifiesto en forma constante. El conflicto tradicional y la contradicción entre la “sociedad civil” y el Gobierno en los Estados modernos se resolvió por la victoria de los segundos hace ya dos siglos, y ahora los Gobiernos fabrican e implican el funcionamiento de su propia “oposición institucional”. Por su parte, las pretendidas “democracias revolucionarias” aportaron el nuevo despotismo, el proto-fascismo, y las dictaduras contemporáneas. Los recientes avatares políticos confirman y acentúan el resultado.

En ese sistema político totalitario resultante, a la “sociedad civil”: con sus “representantes democráticamente elegidos”, le queda el “derecho” de aceptar, secundar, consentir, consensuar y refrendar lo que su Gobierno previamente establecido quiere. Aun cuando el sistema parlamentario y la división de poderes quedan formalmente proclamados, sin embargo, lo que esos mecanismos encubren, lo que hay en realidad es el régimen presidencial o ministerial, el reconocimiento del fracaso de la democracia, y la restauración de instrumentos burocráticos e instituciones gubernamentales: militares, monárquicos o republicanos (ya sean tradicionales o renovados), pero en cualquier caso dictatoriales y totalitarios.

La ideología imperialista dominante se esfuerza por ocultar o falsificar esta realidad, remitiendo la supuesta democracia a fundamentos e instituciones derivados – formales o imaginarios – diversos. Pero estos “pactos, Constituciones, mayorías, elecciones, consensus, referéndum, derecho” etc. a los que su pretendida legitimidad democrática se remite, suponen la previa existencia del Estado, y por tanto no pueden fundar el Estado ni la democracia sino por petición de principio. Ahora bien, lo que esos mecanismos formales o imaginarios tratan de ocultar es algo esencial, a saber: la democracia y sus formas derivadas de “elecciones, votos” etc. no aportan ni pueden aportar los derechos humanos. Bien al contrario, son los derechos humanos fundamentales, y ante todo la Autodeterminación o Independencia de todos los Pueblos los que aportan y constituyen la democracia, la cual no existe ni puede existir sin ellos, excepto como un simulacro.

El mundo actual se ordena o desordena por la Violencia y el Terror en los Estados y entre los Estados; pero no es esto lo que la moderna propaganda fascista oficial hace creer, o pretende hacer creer. El Estado ejerce el monopolio más o menos pleno de la violencia: legítima o criminal, según sea el tratamiento que da a los derechos humanos fundamentales. Todo régimen político – ya sea legítimo o criminal – tiene necesidad de fundar y legitimar ideológicamente su poder fundado sobre la violencia (ya sea legítima o criminal); pero, evidentemente, los intereses del imperialismo y el fascismo en el mundo actual les impiden presentarse tales como son. En este sentido, la combinación de cinismo, hipocresía y falta de vergüenza que los fascistas de segunda generación – agentes de propaganda y guerra psicológica del Nacionalismo imperialista francés y español – han instalado en los territorios ocupados y colonizados del Pueblo Vasco lo supera todo.

La nueva ideología imperialista y fascista franco-española trata de ocultar, disfrazar y falsificar la realidad histórica y social de su imperialismo y colonialismo sobre el Estado y los Territorios ocupados del Pueblo Vasco. Es su objetivo constante hacer creer que el imperialismo y el fascismo, como el diablo, no existen. Así pues, su propaganda monopolista substituye el orden real de Violencia criminal y dominación imperialista franco-españolas por un “régimen político no-violento, fundado en la libertad y el derecho, mediante la libre adhesión de los Pueblos sin violencia, sin armas, mediante la palabra, la razón, el diálogo, los pactos, el referéndum, el consenso, las leyes, las elecciones, los votos, la mayoría, el derecho y la Constitución” etc. Pero sólo la destrucción de la razón por la ideología imperialista permite “entender” que tales factores: los cuales suponen ya constituida y constituyente la previa estructura política imperialista franco-española, puedan fundar y constituir un Estado democrático sobre la destrucción criminal de Pueblos y Estados pre-existentes. Es ésta una gigantesca y formalmente absurda superchería con la cual la propaganda y el adoctrinamiento totalitarios tratan de destruir la conciencia política de los Pueblos sojuzgados.

El imperialismo y el despotismo antiguos hacían gala de su capacidad de criminal Violencia y Terrorismo; y su ideología tradicional trató siempre no de ocultar sino de mostrar y amplificar la Violencia constitutiva actual y virtual de su Estado. A su vez, en una posición de “prudencia” y repliegue táctico, los “modernos” sistemas despótico-imperialistas no exhibían esa violencia aunque la justificaran. El General Franco y sus secuaces, por ejemplo, no se presentaron nunca como “contrarios a toda violencia venga de donde venga”, como hacen ahora sus sucesores. En cambio, el régimen fascista del Segundo Franquismo la niega, se pretende pacífico y no-violento, y presenta a los Pueblos agredidos y oprimidos como agresores y opresores, y a las “grandes” Naciones agresoras y opresoras como víctimas inocentes de la violencia y el terrorismo de los agredidos y oprimidos. Ahora bien, quienes condenan el derecho de legítima defensa de los Pueblos frente a la agresión, sostienen en realidad la hipócrita y falaz “defensa de la Nación español o francesa” – que es la dominante y opresora – contra “el imperialismo periférico” de los Pueblos oprimidos, de los cuales sus verdugos se pretenden víctimas.

La actual ideología imperialista franco-española tiene necesidad ineludible de disimular – en la posible y prudente medida – la realidad política, histórica y social de su imperialismo; y de ocultar el origen, la naturaleza y la fundamentación de su régimen de ocupación militar. Oculta así ocho siglos de violencia, guerra de agresión, conquista, ocupación, terrorismo, represión, conculcación de los derechos humanos fundamentales, crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad, genocidio racial, lingüístico y cultural, colonización, exclusión, desmembración, explotación, expoliación y pública humillación de la Nación vasca agredida y ocupada: procedimientos criminales que constituyen el presente sistema de dominación imperialista y que han llevado al presente régimen, el Neo-Franquismo reformado con la asistencia política y financiera del imperialismo globalizado, cuyos Servicios Oficiales y Secretos guiaron, financiaron e impusieron la “transición” intra-totalitaria española.

La falsificación de la historia y la sociología, la perversión, inversión, confusión y subversión de términos y conceptos, la falsificación semántica y la destrucción de la razón, propias del régimen totalitario, son el medio idóneo y necesario de que disponen para la tarea. En particular, “no-violencia, libertad y democracia” deben aparecer en todos los casos como factores determinantes y esenciales de la constitución y la legitimidad históricas y sociales del actual régimen de ocupación militar y del poder político totalitario franco-español. Es así como se ha constituido el régimen que la desvergüenza fascista de sus agentes, beneficiarios, cómplices y servidores presenta como “legítimo, no-violento, pacífico, democrático, fundado en la libertad, los derechos humanos y la voluntad popular”.

La notación y connotación de términos e ideas son sistemáticamente falsificados, recuperados, duplicados, recortados o ampliados, a fin de que correspondan a la conveniencia y apología del imperialismo y el fascismo; y al perjuicio, descrédito, culpabilización y confusión de sus adversarios.

Así pues, abandonada aparentemente la propaganda paleo-franquista, basada en “el Estado, instrumento totalitario al servicio de la Patria, por el Imperio hacia Dios” etc., su imperialista y fascista régimen sucesor del Segundo Franquismo se proclama ahora democrático y no-violento a la vez. Según la ideología populista oficial del imperialismo colonialista franco-español, que niega los Pueblos sojuzgados, la “democracia se caracteriza, funda y establece por las elecciones y el voto mayoritario de los ciudadanos”, tras haber sido éstos agredidos, privados de su libertad nacional y Estado propio, y metidos a la fuerza en Estados imperialistas y extranjeros. Es asombroso que los numerosos sujetos – ya sea como adeptos o víctimas – de la ideología dominante: homologados como clínicamente sanos de espíritu y jurídicamente imputables, no vean inconveniente en adoptar y enunciar tales insanidades. Porque es el caso que semejante régimen político: el imperialismo “democrático”, no ha existido nunca y nunca existirá, ni aquí ni en ninguna parte, porque lo que es formalmente absurdo no puede existir. Frente a ello, es preciso afirmar este principio fundamental: “el acto por el que un Pueblo es un Pueblo es el verdadero fundamento de la sociedad.”

Probidad intelectual y Nacionalismo imperialista se excluyen mutuamente. Los ideólogos del Nacionalismo imperialista y fascista franco-español no son honrados teóricos u hombres de ciencia, ni menos todavía gentes de bien que “defienden sus ideas – todas legítimas y respetables – con la pluma y la palabra, y oponen la cultura a la violencia”, como pretenden hacer creer sus servicios indígenas y “autónomos” de intoxicación de masas. Bien al contrario, en cuanto políticos, son agentes, partícipes, cómplices, encubridores y beneficiarios – notorios y convictos – de los crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad que constituyen el régimen imperialista que sojuzga nuestro País; y en cuanto ideólogos, son mentirosos, difamadores, falsarios y embaucadores, tramposos y fulleros, y jugadores de ventaja habituales o profesionales.

El discurso-adoctrinamiento de estos agentes nunca se ha abandonado, porque sus falsedades y mentiras, dualismos e hipóstasis diversos – “lucha de clases y lucha nacional, derechos individuales y derechos colectivos, violencia y fuerza, Derecho y Estado, democracia y votaciones, elecciones, Constituciones” etc. – coadyuvan a la decomposición mental de la presunta oposición. La petición de principio concluye y se encierra en círculos viciosos, mitos y falsos esencialismos; pero la perversión semántica, la manipulación de conceptos, la contradicción en los términos y demás paralogismos son siempre efectivos, mientras toda crítica o información simplemente objetivas se encuentran efectiva y oficialmente proscritas por la violencia, el miedo y la corrupción, y cuando los servicios auxiliares de la “oposición” local: filtrada, infiltrada, impregnada, controlada y dirigida por el poder establecido, se encargan de decir y oponer lo que al poder establecido le conviene que le opongan. Es así como entienden la “libertad de expresión”.

Así y todo, semejante discurso queda desplazado cada vez más por las técnicas “científicas” de degradación, degeneración y destrucción de la razón y la dignidad humanas; de condicionamiento del comportamiento; de intoxicación ideológica, lavado y rellenado de cerebro; de creación de reflejos positivos y negativos ante estímulos primarios predeterminados; de inversión y subversión de valores y conceptos; y de manipulación semántica propios del régimen totalitario. En este nivel de degradación intelectual, el fascismo imperialista no propone ya tesis; lo que excluye sin más toda antítesis. En último término, la creación de ruido y nubes de humo, la distracción permanente, la simple ocupación del espacio visual o auditivo, o la fijación, neutralización o simple desgaste del adversario (que sea lo bastante ingenuo o disminuido como para caer en la trampa), son objetivos válidos que justifican ampliamente para el Nacionalismo imperialista franco-español la degradación, degeneración y destrucción de la razón y la dignidad humanas. La fabricación de zombis es una necesidad de primer orden para el totalitarismo moderno.

Las limitaciones teóricas inherentes a una empresa imperialista se superan mediante la ventaja casi absoluta que le proporcionan su superioridad política, económica y demográfica, y el monopolio de los llamados medios de “comunicación-información-educación” de masas, reducidos en realidad al papel de simples instrumentos de propaganda y guerra psicológica según métodos elaborados, ensayados y desarrollados por las Potencias totalitarias. En estas condiciones, sus autores y portavoces dan lecciones de “no-violencia, no-Nacionalismo, paz, tolerancia, convivencia y democracia” a Pueblos reducidos a la indefensión por el monopolio político de la Violencia criminal.

La propaganda imperialista no sólo falsifica la historia y la sociología: es además formalmente irracional, contradictoria y absurda. En su contenido teórico, la ideología imperialista y fascista es falsa, evanescente y desprovista de valor y sentido lógicos; sin embargo, ello no le causa perjuicio ideológico considerable sino más bien lo contrario, y su integración mental entre los pacientes a los que se dirige se realiza sin mayores dificultades mientras el monopolio de la Violencia le asegura y garantiza el monopolio mediático. Y desde el momento en que esa ideología imperialista queda impuesta como ideología dominante, su coherencia material se refuerza con ello, porque aparece como transfigurada por el monopolio de la Violencia criminal que conlleva el monopolio de las ideas.

“Se nos ha enseñado a considerar con respeto, incluso como ‘grandes’ hombres, a algunas de las personas que han cometido éstos y otros disparates similares; solemos admitir la sabiduría política de quienes están al mando, y estamos todos tan acostumbrados a estos fenómenos que la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de cuán abyectamente estúpido e indeseable es en realidad el comportamiento histórico de masas de la humanidad.” (K. Lorenz; ibid.)

La “superioridad” de la ideología imperialista no se funda en su calidad teórica sino, sobre todo, en la aplastante ventaja de expresión cuantitativa que le concede el monopolio de comunicación y propaganda. Las funcionales sandeces que la propaganda imperialista y fascista de masas difunde a diario entre sus víctimas no tendrían vigencia posible en una sociedad donde la libertad y la capacidad de expresión, crítica e información no hubieran desaparecido, por efecto de la represión de los derechos humanos fundamentales. El retroceso del método científico, la extensión y penetración de la irracionalidad y el obscurantismo, y la credulidad creciente entre las masas, no son sólo consecuencia sino condición – y sobre todo causa – del avance del imperialismo y el totalitarismo; del condicionamiento, la intoxicación, la manipulación y la fabricación administrativas de la opinión pública; y del retroceso de la libertad y la democracia en las sociedades contemporáneas. Son parte significativa – y se ilustran ya con alcance universal – en el nuevo orden terrorista e imperialista mundial que se instala ante nuestra vista.

En la ideología propia del imperialismo y el fascismo, constituida por la integración de la actividad del pensamiento en los fines y medios del conjunto totalitario, la ideología de la realidad: de necesario uso interno para las clases dominantes, se acompaña con la ideología de la ilusión, elaborada sobre todo para que se la crean los demás. Este desdoblamiento ideológico se materializa en la división entre el trabajo espiritual y el material, en la división orgánica entre los “ideólogos de la ilusión y los ideólogos de la realidad”, y entre los monopolios y departamentos de propaganda y los de violencia, respectivamente.

Según la formulación de Marx-Engels, “La división del trabajo, en la cual hemos reconocido uno de los factores más importantes y más potentes de la historia, se manifiesta igualmente en la clase dominante como división entre el trabajo espiritual y el material. En el interior de esta clase, una de las partes funciona como pensadores de esta clase social: son sus ideólogos activos y conceptivos, que tienen la especialidad de forjar las ilusiones que esta clase se hace sobre sí misma; especialidad de la que hacen su principal fuente de subsistencia. Los otros guardan una actitud más bien pasiva y receptiva respecto a tales ideas e ilusiones, porque son en realidad los miembros activos de esta clase y tienen menos tiempo para hacerse ilusiones e ideas sobre sí mismos. Esta escisión puede incluso degenerar en cierto antagonismo y cierta hostilidad de las dos partes en presencia; pero, en cuanto sobreviene una colisión práctica que pone en peligro a la clase entera, esta oposición desaparece por sí misma”. (Al no estar esta especialización rígidamente corporativizada, la “contradicción” teórica – pero ideológicamente funcional – entre ambas clases de trabajo se manifiesta también a través y en el interior de los grupos e individuos que lo realizan.)

En principio, los engañabobos ideológicos de la propaganda imperialista y fascista se reservan a las clases sociales débiles y dominadas, cuya capacidad de crítica y espíritu de resistencia desaparecieron hace mucho tiempo por efecto de la represión terrorista y el condicionamiento psicológico de masas. Pero el resultado de la mala fe se extiende también cada vez más a las mismas clases dominantes que detentan los monopolios de Violencia criminal y propaganda, cuyos dirigentes y propagandistas: traicionados por su debilidad mental, pueden acabar creyéndose ellos mismos las tonterías que dicen para idiotizar a los demás, ya que es imposible separar claramente sus ideas propias de las que han inventado para que se las crean los otros.

Los gobernantes, ideólogos y agentes oficiales del régimen imperial-totalitario son ciertamente embusteros, falsarios y difamadores: cínicos, hipócritas o de mala fe; pero no siempre fingen creerse las tonterías reaccionarias que profieren, ya que en alguna medida acaban por creérselas ellos mismos, y no parecen tener una conciencia plena o clara de las funcionales sandeces que profesan a diario a este respecto. Lo cual más bien aumenta su rendimiento y los hace más peligrosos todavía, pues creérselas es la mejor manera que tienen de hacerlas creer a los demás, ya que nadie engaña tan bien a los demás como el que se engaña a sí mismo. Paradójicamente, es también un obstáculo más para la crítica racional y democrática, puesto que ésta es mucho más fácil de realizar frente a criminales y tramposos “puros”: conscientes de que lo son, que ante quienes están ya idiotizados por su propia propaganda; lo cual los pone fuera del alcance de dicha crítica racional.

La ilusión ideológica imperialista y fascista se produce o consume según dos modalidades psicológicas: la mentira y falsificación conscientes y deliberadas de la realidad, por un lado; y la ignorancia y el error espontáneos o hetero-inducidos, por otro. Son las formas puras de la ideología de la ilusión. Ambas se disuelven y difuminan en las vastas playas de la mala fe, consecuencia de la “conciencia mala, desgraciada o dolorosa” que lleva a los sujetos agentes y pacientes a ignorar lo que no quieren saber, evitando calculada y precavidamente para ello los adecuados medios y fuentes de información e interpretación, que podrían perturbar su adaptación social y su “buena” conciencia individual y colectiva.

En el grupo social ideológicamente dominante, la ideología de la ilusión está siempre subordinada, controlada y tenida a raya por la ideología de la realidad, pues su imprudente distribución “para el consumo propio” pondría en peligro el régimen político. Ningún orden totalitario moderno podría sobrevivir si sus dirigentes y “miembros activos” creyeran verdaderamente y – sobre todo – pusieran en práctica lo que sus ideólogos inventan y predican para que se lo crean los demás. En realidad, se trata de ideas en las que los propagandistas del imperialismo no creen ellos mismos, como lo prueba su propia realidad política: mantenida por medio de la Violencia criminal – hacia el interior pero fundamentalmente y sobre todo hacia el exterior – sin el menor escrúpulo. Las fábulas románticas y funcionales mentiras sobre el carácter no-violento del régimen imperialista establecido tienen sus límites en la estructura general de dominación y producción/explotación de clase, cuya especie internacional es el imperialismo colonialista.

La ideología de la ilusión y la ideología de la realidad se producen y localizan de manera también desigual, si se trata de las clases dominadas, o de los órganos políticos de las clases dominantes y el aparato del Estado. Su misma burocracia no escapa a la superchería ideológica. “La burocracia es un círculo de donde nadie puede escapar. Su jerarquía es una jerarquía del saber. La cabeza se remite a los círculos inferiores para el conocimiento de los detalles, y los círculos inferiores se remiten a la cabeza para el conocimiento de lo general, y así se engañan mutuamente.” “La burocracia es el Estado imaginario al lado del Estado real; el espiritualismo del Estado.” “Tiene en su posesión la esencia del Estado, la esencia espiritual de la sociedad, es su propiedad privada. El espíritu general de la burocracia es el secreto, el misterio, guardado dentro de su propio seno por la jerarquía, y hacia el exterior por su naturaleza de corporación cerrada. Así que revelar el espíritu político, al igual que la mentalidad política, aparecen a la burocracia como una traición hacia su misterio. La autoridad es en consecuencia el principio de su saber, y la idolatría de la autoridad es su mentalidad.” “Si la expresión consciente de las condiciones reales de estos individuos es ilusoria; si, en sus representaciones, ponen la realidad del revés, ello es consecuencia una vez más de su modo de actividad limitada y de la situación social limitada que de ella procede.”

Más que nunca, “en el seno mismo de la burocracia, el espiritualismo deviene un materialismo sórdido, el materialismo de la obediencia pasiva, del culto de la autoridad, del mecanismo de una práctica social osificada, de ideas y tradiciones fijas. En cuanto al burócrata tomado individualmente, los fines del Estado devienen sus fines privados: es el halalí a los puestos más elevados, es el carrerismo”.

“Las ilusiones nos hacen el servicio de ahorrarnos sentimientos penosos, y nos permiten sentir en su lugar sentimientos satisfactorios. Debemos no obstante tener previsto que un día éstos vengan a chocar con la realidad, y lo mejor que podemos hacer es aceptar su destrucción sin lamentos y sin recriminaciones.” Es el caso de la creencia en el pacifismo, la solidaridad y la racionalidad de la civilización y la comunidad científica, en tanto que dicha creencia es utilizada como forma de negar o camuflar la realidad imperialista. En esta materia la decepción “no está justificada, pues se reduce a la destrucción de una ilusión”. Pero, inevitablemente, la escisión de la conciencia política para adaptarse uno mismo a la realidad: con el escapismo hacia una conciencia falseada como recurso de auto-engaño, es un síndrome de estructural y permanente contradicción social-mental. Las variantes del correspondiente falseamiento de la realidad se localizan también asimétricamente, según sea la posición que el sujeto ocupa en el complejo social establecido, bien sea como dominante o como dominado.

La ideología de la ilusión: relevante en los servicios de propaganda y en las aparentes “instancias supremas”, asambleas generales y burocracia administrativa o judicial, se rarifica – hasta desaparecer – en los cuerpos “inferiores” del aparato de Violencia criminal, que son el fundamento real del régimen político imperialista-totalitario. Ciertamente (aun teniendo en cuenta la ideología de la ilusión y “la división del trabajo material y espiritual”), queda poco, escaso o ningún margen para “ahorrarnos sentimientos penosos y disfrutar sentimientos satisfactorios” en una “intervención” de las fuerzas armadas, o cuando se toma parte activa en una cámara de tortura o en un pelotón de fusilamiento.

La verdad y la realidad de un régimen político no se fundan ni manifiestan en las “altas esferas” de la burocracia administrativa y sus ceremonias protocolarias, ni en los discursos parlamentarios, ni en las declaraciones ministeriales o las aportaciones de los servicios “culturales”, y de los partidos y sindicatos homologados. Se fundan y manifiestan en la composición y la actividad material de los cuerpos represivos, y en las “edificantes”, inequívocas y agresivas declaraciones de principios que las acompañan. “¡En español, mecagüend***!”; “¡Voy a acabar con esta p*** raza!”; o “¡A por ellos!”: exclamaciones escuchadas a miembros de esos cuerpos (por poner sólo estos ejemplos de una constante manifestación de odio, agresión y desprecio hacia los Pueblos sometidos, reconocidos así como diferentes y no Españoles), son la expresión-confesión banal, honrada, lúcida y sincera de la conciencia nacional y política auténtica y efectiva del imperialismo franco-español; y dejan poco sitio a la intoxicación ilusionista y espiritualista de sus servicios de propaganda militares, civiles o eclesiásticos.

Con el desarrollo del totalitarismo moderno, aún se reduce más el consumo interno del opio ideológico de la ilusión entre las clases dominantes, las cuales están al cabo de la calle y de vuelta en todo lo que se refiere a los supuestos valores religiosos y morales, derechos humanos, libertad y democracia que ellas se atribuyen. Dicho consumo se limita ya a las zonas inertes de su base social, y a la deformación profesional de los servicios especializados de propaganda. “La mala fe y la conciencia mala, desgraciada o dolorosa” son parte de la ideología imperialista y totalitaria moderna; pero no conciernen a sus beneficiarios, que pueden pagarse una conciencia auténtica de primera calidad, y no tienen dificultad para encontrar las justificaciones, aprobaciones y bendiciones que los moralistas civiles y eclesiásticos fabrican para ellos.

Contra lo que la ideología romántica de la moralidad pretende hacer creer, no son los poderosos y los opresores quienes sufren culpabilización y remordimientos con respecto a su comportamiento social: ellos no padecen cosas de ésas y no necesitan ponerles remedio. También las fuerzas que monopolizan el poder imperialista y fascista franco-español en nuestro País están satisfechas con su conciencia auténtica, y no necesitan hacerse ilusiones. No sufren de conciencia culpable y gozan de la buena conciencia de los justos: no porque se crean demócratas sino porque se saben imperialistas y fascistas, y ello les encanta material y moralmente. Si fabrican y distribuyen – cuando les conviene – los infundios de la ilusión “democrática”, lo hacen para engaño y uso de los demás. Pero la identificación de quienes engañan y son engañados no corresponde sino relativamente a la de dominantes y dominados. Como ya se ha apuntado, creerse ellos mismos sus infundios es, para los primeros, la mejor manera de que se lo crean los demás. No podrían cubrir cumplidamente su objetivo sin, en alguna medida, engañarse también a sí mismos, ni sin contar con el discreto “consenso” de los dominados; lo cual ayuda además para que éstos se auto-engañen ellos mismos, a fin de poder soportar su propia condición de dominados que no desean reconocer.

El condicionamiento externo de la oposición es el principal objetivo de la ideología de la ilusión. Las clases dominadas son, por su propia condición, más susceptibles de avenirse a comulgar con ruedas de molino. Son los débiles y los oprimidos indefensos y sin ideología ni estrategia propia quienes, no pudiendo inventarse ni comprarse una buena conciencia auténtica, buscan auxilio y refugio en la auto-inculpación para aliviar la artificial, desgraciada y dolorosa mala conciencia con que la alienación ideológica del imperialismo los ha cargado. En un grupo social ideológicamente dominado, la ideología de la ilusión carece virtualmente de limitación alguna. Cuanto más dominado se encuentra, tanto más se aleja de la ideología de la realidad para refugiarse en los paraísos artificiales que él mismo demanda, y que sus proveedores internos y externos le procuran. Entre el Pueblo Vasco, ésta es – junto con la corrupción - la función fundamental de la burocracia liquidacionista Pnv-Eta y sus satélites: Ea-Ehbildu-Sortu-Geroa bai etc. durante el régimen del Segundo Franquismo.

El General Franco: el criminal, cruel, sanguinario y vengativo tirano, correspondía eficazmente a las condiciones del pueblo español tras la victoria del Fascismo internacional, y a la necesidad de cerrar el paso a toda capacidad económica y cultural, y a toda fuerza crítica y creativa susceptible de generar resistencias ideológicas y políticas: sobre todo en los Pueblos y Estados sojuzgados por el imperialismo español. Sin lo cual su régimen: establecido por su victoria militar con el decisivo apoyo de las Potencias del Eje, no habría podido permanecer, durar y adaptarse, como lo ha hecho, una vez que los Aliados vencedores tomaron el relevo de las “Naciones enemigas” y vencidas. Sin embargo, los Aliados: a la vista de la realidad socio-política española, decidieron mantenerlo; traicionando así todos los principios que habían aducido para justificar la guerra y la victoria de ellos mismos.

Al Franquismo no lo ha derrotado nunca nadie, el régimen franquista no ha sufrido nunca derrumbe, ni derribo, ni ruptura, ni substitución, ni sucesión, y se mantiene hasta esta fecha tras la operación de su transición intra-totalitaria al Segundo Franquismo, consistente en la continuidad del régimen por el mantenimiento intacto de sus instituciones y ante todo de su Estado unitario de dominación imperialista sobre los Pueblos sojuzgados, establecido como consecuencia de su victoria en la guerra y nunca puesto en cuestión desde entonces. Como consecuencia de dicha operación de fraude ideológico-político, y de recuperación-corrupción de las burocracias de la inexistente “oposición” Nacional-socialista y Nacional-comunista española, el régimen franquista pasó a convertirse en “democrático” de la noche a la mañana, contando con la complicidad y la integración de esa “oposición” Nacional-imperialista en el régimen del Segundo Franquismo. La operación no habría sido posible sin la traición de la pretendida “clase política oficial vasca”, formada por la burocracia mafiosa-liquidacionista Pnv-Eta y sus satélites, la cual apoyó abierta y oficialmente aquella superchería como “democracia” desde 1977-79, y sigue sosteniéndola hasta el día de hoy.

(Véase el Capítulo VII: ‘Consolidación del Franquismo: la transición intratotalitaria española’, de nuestro texto general EUSKAL HERRIA Y EL REINO DE NABARRA, O EL PUEBLO VASCO Y SU ESTADO, FRENTE AL IMPERIALISMO FRANCO-ESPAÑOL’.)

El secretismo tradicional de los Gobiernos despóticos – y de sus colaboradores y cómplices indígenas – no hace sino reforzarse, en un mundo en que las funciones políticas se realizan cada vez más por Servicios y procedimientos secretos, y donde la política formal oculta cada vez más la política real. En cuestión de secretismo informativo, diplomacia secreta y degeneración burocrática, lo que es cierto cuando se afirma referido al despotismo en general, es cierto en un grado aún mayor referido al burocratismo vasco del exilio y a su posterior institucionalismo armado y desarmado, debido a su propio alejamiento del poder real; el cual pone siempre por el contrario condiciones y límites a la clase política dominante. Lo que llaman “discreción” es vital para ellos, pues la mera información pública sobre sus imaginarias “negociaciones de paz” etc. pondría inmediatamente en pública evidencia que no hay tales negociaciones.

El régimen totalitario franco-español es a la vez demasiado fuerte y demasiado débil como para soportar la contradicción de nadie. Es por ello que conocimiento, ciencia, cultura, educación, información y comunicación: administrativamente dirigidas y reprimidas, se resuelven y se disuelven en condicionamiento ideológico, propaganda e intoxicación psicológica, al servicio de los fines del poder de facto. Toda su aportación “cultural” se subordina a la promoción ideológica del Fascismo y el Nacionalismo imperialista de Francespaña. Se hacen así posibles: aniquilación del sentido lógico y crítico, ruina de la memoria histórica y de la conciencia colectiva de los Pueblos, dogmatismo y obscurantismo, recuperación, confusión y perversión del lenguaje y de las ideas, lavado de cerebro y adoctrinamiento de masas, falsificación de la historia y mistificación de la sociología, la política y el derecho, prejuicios, mitos, ilusiones y dogmas establecidos al margen de toda realidad y toda racionalidad, pero inherentes a la ideología imperialista franco-española e inseparables de las relaciones, opciones e intereses económico-políticos que la fundamentan.

El totalitarismo ideológico y político produce necesariamente subdesarrollo, parálisis y reacción generalizados. Donde la libertad de pensamiento, crítica y comunicación no existe para las cuestiones políticas, tampoco puede desarrollarse para el conjunto de la producción económica o cultural. Consubstanciales con toda tiranía: desde el despotismo asiático hasta el totalitarismo moderno, los diversos procedimientos y mecanismos de represión, censura, sumisión, obscurantismo, dirigismo, academismo, formalismo, impostura, fraude y falsificación intelectual en general cierran el paso a la creación, evolución y difusión de las ideas progresistas. El subdesarrollo general conlleva, a su vez, reacción ideológica y política.

En realidad todas las ramas del conocimiento – ya sea vulgar, científico o filosófico – en ciencias humanas o naturales, normativas aplicadas, teoría política y jurídica, sociología, historia, economía, antropología, etnología, lingüística, biología, medicina, física, química, astronomía, lógica general y formal, o ciencias exactas, sufren las consecuencias de la presión y la represión totalitarias. En la muy diversa forma y medida en que dichas ramas del conocimiento padecen esas consecuencias, presentan la misma fiabilidad que la doctrina y la propaganda oficial que las informan. Sólo las duras exigencias impuestas por la producción o la confrontación – ya sea comercial o armada, fría o caliente – ponen límites a la deriva “científica” del totalitarismo. El rendimiento de las “matemáticas arias”, de la “biología socialista”, o de la “lingüística proletaria” es lo bastante deficitario como para pretender que las inconsecuencias y concesiones ideológicas – tan dolorosas como forzosas – presentes en tales sistemas totalitarios pueden ser justificadas.

La ocultación y la falsificación de los datos sociológicos e históricos es la base de la ideología totalitaria. La propaganda fascista niega, modifica o falsifica todos los principios y todos los conceptos formales que no encajan con el interés del imperialismo. Éstos son adoptados o se rechazados según correspondan o no al interés permanente o coyuntural del Nacionalismo imperialista.

“A un hombre que trata de acomodar la ciencia a una posición no derivada del propio interés de ella, aunque sea equivocado, sino a externos, ajenos y extraños intereses, yo lo llamo miserable.” “La ciencia misma ha perdido su serena imparcialidad; sus servidores, exasperados al más alto grado, le toman sus armas a fin de poder contribuir, a su vez, a aplastar al enemigo. El antropólogo trata de probar que el adversario pertenece a una raza inferior y degenerada; el psiquiatra diagnostica en él perturbaciones psicológicas y psíquicas.”

Porque si se admite que la agresión y la conquista son y crean derecho, entonces es bastante lógico derivar de ellas también el derecho de engañar, embaucar e intoxicar a las personas y los Pueblos dominados por el imperialismo, acerca de los funestos y odiosos origen y consecuencias de tales procedimientos. Como va a quedar expuesto en el capítulo siguiente, en todo sistema totalitario (inherente al imperialismo y al fascismo), las ciencias sociales e incluso la moral están subordinadas a la ideología dominante, establecida por el poder político en virtud de sus monopolios de Violencia criminal y propaganda. El moderno monopolio de condicionamiento ideológico de masas, anexo al monopolio de la Violencia, permite ocultar lo que la más mínima libertad de crítica pondría en evidencia. Efectivamente, la desvergonzada combinación de estupidez, cinismo e hipocresía, que caracteriza la ideología imperialista y fascista, permite todas las adaptaciones.

Nada pueden la verdad, el sentido común, la racionalidad y el espíritu científico en Estados totalitarios donde los Gobiernos se atribuyen abiertamente competencias supremas y reservadas que les son ajenas. Un régimen político que pretende decidir e imponer sus decisiones en materia de ciencia, moral, arte, cultura o religión, es ya un régimen totalitario. (El poder político: cualquiera que éste sea, carece de competencia en materia científica así como en materia de moral, arte, cultura o religión. Su única competencia se refiere a su medio propio y específico de actuación, es decir: la violencia. Pero, una vez establecida esta indiscutible competencia, ello le permite a un régimen totalitario atribuirse a continuación todas las competencias: una atribución implicada en la extensión actual o virtualmente ilimitada de su ámbito de dominación, como tantos ejemplos de totalitarismo han puesto de manifiesto a lo largo de la historia.)

En Estados imperialistas y totalitarios tales como el español o el francés: donde ministerios de la cultura y jueces constitucionales y supremos “elucidan”, deciden, fallan, financian e imponen “la verdad” en cuestiones culturales y científicas; y donde la historia, la sociología, la economía o la lingüística se establecen autoritariamente, las poblaciones que los soportan no pueden llamarse a engaño sobre los resultados de todo ello.

Para las personas y los Pueblos sojuzgados, la verdad es el camino: largo, aventurado y lleno de riesgos, que conduce – a veces – a la libertad y que igualmente procede de ella. Pero, en un mundo como el nuestro, decir la verdad es una actividad poco recomendable que expone a sus temerarios o inconscientes actores a las peores reacciones de la opinión y los poderes “públicos”. En lo que se refiere a la verdad, el que aquí quiera “vivir bien”, o cuando menos vivir tranquilo, tiene todo interés en aprender a cerrar el morro. La mayor parte de la población lo ha comprendido así hace tiempo. “La verdad os hará libres”, dijo el Nazareno; pero la mentira y la destrucción de la razón “liberan” también a los servidores de éstas: agentes del poder totalitario, imperialista y fascista establecido, a quienes éste ofrece la rica diversidad de su voluntad todopoderosa.

En la medida en que la democracia implica libertad de pensamiento, de crítica e investigación, la coherencia lógica, la univocidad conceptual y terminológica, la paridad semántica y la estabilidad metódica son condiciones del acceso a la verdad y el conocimiento. En cambio, para el imperialismo y el fascismo son obstáculos insuperables que deben ser destruidos, porque sus agentes no pueden dominar ideológicamente a los Pueblos sin falsificar, recuperar y confundir los conceptos y los términos. Esa forma de ideología implica el embrutecimiento previo de sus pacientes por los modernos monopolios de propaganda; ahora bien, si esta condición viene a faltar, la reacción puede ser peligrosa para los pretenciosos agentes fascistas.

La difamación y la mentira, en tanto que medios de desacreditar, deshonrar y deslegitimar al enemigo político, no caracterizan al imperialismo y al fascismo modernos, y son tan viejas como el despotismo, la guerra y la opresión entre los humanos. Los Imperios antiguos, las Cruzadas, el Despotismo asiático español, el Imperialismo y el Absolutismo franceses, el Comunismo y el Fascismo buscaban por todos los medios la ruina ideológica de sus adversarios. El enemigo era siempre el “mal”; pero, aun así, el mal y sus agentes se presentaban con caracteres, identidad y determinaciones relativamente diferenciadas y estables. Cartagineses y romanos, cristianos y mahometanos, católicos y herejes, colonizadores y colonizados, demócratas y fascistas, capitalistas, anarquistas y comunistas se combatían mutuamente reconociéndose al menos como tales, y sin tratar de falsificar su realidad. Lo que a este respecto diferencia el despotismo y el totalitarismo modernos de sus ilustres predecesores es la funcionalidad – cada vez más directa y arbitraria – de su tramposo condicionamiento ideológico; la inversión, falsificación, irracionalidad, confusión y acumulación sin precedentes de las imputaciones, los conceptos y los términos.

Para la nueva ideología imperialista-totalitaria dominante, los términos, los conceptos y las calificaciones no significan o implican nada preciso, fijo o determinado, y pueden por lo mismo aplicarse a todo lo que convenga. Las ideas-fuerza más virulentas del nuevo “orden” hegemónico mundial, a saber: la “violencia” y el “terrorismo”, son actualmente tan formalmente indefinidas e indefinibles como ideológicamente rentables; y su carrera es tan imprevisible como la de la realidad política que las ha amañado. Toda destrucción del campo teórico, que permita impedir la percepción estable y totalizante de las relaciones sociales bajo el imperialismo: impuestas y mantenidas por su Violencia criminal, es objetivo propio de la empresa de condicionamiento ideológico-político totalitario; es una constante en la propaganda imperialista y fascista.

Perversión, equivocidad, ambigüedad, distorsión, confusión, substitución, decomposición, falsificación y recuperación insidiosas de los términos y los conceptos cardinales de la sociología y la política, son cultivadas y explotadas de forma constante y sistemática por los ideólogos del imperialismo y el fascismo, a fin de conseguir la intoxicación ideológica de los Pueblos sojuzgados. Esas artimañas: provistas de efectos más devastadores todavía que la simple destrucción de esos términos y conceptos, buscan aislar, conservar y recuperar el contenido ideológico afectivo y emotivo – ya sea positivo o negativo, según los casos – de ellos; lo cual, transferido a ideas y acepciones parcial o totalmente diferentes e incluso contrarias, les permite a esos ideólogos equivocar, engañar, desorientar y condicionar a los grupos sociales más débiles. Tales engaños tienen por finalidad encubrir, justificar y potenciar los fines y los medios propios del imperialismo y el fascismo; y confundir, descalificar y destruir toda ideología racional y toda oposición democrática.


(De: ‘Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo’.)

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