Violencia humana: política, derecho y Estado (2)


Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo



– Violencia humana: política, derecho y Estado


Iñaki Aginaga y Felipe Campo


Para los humanos, como para los demás animales, la violencia es el modo natural, inmediato y preferente de constitución y solución de los conflictos sociales. Pero, a diferencia de los otros animales, la especie humana no ha encontrado, inventado o conservado nunca los recursos inhibitorios de las fuerzas de destrucción intraspecífica que ella ha desarrollado, y que amenazan su propia existencia merced a su agresividad y armamento exorbitantes.

Las salvaguardas biológicamente institucionalizadas; los equilibrios en la agresividad; la estabilización en el ataque y la defensa, en la dominación y la sumisión al más fuerte; la reacción especializada de repulsión y reproducción; los instintos básicos de agresión y fuga; las afinidades y la eventual solidaridad inducida por el peligro extraspecífico, geológico o astronómico; el reconocimiento de la alteridad e identidad personales y los lazos afectivos entre las Naciones; las distancias críticas o geográficas, y las limitaciones materiales y psicológicas del armamento (hasta llegar a una completa despersonalización por su presente transformación tecnológica): nada de esto funciona ahora entre los humanos.

“La dificultad de la paz radica más en la humanidad que en la animalidad del humano.” (R. Aron; ‘Paix et guerre entre les nations’, 1962.La expansión y concentración tendencialmente ilimitadas de la especie humana son muy superiores a su capacidad de evolución, adaptación y organización. En virtud de su progreso cultural y técnico, su conflictividad inherente aumenta en vez de disminuir. Su aptitud para destruir es muy superior a su aptitud para construir y reconstruir. La Humanidad afronta problemas sin precedentes en el reino animal. Para ella no hay solución filogenética ni ontogenética, ni cultural ni política; puede, todo lo más, ir tirando con lo que hay, resignándose a la catástrofe final para la que acumula todas las determinantes. Tiene en sí misma la llave de su propia destrucción; de hecho, su auto-destrucción es perspectiva mucho más razonable que su reconciliación. No corre hacia un inevitable desarrollo feliz de la historia sino hacia la catástrofe final.

Una sociedad humana no-violenta es un infundio ideológico. Un mundo terrenal sin violencia no existe ni ha existido nunca, queda fuera de toda experiencia. Situada en el nivel más alto de agresividad del reino animal, la violencia intraspecífica de la especie humana aumenta cuantitativa y cualitativamente con el desarrollo de la cultura y la civilización. Es muy improbable que los animales humanos se hagan pacíficos y no-violentos, pudiendo incluso destruir su propia especie.

Contra lo que las ideologías bien o mal intencionadas quieren hacer creer, los seres humanos: individual o colectivamente considerados a escala sociológica, no son naturalmente buenos, justos, nobles, altruistas, sociables, pacíficos y amantes de la verdad hasta que – por desgraciadas contingencias y circunstancias históricas – el despotismo, el imperialismo, el mercantilismo o el capitalismo los pervirtieron. Bien al contrario son naturalmente malos, injustos, egoístas, ladrones, violentos, agresivos, crueles, mentirosos, ambiciosos, avaros, vanidosos, interesados, envidiosos, tramposos, desagradecidos y traicioneros, entre otras cualidades; la mayor parte de las cuales son la aportación de la especie humana al desarrollo animal sobre la Tierra. Las ideologías más o menos idealistas, moralistas, optimistas, utopistas, proyectistas o prospectivistas nada pueden contra ello. Estoicismo, cristianismo, racionalismo, cientismo, humanismo, escepticismo, evolucionismo, liberalismo, anarquismo, socialismo o comunismo más o menos “científicos” y consecuentes, bien al contrario de sus proclamadas y supuestamente bien-intencionadas pretensiones humanistas, son o devienen generalmente instrumentos cínicos o hipócritas de propaganda y guerra psicológica al servicio de las Potencias dominantes e imperialistas.

En política, “me parece a mí más conveniente seguir la verdad efectiva de las cosas que su imaginación. Ya que muchos han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia entre la forma en que se vive y aquélla en que se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que debería hacerse, aprenderá más bien a acarrear su propia ruina que a preservarse. Un hombre que quiera hacer en todo profesión de hombre bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos otros que no lo son. Por lo tanto, para un príncipe que desea mantenerse, es necesario que aprenda a no ser bueno, y a utilizar este conocimiento y a no usarlo, de acuerdo con la necesidad del caso.” (N. Maquiavelo; ‘El Príncipe’.)

En las relaciones políticas, siendo la naturaleza humana lo que es, “es mucho más seguro hacerse temer que hacerse amar”. “Los seres humanos tienen menos escrúpulos en perjudicar a una persona que se hace querer, que a otra que se hace temer; porque el amor se mantiene por un lazo de obligaciones que se rompe allí donde la ocasión de provecho particular se presenta, dado que los humanos son malos; pero el temor se mantiene por un miedo al castigo que nunca te abandona.” “Puesto que los hombres aman según su fantasía, y temen según la discreción del príncipe, el príncipe prudente y bien avisado debe establecerse sobre lo que depende de él, y no sobre lo que depende de los otros.” “Porque una cosa puede decirse en general de todos los seres humanos: que son ingratos, cambiantes, disimulados, enemigos del peligro, ávidos de ganancias.” El humano “tiene por cualidades el deseo de poder, el orgullo, el desprecio de los otros, la hipocresía, la autonomía moral”. “El ser humano es egoísta y violento. Y los seres colectivos que constituyen los Estados son peores que los seres individuales.”

Solamente la superior capacidad de violencia confiere el poder político, cualquiera que éste sea. “Es el único arte que corresponde a los que mandan.” El que no hace “oficio de ello” deviene “objeto de desprecio”. “Porque entre el hombre armado y el que no lo está, no hay ninguna comparación; y la razón no quiere que un hombre armado obedezca voluntariamente al que está desarmado, ni que un hombre desarmado pueda estar seguro entre sus servidores armados.”

La realidad del poder político se funda sobre la violencia y el miedo a la violencia. “La soberanía es el derecho exclusivo de dar miedo a los demás.” La dosificación de éste, estratégica y tácticamente adaptada, es parte importante del arte político, de la guerra y la paz. En este terreno, los errores y las equivocaciones – de principio o de apreciación, de información o de temperamento – se pagan caros.

El miedo a los poderes infernales, a la venganza de Dios y de los hombres de Dios, al fuego del Infierno y de las hogueras de la Inquisición, a las calamidades y plagas apocalípticas, y a los fusiles y las horcas, es la motivación que determina el comportamiento humano en el derecho divino y humano, eclesiástico o civil. “Es el miedo, sentido hacia dos objetos generales: uno, el poder de los espíritus invisibles; otro, el poder de los hombres.” “De estos dos poderes, aunque el primero es más grande, el temor que inspira el segundo es, comúnmente, mayor.” El temor ha sido siempre “argumento” más fiable y convincente que el amor a Dios y al prójimo. El Infierno, no el Cielo, determina la conducta de los humanos. La atrición ofrece más seguras y generales garantías de enmienda que la contrición. Lo mismo ocurre con la moral: el miedo a la reprobación de Dios o de los humanos prevalece sobre el amor que los humanos sienten o “deben” sentir hacia Dios y el prójimo.

“La importancia del miedo es extrema en tanto que fenómeno sociológico. La vida entera del hombre se desarrolla bajo el signo del miedo: miedo de los dioses, de los enemigos, de los amigos, de los vecinos, de los amos, de los subordinados, de las leyes y de la ausencia de leyes, de la enfermedad, la muerte, y los antepasados; miedo de lo conocido y de lo desconocido. La organización social está fundada en su mayor parte sobre el miedo. La educación consiste en canalizarlo.” “Las fuerzas armadas están hechas para ser temidas; y la táctica es el arte de provocar el miedo en el enemigo y la disciplina entre los suyos”. “La intimidación es una potente arma de acción política, tanto en la esfera internacional como en el interior de un País. La guerra, como la revolución, está fundada sobre la intimidación. Una guerra victoriosa, por regla general, destruye sólo una parte insignificante del ejército vencido; pero demoraliza al resto de él y rompe su voluntad. La revolución funciona del mismo modo: mata algunas personas, e intimida a miles. En este sentido, el Terror Rojo no se distingue de la insurrección armada, de la cual representa su directa continuación.”

Las dictaduras y las fuerzas militares de ocupación, el imperialismo y el fascismo no pueden prescindir del terrorismo. “Hay que fusilar a todos los responsables. Hay que crear un clima de terror.” (General Mola.) El cupo de fusilados asegura desde el principio la estabilidad y el porvenir del régimen. El poder totalitario queda asegurado sobre una montaña de cadáveres: Violencia criminal permanente (actual y virtual); cárcel, tortura, deportación, pillaje y extorsión garantizan su continuidad.

“Los tratamientos crueles, inhumanos, degradantes y contra-natura”: según han sido designados por las Organizaciones Internacionales, son en realidad parte integrante de la naturaleza humana y del estado de naturaleza en que se encuentran los Estados. Lejos de ser gratuitos o inútiles, la eficacia del terror que los informa está fuera de duda: “La crueldad fría, calculada y que constituye un método”, que “paraliza los espíritus en el sentimiento de una fatalidad”, el terrorismo, la tortura, y las formas de Violencia criminal más feroces, refinadas o reprobables no son procedimientos gratuitos, ni simple o solamente efecto del sadismo de los esbirros que los sirven; en verdad, vienen determinados por la intensidad de las luchas sociales. Son complementarios de “la perfidia fría y de la propaganda más hipócrita, empleadas simultánea o alternativamente”; “del arte de descomponer bajo el terror el alma misma de los adversarios, o de adormecerlos por una [vana] esperanza”; y “del hábil manejo de la más grosera mentira”.

Tales métodos no son tanto efecto de la barbarie como lo son de la civilización y el desarrollo incontrolable del Estado. Son inherentes a la guerra contra los Pueblos sojuzgados y el gobierno despótico sobre ellos, a partir de un grado suficiente de contradicción entre los contendientes. Dado un nivel objetivo de intensidad de las contradicciones sociales, el terrorismo es la forma natural y normal de gobierno y de desgobierno. Los conflictos relativos pueden, a veces, pasarse sin él; pero los conflictos absolutos presentan las condiciones ideales para su producción. En la guerra y en los regímenes de alta conflictividad del imperialismo y el totalitarismo fascistas, el miedo se hace terror o se transforma en pánico, con todas sus variables y relativamente imprevisibles consecuencias. A impulsos del miedo y el terror, el humano se defiende y ataca a veces desesperadamente; pero el pánico acaba con la Resistencia, impide la huida, y hace del vencido una víctima propiciatoria. Al miedo y al terror sólo se le puede oponer un miedo y terror todavía mayores. No se los puede combatir con sermones y buenos sentimientos.

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La política es la determinación del comportamiento social por medio de la violencia. Si bien no toda violencia tiene necesariamente entidad política, toda política es e implica necesariamente violencia: ya sea actual o virtual, lícita o criminal. Los monopolios de adoctrinamiento e intoxicación ideológica de masas, en su cometido al servicio de la ideología de la ilusión difundida por el régimen imperialista, pretenden incluso que política y violencia son incompatibles. Pero política y violencia no son incompatibles, ni siquiera son propiamente compatibles; en realidad, la violencia es constitutiva de la política. La política está constituida por violencia actual y virtual, la cual determina el comportamiento y las ideas de quienes le están sujetos.

Política y no-violencia son incompatibles: sin violencia no hay política. La política no-violenta es una contradicción en los términos, un vacuo atentado a toda lógica formal o general, y una negación hipócrita de la más evidente realidad, cuyas consecuencias las sufren siempre los débiles y los indefensos. No cabe oponer política violenta y política no-violenta: una política puede o no oponerse a otra; pero no puede, sin contradicción formal, oponerse a la violencia.

“El medio decisivo en política es la violencia.” La política se define por el medio que la constituye: la violencia. Una versión auxiliar, ilusionista, hipócrita y contradictoria de la política pretende hacer creer que “no se puede emplear la violencia para conseguir fines políticos.” Pero, bien al contrario, la violencia no es un medio circunstancial y más o menos recomendable, aceptable o condenable para obtener fines políticos; no es simplemente una forma – ya sea válida o no – de acción política; no es “compatible ni incompatible” con la política. Estrictamente, la violencia es el medio constitutivo de la política: “La violencia es el medio específico de la política”, no un simple accesorio. Fines y medios son políticos en cuanto están constituidos por la violencia; y dejan de serlo si prescinden del elemento que los constituye como tales. La condena hipócrita de toda violencia, según es declarada por la propaganda dominante, está en contradicción material con la realidad política, constituida como tal por la violencia.

Es imposible diferenciar una política de otra por la presencia o la ausencia de violencia, ya que por diferentes que sean sus fines, todas emplean el mismo medio. Las distinciones que podrían establecerse entre la política democrática y la despótica, entre la acción defensiva y la agresiva, o entre la violencia “buena” y la “mala”, son a este respecto completamente irrelevantes: la violencia es violencia, y por tanto todos los comportamientos que entrañan violencia son – ontológicamente – indiferenciables por lo que respecta a la naturaleza de tal medio de acción.

Ciertamente, entre la política democrática y la despótica existe tanto una distinción cualitativa, por los fines legítimos y lícitos que tiene la primera frente a los fines ilícitos y criminales del despotismo; así como también otra cuantitativa, por las respectivas dosis diferenciales de violencia – controladas en el primer caso, e incontroladas en el segundo – que ambas políticas aplican. Pero la democracia no consiste en la no-violencia sino que – al igual que todo régimen político – consiste en la violencia; si bien en su caso se trata de la violencia legítima ejercida en defensa de los derechos humanos fundamentales, por contraposición a los fines de la Violencia ilegítima de los regímenes despóticos.

“Un negro es un negro, sólo en determinadas condiciones deviene un esclavo.” Un cañón es un cañón, sólo en determinadas condiciones es un cañón blanco o un cañón rojo; pero basta con darle la vuelta para que sea lo contrario. Un grupo armado es un grupo armado, pero sólo como parte de un conjunto armado de nivel estratégico deviene un comando. Una bomba es una bomba, y una pistola es una pistola; sólo en condiciones estratégicas determinadas devienen factores de lucha armada, de terrorismo político, y de guerra de uno u otro sentido.

“Es perfectamente ridículo por parte de los revolucionarios el condenar en nombre de la moral la ‘política de fuerza’ de las personas del Antiguo régimen; cuando, a fin de cuentas, ellos utilizan exactamente el mismo medio.” La violencia es violencia; la guerra es guerra; la represión es represión; el terrorismo es terrorismo: sean blancos o rojos, fascistas o democráticos, estén al servicio del “bien” o sirvan al “mal”. Según quedará expuesto más ampliamente en el capítulo 8 – Camuflaje ideológico de la Violencia criminal y el Terrorismo de Estado, pueden establecerse diferentes especies de violencia según los criterios técnicos, políticos, jurídicos o morales que se quiera; pero nada de eso altera su identidad como violencia.

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“El derecho no es un orden no-coactivo, como querría un anarquismo utópico.” El derecho es la determinación de la condición y el comportamiento de los sujetos mediante el monopolio de la violenciaAsí pues, el derecho: especie de la política, consiste en un orden social de violencia. El derecho es un orden político; lo cual no es lo mismo que el tradicional “orden jurídico” normativista.

Todo derecho y toda política están constituidos por la violencia. Oponer la política, el derecho o los derechos humanos a la violencia es formalmente absurdo. Sin violencia no hay política, ni derecho, ni derechos humanos fundamentales. La violencia es constitutiva de toda política y de todo derecho.

La violencia actual/efectiva es el fundamento de la violencia virtual/potencial, la cual es a su vez parte y complemento necesarios y previos de todo derecho. Es decir, la violencia actual y virtual, y la sanción y la pena, no siguen al delito sino que lo preceden y constituyen. Veamos: contra lo que pretende hacer creer la versión auxiliar, idealista, ilusionista, hipócrita, contradictoria y oficial difundida por la ideología dominante sobre la política y el derecho, la violencia no “interviene” tardíamente “para apoyar, defender o restaurar el orden político o el derecho amenazados o conculcados”; no es un medio ocasional, circunstancial y más o menos recomendable o aceptable para obtener fines políticos. Bien al contrario, el orden y el desorden políticos (ya sean lícitos o criminales), el derecho y sus normas (que determinan el comportamiento legal y el delictivo), así como el Estado, la guerra y la paz, están fundados sobre una violencia previa – actual/efectiva y virtual/potencial – que los preceden y constituyen. “Nos guste o no, así son las cosas”, y no del modo que los idealistas, utopistas, moralistas, y embaucadores hipócritas y retrasados mentales piensan o dicen que deberían ser.

“La forma de expresión según la cual no gobiernan los humanos sino las normas y leyes” es una equívoca manera de solventar los problemas. “Una norma nunca se establece por sí misma (éste es un modo fantástico de hablar) [...] como caída del cielo.” No son las leyes las que mandan sino quienes las fabrican e imponen: los humanos hacen la ley. No son la ley y el derecho positivo los que rigen la política: es la política hecha por los humanos la que, mediante la violencia y la guerra, establece la norma jurídica y el derecho positivo. Éstos: norma jurídica y derecho positivo, son meros reflejos de un determinado orden político, es decir, de un orden social de violencia.

Las llamadas “fuentes del derecho” de la teoría normativista y formalista tradicional sobre el derecho, son consecuencia, forma, vehículo y disimulo de su creación real. En contra de las mistificaciones propaladas por la ideología idealista y formalista del derecho, la realidad es que las normas políticas y jurídicas tienen por verdadera “fuente” la previsión y la amenaza de violencia, es decir: de una violencia virtual fundada en violencia actual, las cuales constituyen dichas normas. El miedo a la violencia: secuencia primaria, instintiva, emocional, afectiva y pasional de la prudencia, es componente necesario y esencial de la paz y de la guerra, de la norma jurídica y de todo método de gobierno.

Toda política y todo derecho: incluidos los derechos humanos fundamentales, son violencia, discriminación e imposición (ante todo frente a quienes pretenden o desearían violarlos); pero no toda violencia es derecho, ni siquiera política, ni alcanza entidad y determinación estratégicas. La política no es la “violencia” y el “terrorismo” individuales o marginales de los débiles y los incapaces sino la Violencia y el Terrorismo exorbitantes, unilaterales e ilimitados de las grandes concentraciones estratégicas de poder. Únicamente la violencia socialmente estructurada y permanente en el tiempo puede ser considerada política.

No hay más política, ni más derecho, ni más normas jurídicas que los constituidos por la violencia. La violencia constituye las relaciones, el derecho y las organizaciones políticas internacionales, que no existen sin ella. “El derecho es conservador”, aunque no estático o invariable; su capacidad de reacción sobre la política y la relación general de fuerzas es muy reducida. El derecho: especie y parte de la política, es también un importante y privilegiado vector ideológico; es el derecho de la política y de los intereses dominantes que lo fabrican.

Como se ha indicado, la norma jurídica se basa en violencia virtual, complemento necesario de la violencia actual; cualquiera que sea el margen fiduciario que su efectividad merece o consiente. La violencia virtual, fundada en la violencia actual, es constitutiva de la norma jurídica.

La norma jurídica, como la moneda, es una categoría fiduciaria. Ahora bien, la moneda no es el objeto de la teoría científica sobre economía política, ya que ésta tiene por objeto las relaciones sociales de producción y distribución. Del mismo modo, la norma jurídica no es el objeto de la teoría científica del derecho, puesto que ésta tiene por objeto el orden social de violencia en que consiste el derecho; por más que este hecho intente ser velado por la ideología idealista puesta al servicio del poder constituido, ante todo si éste es despótico, imperialista y criminal. Efectivamente, el poder legítimo no necesita de tales tapaderas, disimulos y falsificaciones de la violencia legítima sobre la que está fundado.

Una vez eliminada esta mistificación, “el imperio de la ley” aparece claramente como lo que es: la ley del imperio. Idénticamente ocurre con lo que distorsionadamente se denomina “el Estado de derecho”, puesto que todo Estado es un “Estado de derecho”: está fundado y legitimado por su propio derecho, que naturalmente puede ser o bien democrático y lícito, o despótico y criminal.

La consideración imaginativa y fiduciaria que los sujetos realizan de la violencia virtual: constituyente de la norma política y jurídica, es causa eficiente y suficiente para la determinación del comportamiento de ellos, dado que los factores socio-psicológicos emocionales transforman dicha consideración en las reacciones diversas de miedo, terror y pánico. La previsión fiduciaria de la relación “necesaria” que existe entre el comportamiento condicionado y la subsiguiente violencia condicionante (una “previsión” que determina bien sea el comportamiento excluyente del acto legalmente delictivo, o la “conducta delictiva” que lo incluye), constituye el mecanismo de funcionamiento de la norma jurídica. La norma jurídica aboca por tanto al sujeto bien sea hacia un descarte fiduciario del acto, o hacia su realización delictiva y penal. En cualquier caso, la norma no establece la violencia; bien al contrario, es la violencia previa – ya sea lícita o criminal – la que establece la norma. Es el poder político constituido, en virtud del monopolio de la violencia que él detenta, el que crea y dicta la norma jurídica.

La mutua implicación existente entre violencia actual y violencia virtual, induce el hecho de que cuanto mayor es la superioridad de violencia del grupo que la detenta, relativamente mayor es la función de la violencia virtual, y relativamente menor es la correspondiente a la violencia actual. La capacidad de utilizar violencia actual, la responsabilidad colectiva, las represalias sobre los Resistentes, sus familias y su base social, permiten lograr la intimidación que funda la violencia virtual, y – a partir de ahí – la disminución relativa de la necesidad de utilizar violencia actual. En cambio, cuanto más débil es un grupo, menor o nula es su credibilidad y – en consecuencia – la función relativa de su violencia virtual, y mayor es la función relativa de su violencia actual.

Una política insurgente tendrá que usar de violencia actual en medida y con frecuencia suficientes, antes de que su violencia virtual alcance la credibilidad que haga posible prescindir relativamente de aquélla. Pero la violencia virtual puramente “disuasiva”, en ausencia de violencia actual y de intención de utilizarla, es un recurso ideológico formalmente contradictorio e ideológicamente limitado. No hay guerra sin sangre, ni paz sin violencia, ni delito virtual o actual sin la pena que – fundada en la violencia – lo precede y constituye.

“La sanción misma es un acto coercitivo, es decir un empleo de la violencia.” “Por acto coactivo se entiende un mal – tal como la retirada de la vida, la salud o la libertad; de bienes económicos y otros – que debe ser infligido al destinatario contra su voluntad, y si es necesario empleando la fuerza física.” “Debe ser realizado aun contra la voluntad del individuo al que debe alcanzar; y, en caso de resistencia, mediante el empleo de la fuerza física.” “Las sanciones del derecho consisten en infligir por la fuerza un mal, o – consideradas en términos negativos – en quitar por la fuerza un bien.” La pena “consiste en la retirada de ciertos bienes: la vida, la salud, la libertad, el honor, valores económicos”.

Una norma jurídica no puede fundarse en pactos o tratados sino en la medida en que adquiere nivel político. El aforismo “pacta sunt servanda” envuelve – en política y en derecho – una petición de principio. Ninguna política despótica, imperialista y totalitaria respeta de por sí los derechos humanos, las convenciones, las normas, los pactos, los acuerdos o la palabra dada a menos que éstos sean políticos y jurídicos, es decir: a menos que una capacidad de violencia real los constituya como tales y obligue a respetarlos. Los ideólogos de los Estados totalitarios lo han dejado claro: “En tanto que soberano, el Estado tiene el derecho incontestable de declarar la guerra cuando quiere y, a la vez, de rasgar los tratados.” “Ningún Estado ha contraído nunca un tratado por otra razón que su propio interés. Un hombre de Estado que tiene cualquier otro motivo merecería ser colgado.” Ningún Estado cumple voluntariamente una ley o un tratado que no le conviene, si no tiene frente a él una fuerza que lo obliga a cumplirlo.

Dada la existente realidad imperialista en el mundo, sólo son tales y sólo se cumplen las leyes y los tratados que la violencia constituye y obliga a cumplir. Lo que los Estados dicen no cuenta sino en la medida en que sirve a lo que hacen. Sólo la violencia convierte el interés y la voluntad en derecho; otros factores – extrapolíticos, ideológicos, demográficos o económicos – de la relación de fuerzas tienen a veces el mismo efecto. “En los asuntos humanos, la sumisión a las reglas del derecho se da cuando la mutua necesidad obliga a ello; pero para los fuertes el poder es la única regla, así como para los débiles la sumisión.” Los Gobiernos y los Pueblos son accesibles a los sentimientos humanitarios mientras éstos sirvan a su dominación o sus intereses, o por lo menos no la debiliten o los perjudiquen.

Tanto si un Estado es legítimo como si es criminal-imperialista, la ley no es la base del Estado sino su componente complementario y tardío. Ciertamente, el Estado produce su propio marco jurídico constituido por su violencia legal, y por tanto todos los Estados son “Estados de derecho”; pero una violencia anterior: ya sea lícita o criminal, precedió y constituyó el Estado mismo, y por tanto la naturaleza de esa violencia condiciona y determina la naturaleza de ese “Estado de derecho”. La paz sólo existe como paz del derecho; sin embargo, el derecho – al igual que toda política – es violencia, y de este modo el derecho de la paz, así como la paz misma, son violencia.

En un Estado imperialista y totalitario, como lo es España y Francia, las fuerzas armadas no son guardianes del derecho; no son dependencias u órganos administrativos del poder político: ellas son el poder político, eventualmente dotado de diferenciación-especialización orgánica más o menos desarrollada o hipertrofiada. Cuando ellas se derrumban, ese Estado se derrumba con ellas. Esas fuerzas armadas no actúan “en virtud de los artículos de la Constitución”, ni ese Ejército recibe su poder de “la Constitución” formal, según afirman los alucinados y traidores “moderados y radicales vascos” de la burocracia liquidacionista Pnv-Eta y sus satélites. Es, bien al contrario, el poder del Ejército español y francés el que funda cabalmente toda su Constitución formal y secundaria. El poder de ese Ejército funda, ante todo, la constitución real y primaria de España y Francia: resultado directo de las guerras que sus Ejércitos ganaron y que perdieron los demás. Sin el poder de ese Ejército, no queda Constitución ni régimen político que reformar, desarrollar, democratizar ni suprimir.

El Estado, el derecho y la ley no prohíben la violencia; sólo la consolidan y desarrollan. En la paz al igual que en la guerra, toda política y todo derecho son violencia actual y virtual; fuera de ello, no hay política. Y en un criminal régimen imperialista, su violencia implica asesinato, secuestro, deportación, imposición, tributación, extorsión, discriminación, represión, amenaza e intimidación.

En política, el uso de la violencia no es cuestión de principios éticos o morales, es “simple” cuestión de estrategia; todo lo demás es música celestial. La cuestión fundamental a esclarecer, para poder calificar el tipo de política de que se trata, es quién ejerce la violencia y quién la padece; qué se impone, a quién y por quién; quién discrimina a quién, en qué y para qué.

Para los moralistas, utopistas y prospectivistas, o para los mejor intencionados de entre sus promotores, una nueva estructura instintiva y cultural es la única esperanza para el género humano. En realidad no es mas que eso. No es, en todo caso, una cuestión política.

“Desde siempre, los grupos políticos más diversos han tenido todos la violencia física como el medio normal de poder”. “Las unidades políticas, los regímenes constitucionales deben todos su origen a la violencia.” “Sin la guerra no habría Estado.” “Todos los Estados que conocemos han nacido de la guerra.” “El Estado es un puro producto de la fuerza.” “No hay Estado que se haya creado o se mantenga sin el uso de la fuerza.” “Todo poder de Estado reposa sobre la fuerza de las armas.” Sin “esos mismos cañones, que [según Lassalle] constituyen la parte integrante más importante de la constitución”, la dominación del Estado no es nada. “Hoy en día, la relación entre Estado y violencia es especialmente íntima.” “La auténtica soberanía se define por el derecho efectivo del recurso a las armas.” “Sólo es auténticamente soberano, sólo es auténticamente Estado el Estado poderoso”, calificado por “el número, el territorio, los recursos”.

El Estado “no se deja definir sociológicamente sino por el medio específico que – como a todo otro grupo político – le es propio, a saber: la violencia física. ‘Todo Estado está fundado sobre la fuerza’, decía un día Trotsky en Brest-Litovsk. Así es, en efecto. Si no existieran sino estructuras sociales donde toda violencia estuviera ausente, el concepto de Estado habría entonces desaparecido, y sólo subsistiría lo que se llama, en el sentido propio del término, la ‘anarquía’”. “El Estado es original y necesario; seguirá existiendo mientras haya historia, y es tan esencial como la lengua.” “El Estado es el Pueblo, legalmente unido en tanto que potencia independiente.” Todos los Estados están constituidos por violencia y guerra; y muchos de ellos por guerras de agresión, represalias armadas, terrorismo, y por legítima defensa colectiva o individual contra todo ello. Todos los Pueblos, con o sin Estado, actúan del mismo modo y reivindican los mismos derechos. “El Estado nacional es nuestro monstruo en libertad. ¿Dónde encontrar el arpón que meterá en cintura a ese Leviathán?”

El Estado “es una organización destinada a asegurar el ejercicio sistemático de la dominación de una clase social por otra; un órgano de opresión de una parte de la población por otra”. Los Estados tienen por fundamento las bandas armadas más o menos dimensionadas y monopolizadas que los establecen y mantienen; lo que implica “la destrucción sistemática de todas las fuerzas armadas concurrentes”. “Nadie podrá oponerse a las decisiones del Estado, pues éste estará siempre en condiciones de oponerse por la fuerza a sus sujetos desarmados.” “Los gobernantes han sido siempre, son y serán los más fuertes.” El Estado “es la fuerza de los más fuertes dominando la debilidad de los más débiles”.

Esta fuerza “se intensifica a medida que las contradicciones de clase se acentúan en el interior del Estado, y que los Estados limítrofes se hacen más grandes y más poblados”. Esta fuerza “existe en cada Estado; no se compone solamente de hombres armados sino también de anexos materiales, de prisiones y de establecimientos penitenciarios de todas suertes”. “El ‘poder’ del Estado no puede sino manifestarse en los medios de poder específicos que están a la disposición del gobierno: fortificaciones y prisiones, cañones y horcas, hombres en uniformes de policías o de soldados.” Estos medios de poder son instrumentos violentos y mortíferos, atentatorios por tanto contra “la vida, la integridad física y la libertad de las personas como supuestos valores intocables, supremos o absolutos”. Lo cual, no obstante, se oculta, mientras la pretendida inviolabilidad de esos valores y otras hipócritas sandeces – que son las falsedades predilectas de la propaganda imperialista y fascista – siguen afirmándose con todo cinismo.

En la realidad del Derecho y el Estado imperialistas y totalitarios, allí donde el puro y simple exterminio del Pueblo sojuzgado no es el objetivo inmediato de su Violencia criminal (y una vez ganada la guerra y establecidas las normas del monopolio de esa Violencia y Terror sobre el Pueblo), la Violencia “no necesita intervenir sino cuando una resistencia se opone a la ejecución de estas normas, lo que normalmente no ocurre. Los órganos del Estado moderno disponen de los medios de fuerza necesarios en una medida tal que normalmente toda resistencia es vana.”

“Pues, si bien es cierto que, efectivamente, un poder, una organización de violencia, solamente puede subsistir a menos que pueda – tan frecuentemente como sea necesario – imponerse como tal violencia a la voluntad recalcitrante de individuos o grupos, no obstante también es cierto que en modo alguno conseguiría ese poder subsistir si tuviera que manifestarse indefectiblemente como violencia en cada momento de su funcionamiento. Cuando esta última necesidad se hace sentir, entonces la revolución está ya dada como un hecho; la violencia organizada, el poder, se encuentra ya en contradicción con los fundamentos económicos de la sociedad, y esta contradicción se refleja de tal modo en la cabeza de los humanos que éstos, no viendo ya en el orden establecido una necesidad natural, oponen a la violencia organizada otra violencia.” (G. Lukács; ‘Historia y consciencia de clase.)


Los Estados totalitarios se ríen de la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros parecidos “instrumentos internacionales”, aun cuando la propaganda dominante trate de hacer creer lo contrario. La guerra de agresión, la represión y la traición, así como la mentira, la disimulación, la falsificación, la doblez, la perfidia y la hipocresía: que sirven y encubren la realidad totalitaria, son instrumentos idóneos y normales de la política y la diplomacia de esos Estados. Los individuos y sobre todo las Naciones buscan su propio interés, sin preocuparles que sea a costa de los demás. Además de ladrones y asesinos, son generalmente falsarios, mentirosos, tramposos y sin escrúpulos.

Los diversos factores de dominación imperialista: demográficos, económicos, políticos e ideológicos, se refuerzan o contrarrestan, se implican, suceden y complementan mutuamente, y se presentan en forma diversa en cada caso; pero siempre, como los jinetes del Apocalipsis, cabalgan juntos. La selección estratégica de fines y medios – ya sea de la dominación imperialista o de la oposición democrática – depende de la relación de fuerzas, de la situación, el momento y el contexto tribal o internacional, y de los fines absolutos o relativos del imperialismo.

La ideología – moral y jurídica – dominante es la que el grupo social dominante crea e impone para su conveniencia. En cuanto a las normas morales, éstas las hace el poder político, y sus servicios de propaganda legitiman sin limitaciones las que le convienen a fin de aumentar, consolidar y justificar su poder, debilitando – intelectual y moralmente – toda Resistencia actual o virtual. Busca remediar con ello las inevitables limitaciones efectivas de su propia violencia. En materia de moralidad, como en materia de legalidad, cada cual produce las que le convienen. Los “valores supremos, transcendentes e inamovibles” son los que el grupo social dominante inventa, impone, subordina, recambia o destruye mediante la presión social, económica y política, el condicionamiento psicológico e ideológico, la intimidación y la fuerza bruta.

Una sociedad apolítica, es decir no-violenta o “anarquista” en el sentido primero de la palabra, queda fuera de toda realidad y de toda experiencia. En la realidad política nacional e internacional, la paz y la guerra, y las cuestiones de los derechos humanos, del imperialismo y el fascismo, y de la libertad y la democracia, se constituyen, tratan y resuelven – en un sentido o en otro – mediante la violencia, no mediante la no-violencia, los buenos sentimientos o el imaginario normativista. No hay guerra ni paz sin violencia. “‘El que hiere por la espada perecerá por la espada’, dice la Escritura; pero ¡ay!, el que no saca la espada muere en la cruz.” Los pacíficos serán bienaventurados en el otro mundo, pero en éste acaban en el matadero.

Estrictamente hablando, “la paz es la ausencia de fuerza física, de violencia”. “Pero la paz del derecho es una paz simplemente relativa; en efecto, el derecho no excluye de manera absoluta el uso de la fuerza, es decir el uso de la coacción física por unos humanos contra otros.” Por el contrario, “determina las condiciones en que – y los individuos por quienes – la fuerza se puede ejercer”.

“Una cuestión se plantea: ¿pueden los social-demócratas estar, de una manera general, contra la violencia? Está claro que no.” De hecho, los “revolucionarios”, una vez pasada la fase de las ilusiones propias de la infancia de las revoluciones, no se han quedado cortos para responder a la violencia y el terror con los que el “Antiguo Régimen” pretendía perpetuarse. Los demás, han dado con sus huesos y sus ilusiones ante un pelotón de fusilamiento y otros accesos directos al basurero de la historia.

“La historia, hasta ahora, no ha encontrado otros medios de hacer avanzar la humanidad que oponiendo siempre la violencia revolucionaria de la clase progresista, contra la violencia conservadora de las clases condenadas”; teniendo en cuenta que el imperialismo y su dominación sobre los Pueblos sojuzgados es lucha de clases a nivel internacional entre las clases reaccionarias/imperialistas, y las clases progresistas que son los Pueblos dominados. “El grado de encarnizamiento de la lucha depende de toda una serie de circunstancias interiores e internacionales. Cuanto más encarnizada y peligrosa es la resistencia de los enemigos de clase que han sido derribados, tanto más inevitablemente el sistema de coerción tomará la forma de un sistema de terror.”

“La revolución no implica ‘lógicamente’ el terrorismo; así como tampoco implica ‘lógicamente’ la insurrección armada. ¡Qué profunda banalidad! Pero la revolución exige de la clase revolucionaria que alcance sus fines por todos los medios a su disposición: si es necesario, por una insurrección armada; si es preciso, por medio de terrorismo. [...] En todas partes donde [la revolución] se encuentre en presencia de un complot armado, de un intento de asesinato, o de una revuelta, su represión será sin piedad. [...] La cuestión de las formas o del grado de la represión no es, desde luego, una cuestión ‘de principio’. Es una cuestión de adaptación de los medios conforme a los fines. En una época revolucionaria, el partido que ha sido arrojado del poder, que no quiere admitir la estabilidad de la clase dirigente y que lo prueba sosteniendo una lucha a ultranza contra ésta, no se dejará intimidar por la amenaza de encarcelamientos en cuya duración no cree. Es este simple pero decisivo hecho lo que explica el ampliamente extendido recurso al fusilamiento en una guerra civil.” “O bien no se debió haber tomado el poder.”

Hacer la guerra o no hacerla, tomar el poder o no tomarlo; ésa es la cuestión. No hace la guerra el que quiere sino el que puede. Si no se es capaz de llegar a eso, más vale cambiar de política, de ocupación o de oficio.

Toda guerra y toda paz, toda política y todo derecho se fundan sobre la violencia. Esto no implica la “actuación” permanente o caso por caso de todas las armas disponibles; de otro modo, no cabría normatividad política. La violencia funda la norma jurídica, que está presente en la paz e incluso en la guerra. La paz normativa del derecho no es la ausencia de violencia, del mismo modo que la guerra no es la ausencia de normas, que integran el comportamiento estratégico más allá del derecho de la guerra.

La diferencia entre paz, guerra y derecho, entre orden y desorden políticos es relativa. Sólo criterios formales o convencionales permiten delimitarlos. “El derecho internacional no fija el nivel de violencia que las operaciones armadas deben alcanzar para que les sean aplicables las reglas relativas a los conflictos internacionales.” “Hay guerras que no tienen decisión ni solución perfectas.” La expresión “ni guerra ni paz” define una situación que “no tiene nada de antinatural”, y que refleja la ambigüedad de los conceptos de “estado de guerra, estado de paz, acto de guerra y declaración de guerra”. (Cfr. las nociones – más bien flotantes – de “guerra fría”, “ni paz ni guerra”, y guerra “latente o virtual”.)

La idea según la cual la violencia es cosa de la guerra, mientras que la paz se funda en la no-violencia, es igualmente falsa. Guerra y paz no se diferencian por la ausencia o presencia de violencia; muy al contrario, ambas se fundan sobre ella. La paz sin violencia no existe ni ha existido nunca. La paz sólo existe como paz del derecho, ambos son correlativos. Y el derecho, así como la guerra, es violencia.

La historia y la realidad políticas sólo presentan una alternativa: la paz o la guerra, el orden o el desorden. Pero tanto la paz como el conflicto, el orden como el desorden políticos, se fundan en la violencia, que adopta formas diferentes según las épocas, la relación de fuerzas políticas e ideológicas, la sucesión o combinación de guerra y paz, el contexto cultural, el tipo de civilización y otros factores. Para el imperialismo y el fascismo, la guerra, el sojuzgamiento de Pueblos y poblaciones (que sus demagogos llaman ahora “ciudadanía”), la ocupación militar permanente, el terrorismo de masas, la expulsión de poblaciones autóctonas fuera de sus tierras y sus casas, el apartheid, la represión, los secuestros, las deportaciones, el pillaje, la extorsión, las ejecuciones y torturas (públicas y “privadas”, legales e “ilegales”, oficiales y oficiosas), se refuerzan y estimulan con demostraciones de violencia duras o “blandas”, desfiles, maniobras, exhibiciones, intimidaciones, retribuciones, ascensos, homenajes, celebraciones, conmemoraciones y condecoraciones.

“Ignorar el elemento de brutalidad a causa de la repugnancia que inspira, es un derroche de fuerza, por no decir un error.” “Quien rechazara el recurso a ciertas brutalidades debe temer que el adversario tome ventaja, dejando a un lado todo escrúpulo.” “No hay mayor desgracia para un ejército que un General que pretenda ahorrar la sangre.” “En un asunto tan peligroso como la guerra, los errores debidos a la bondad de alma son precisamente la peor de las cosas. Puesto que el uso de la fuerza física en su integralidad no excluye en absoluto la cooperación de la inteligencia, el que use sin piedad de esta fuerza y no recule ante la efusión de sangre tomará ventaja sobre su adversario, si éste no hace lo mismo. Con ello dicta su ley al adversario, de modo que cada uno empuja al otro a extremos que no tienen otros límites que el contrapeso que reside en el lado adverso.” “Las devastaciones, las crueldades son siempre inevitables en la guerra.”

Si se acepta que la violencia, la guerra, el terror y la tortura son medios de resolver los problemas, sólo hay una forma de ganar o no perder: aventajar al adversario en la violencia, la guerra, el terrorismo y la tortura. El que no lo hace así, pierde. Y para perder, más vale no empezar.

“La experiencia muestra que la diferencia de pérdidas físicas sufridas por el vencedor y el vencido en el curso del choque raramente es muy grande; es con frecuencia nula, e incluso a veces inversa.” “La diferencia entre el número de muertos, heridos, prisioneros y artillería perdidos sobre el mismo campo de batalla por el vencedor y el vencido, es ínfima.” “Las pérdidas en fuerzas armadas no son las únicas que sufren las dos partes en el curso del afrontamiento; también las fuerzas morales son sacudidas, rotas y destruidas.” En la guerra, “todo choque es una competición sangrienta y destructora de fuerzas, tanto físicas como morales. Es vencedor el que, finalmente, dispone todavía de la mayor suma de las unas y las otras”. “El desenlace de un gran afrontamiento ejerce efectos morales más considerables sobre el vencido que sobre el vencedor; estos efectos ocasionan mayores pérdidas físicas, que a su vez reaccionan sobre el factor moral, apoyándose y reforzándose mutuamente.”

En “tiempos de desorden”, la función y los órganos de producción – material y cultural – se ordenan y subordinan a la función y los órganos de destrucción y terror. En el sacrificio constitutivo de los conflictos políticos, la función y los órganos sociales productores y reproductores de la vida humana quedan ordenados y subordinados a los de la ruina de vidas humanas. La selección natural conserva y preserva una reserva de ladrones y asesinos a los que se encierra y cuelga a veces en tiempo de paz, pero que en tiempo de guerra se convierten en agentes políticos: necesarios, heroicos y meritorios instrumentos y pilares de la represión, la revolución, la contra-revolución y la guerra.

Todo esto nos lleva a plantearnos el tema de la moral al servicio del poder imperialista y fascista establecido, como otro elemento más integrante de su ideología; lo cual exponemos en los capítulos siguientes.


(De: ‘Violencia y Terrorismo.- Su mistificación ideológica al servicio del Imperialismo’.)

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